¡A las armas! (Retales de la Historia - 49)

 Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 25 de marzo de 2012).

 

          Se dan ocasiones en la vida de las personas o de todo un pueblo en las que, en medio de una gravísima, alarmante o triste situación, se producen en algún momento acontecimientos que conmueven sus cimientos, pero que al mismo tiempo pueden ser dignas del más rocambolesco y esperpéntico sainete. Así ocurrió en los años 1810 y siguiente, nefastos para Santa Cruz, en los que una asoladora epidemia de fiebre amarilla atacó por dos veces consecutivas su población y diezmó a sus habitantes al enfermar el 85 por ciento de los presentes, de los que fallecieron más de la mitad.

          Era comandante general de las Islas el mariscal de campo Ramón de Carvajal, cuando, sin que quede claro el motivo, el Gobierno envió al capitán general en comisión duque del Parque-Castrillo, que llegó a Las Palmas cuando había cesado el primer ataque epidémico, en enero de 1811, y allí se instaló por el momento. Entretanto, el Ayuntamiento de La Laguna había establecido un cordón sanitario en La Cuesta, posiblemente próximo al castillo de San Joaquín, para evitar toda comunicación con el puerto, lo que motivó gran escasez de subsistencias para los vecinos de Santa Cruz. Según su síndico personero Alejo de Ara, la situación era desesperada y de hambre generalizada, por lo que cuando cesó el episodio epidémico se pidió insistentemente que se restableciera la libre comunicación, demanda que no era atendida por La Laguna.

          Santa Cruz sólo podía recurrir a una autoridad superior, pero habiendo renunciado al mando el general Carvajal en enero, y siendo la única existente el duque del Parque, que seguía en Las Palmas, el alcalde Domingo Madan propuso que se fletara un barco para que el regidor José Guezala fuera a pedirle que ordenara alzar la incomunicación. Y así se hizo. Pero ocurrió que, sin que se conozca el motivo, al salir del puerto el barco que transportaba al comisionado del ayuntamiento, lanzó un cañonazo que se escuchó en el cordón de La Cuesta, y hasta en La Laguna, cundiendo de inmediato la alarma dadas las tensiones existentes entre ambas poblaciones, que habían alcanzado su punto álgido por la negativa de levantar el cordón sanitario.  La Laguna pensó que Santa Cruz se había alzado contra ella, repicaron las campanas, sonaron los tambores, se tocó a rebato, y el corregidor y capitán a guerra con su tropa y los regidores del cabildo, marcharon todos a una hacia La Cuesta, dispuestos a repeler la imaginaria rebelión del que había sido hasta no hacía mucho barrio portuario de la capital. Llegados a Arguijón pudieron comprobar que todo estaba en calma y volvieron sin más a sus cuarteles.

          El cordón se eliminó, por fin, a primeros de abril, y el duque del Parque vino de Canaria en agosto, instalándose en La Laguna en lugar de hacerlo como sus antecesores en Santa Cruz, lo que contribuyó a que, lejos de apaciguarse los ánimos, se diera lugar a nuevos graves incidentes cuando con la llegada del otoño se reprodujo la terrible enfermedad, aunque con menor virulencia, y se volvió a establecer la barrera con la consiguiente incomunicación y problemas para el abastecimiento del puerto.

          La necesidad hacía que de vez en cuando se violara la norma para lograr algún tipo de abastecimiento, con el consiguiente enojo del duque que encolerizado por la insistencia de Santa Cruz llegó a dirigirse a caballo al cordón, soliviantando a los soldados encargados del mismo en contra de los habitantes del puerto y dirigiendo toda clase de improperios e insultos a sus comerciantes, alcalde y regidores. Las relaciones empeoraron cuando, en un alarde de soberbia, ordenó a todas las fuerzas del puerto que se dirigieran a La Laguna con pólvora, municiones y todo su armamento, dejando desprotegidas las defensas y sin vigilancia alguna la cárcel y los prisioneros franceses recluidos en Santa Cruz.

          El alcalde Domingo Madan debió pensar que el límite de lo razonable se había rebasado y, ante lo grave de la situación, informó al nuevo comandante general Pedro Rodríguez de la Buria, que días antes había llegado a Lanzarote, y al que el duque del Parque se negaba entregar el mando. El Ayuntamiento se constituyó en sesión permanente, encargó el mando de las armas al mariscal de campo Luis Marqueli y ordenó el arresto de algunos colaboradores del duque. Pero estas medidas no bastaban. Temiendo represalias, se formó una columna de unos mil hombres, que con seis cañones y la corporación municipal al frente -aunque hay quien dice que iba a retaguardia- y se dirigió al cordón de La Cuesta, decididos a poner fin a la situación a cualquier precio. Es fácil imaginarse el cuadro del aguerrido grupo, trepando por la empinada Cuesta Vieja con toda la impedimenta propia del caso.

          Llegados al cordón de La Cuesta, la tranquilidad era absoluta y fueron informados de que el Ayuntamiento de La Laguna, como ya había hecho el de Santa Cruz, había reconocido al nuevo comandante general, y se ordenó regresar al puerto.

          Y colorín colorado…