... Y Betsy llorando...

Por Enrique Roméu Palazuelos (Publicado en El Día el 3 de agosto de 1997).

 

          Sorprendido, enojado, confuso y más se movía Nelson en el puente de mando del Theseus. Habían vuelto las lanchas, remeros y soldados reposaban echados sobre la cubierta. ¿Creían los de Tenerife que desistiría? Dio una orden a Waller, comandante del navío. Reunión de jefes con él y estudiar nuevos planes.

          También asamblea en el castillo de San Cristóbal, alrededor del general Gutiérrez. Sosegados, hasta alegres. El león no era tan fiero, aunque temible. La escuadra enemiga permanecía amenazadora. ¿Por dónde seria el segundo ataque? ¿Cuándo? Seguro, tranquilo, razonador estudiaba el general las posibles intenciones de los ingleses. ¡Por aquí no! ¿Puede ser por el desembarcadero y apoderarse del castillo? Sea lo que sea, todos atentos en la línea de la costa. Más durante la noche, que son capaces de...

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          Entraban en la cámara del contraalmirante. Serios, preocupados, Con Waller, Thomas Troubridge, comandante del Culloden. Samuel Hood, del Zealous. Berkeley, de La Esmeralda. Decidido, aunque esperando irónica pregunta de Nelson: -Tú decías que era fácil, Richard Bowen, raptor con su fragata Terpsychore de El Príncipe Fernando y La Mutine. Gibson, de la Fox. ¿Quién falta? El teniente Fremantle. Sonrisas. -Estará en su fragata Sea Horse con su Betsy. -Ahí llega. Se acomodan como pueden y atienden las explicaciones de Nelson, que sostiene en la mano derecha un plano de Santa Cruz.

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          En la fragata Sea Horse, Betsy, señora de Fremantle, aguardaba al esposo. Intranquila y preocupada, pensando: -¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me meto en estos jaleos? Ay, Señor, cuánto tarda mi maridito!... Ahí viene. Volvía con cara de pocos amigos. -¿Nos vamos? -Poco conoces a Nelson. No nos vamos, quiere acabar esto como sea. Hoy, a media noche, atacaremos la plaza, mañana será nuestra.

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          -¡Ahí están! Llegaban las lanchas con los ingleses. Amparadas por la Fox. El contraalmirante Nelson en la proa de una, de pie, sable en mano. En otra que se acercaba al muelle, Richard Bowen. ¡Ahí están! Estalló la alarma en la línea de fuego. ¡Fuego… Fuego!

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          Intentaba Betsy ver y oír, conocer. Largos tiempos los de quien espera. Apoyada en la borda del Sea Horse percibía el ronco son de los cañones y el seco de la fusilería, una súbita e intensa llamarada. Venía un lanchón y corrió a la escala. Subían hombres heridos, muertos. Preguntó a un remero: -¿Qué está ocurriendo? ¿Sabe algo de mi esposo? -Señora, esto va mal. Ellos se defienden bien. De otra lancha nos dijeron que se hundió la cañonera con muchos nuestros…, del señor Fremantle no sé, pero sí que al jefe, al señor Nelson, lo alcanzo y malhirió una bala de cañón y lo llevaron al Theseus. Se echó exhausto. Betsy lloraba.

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          Amanecía. Algunas lanchas con tropas llegaron empujadas por el viento, cerca del barranco, por donde el convento de Santo Domingo. No habla defensores por allí y Samuel Hood, jefe del grupo, se apoderó del convento. Se metió en la ratonera cercados enseguida por los defensores tinerfeños. Comenzó el cuento de la gallinita ciega. ¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde está el castillo? ¿Vienen más refuerzos? ¿Y Nelson…, y Bowen? Desconcierto, confusión, impotencia. El ratón jugaba con el gato, el león no cogía el chicharro. No llegaban más ingleses; en el muelle, entre un grupo de cadáveres estaba el de Bowen, muerto bravamente en feroz lucha cuerpo a cuerpo y al comandante jefe le habían cortado, casi arrancado, medio brazo derecho. Poco podía hacer Samuel Hood. Después de inútiles fanfarronadas, entraba, contrito y humillado, con la bandera blanca de la rendición en el castillo que quiso y no pudo conquistar.

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          -jQué le ocurre, fray Juan, que le veo con cara de malhumor? Hoy es día de estar contentos. -¿Cómo estaría fray Andrés, si...? ¡Pues no va ese blando de nuestro general y deja que las tropas de esos herejes formen en la plaza con sus fusiles y banderas!. -No me hable mal del general. Es un caballero y... además ya sabe. A buena cazuela, mejor cucharón. Bueno ha sido don Antonio.

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