El 25 de Julio y las milicias de La Orotava

Por Juan del Castillo  (Publicado en el Diario de Avisos el 9 de noviembre de 1997).

 

          Los orotavenses no somos narcisistas, ni ególatras. Posee la Villa una historia tan rica, un pasado tan glorioso, que “una mancha” se diluye entre tantos laureles y blasones, entre sus innumerables timbres y pergaminos. El talante autocrítico y tolerante del villero permite contarlo. Por eso, y hasta con humor, asumimos este divertido borrón, este baldoncillo… Y oportunamente, antes de que finalice la brillante conmemoración del bicentenario. Me refiero, muchos lo habrán adivinado, al lamentable comportamiento de las milicias de La Orotava, durante el ataque del contralmirante Horacio Nelson, y en concreto, a la cobardía de algunos de sus mandos.

          Cuenta Álvarez Rixo (1796-1883), en uno de sus libros -en otras obras, las alusiones son aún más descarnadas-, que el general Antonio Gutiérrez, el héroe de la Gesta, pidió al Alcalde Mayor de La Orotava, licenciado Minovés, algunos hombres para la artillería. Y éste señaló diez al Puerto. Como el regidor apretaba, algunos de los principales de abajo se presentaron al Comandante General, creyendo que, por su cuna, les mandaría restituir a sus casas. Pero el general, “prevenido por algunos chismes de la vecina Villa…, les tuvo esperando en el patio largo rato…, se les presentó en gorro y bata, les mandó a la m…, les llamó amotinados y les hizo ir al Cuartel…”.

          En la misma línea, la polifacética Elizabeth Murray (1815-1882), esposa del cónsul inglés, que vivió una década larga en el Santa Cruz decimonónico, en uno de sus libros -traducido por José Luis García Pérez- abunda en el tema. En la descripción del desembarco de su ilustre compatriota, cuenta la divertida deserción de tres oficiales, al parecer del Valle, que huyeron del combate en un burro, hasta que regresaron a sus casas, con escala en La Laguna, propalando por doquier que los ingleses habían vencido, y hasta el heroísmo de sus proezas. Y continúa la escritora narrando que uno de los militares, por cierto muy rico, había heredado una inmensa fortuna, con la cláusula de que, si fuera acusado de cobardía, sería despojado de tan goloso patrimonio, que pasaría al siguiente vástago. Avergonzado por su proceder, escribe al hermano menor, paradójicamente laureado general, en la América española, anunciándole la cesión de todos sus bienes. Pero el benjamín contesta renunciando a la herencia, mientras le aconseja que “ya que era un cobarde, resultaría absurdo hacer el ridículo también”.

          Graciliano Afonso (1775-1861), que contaba cuando se produjo el combate, 22 años, conocedor del proceder de las Milicias orotavenses, “su patrio pueblo”, que, víctimas del pavor, no se condujeron con el valor correspondiente, escribió aparte de sus odas al Teide y al mar, su célebre crítica al evento, que comienza así:

“¡Ah Orotava, Orotava,  //  oprobio de estos tiempos!”.

          Pero no todo fue denigrante y bochornoso. “Distinguiose por su caridad el joven don Bernardo Cólogan Fallon (1772-1814), que socorrió a los heridos con sus propias manos, haciendo tiras de sus ropas para vendarlos. Igual que don Bernardo Blanco”. Era Cólogan un espíritu ilustrado, que escribió un poema latino en honor del sabio prelado,  Antonio Tavira -con motivo de encontrarse, en el Puerto de la Cruz, el día de su santo-, al decir de Coriolano Guimerá, quizás el mejor obispo que ha tenido Canarias, y una Relación de la erupción del Chamorra o Pico Viejo, acaecida en 1798, cuando, en el Santa Cruz nelsoniano,  retumbaban todavía los estruendos de “El Tigre”.

          Siempre que cito a Afonso Naranjo, reclamo una calle de La Orotava para quien es, sin duda, el más ilustre de sus hijos -vox clamantis in deserto-. Nunca he sabido a qué se debe tan injusta preterición. Pienso, obedezca, aparte de la oda de marras, a su tufillo canarión: su oposición, primero, frente a Bencomo, a la creación del Obispado Nivariense, y después de 1819, coexistiendo ambas diócesis, quería, como modelo, para la división político-administrativa, las dos demarcaciones eclesiásticas. En contraste de la postura villera, cuenta el Lectoral con céntricas calles en las dos capitales canarias. En Las Palmas, una transitada vía de Ciudad Jardín, en las cercanía del antiguo hotel Monopole y Clínica de Santa Catalina. En Santa Cruz, a la vera del Puente Zurita, uniendo General Mola con Pasaje de Álvarez -dato facilitado por mi paisano, el jefe de Prensa del Ayuntamiento, Santi González Suárez-. Y a todas estas, La Orotava, con un callejero con algunos bautizos de compadreo y muchos rótulos foráneos y comprometidos -por cierto, en un barrio del casco, familiar al eficiente edil de Cultura, que regatea una calle a don Graciliano.

          Hay otra vinculación de la Villa con la efeméride. Entre las magníficas publicaciones de este bicentenario figura El presbítero Currás. Sermón de la victoria sobre las armas inglesas. Se trata del manuscrito de la homilía, del día de Santiago, en la Concepción. Al ser Currás, entonces, un apellido corriente, en el norte, pródigo en curas y escribanos -decía Quevedo que “un pájaro con cien plumas no se puede sostener, y un escribano con una, sostiene casa, mujer, y dama si tiene alguna”- se ha dudado su autoría. Estoy seguro de que se trata del orotavense don Domingo Currás y Abre, después de cotejar las firmas en el archivo de la Concepción, de La Orotava -gracias a las facilidades del párroco, don Daniel Padilla-, como su antecesor, también brillante orador. Currás, más tarde, fue rector del suntuoso templo villero, donde ejerció durante 25 años (1815-1839). Su arenga, como escribe María del Carmen, tenía ramalazos religiosos y patrióticos, con citas eruditas y de latines. En aquel venturoso 1797, hay que imaginarlo joven y ya pico de oro, a juzgar por el encargo. Precisamente fue Currás el que bautizó, en 1837, a mi biografiado Villalba Hervás.

          Al margen de nuestros “heroicos” tatarabuelos, quiero, por último, referirme a una de las poesías predilectas de don Antonio Zerolo, escrita otro 25 de Julio, el primer centenario. Y predilecta mía también, al ser un canto al asedio, a la ternura de “un canario”, a la enseña nacional. De rabiosa actualidad ahora, a propósito de la publicación de dos disposiciones, adquiriendo el Estado los derechos de la antigua Marcha de Granaderos y regulando el himno nacional. Porque continuamente asistimos al triste espectáculo de poner en entredicho los sagrados símbolos de España. Un maestro de la ciencia política sentenció: “Época sin símbolo, época muerta”. Y un ilustre general, al filo del reciente 12 de octubre, dijo: “Me da envidia cómo tratan otros países su himno nacional”. Terminemos, pues, con “Símbolo”:

               “Atended, que va de cuento:

               Refiere la tradición,  //  que cuando el ronco cañón  //  zumbaba, y el firmamento  //  y la tierra estremecía,  //  en la sangrienta jornada  //  en que dejó demostrada  //  Santa Cruz su bizarría,  //  en la tapia del Convento  //  que el inglés quiso asaltar,  //  un canario sin cesar  //  daba sus trinos al viento.

               Estaba a la luz del sol  //  orgulloso el pajarillo  //  de ostentar el amarillo  //  del estandarte español;  //  y cuanto más afluía  //  la muchedumbre en tropel,  //  más se desataba él  //  en torrentes de armonía.

               Mientras tanto, oyendo el ruido  //  con amorosos anhelos,  //  la madre por los polluelos  //  velaba dentro del nido.

               Fue aquel un día de gloria:  //  en lucha con Inglaterra,  //  los que cayeron en tierra  //  revivieron en la historia.

               Tenía que suceder…  //  Una bala de fusil  //  hizo al pájaro gentil  //  para siempre enmudecer.

               ¡Tinto en sangre, cara al sol,  //  aquel rey de los cantores,  //  mostraba los dos colores  //  del estandarte español!

               -¿Y el nido?- No sé en verdad  //  lo que fue del pobre nido.  //  Sólo sé cuán atrevido  //  murió por la libertad  //   el pájaro de mi cuento:  //  ¡Tal vez los hijos quedaron,  //  y la victoria cantaron  //  en las tapias del convento!...”.

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