Camino y Ermita de San Sebastián (Retales de la Historia - 66)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 22 de julio de 2012).

 

          Si en el principio fue el verbo, la palabra, el único sonido humano que se podía escuchar en Añazo, antes de la arribada de los castellanos tuvo que ser el habla, las llamadas, los silbos de los guanches que habitaban aquel territorio. Sus moradas, situadas en las cuevas de los barrancos y en someros refugios de piedras, no precisaban de la existencia de vías de conexión, pues por cualquier parte, en cualquier dirección, salvo obstáculos naturales insalvables, era posible el paso y la comunicación. El repetido tránsito por los mismos lugares propiciarían la ocasional formación de senderos o veredas. No hacía falta más.

          Pero con la llegada de las formas de vida renacentistas aportadas por los primeros colonizadores, también llegó una nueva civilización con otros medios de comunicación, animales y carretas para el transporte de personas y cargas y, con la necesidad de adentrarse en el territorio, surgieron los caminos. Y el primero, que también fue la primera calle, nació junto a los desembarcaderos de la Caletilla y la Caleta y, para evitar el profundo tajo del barranco si se adentraba por su margen izquierda, lo vadeaba cerca de la costa y remontaba por la derecha ladera arriba hacia ”lo interior de la Isla”. Así nació el camino de La Laguna, denominación que se mantuvo algún tiempo hasta que tomó el nombre del santo entronizado en una pequeña ermita erigida, no se sabe exactamente la fecha, en un descampado situado en las afueras del pequeño poblado que se iba formando: San Sebastián.

          El incipiente puerto ya disponía de dos construcciones dedicadas al culto, la pequeña ermita de Nuestra Señora de la Consolación, levantada sobre la laja volcánica que más tarde ocuparía el castillo de San Cristóbal, y la iglesia de la Santa Cruz, actual de la Concepción, que en su origen fue un pequeño templo de una sola nave. En un libro de Mandatos y Visitas que se conserva en el Archivo Diocesano, en referencia a 1674, se dice que las ermitas de San Telmo y San Sebastián “tienen de antigüedad más de cien años”, y así debe ser, puesto que en el plano de Leonardo Torriani, de 1588, ya figura el nombre de “San Sebastiano”, aunque su localización es errónea.

          Hasta que se construyó el puente Zurita, en 1754, la ermita era el primer edificio del lugar que se encontraba al bajar de La Laguna, no disponía de sacristía y su puerta de acceso estaba situada hacia arriba, como dando la bienvenida al caminante. Fue en 1736 cuando se amplió, se cambió la orientación de la puerta hacia el Naciente y se hizo el retablo y la sacristía. Antes de que se hiciera el retablo la imagen original del santo estaría colocada en una simple hornacina en la pared, y fue sustituida por otra, posiblemente del siglo XVIII. Esta última no hace mucho tiempo fue pasto del fuego cuando se estaba restaurando, por lo que parece que la actual es la tercera en la historia de la ermita. A finales del siglo XIX, cuando el crecimiento de la ciudad ya comenzaba a engullir a la vieja ermita en el entramado urbano, con aportaciones de los vecinos adquirió el aspecto que hoy presenta y se añadió el campanario. En su interior, dentro de su modestia, Pedro Tarquis destaca un óleo sobre lienzo de relativo mérito, que representa “La Anunciación”, posible donación de algún feligrés.

          El autor citado relaciona el culto a este santo con el hecho de haber sido Sebastián un soldado del emperador de Roma y vivir Santa Cruz en sus primeros tiempos en continuo pie de guerra por los ataques de corsarios y de enemigos franceses. Pero lo cierto es que, desde el principio se consideró a San Sebastián como abogado e intercesor frente a la enfermedad de la peste y el llamado entonces “mal de puntada”. Tal es así, que la primera rogativa pública por enfermedad que existe documentada en Santa Cruz tuvo lugar en 1788 con la imagen de este santo, que se llevó desde su ermita a la parroquia de la Concepción para hacerle novenario y posterior devolución a la ermita. Y no debió ser la primera vez que así se hacía, pues en la solicitud de la licencia que dirige el alcalde Domingo Pérez Perdomo al Cabildo, se señala, “como se ha practicado en iguales acontecimientos”. Es por tanto, la de San Sebastián, la primera rogativa o romería pública conocida de Santa Cruz. Lo mismo se hizo en 1801, 1804, 1828 y otros, por peligro de peste, viruelas o falta de lluvias.

          Desde sus primeros tiempos fue lugar de reunión y de culto de campesinos, molineros y pastores de la extensa zona de imprecisos límites conocida como La Costa Sur, comprendida entre el barranco de Santos y el del Hierro, siendo sus fiestas de enero una de las más populares y concurridas de Santa Cruz. Desde 1966 es parroquia de aquel populoso barrio, que conserva el nombre de Los Molinos.

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