Introducción al libro "El Santo en Tenerife" traducido por Emilio Abad Ripoll

A cargo de José Luis García Pérez

 

          Hace muchos años veíamos con pasión, en el único canal que nos ofrecían por la televisión en las islas, las películas de “El Santo", cuyo protagonista, llamado Simon Templar, hacía las delicias del público desbaratando los sucios negocios de una sociedad corrompida. Quién nos iba a decir que, pasados tantos años, en esta obsesión por recopilar todos los libros extranjeros que hablan de Tenerife, descubriéramos que uno de los episodios de este personaje transcurriría completamente en las calles santacruceras.

          Hemos localizado esta obra a raíz de un artículo de John A. Gaze -autor hoy del prólogo de este trabajo-, publicado en un matutino canario, en el que nos contaba las peripecias de su padre, un conocido personaje inglés radicado en estas tierras. En un apartado, relataba que su progenitor había conocido en Canarias no sólo a Marlene Dietrich sino también a un afamado novelista llamado Leslie Charteris, que había llegado a la isla en 1935 para escribir una novela ambientada en Tenerife. Mr. Gaze entabló con él una gran amistad, hasta el punto de conseguirle la estancia en una de las torres del Hotel Orotava, al tiempo que lo tenía como asiduo cliente en el bar que él regentaba en Santa Cruz, el Oasis Bar, más conocido como el British Bar. A partir de estos datos, y contando con el trabajo de otro gran amigo inglés, Ken Fisher, que nos asesora en estos menesteres, revisamos todas las novelas que, desde aquel año, Leslie Charteris había publicado y nos entregamos a ojearlas para ver si en algún capitulo aparecía la palabra Teide, Tenerife u Orotava, y cuál fue nuestra agradable sorpresa al ver no sólo los típicos nombres de nuestra isla, sino que toda la trama transcurría en nuestras calles y hoteles, con la misma acción a la que nos tenia acostumbrados este singular personaje.

          Leslie Charles Bowyer Yin había nacido en Singapore (entonces colonia británica) el 12 de mayo de 1907. Más adelante, cuando contaba 19 años, cambió su nombre por el de Leslie Charteris por el que es actualmente conocido, aunque su fama se la deba a ese singular personaje de Simon Templar -más conocido por “El Santo”- del que sentimos una mágica nostalgia al recordarlo en aquel Volvo P l800 a través de nuestras pantallas. Su madre era inglesa, pero su padre, S. C. Yin, era un destacado médico chino, descendiente directo de los emperadores. El joven Charteris tenia bien claro que, si quería triunfar, tenía que desplazarse a la tierra prometida, Norteamérica, a la que se dirigió cuando contaba 25 años sin apenas dinero en sus bolsillos pero muy confiado en su buena estrella. Aunque no empezó en esas tierras con mucha suerte, sin embargo, con el paso de los años, fue una figura conocida que llegó a los mismísimos estudios de la Paramount para convertir sus novelas al celuloide bajo la fuerza arrolladora de aquel personaje que le llenaría de gloria y fama: “El Santo”, que en el cine sería interpretado por varios artistas a lo largo de diferentes generaciones, como Gary Grant, Douglas Fairbanks Jr. o finalmente Roger Moore, en obras como El último héroe, El Caballero Templar, Alias El Santo, El brillante bucanero, El Santo en Nueva York, etc.

          Fue tal el impacto de este personaje charteriano que en su época se decía, y posiblemente aún hoy se diga: “el hombre que no conoce al Santo es como el niño que nunca ha oído hablar de Robin Hood”.

          La obra que escribe en Tenerife se titula Thieves’ Picnic, que bien podría traducirse por La merienda de los ladrones o, quizás más acertado por el contenido de la obra, por El botín de los ladrones. Editada por Hodder y Stoughton (Londres), en 1937, representa el volumen número 17 de la saga de "El Santo" y ha llegado hasta su 8ª edición. Es un libro notable que habla de las escapadas, heroicidades y maravillosas aventuras de este gran bucanero del siglo XX, que Leslie Charteris elevó a las más altas cumbres.

          El argumento es el típico de las obras que tienen como protagonista a Simon Templar “El Santo”. Aquí el misterio y la acción se mezclan en esta ocasión con nuestras calles santacruceras, utilizando los vericuetos de los callejones que rodean a la Plaza de la República (hoy Plaza de Candelaria), lugar con el que se deleita Charteris narrándonos el diario acontecer de este espacio urbano. En sus personajes van apareciendo los comentarios que el autor le dedica a este lugar, como así dice en una ocasión: “La Plaza estaba ya casi desierta. Santa Cruz se va a la cama temprano, por la convincente razón de que no hay nada más que hacer”.

          La trama, además de tener como escenario la Plaza de la República y sus alrededores, está también centrada en los populares hoteles santacruceros, como el Orotava (situado en aquellos años en la esquina de la misma plaza) y el Hotel Quisisana, donde Charteris aloja a sus misteriosos personajes que acaban de desembarcar en el Puerto de Santa Cruz después de un largo viaje. Desde esos hoteles nos va dando datos que pueden ser interesantes para un mejor conocimiento de estos establecimientos en aquellos primeros años del siglo XX. En los bancos de la Plaza el Santo se sienta y fuma sus cigarrillos, al tiempo que ve pasar la misma gente hacia el mismo lugar cada día, y en una agencia de viajes próxima ojea el periódico La Tarde, simulando que no sabe español, aunque lo hable, según sus propias palabras “como un castellano”.

          Muestra Charteris, a través de su novela, la vida diaria de nuestra ciudad, con esa tranquilidad aparente donde se pueden ejecutar las mejores operaciones mercantiles y donde el tráfico de diamantes y joyas es fácil de realizar en un Puerto en el que todo está en calma y parece que nunca pasa nada. Al mismo tiempo, al contar en su obra con los taxistas canarios, a los que utiliza constantemente, nos va relatando la vida diaria de ese Santa Cruz de principios del siglo XX. Aprovecha los enormes deseos de charlar que estos personajes tienen, en una ciudad donde todo transcurre despacio, donde apenas llega el correo, y la gente pasa tranquilamente su vida haciendo lo que realmente tiene que hacer A través de las ventanas de esos taxis, comenta con ellos las circunstancias de la vida de Santa Cruz y los ojos azules de Simon Templar no pierden ocasión para admirar la belleza de las mujeres canarias. Es anecdótico que un conductor, aunque no de taxis, sino a sueldo de los villanos, es uno de los que aparece asesinado casi al final de la obra por haberse metido muy a fondo en la trama y saber más de lo que tenía que saber.

          Es curioso observar en la obra el nombre de tantas calles de Santa Cruz, donde siempre estaban apostados los guardias, o como bien dice el autor en alguna ocasión, “los guardias de asalto”. Estas calles, en boca de los personajes, tiene distintos nombres, hasta que los propios taxistas le otorgan el verdadero, como así ocurre cuando “El Santo” le pide a uno de ellos que le lleve a la Calle del Dr Allart, y el conductor “no se aclara” hasta descubrir, tras prolijas explicaciones, que se trata de la que “nosotros llamamos la Calle del Sol”. Algo parecido ocurre con la Calle del Dr. Comenge, o de San Francisco, dando pié a un comentario sarcástico del autor sobre el conocimiento que los santacruceros tenían de los nombres oficiales de las calles. Calles y azoteas que “El Santo”, en su peculiar estilo de perseguir a sus enemigos, utiliza constantemente, dándonos con ello una visión de nuestro “modus vivendi” a través de la novela.

          Como era de esperar, y ha ocurrido así con casi todos los viajeros escritores, Leslie Charteris no sólo destaca el Teide en su novela, donde naturalmente aparece como símbolo de nuestra isla, sino que también hace mención del buen tiempo que normalmente disfrutamos cuando dice que ha reservado una habitación en un hotel porque “aunque el clima aquí es bastante bueno, no me apetece dormir bajo un árbol”. Y cuando Charteris pone en la boca o en el pensamiento de “El Santo” algún comentario sobre algo que no le gusta del entorno, no hace más que reflejar, quizás cargando un poco las tintas, la realidad social que se vivía en nuestra tierra en los momentos en que la acción se desarrolla.

          Es tanta la relación de sus personajes con el ambiente canario que “El Santo” recuerda en la novela que solía lustrarse sus zapatos cada mañana en los alrededores del Casino y que, en un viaje anterior a Tenerife, llegó a trabar amistad con uno de los limpiabotas al que utilizaba diariamente no sólo para el embellecimiento de su calzado, sino para ir conociendo un poco más a ciertos personajes que veía entrar y salir de bares próximos, como el “Alemán” o el “British Bar”. Es anecdótico que el lustrador canario, cuya esposa espera un hijo, cuando éste nace le pone por nombre Simón, en honor al Santo, y el orgulloso padre, cuando vuelve a encontrar a Templar en esta tierra le pide que vaya a su casa a conocer a “Simonito”.

          Pero lo más curioso de esta novela es que está llena, con la propia grafía española, de una inmensa cantidad de expresiones, la mayoría de ellas canarias, que “El Santo” y sus acompañantes llegan a aprender después de tratar diariamente con los típicos personajes, como los limpiabotas y los taxistas. Así vemos frases como “señor, ¿me comprende?”, “conque andando”, “so loca”, “oiga usted”, “cómo que no?”, “una perra chica”, “está cerrao”, etc.

          Aparte de esas frases, también Charteris utiliza nombres de personajes que viven en Canarias, estando algunos relacionados con su trama, como ocurre con las familias apellidadas Benítez, Hernández, Pérez, Galán, etc.

          Ahí queda, pues, otra nueva obra descubierta en estas nuestras pequeñas investigaciones que, gracias al buen trabajo de Emilio Abad Ripoll, ha quedado traducida y sale a la luz pública para deleitarnos con “El Santo” en Canarias.

          No queremos acabar nuestra introducción a esta obra sin destacar el valioso papel que ha llevado a cabo Emilio Abad Ripoll, pues, gracias al inmenso cariño que siente por estas islas, se entregó desde un primer momento a esta difícil tarea de la traducción, un trabajo elegante que se adentra en la jerga que suelen utilizar los personajes de Charteris, haciéndola jugosa y atractiva. Sin embargo, no queda ahí la labor de Abad Ripoll, sino que nos ofrece, con total entusiasmo, unas notas a pie de páginas que son muy sugestivas e interesantes para seguir conociendo nuestra historiografía, aprovechando cualquier dato que el autor británico deja en el aire. Para culminar su labor, el traductor no duda en ilustrarnos a lo largo de toda la novela con excelentes fotografías de aquellos tiempos, haciendo con ello más realista la novela charteriana, realismo que llega a sus más altas cotas al introducirnos en la misma un añejo billete de lotería - “leit motiv” de la obra-, fruto de una incansable labor del amigo Emilio Abad Ripoll, al que auguramos un rotundo éxito y le animamos a seguir sacando de ese baúl de los recuerdos tantas otras obras inglesas que interesan a la historiografía canaria.

          Estamos seguros de que el pueblo canario y todos los asiduos lectores de las novelas de Leslie Charteris encontrarán en esta obra unas páginas deliciosas escritas hace muchos años, al socaire de una plaza llena de añoranza e historia.

          Vaya en nuestras últimas líneas nuestra más pura admiración por el trabajo de Abad Ripoll, hombre presente por afanes y directrices de su oficio en escenarios clave de la historia más reciente de Europa, y que ha sabido trasladar a la esencia de su trabajo la sensibilidad que ha atesorado y acrecentado en multitud de misiones humanitarias. A través de las miradas, del roce de las manos y de las voces de las personas que conoció en momentos de incertidumbre, sabe imprimir al texto ese matiz cálido y acogedor -propio de alguien acostumbrado a ofrecer seguridad y refugio a los que lo rodean- seguridad y refugio que el lector percibirá ampliamente a lo largo de estas páginas.

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