Anaga (Puerto y puerta - 62)

Por Rafael Zurita Molina  (Publicado en el Diario de Avisos el 29 de abril de 2012).

 

          Cada vez que me impongo releer algún cercano libro sobre la población aborigen de Tenerife, tal como Los Guanches, de Luis Diego Cuscoy (1907-1987), sin remedio me pregunto el por qué no se ha dotado a esta Isla de una organización territorial acorde con su variedad geográfica. Dicho de forma coloquial, proveerla de un traje hecho a su medida.

          “La división política -escribía el recordado arqueólogo- responde no a una caprichosa división de la geografía, sino que el reparto de áreas insulares estuviera justificado por una poderosa razón económica, en este caso, por una inteligente distribución de las tierras teniendo en cuenta la extensión o abundancia de los pastos”. Un mapa de la Isla nos ilustra sobre los límites de los nueve menceyatos, en los que se sitúan los actuales municipios, que suman treinta y uno.

          En el de Anaga, sólo figura la ciudad de Santa Cruz de Tenerife situada en el lugar llamado Añazo, que ya tenía antes de la conquista cierta actividad relacionada con la navegación, en base al cumplimiento de un acuerdo entre don Diego García Herrera (esposo de doña Inés Peraza, señora de las Islas) y el mencey Beneharo: los guanches permitían la explotación de la masa forestal de Anaga -la madera hacía falta en las islas de Lanzarote y Fuerteventura- a cambio de la protección de los ataques piratas que los saqueaban y los hacían cautivos. Podría ser un buen argumento para contar.

          El 3 de mayo de 1493 se produce el primer desembarco de las tropas de Fernández de Lugo en la playa de Añazo. La inminente fecha invita a reproducir unas pocas líneas que figuran en la Historia de Canarias, de José Viera y Clavijo (1731-1813), que, de cierta forma, nos traslada al paisaje del que se considera acto fundacional de nuestra Ciudad: “La festividad de la Invención de la Cruz se celebró el 3 de mayo, en el campo del puerto de Añaza (Añazo), con una simplicidad memorable. Bajo de una gran tienda cubierta de ramos de laurel y construida en el mismo sitio donde estaba enarbolada la cruz que había traído a tierra el general Lugo, se erigió un altar adornado de flores y yerbas olorosas, sobre el cual celebró la misa el canónigo Alonso de Samarinas, que oficiaron fray Pedro de Cea y fray Andrés de Goles, religiosos agustinianos, otros dos franciscanos y algunos eclesiásticos seculares”. Y concluye: “Desde este día se intituló Puerto de Santa Cruz aquella ribera”.

          ¡Puerto de Santa Cruz aquella ribera! En el lugar de Añazo, incrustado en el menceyato de Anaga, se conformó la bahía abrigada por las montañas que tomaron el eufónico nombre del primitivo reino guanche. La escarpada cordillera que, además de propiciar una generosa rada, confiere la singularidad de mostrar un decorado único; original marco que adorna las estampas portuarias. ¿Por qué no postales con los numerosos cruceros que nos visitan? Para considerar.

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