Presentación del libro "Historia y Patrimonio histórico. La restauración de la imagen de San Roque y de su Ermita"


A cargo de Sebastián Matías Delgado Campos  (Salón de Actos del antiguo convento franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles, Garachico, Tenerife, el 18 de febrero de 2004).

 

          Hace ya algunos años recibí una llamada desde Garachico proponiéndome actuar como mantenedor en la Fiesta de las Tradiciones que tiene lugar en el mes de agosto, dentro de los festejos de San Roque. Por desgracia para mí, coincidió con uno de esos momentos de agobio laboral que a veces tenemos que vivir los profesionales en ejercicio libre y hube de rechazar aquella propuesta a todas luces tan honrosa como inmerecida para quien, como el que les habla, posee tan escasas cualidades.

          Pueden creerme que, aquella negativa me dolió en el alma y que aún continúo lamentándolo, porque era la primera, y hasta hoy la única vez que he dicho NO a algo que me pedían desde Garachico, ese lugar que me enamoró desde la primera vez que lo conocí.

          Así que, cuando esta vez me llamaron para efectuar la presentación de un libro que gira en torno a San Roque y Garachico, no lo dudé ni un instante, ya que ví en ello la oportunidad de lavar aquel pecado de omisión, de saldar una de esas deudas interiores que, como todos sabemos, son las que permanecen con más fuerza en el tiempo, siquiera fuese con la modestia de quien siempre ha tenido más de técnico y de enamorado de la Historia que de orador o de juglar, pero también  con la brevedad que este acto me exige y, sobre todo, con la discreción que yo mismo me impongo, por cuanto no debe perderse de vista que los protagonistas de este acto deben ser, siempre, el libro y sus autores.

          No puedo precisar en que momento de mi vida visité por primera vez Garachico. Se que fue hace algo más de 40 años, cuando ya era joven, universitario y aficionado al arte y a la historia y que la sensación que tuve fue la de estar en un lugar plácidamente dormido en sus pasadas grandezas de las que era testimonio indiscutible su nobilísima arquitectura. Pero esa solo fue una impresión superficial que tendría que rectificar más adelante.

          Sostengo que el documento más fidedigno de la historia no son los escritos que, salvo los protocolos notariales, son con demasiada frecuencia subjetivos, sino la arquitectura, el marco físico, público y privado, que la sociedad ha modelado para desarrollar en él su proyecto de vida colectivo.

          Entender a un pueblo pasa, en mi particular forma de análisis y en primer lugar, por leer su historia en su arquitectura. Aprender a leer su arquitectura es un ejercicio necesario si se quiere saber de verdad las razones más profundas de una colectividad.

          Es demasiado frecuente que personas que han viajado a tal o cual lugar, hasta entonces desconocido por ellas, te cuenten sus impresiones tan subjetivas como superficiales de las vivencias de unos pocos días y se atrevan a decir que los de aquel sitio son de esta u otra manera. Yo siempre he preferido sumergirme en su patrimonio mueble e inmueble y preguntarme como tiene que haber sido el pueblo capaz de engendrarlo y mantenerlo. Entonces se obtienen respuestas mucho más serias, más justas, que permiten formar una opinión con mayor fundamento.

          Y allí, delante de mí, estaba el Garachico del trazado tan orgánico como racional, en el que las calles principales parecen arcos de círculo concéntricos en coherencia con su línea de costa, mientras las transversales parecen varillas de un abanico ideal cuya charnela imaginaria se localizara bajo el volcán.

          El Garachico del Castillo de San Miguel, recio e impasible ante los bravos embates del océano.

          El Garachico de las múltiples casonas de interés: la del Lamero, con su espectacular escalera, la Casa de los Cabrera Revilla, la de los Ponte y tantas otras dominadas por la noble estética de la madera y, sobre todo, la imponente Casa de los Condes de la Gomera y Marqueses de Adeje, popularmente la Casa de Piedra, que aunque reducida a la sola crujía de fachada domina con el bellísimo diseño de su portada de soportes pareados la escena del espacio urbano más significativo: la Plaza de Arriba.

          Era el Garachico de las dos parroquias (como La Laguna y La Orotava) de las que la de Santa Ana es, sin duda uno de los más bellos templos de la isla y aún del archipiélago por la elegancia de sus portadas, el refinamiento de sus soportes interiores y la diafanidad de su espacio basilical; el de los cinco conventos, (igual que La Orotava y sólo superados por los seis de La Laguna y Las Palmas) de los que uno de ellos desapareció tras la desamortización y de otro apenas queda la portada de ingreso y parte de la fachada lateral de lo que fue su templo, pero en el que aún permanece en su hermosa integridad el de los franciscanos y parcialmente los otros dos, con sus templos de  interesantes portadas y sus techos con bellos artesonados de madera; el Garachico del sobrio Calvario, junto al convento dominico, que siempre se me ha antojado un emocionante monumento a la sencillez y a la eficacia expresiva en su intimidad: no se puede decir más ni más eficazmente con tan pocos y humildes elementos.

          Y era, también,  el Garachico de las ermitas. ¿Cuántas?, ¿cuáles?: por supuesto la de los Reyes, la de San Antonio en el Lamero, las desaparecidas de San José, San Telmo, San Sebastián, etc. pero sobre todo y sobre todas la de San Roque, allí, a la entrada, como excomulgada de la población,  en su emocionante soledad, con su doble espadaña (sólo igualada históricamente por la de San Miguel en La Laguna), su orientación ortodoxa con el altar hacia Roma (regla invariablemente observada por todos los templos de la Villa), el blanco purísimo de sus paredes encaladas luciendo algún desconchón o deterioro por la acción de la maresía y manchado por las inevitables chorreras de su cubierta de teja.

          Curiosamente esta ermita está al nordeste de la población, la dirección de los alisios, el viento que trajo a los navíos que arroparon su grandeza de puerto y también, con ellos la enfermedad y la muerte. Para una persona de otro puerto, el de Santa Cruz, que ha soportado históricamente no menos de 24 epidemias, algunas de ellas tan dramáticas que redujeron la población a un tercio de la prexistente, es este un aspecto de gran importancia económica, social y religiosa.

          En ocasiones, la construcción de estas ermitas surgidas con motivo de epidemias estuvo ligada a la práctica piadosa de consagrar un lugar de enterramientos masivos a causa de aquellos males; tal es el caso de la de San Juan Bautista en La Laguna, o la de San Sebastián, en Santa Cruz. En estos casos se buscaron lugares alejados de la población y situados de forma que los vientos dominantes llevaran los malos humores, las miasmas,  lejos de ella.

          No es esta la justificación del emplazamiento de nuestra ermita de San Roque (como tampoco lo fue en el caso de sus ermitas homónimas de La Laguna y La Orotava); aquí se halla firmemente asentada sobre la roca, sin terreno fácilmente excavable junto o bajo ella y, tal como he dicho antes, los vientos dominantes van desde ella a la población y no lejos de ella. Así, pues, se me antoja pensar que la ermita del Señor San Roque viniera a ser más bien, como un dique que frenara el mal que le llegaba por el mar protegiendo de él a la población.

          En una curiosa dualidad, castillo y ermita la flanqueaban a uno y otro extremo de su línea costera, cuando todavía existía el primitivo puerto, el castillo protegiendo a éste y la ermita a la población, y ambos han resistido las acometidas, en ocasiones tan violentas, del mar y el paso del tiempo, a pesar de que en el caso de la ermita, por el desmayo ocasional de su culto haya necesitado reparaciones importantes.

          Aquel Garachico que conoció la que fue su etapa de máximo esplendor durante el siglo XVII, en el que su puerto toma el relevo del de Santa Cruz de La Palma que al calor de la caña de azúcar había sido el más importante de las islas, en el XVI, para serlo él en el nuevo siglo; que vió agrandarse y embellecerse sus templos y sus casas; el que viera el florecimiento de aquel núcleo escultórico nacido bajo Martín de Andujar, que exportara su producción hacia tan amplias zonas de la isla; aquel Garachico, repito, tiene este periodo acotado entre dos grandes calamidades de principios de siglo: la peste en el XVII y el volcán en el XVIII.

          Ese volcán que arruinó su puerto al anegar la mayor parte de su magnífica rada y provocó el incendio de un gran número de edificios religiosos y civiles que hubieron de ser reconstruidos, respetó la ermita de San Roque. Pero fue el que hizo enmudecer a su población antaño bulliciosa y alegre, el que la sumergió en esa tibia melancolía casi silenciosa en que aún vive, porque el silencio, el silencio elocuente, es un valor perdido en la mayor parte de nuestras poblaciones, que aún se puede vivir en Garachico y que se percibe ya desde la ermita de San Roque.

          Entiendo que San Roque es para Garachico, puerta de entrada, guardián protector, símbolo de resistencia contra las adversidades, humildad, soledad y silencio, No podría imaginarse mejor tarjeta de presentación para nuestra Villa y Puerto.

          Ningún fielatero mejor que San Roque, que parece decir al visitante: Si vienes a hacer mal, detente, da media vuelta y vuelve por donde has venido, pero si vienes a querernos, sigue en buena hora, adéntrate en este nuestro pueblo, templado por el fuego, que te recibirá ansioso con los brazos abiertos y el espíritu rebosante de cordialidad porque, aunque lo parezca, no estamos dormidos.

          Perdónenme ustedes estos devaneos íntimos, que ahora han dejado de serlo. En realidad no he podido reprimirlos cuando me he puesto a redactar estas líneas, con lo que he venido a caer en flagrante contradicción conmigo mismo, puesto que, con anterioridad, he dicho que los protagonistas de este acto debían ser el libro que nos convoca y sus autores; sin embargo ustedes lo van a entender perfectamente y serán, con seguridad, o al menos eso espero, benevolentes con este predicador.

          Y es que la responsabilidad por haberme tomado esta licencia debe adjudicársele a este magnífico libro que hoy les presento, porque al leerlo y sumergirme en su contenido, no sólo he aprendido a conocer y entender muchas cosas que considero imprescindibles de la historia de Garachico, sino que también, como ocurre con los buenos libros, me ha estimulado a la reflexión, confieso que cada vez más apasionada, sobre esta Villa y Puerto, ciertamente gloriosa, ¿o debo decir glorioso?, en su adversidad.

          No se de quién fue la feliz idea de conmemorar el IV CENTENARIO DE LA ADVOCACIÓN DE SAN ROQUE, EN GARACHICO, con una publicación como ésta; ninguna otra fórmula mejor, ni más aleccionadora, ni más perdurable. En la contraportada figura el nombre del historiador Cirilo Velázquez Ramos como coordinador y autor del proyecto y, por tanto, a él mucho debemos agradecerle su empeño y su esfuerzo por conseguir que este libro sea hoy una realidad. Si además tuvo él la iniciativa, más plácemes merece.

Bajo el título HISTORIA Y PATRIMONIO HISTÓRICO: LA RESTAURACIÓN DE LA IMAGEN DE SAN ROQUE Y DE SU ERMITA, se esconde mucho más de lo que su enunciado permitiría suponer, porque es, en realidad, un compendio de magníficos trabajos de historiadores y técnicos, sin que falte la lira poética de ese juglar de Garachico que es Carlos Acosta.

          María Dolores Tavío de León nos lleva de la mano en un recorrido lírico por la legendaria biografía del Santo de Montpellier, que titula El camino de San Roque. A través de sus breves pero jugosas páginas, preciosamente ilustradas con una interesante colección de grabados alusivos a la vida del santo, asistimos a la encarnación de una decidida y tenaz voluntad de servicio a los demás, puesta a prueba sin el menos desmayo ni claudicación, que ya le acompañó desde su formación, Y nos volvemos, con él, peregrinos a Roma, en un camino, de ida y vuelta, lleno de calamidades, que él mismo termina por sufrir, y a cuya llamada acude sin titubear en un emocionante testimonio vital de perseverancia, caridad y solidaridad. Una lectura ciertamente deliciosa que se nos va en un suspiro.

          José Miguel Rodríguez Yanes es el autor del trabajo La epidemia y Garachico (1601–1606), el más extenso de los contenidos en este volumen. Es éste un trabajo impecable, exhaustivo, pormenorizado, metodológicamente bien estructurado y documentado, que nos permite seguir paso a paso todo el largo proceso de esta epidemia intermitente de tan larga duración, recorriendo todos los aspectos, circunstancias y protagonistas de aquella calamidad.

          El cuerpo fundamental de este trabajo se contiene en el capítulo titulado Génesis y evolución de la peste, en el que se puede seguir la interesante pugna entre el Cabildo de la isla en su intento por adoptar las más drásticas medidas de seguridad con el fin de preservar de la posible extensión del mal al resto de la isla, y la resistencia de los Regidores de Garachico a admitir primero la existencia de la enfermedad y a adoptar, luego, decisiones que supusieran un grave quebranto a la sostenida actividad comercial a través de su puerto. Interesantísimo proceso que pone a nuestro alcance una situación, por cierto similar a la acaecida en otros puertos insulares.

          Rodríguez Yanes, además de seguir meticulosamente la evolución de la epidemia en sus distintos momentos y a los principales protagonistas que se vieron involucrados en aquellos acontecimientos, complementa su panorámica de la situación con un segundo capítulo titulado Garachico durante la epidemia. Notas sobre la coyuntura, en el que no descuida ningún aspecto de interés: La alcaldía y los regidores; la evolución demográfica; la evolución económica a través de los cultivos, de los abastecimientos y del comercio; la atención sanitaria a través de sus componentes, médicos, cirujanos y establecimientos; la edilicia pública y privada; y, en fin, el clero tanto secular como regular y las fundaciones religiosas.

          El resultado es ciertamente meritorio tanto por su enjundia como por constituir, por sí solo, semblanza de una época cuyo conocimiento es del mayor  interés. Rodríguez Yanes lo pone fácilmente a nuestro alcance con rigor y amenidad.

          El Sansón y el Unicornio. Los barcos que trajeron la peste bubónica al puerto de Garachico es el título del trabajo del que es autor José Velázquez Méndez. En él, el Cronista Oficial de la Villa nos presenta un acertado complemento del trabajo anterior al situarnos en el clima de miedo a la peste existente en esta isla después de los trágicos momentos vividos, apenas veinte años antes, por La Laguna y Santa Cruz, y las precauciones que se tomaban, por orden del Gobernador, acerca de la limpieza de los barcos que accedían a nuestros puertos, en especial si procedían de zonas peligrosas; de cómo, a pesar de la situación de degredo en que se mantuvo a aquellos dos navíos que llegaron “procedentes de España”, el control no fue perfecto y el mal pudo saltar a tierra; y de las tripulaciones, pasajeros y mercancías que en ellos viajaban; de la situación de puerto contaminado y de los degredos en zonas próximas, etc.

          El autor nos da aquí la interesante noticia de la existencia, desde marzo de 1583 (esta fecha concuerda con el final de los embates de la peste bubónica en la Laguna y Santa Cruz), de una imagen de San Roque, traída desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda, que fue colocada en la primitiva ermita de San Sebastián (otro de los santos abogados contra las epidemias), donde luego se edificó el desaparecido monasterio de franciscanas de clausura de San Diego, lo que atestigua que la devoción a San Roque es anterior a la epidemia que nos ocupa.

          Con su acostumbrada sobriedad, precisión y riqueza documental, Manuel Rodríguez Mesa se centra en el tema Garachico y San Roque en el siglo XIX, en el que, tras confirmar la noticia anterior al afirmar que la devoción a San Roque en Garachico surge con anterioridad a la erección de su ermita, dirige su atención a las vicisitudes que el culto a este santo experimentó en Garachico durante aquella centuria que comienza en una situación de decaimiento, para experimentar cierto resurgimiento en el periodo constitucional de 1812, volver a decaer para de nuevo resurgir tras la desamortización de los conventos, a partir de 1837.

          Rodríguez Mesa, documenta la posterior construcción del cuarto de peregrinos, hacia 1840,  junto a la sacristía y, más adelante, los esfuerzos del beneficiado Domingo Cabrera, en  mitad del siglo, por hermosear la ermita, según plano encargado a don Lorenzo Montemayor y Key.

          Especial atención dedica al cura garachiquense don Antonio Verde y León, compañero de Santiago Beyro y de Rodríguez Moure y párroco de Santa Ana entre 1894 y 1915, año de su fallecimiento y sepultura en la iglesia del antiguo convento dominico que, en 1900, el último año de aquel siglo, da a la luz en la imprenta de Anselmo Benítez su Novena del Glorioso San Roque, escrita por un devoto suyo, el arcipreste del distrito de Garachico.

          Cirilo Velázquez Ramos titula su trabajo Vicisitudes de una devoción: Luces y sombras del culto a San Roque en Garachico y partiendo de la erección de la ermita a causa de la peste de principios del XVII, constata la dificultad para encontrar noticias del culto durante aquel siglo (son escasas y referidas casi siempre a la primera mitad). Pasa luego a registrar algunas relativas celebraciones en los primeros años del XVIII, que sufren un acusado frenazo a consecuencia de la erupción volcánica de 1706.

          Los documentos no permiten hablar, en este nuevo siglo de una celebración continuada porque las noticias son también discontinuas, de ahí el título de este trabajo, pero al menos queda constancia de la reedificación de la ermita en 1736, y de especiales celebraciones en torno a nuevas calamidades e, incluso, de la vinculación de la familia Key a este templo y de la donación al mismo, de una imagen americana de la Merced (en sustitución de otra anterior) hecha por otro garachiquense, el piloto de la carrera de Indias Francisco Martínez de Fuentes, a pesar de lo cual, Cirilo Velázquez habla de evidente decadencia, en especial, en la segunda mitad del siglo.

          Nuevo decaimiento que se rompe en 1812, cuando no sólo se restaura y amplía la ermita, sino que se restablece el culto anual, todo ello ante la amenaza de la epidemia de fiebre amarilla de 1810-1812, que se había cobrado en Santa Cruz, por donde llegó, nada menos que 1.332 fallecidos, lo que da idea de su magnitud y del temor que despertó su posible propagación. Garachico, se vería, sin embargo, libre de ella, al igual que de una posterior plaga de langosta de Berbería.

          Cirilo Velázquez complementa, con interesantes datos de cuentas y nombres de mayordomos, el trabajo de Rodríguez Mesa sobre el culto en el XIX, para adentrarse en el XX, en el que constata la gran cantidad de gente que asistía a las celebraciones de agosto, el cambio de nombre de la calle San Roque, por Primero de Mayo, durante la 2ª República, su restablecimiento en 1936, el auge experimentado a partir de 1960, con la sustitución de la espontaneidad popular por unas celebraciones más organizadas y sofisticadas como la Fiesta de las Tradiciones, y la masiva participación en la romería que acompaña al santo en su desfile procesional y, finalmente, termina su completísimo estudio, haciendo referencias a la restauración de la ermita y de la imagen del santo titular, ya en nuestros días.

          El libro se completa con dos memorias técnicas: la una de la licenciada en Bellas Artes María Fernanda Guitián Garre que relata de forma pormenorizada y documentada todo el proceso de Restauración del grupo escultórico de San Roque, en Garachico, con abundante ilustraciones fotográficas, y cuya lectura avala la seriedad de su labor; la otra, de los arquitectos Fernando Saavedra Martínez y Jorge Saavedra Rodríguez, sobre la Restauración de la Ermita de San Roque, en la que se describe el edificio, su estado de conservación, su análisis patológico, la justificación de su intervención y la descripción de la misma, acompañada de un abundante anexo fotográfico comparativo del antes y el después de aquélla.

          Así pues, estamos ante un libro en el que nada sobra, serio, completísimo, que resulta imprescindible para el conocimiento del binomio San Roque-Garachico y que se incorpora, por derecho propio, entre los mejores, a la amplia bibliografía, que este pueblo singular va teniendo.

          Y, a propósito, decir San Roque-Garachico viene a ser redundante por que ¿acaso no es Garachico el nombre de un roque?. La fina sensibilidad de Carlos Acosta se ha percatado de esta dualidad redundante, cuando ha elegido para incluirlo en esta publicación un poema suyo de este mismo año, que titula Roque de Montpellier.

          Y es que, al roque santo, o al Santo Roque y, tomando las palabras con las que finaliza su trabajo Mª Dolores Tavío, “seguimos pidiéndole que cure las llagas que todos tenemos”.

          Porque las epidemias de nuestro tiempo son otras y gravísimas unas físicas como el hambre y el sida, otras mucho más sofisticadas y difíciles de combatir como el consumismo, el apresuramiento, la mentira, el egoísmo, la insolidaridad  y tantas otras. Ciertamente, que aún San Roque puede librarnos de muchas calamidades y que no sería malo pedirle ayuda y tomar ejemplo de su ejemplar forma de cumplir el precepto evangélico de amar al prójimo como a nosotros mismos, porque San Roque no fue un santo contemplativo sino un santo de acción.

          Quizá, con este ánimo, estemos en condiciones de apreciar la grandeza que puede residir en la contemplación y lectura de una arquitectura tan humilde como esa nuestra ermita de San Roque, que a mí me sigue impresionando ahora como en aquel lejano primer día.  En 1996, Carlos Acosta, compuso un bello soneto que también les invito a leer en este libro.

          Finalizo pidiendo su benevolencia por tan modesta intervención y excusas por su quizá excesiva extensión, agradeciendo muy de veras su presencia, que entiendo solidaria, su atenta escucha y solicitando de ustedes una cerrada ovación para los autores de este valioso libro.

          Muchas gracias.

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