Soldaditos de plomo

Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 20 de julio de 1997).

          Eran los ingleses. Poderosa escuadra de guerra que aparecía entre las luces del amanecer.  -¡Ahí están! Son los enemigos… navíos, fragatas, barcos auxiliares. Quienes escribieron entonces refiriendo lo que veían, comienzan con notas concretas. Aparecieron barcos de guerra y se dio la alarma.

          Sonaban arrebatadas las campana de La Concepción, de los conventos. -¿Qué ocurre, qué es?, preguntaban asomando a las ventanas mujeres extrañadas. Corrían oficiales al castillo. Dudaban los tenderos si abrir sus comercios. Soldados por aquí, mensajeros a caballo hacia San Cristóbal de La Laguna, a Güímar, a Arona. Los dictaba y firmaba el general Gutiérrez.

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          Atento a tal batahola estaba Juan Aguilar. Atento también al despacho de barriles de harina, necesarios, ahora más, para alimento de los defensores. Y los anotaba en la libreta; tantos a la de Acosta; tantos a Anita Javiera. Heroínas éstas también en el calor y ajetreo de los hornos. ¡Calor y ajetreo también en Santa Cruz de Tenerife! Estos son detalles que Juan Aguilar destacará en la relación, menos circunstanciada que la del capitán José de Monteverde y Molina, más íntima. ¿Cómo no haría calor, si eran días del mes de julio? ¿Cómo no ajetreo, angustias y temores en espantadas mujeres, púdicas doncellas y ancianos desvalidos? Los tenderos cerraban los almacenes y resguardaban el dinero. Los emisarios del general subían la Cuesta de Piedra, espantando gentes en escapada. Juan Aguilar apuntó datos únicos. Los burros de carga se pagaron a altos precios. Una dama, sofocada de calor y miedo, pedía a gritos los Santos Óleos…

          Las anécdotas de Aguilar están en el telón de fondo. Serán lo normal, el otro lado de los desastres de la guerra. Es más determinante conocer lo que hicieron los jefes, los oficiales, los voluntarios, los artilleros, los soldaditos.

          Nunca llegará a los ánimos de este osado narrador (o cuentista) la difícil facilidad de querer referir lo que muchos sabios doctores de la Historia escribieron y analizaron acerca del intento de desembarco, saqueo o conquista de la plaza de Santa Cruz de Tenerife (y de la isla)...  (NOTA)….. se entreveraban en los planes del contralmirante Horacio Nelson. ¡Pérfida era y ha sido la gran Albión! El lo sabría. Prefiero utilizar una lupa (podría ser “un vidrito” al estilo del que a veces usó el abate Viera) y, con su ayuda, ver los sucesos y sus personajes a mi gusto. Los éxitos del “manco de Tenerife” no me lo ponen por encima de su estrepitoso fracaso.

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          Llegaba la alarma a San Cristóbal de La Laguna. Llegaba un oficio del general para el coronel de Milicias Juan Bautista de Castro y Ayala… Baje V.M. con la gente de guerra que haya, con armas y demás,… avise al Cabildo. El general le hacía invitación a morir. Llegaba la alarma a Arona, a Güímar, a Garachico, a la isla entera. Acudían a Santa Cruz milicias de Canarias y voluntarios, los temibles rozadores campesinos, con sus largas cuchillas, nunca mejor dicho que todos a una, soldados de los Regimientos de Canarias, de Cuba, de La Habana, artilleros del Real Cuerpo…

          Dios pone cataratas en los ojos de los que no desea que triunfen. ¿Quién sugirió a Nelson que sus tropas, llevadas en lanchas, intentaran desembarcar por Valle Seco, el Bufadero y El Ramonal? Tierras duras con montes y barrancos. Algunos ingleses entraron y treparon las montañas y ¿qué hacemos ahora? Los que conocían bien el terreno y lo defendían los rechazaron. ¡A las lanchas y a la escuadra! Le había fallado a Nelson la primera jugada. Sorprendido, con enfado, recibía en su navío a los jefes que volvían vencidos. –Por allí es imposible, señor. Los soldados enemigos salen de entre las piedras y las defienden.

          En Santa Cruz, alegría y un comentario general. –No te fíes, que esos vuelven. Soldaditos por aquí, por allá.

 

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