Semana Santa en Santa Cruz de Tenerife. La procesión del Miércoles Santo

Por Sebastián Matías Delgado Campos  (Publicado en El Día los días 11 y 12 de abril de 2001)

 

          Es conocido que la expansión de las órdenes religiosas mendicantes alcanzó cotas elevadas en un archipiélago como el nuestro al que tocó vivir sus primeros siglos de historia en pleno fervor religioso contrarreformista. Esta expansión fue espectacular en Tenerife, cuyas principales poblaciones contaron con conventos (frailes) y monasterios (monjas), que dieron notable impulso a las prácticas religiosas y, entre ellas de forma destacada, a las relacionadas con la celebración de la Pasión y Muerte de Jesús, tales como el ejercicio del Vía Crucis (no hay pueblo de importancia que no tenga o haya tenido uno o varios Calvarios) y las procesiones, en  que las imágenes pasionales eran paseadas por las cofradías y hermandades para hacer pública profesión de fe y para suscitar en los fieles a su contemplación el fervor y el arrepentimiento.

          A pesar de su modestia hasta el primer cuarto del siglo XVIII, Santa Cruz de Tenerife no fue una excepción en este panorama, pues desde la fundación en 1610 del convento dominico de Nuestra Señora de la Consolación, tomando como base la ermita de su nombre (en su segundo emplazamiento, pues la primera fue derribada para construir el Castillo de San Cristóbal), situada ahora en un cerrillo al poniente de la parroquia que entonces aún se llamaba de Santa Cruz (hoy este cerrillo está ocupado por la Recova Vieja y por el teatro Guimerá), los cultos de la Semana Mayor, hasta entonces muy modestos, sufrieron un impulso decidido, en especial las procesiones (ahora con imágenes), al que se sumará la parroquia de forma decidida.

          Va a producirse un no disimulado mimetismo con lo que se hacía en La Laguna, cabecera y espejo de la isla, y, sobre todo de Santa Cruz, y así, nuestra población va a celebrar las mismas procesiones que aquélla, los mismos días: el Cristo Predicador, el Domingo de Ramos; La Oración en el Huerto, el Lunes Santo; Las Lágrimas de San Pedro, el Martes; La Santa Cena, el Jueves; el Viernes, el Crucificado de madrugada y el Santo Entierro por la tarde; la Soledad, el sábado.

          De esta manera, se entiende que la procesión con el Nazareno (Jesús con la Cruz a cuestas) se realizara el Miércoles Santo, igual que se hacía en la ciudad de los Adelantados, en lugar del viernes (de madrugada o a mediodía) como suele ser más frecuente en el resto de las poblaciones, y que en esta procesión se realizase la ceremonia del Encuentro, para lo cual era preciso que se dispusiese, además de la del Nazareno, de las otras imágenes que se asocian a aquél momento: la Dolorosa, S. Juan,  y la Magdalena, a las que, en Santa Cruz, se sumó la de la Verónica, de cuya presencia no tenemos noticia en La Laguna. Servía como marco para esta escena la que llamaríamos su plaza mayor, esto es la del Adelantado.

          Como dice Pedro Tarquis, fueron los frailes dominicos “los que principalmente contribuyeron a formar la Semana Mayor en nuestra población”, y desde luego fueron ellos los que comenzaron las procesiones con imágenes, entre las que parece ser la más antigua la de Jesús Nazareno, imagen que se sitúa a mediados del siglo XVII, con cierto fundamento, pues su cofradía existía desde aquel siglo. Su datación documental es por desgracia imposible, al menos que aparezca algún dato colateral de donantes o devotos, ya que desde antiguo (1709) se deja constancia por el Obispo don Juan Ruiz Simón, de que no se ha podido encontrar el primer libro de su cofradía, y nombra como su mayordomo a Domingo Álvarez Leal.

          Cinco años más tarde, en 1714, éste rinde cuentas de este periodo y manifiesta haber gastado, entre otras partidas, "80 reales en aderezar la figura del Señor que estaba deteriorada", razón por la cual Miguel Tarquis deduce que debía ser de mediados del XVII, puesto que estaba dañada a principios del siglo siguiente.

          Desde luego, en un panorama insular de figuras del Nazareno del siglo XVII, dominado por las dos excepcionales piezas que Martín de Andújar realizó para el Realejo Alto e Icod, con sus cabezas enteras de talla, llaman la atención las de La Laguna y Santa Cruz, que tienen ambas cabello natural; una nueva semejanza entra ambas poblaciones.

          Sabemos que el de La Laguna es de origen portugués, que lo hizo traer de Lisboa don Cristóbal Salazar de Frías, el fundador de la casa de Salazar en Tenerife, que vino a nuestra isla a finales del siglo XVI, comisionado por Felipe III, para inspeccionar y cuidar las fortificaciones de las islas. Había nacido en Lisboa, en 1571, donde residía hasta recibir el mandato real, fijó su residencia definitiva en La Laguna, donde murió en 1655, y a él se debe el comienzo de su casa-palacio en la calle Real de San Agustín, el más importante edificio civil de la época, que hoy sirve de sede al obispado nivariense.

          D. Cristóbal Salazar fue, en 1611, el fundador y primer prioste de la Cofradía de Jesús Nazareno, ubicada en el templo de los agustinos de la ciudad de Aguere, imagen que, como queda dicho, hizo venir de su lugar de nacimiento y anterior residencia, y que hoy, se guarda en el coro bajo de la iglesia conventual de las monjas de Santa Clara. Es imagen de rostro severo y ensimismado, reflejo de un sentido sufrimiento físico.

          Nada extraño podrá parecernos, pues, que Santa Cruz, siempre tan atento a lo que ocurría en La Laguna, hiciera venir, en el mismo siglo una imagen de parecidas características, y, por tanto, queda apuntada una posible procedencia portuguesa, o quizá americana, donde también se produjeron con frecuencia imágenes con cabello natural -piénsese en la del Ecce Homo de la parroquial santacrucera, o en otras del Gran Poder de Dios (Puerto de la Cruz, Icod, etc.)-.

          En todo caso se trata de una efigie de interés, que, como casi todos los Nazarenos producidos o venerados en las islas, salvo aquellos de origen andaluz, como los de Martín de Andújar o algún otro como el de S. Juan de la Rambla, carga el madero al lado derecho. Aunque no puede decirse con propiedad que su valor artístico es destacado, es una imagen de vestir, de buena factura (más evolucionada que la lagunera), correcta y equilibrada que muestra un hondo sentido humano concentrado en el momento que representa y que une a todo ello el interés de su incierto origen y la cualidad de ser quizá la pieza más antigua de la Semana Santa santacrucera.

          La devoción a esta imagen fue intensa desde antiguo. El ya citado mayordomo Acosta Leal, además de hacer reparar la imagen, compró para ella unas andas que costaron 1300 reales. En 1724 se habían gastado 446 reales en una urna para el Señor, más 250 reales en los ángeles de la urna y 728 reales más en un nuevo retablo que estaba en la capilla del Rosario del convento dominico.

          En el mismo año, siendo mayordomo el capitán Domingo Álvarez, se emplearon 566 reales y 5/4 en un trono en cuyo dorado se emplearon 110 libritos de oro que costaron 1.100 reales, y cuya mano de obra de doradores ascendió a 1.150 reales más. Posteriormente se la hizo capilla propia por 167 reales y ½ , más 225 reales en el cielo de esta capilla y 12 en la pestillera de la puerta que salía directamente al convento, y se trasladó a ella su retablo con todas las imágenes de su cofradía.

          En el inventario de 1748 consta que el capitán Juan Rodríguez Vilano doró a su costa esta capilla (se entiende el retablo), dio toda la plata necesaria para que el famoso platero Jacinto Ruiz Camacho le hiciera una peana, le donó un cinturón con letras de plata al martillo, espontón, etc., y una clave para tocar todos los Miércoles Santos, y todavía en su testamento del año citado, se dice que deja 100 pesos corrientes a la venerada imagen, que su viuda entregaría al nuevo mayordomo. Finalmente, aún hay constancia de que, en 1758, Pedro Pellicer le hizo donación de 500 pesos escudos.

          Todo ello permite constatar la enorme devoción de que gozó esta imagen en el pasado, y  afirmar, sin exageración, que fue de las más queridas, famosas y populares de Santa Cruz, y de su Semana Santa, en la que procesionaba rodeado de 8 ángeles pequeños que mostraban los instrumentos de la Pasión, y 2 ángeles grandes que portaban incensarios (Padrón Acosta). Todavía, en el último cuarto del siglo XIX, se dio su nombre a la primera calle del Barrio Nuevo o de la Constructora (entre las de S. Clemente y la de Las Flores, hoy Sabino Berthelot) que aún conserva y sin que sepamos que la imagen haya pasado nunca por ella.

          En las cuentas que rinde el citado mayordomo Acosta Leal, del periodo entre 1709 a 1714, figuran 150 reales que invirtió en sendas imágenes de la Dolorosa y la Magdalena, más 86 que costó una túnica para esta última y 80 de una diadema de plata para Nuestra Señora.

          Miguel Tarquis afirma de esta Magdalena que “es, sin ningún género de dudas, la mejor obra de las conocidas del escultor tinerfeño Lázaro González de Ocampo, autor del primer cuerpo del retablo mayor de la iglesia de la Concepción de La Orotava y del Cristo de Burgos de San Agustín de La Laguna”, y que la imagen de la Dolorosa es también obra de este escultor.

          Esta afirmación parece bien fundada al constatar que ambas parecen ser obra de algún artista local, y que, el citado Lázaro González, escultor de origen güimarero pero formado en La Laguna, autor además de las obras reseñadas de otras tales como el relieve de la Adoración de los Pastores en la Capilla del Hospital de Dolores y La Piedad del templo de la Concepción (ambas en La Laguna); del Cristo de la Salud de Arona o del San Matías de la parroquial de La Victoria, se instaló en Santa Cruz desde finales del siglo XVII (se declara ya vecino en 1697), buscando un clima más benigno para la quebrantada salud de su esposa, y aquí falleció en 1714.

          Santa Cruz era una población aún modesta y no había tenido, que sepamos, ningún taller de escultura antes. Con él se inicia un capítulo que va a continuar su nieto Sebastián Fernández Méndez “El Joven”. Por tanto parece lógico pensar que fuera el maestro Lázaro González el autor de estas dos piezas femeninas, cuya afinidad formal es evidente.

          Ambas son de candelero, por lo que parece algo exagerado la estimación que de ellas hace Miguel Tarquis, pero ello no impide afirmar que son de gran belleza. Ambas poseen dos rostros femeninos equilibradísimos y dueños de una intensa y serena emoción conseguida sin los recursos efectistas que se van a utilizar por artistas tan eximios como, por ejemplo, Luján Pérez; solo la boca entreabierta, la mirada hacia abajo, la corrección de las facciones verificable tanto de frente como de perfil. Una auténtica lección de expresión y sentimiento religioso conseguida con gran economía de medios, la obra de un maestro en plena madurez y dueño absoluto de su arte. Conservamos ambas piezas, la Dolorosa se halla en manos particulares donde he podido contemplarla y la Magdalena se halla en la parroquia de la Concepción.

          Yerra M. Tarquis cuando asocia esta Magdalena al Cristo Predicador, porque la que procesionaba con éste es otra, que podemos ver ahora, cuando desde el año pasado se ha integrado en el paso de su titular, si bien es verdad que se la ha colocado, de forma indebida y con frecuencia, al pie de la Cruz en el paso del Cristo del Buenviaje, a cuya cofradía no perteneció. Y yerra igualmente cuando afirma que la Dolorosa fue sustituida a principios del siglo XIX por la de Luján Pérez, porque ésta sustituyó no a la Dolorosa de la Cofradía del Nazareno, sino a la antigua de la Soledad, que bien pudiera ser la que, en estos días se expone en la hornacina central del retablo del Ecce Homo; más bien parece que tras la supresión del convento dominico pasó a manos particulares, donde continúa, y que desde entonces no procesiona con el Nazareno.

          Dice Pedro Tarquis que en las cuentas de descargo del año 1724 figura que “se hizo una imagen de San Juan Evangelista para la cofradía, con capa de tafetán morado, pluma de plata y una parigüela en que sale en procesión y tiene cíngulo morado con borlas de hilo de oro”, y que “también se hizo una imagen de la Santa Verónica con su lienzo de las tres efigies del Señor”.

          Miguel Tarquis adjudica esta escultura de San Juan a Rodríguez de la Oliva, de quien parece ser el otro San Juan (perteneciente a la cofradía del Cristo del Buenviaje) y dice de él que “no es de las mejores suyas, tanto por su postura poco artística como por lo mediano de su policromía”. De la Verónica dice que es de principios del XVIII y que “aunque expresiva y sentida, no es de gran valor artístico”.

          Sin embargo estas dos piezas, ambas de candelero, tienen su interés, especialmente la espléndida de la Verónica, cuya expresión de asombro en un rostro bellísimo está plenamente conseguida y parece obra de un maestro (quizá demasiado para un Rodríguez de la Oliva que tenía entonces sólo 29 años, o para un Sebastián Fernández Méndez que sólo andaba por los 24) que, en este momento, somos incapaces de identificar. Es la mejor versión de cuantas de esta advocación existen en la iconografía de nuestras islas.

          El San Juan, el del dedo índice de la mano derecha levantado apuntando al cielo, es más desconcertante, porque si bien el tratamiento del cabello puede tener que ver con Rodríguez de la Oliva, no se parece para nada al otro San Juan del Calvario del Buenviaje (según parece documentado como de este autor en 1743), de manera que resulta difícil afirmar que son de la misma mano. La representación es sin embargo de interés por su singularidad, lejos de cualquier otra representación del evangelista de las que hay entre nosotros, su tamaño algo menor que el natural, y la delicada ejecución de su cabeza y manos.

          Todas estas imágenes que pertenecían a la Cofradía de Jesús Nazareno se hallaban en el convento dominico, de donde pasaron tras la exclaustración a la parroquia, a excepción, como ya se ha dicho, de la Dolorosa. Con ellas se hacía la procesión del Miércoles Santo, en la que se llevaba a cabo la ceremonia del Encuentro. No sabemos dónde, pero tenía que ser en una de las dos plazas que entonces había en Santa Cruz: la de la Iglesia, o la de la Pila, esta última el espacio urbano más representativo, como en La Laguna lo era la del Adelantado.

          De efectuarse en la segunda tendríamos que los pasos debían cruzar el Barranquillo del Aceite (actual calle Imeldo Serís por alguno o algunos de los cuatro puentes que se reflejan en los planos de la época: el de la calle de La Caleta (General Gutiérrez), el de la calle de Las Lonjas (Candelaria), el de la calle de las Tiendas (Cruz Verde) o el de la calle Botón de Rosa (Nicolás Estévanez).

          En nuestros años mozos la procesión del Nazareno se hacía el Jueves Santo, con la Dolorosa de Luján (que es la de la parroquia). Las otras imágenes salían en basas independientes en la procesión del Santo Entierro en la tarde del Viernes Santo. Luego, al pasar los oficios a la tarde, se suprimió la procesión del Nazareno, y se incluyó su imagen en la procesión del Santo Entierro, el Viernes, junto al Calvario, el Santo Entierro y la Dolorosa, prescindiendo de todas las demás imágenes. Más tarde se incluyó el paso del Ecce Homo.

          En la actualidad, la Dolorosa sigue en manos particulares; la Magdalena, después de formar parte del paso del Calvario, ha pasado a integrarse en el de los Santos Varones, al pie de la Cruz; el San Juan  y la Verónica no procesionan, aún cuando ésta lo ha hecho en alguna ocasión junto al Nazareno; mientras que Éste, desprovisto de su antiguo vestido de terciopelo carmesí ricamente bordado en oro y de los angelotes que lo acompañaban, sobre un trono modestísimo carente de arte y ornamentación, participa en una digna y concurrida procesión del Encuentro que se realiza en la Plaza del Príncipe, con las imágenes de la Dolorosa y San Juan (atribuidas a Gumersindo Robayna por algún especialista) que formaban parte del Calvario de la parroquia de San Francisco.

          Como quiera que, en los últimos tiempos, un animoso grupo de personas incondicionalmente sensibilizadas con nuestras tradiciones, viene haciendo un esfuerzo más que meritorio, casi heroico, por recuperar el esplendor de la antigua Semana Santa de Santa Cruz de Tenerife, quizá algún día pueda volver a recomponerse la tradición.


                                                                                                                CAPUCHINO, Semana Santa del año 2001

 

BIBLIOGRAFÍA
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RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, MARGARITA. Panorama artístico de Tenerife en el siglo XVIII (1983)
TARQUIS,  MIGUEL. Semana Santa en Tenerife (1960)
TARQUIS RODRÍGUEZ, PEDRO. - Riqueza artística de los templos de Tenerife, su historia y fiestas (1966/7). Retazos históricos. Santa Cruz de Tenerife, siglos XV al XIX (1973)

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