Ernesto Valcárcel en la Academia de Bellas Artes

A cargo de Sebastián Matías Delgado Campos (Salón de Actos de la Real Academia de Bellas Artes, Santa Cruz de Tenerife, el 7 de julio de 2009).

 

          Ernesto Valcárcel ingresa hoy como Académico de Número en esta Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel y lo hace adscrito a la Sección de Pintura. Parece lo más lógico que fuera un miembro de esta Sección quien contestara a la alocución con la que nos ha deleitado, realizara el alegato laudatorio y diera la bienvenida al seno de nuestra Institución.

          Sin embargo, él ha querido que sea el modesto miembro de la Sección de Arquitectura que les habla, el que corriera con este honroso cometido, con lo que, sin duda, sale cualitativamente perdiendo ante la imposibilidad de que este circunstancial orador sea capaz de estar a la altura de su disciplina y a la que sus muchos méritos le hacen acreedor.

          Claro está que Ernesto Valcárcel es colega en el menester de construir, pero es un arquitecto que pinta o, por mejor decir, un pintor que construye espacios, como pretendo justificar ante ustedes más adelante. Y, no es sólo eso, es también  profesor, crítico, literato, generador, impulsor y propulsor de múltiples actividades artísticas y no sé cuántas cosas más, siempre con el común denominador de girar incansablemente en torno al arte.

          Y aunque siempre he rechazado simplificar la compleja realidad que somos con definiciones, acotaciones o etiquetas, lo más sencillo, pero certero, es  afirmar que Ernesto Valcárcel es esencialmente un artista, en la mejor y más generosa dimensión de esta palabra/idea, y lo es por aptitud (aguda percepción, fina sensibilidad, capacidad técnica y sólida formación intelectual) y por actitud (inquietud rebelde e inconformista, atrevida especulación, fidelidad a su compromiso personal y decidida voluntad creativa e innovadora).

          Estoy seguro de que, después de escuchar el sorprendente parlamento que hoy ha pronunciado ante nosotros, habrán podido apreciar, con claridad, que Ernesto Valcárcel es artista de talento, seriedad y madurez y que, tras el ropaje una veces barroco, casi gongoriano y otras en apariencia sencillo (que no simple) de su obra (que a algunos hasta podría parecerles epidérmico, banal, frívolo o intrascendente), se esconde la solidez de su pensamiento y de sus planteamientos, que nutre a sus manifestaciones de un significativo sentido estético e intelectual, para gozo de aquéllos que, esforzándose en adentrarse en sus contenidos, alcancen a  encontrar la consistente densidad de sus mensajes.

          Me interesa decir aquí que no creo en ese mito tan común que supone que el artista es un ser tocado de una gracia superior que recibe el don de la inspiración y la manifiesta a los demás; a decir verdad, no creo en la inspiración sino en el trabajo, como ya se ha dicho, el artista no nace, sino que se hace.

          No conozco una sola verdadera obra de arte, que no sea el producto de un notable esfuerzo personal para conseguirla. Ni el Quijote, ni Las Meninas, ni el Escorial, ni las esculturas de Alonso Berruguete, ni la monumental aportación a la polifonía de Tomás Luis de Victoria, son obras que puedan explicarse a partir de la inspiración. Todas son, en primer lugar, fruto de su tiempo, pero también es necesario decir que sus autores las buscaron, las trabajaron y fueron capaces de obtener los tan altos resultados que desafían al tiempo.

          Con esto quiero decir que Ernesto Valcárcel no es casualmente un artista, sino voluntariamente un artista, un verdadero trabajador del arte, un tenaz buscador de sensaciones y de emociones y un intencionado mensajero del intelecto.

          Muchos y muy sesudos críticos se han ocupado de forma muy elogiosa de las distintas etapas y los diversos modos de su siempre original quehacer artístico y, junto a ellos, mi ignorancia me hace sentirme en inferioridad.

          Por tanto, y como dicen que la ignorancia es atrevida, aún a riesgo de pasarme en mi atrevimiento, voy a centrar mi intervención en la reflexión que su discurso y su obra han provocado en mí, que es finalmente lo que, según creo, debe ser la pretensión de cualquier mensaje artístico.

          Quiero ir más allá de esa recuperación, también para el arte, de su “siniestra destreza” que le lleva como a Leonardo a escribir las palabras en sentido inverso, pues mientras que un diestro al escribir de izquierda a derecha va dejando al descubierto su escritura, un zurdo, al hacerlo en igual sentido, la va cubriendo con la mano, por lo que lo más natural, en este caso, sería hacerlo de derecha a izquierda como los árabes. Ernesto Valcárcel escribe de izquierda a derecha invirtiendo el orden de las letras y obteniendo así nuevas, sorprendentes y originales palabras, como esa que adjetiva a sus manuscritos, sacada, como ya ha explicado de su segundo apellido (nos ha dicho que Pessoa, como los portugueses anteponen el apellido materno) y que igual podía haber sido LECRACLAV  si hubiera utilizado el primero.

          Pero esta actitud no debe ser entendida como un simple juego, por divertido que pudiera resultar, porque, en realidad, nos está indicando que su arte (¿el arte?) no debe ser leído sólo de forma directa, diríamos “ortodoxa”, sino también invirtiendo y trastocando nuestros esquemas previos, “rompiendo moldes”, como ahora se dice y abriéndonos a toda experiencia nueva.

          Y es para mí muy significativo que haya recurrido a Marcel Duchamp, el tercer miembro de su “santísima trinidad” particular, que:

               “acusaba de retiniano el criterio exclusivamente visual,…..cuando en realidad es nuestro cerebro, nuestra “materia gris”, nuestra actividad neuronal, nuestros conceptos y esquemas de valores, los mecanismos determinantes de la calidad de nuestros gustos, apetencias y pasatiempos”...

          a lo que Varcárcel añade, como antes hemos oído:

               “Mi conclusión es que cada cual tiene -en lo relativo a las preferencias estéticas- la retina que se merece, aquella que se ha ocupado de adiestar, de educar, de alimentar”.

          Pues bien, un repaso “retiniano” a su obra, entendido este término en la más profunda dimensión expresada por el artista, me lleva a opinar que Ernesto Valcárcel es un creador de espacios (cosa por demás muy coherente con su otra ocupación de arquitecto), y para fundamentar mi opinión me permitirán ustedes una breve disquisición sobre el concepto de espacio, que resulta, por otro lado, indispensable para un arquitecto.

          En un estadio elemental de entendimiento del espacio se considera que éste es el lugar en que pueden estar las cosas. Esto es admitir que tanto las cosas como el espacio son realidades diferenciadas que pueden no estar relacionadas, porque no se necesitan mutuamente, tanto que incluso es posible (como los matemáticos) hablar del espacio vacío.

          Avanzando un poco más en su entendimiento, llegamos a decir que el espacio es lo que hace posible que las cosas estén, pues no es posible la existencia de las cosas si no están en alguna parte, lo que establece entre las cosas y el espacio una relación necesaria que supone una dependencia de aquéllas respecto de éste.

          Si subimos otro peldaño en este ejercicio de entendimiento podemos llegar a afirmar que el espacio, en si mismo, no existe, sino que es el resultado de la interacción de las cosas al estar. No cabe decir nada del espacio vacío, son las cosas las que al estar de una forma u otra, generan un espacio u otro. Si, en este contenedor que nos alberga cambiamos, por ejemplo, la posición de los muebles, o el color de las paredes o del suelo, abro o cierro las ventanas, enciendo o apago la luz, o simplemente cambio la posición de los cuadros o esculturas que lo adornan, obtenemos cada vez un espacio distinto, lo que demuestra que éste es una consecuencia de las cosas.

          Pero aún cabe hacer más observaciones: dentro de este contenedor en que nos encontramos, no percibe el mismo espacio una persona que se halle en el fondo de la sala que el que está aquí ante este atril; y aún más, dos personas distintas situadas en el fondo tienen distinta percepción del espacio, viven espacios diferentes, aún cuando estén en situación similar.

          Ello quiere decir que el espacio es una creación de nuestro pensamiento, una realidad conceptual a partir de nuestras sensaciones y nuestra memoria, es decir, nuestra experiencia, y por tanto algo verdaderamente subjetivo, personal e intransferible.

          Ahora parece que encajan a la perfección las afirmaciones de Duchamp y de Valcárcel que antes les cité, y ahora puedo sustentar parte de esa mi opinión de que nuestro nuevo Académico es un creador de espacios.

          Basta seguir la evolución de su obra, desde la esculto-pintura (la pintura en tres dimensiones con la inevitable referencia a nuestro querido Manolo Millares), pasando por la plena pintura bidimensional, hasta la pintura arquitectónica, pues sus cada vez más cuidados montajes son engendradores de espacios arquitectónicos, para confirmarlo.

          Y un ejemplo muy claro es ese Jardín Caligráfico, realizado precisamente en la sala de exposiciones del Colegio de Arquitectos, en donde los miles de folios que cubrían las paredes, no sólo constituían un contundente discurso plástico, sino que conformaban un espacio arquitectónico original que envolvía de forma casi opresiva y alienante al espectador, que sumergido en él, se enfrentaba a preguntas tales como: y esto ¿por qué y para qué?

          La relación entre la Literatura y las llamadas artes plásticas se establece a través de la escritura que puede ser, y de hecho es, un objeto estético. Esto es algo conocido desde antiguo, basta con reparar en el uso que de su sinuosa caligrafía como elemento decorativo hicieron los árabes o en el indudable valor plástico de la escritura cuneiforme de los asirios y más aún de la jeroglífica de los egipcios, que pasa de los signos a la pura representación formal. Pero también de la representación o traducción plástica de un texto, como en el teatro o en el cine.

          E incluso las partituras musicales, con su tan sugestivo lenguaje de signos, son evidentes objetos estéticos, hasta el punto de que, en algunas obras modernas, la estructura formal sigue pautas de composición puramente visuales; y no digamos del valor plástico y estético que se evidencia en la ejecución de cualquier obra, bien sea de danza o en la simple materialización de un concierto (intérpretes, solistas o directores), por la coherencia profunda entre música y movimiento. Esto viene a echar por tierra esa división, tan convencional como inconsistente, de las Bellas Artes, que considera a unas plásticas y a otras no.

          Pero volvamos al Jardín Caligráfico, los miles de folios que cubrían las paredes no estaban en blanco, ni llenos de signos sin sentido, ni con impersonal escritura mecánica o electrónica; eran reproducción fiel de manuscritos del artista a lo largo de su ya extensa e intensa trayectoria; son, concreción plástica de su pensamiento y, en algún modo, el testimonio de su secuencia intelectual.

          La escritura caligráfica es profundamente personal (no hay dos personas que escriban de igual forma), hasta el punto de que, de la lectura de sus rasgos, se ha construido la ciencia grafológica. Así que en estos folios se contiene por simple análisis estético el carácter de su autor (basta con reparar en su firma), en el que inevitablemente está implícita su inquietud plástica. Digamos que, a través de la forma, el autor se nos muestra en una de sus dimensiones más auténticas.

          Pero el mensaje no queda ahí, porque en esos textos (que el autor supone que nadie va a tener la paciencia de leer) se contiene su posición frente al fenómeno artístico y sus logros y fracasos (y en este último aspecto, este Jardín Caligráfico viene a ser como su particular Muro de las Lamentaciones) habidos en la búsqueda de una forma de expresión que sirva para transmitirnos su mensaje y, por ello, deviene en un enorme ejercicio de honestidad. Es una auténtica confesión, que a nadie más que a él importa, una catarsis personal necesaria.

          Ël mismo ha dicho, a propósito de estos textos que:

               “su ejecución originariamente manuscrita se transmuta aquí en epidérmica textura espacio-temporal, secreción del pensamiento ….”

          ¿No es ésta una clara confirmación de que el espacio es un ente intelectual, una creación temporal del pensamiento?

          Así que además del mensaje plástico, esta muestra contiene un mensaje extrasensorial y, porque no existen solamente las cosas tangibles, los objetos, sino que también existen las sensaciones, las emociones y los sentimientos, Valcárcel crea de esta manera espacios intelectuales trascendentes entre él y el espectador, tensiones y climas emocionales en el tiempo, pues tampoco se entiende el espacio sino cambiando. Y todo esto supone una aportación de indudable valor artístico.

          Basta con leer los títulos eminentemente literarios, a veces rayanos en el esoterismo, de muchas de sus obras y  exposiciones para confirmar que no se trata sólo de enviarnos mensajes plásticos:

               - MATERIA, RITO Y ALQUIMIA
               - LOS ESPACIOS INACCESIBLES
               - SECUENCIAS DE UN ÁMBITO ONÍRICO
               - LA MITOLOGÍA NINTRA (1982)
               - LAS LIBIOLÁPTIDAS (1982)
               - ACITAICINI EVALC (Clave iniciática)  (1983)
               - ECNO ARUTNIP (Pintura once) (1983)
               - OVITAGEN OMSITAMOTUA (Automatismo negativo)  (1983)
               - LEBAB ED ERROT AL (La torre de Babel) (1984)
               - EL FRAGMENTO COMO CÉLULA PLÁSTICA (1986)
               - TRANS-ICONICUM XII (grabados) (1987-88)
               - Ilustración de una breve Historia del Arte (1987)
               - POLÍPTICO (1987)
               - EL OSCURANTISMO (1987)
               - EL INTRUSO ESCATOLÓGICO (1987)
               - SECRECIONES TELÚRICAS DESDE EL SUBTRÓPICO MACARONÉSICO (1987)
               - EL PRODUCTO SUBLIME (1989)
               - ESTO (1992)
               - CAOS Y EQUILIBRIO (1992)
               - CLAVE (Clave) (1992)
               - EL ELENCO SILICTIODE (1993)
               - FRAGMENTARIUM (2003)
               - EL JARDÍN CALIGRÁFICO (2003)

          El propio artista aclara, a propósito de este último:

               “nunca se me había resistido tanto la elección del título -generalmente metafórico- de una exposición personal, siendo esta elección una de las fases más satisfactorias y jubilosas del proceso habitual, puesto que este título suele surgir de un proceso natural, cuando la totalidad de las obras se encuentran terminadas o a punto de concluir. Es el último tramo de un largo y sinuoso camino”.

          Por lo dicho, creo poder reafirmarme en que Ernesto Valcárcel, maestro en la utilización casi obsesiva de la metáfora, es un creador de espacios, un creador de espacios artísticos, un especulador de lo que él mismo llama “el producto sublime” en su doble dimensión plástica e intelectual. Él mismo lo expresa así:

               “la única actividad humana capaz de transmutar la materia en un producto sublime, es la actividad artística, pues la única utilidad de este producto estriba en activar nuestra emotividad e imaginación a través de nuestros sentidos, estimulando así una de las fuentes esenciales del pensamiento y consecuentemente de la comunicación, de la teorización, y de la asimilación, perfeccionamiento y purificación de la experiencia”.

          Ernesto Valcárcel se nos muestra, por tanto, como un artista dotado de una fuerte carga conceptual y, su arte, inevitablemente, es buen testimonio de ello.

          Juzguen ustedes con cuánta propiedad se le ha llamado para formar parte de nuestra Academia, en el sentido más platónico del término.

          Debiera terminar aquí, pero caigo en la cuenta de que he omitido ese aspecto tan engorroso de desgranar su extenso y meritorio currículo. No voy a hacerlo con detenimiento, es realmente innecesario; sólo apuntaré abreviadamente:

               - que nuestro artista empezó a pintar ya desde edad temprana, en plenos estudios secundarios;

               - que nunca abandonó esta actividad durante sus estudios superiores de arquitectura, por los que sin embargo sacrificó exposiciones en Madrid y Nueva York;

               - que ha sido ganador de un buen número de premios en las exposiciones regionales de pintura y escultura;

               - que ha realizado numerosas exposiciones individuales y ha participado en gran cantidad de colectivas;

               - que ha expuesto, además de en nuestra región, en Madrid, Barcelona,. Vitoria, Murcia, Lisboa, Viena y Nueva York;

               - que ha simultaneado este quehacer con el ejercicio de la arquitectura, siendo autor de un buen número de trabajos, siempre excelentes, como habrán podido comprobar ustedes en la proyección que me acompaña del Centro de Desarrollo Turístico Costa Adeje;

               - que, desde 1981, en que concluyó esta carrera, es profesor de la Facultad de Bellas Artes;

               - que ha sido Presidente de Sección de Pintura/Escultura del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, organizador y comisario de diversas exposiciones y comentarista y teórico de arte;

               - y que, por si todo esto fuera poco, es persona cordial y de extraordinaria calidad humana.

          Así pues, Ernesto Valcárcel ingresa en nuestra Institución y ello, más que un acto de reconocimiento lo es de justicia interesada, porque la Academia, al honrarlo se honra con su concurso, de cuya profesionalidad y juventud esperamos todos lo mejor. Yo le doy, muy sinceramente, mi más cordial bienvenida y solicito para él, el aplauso más sentido y merecido.

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