Presentación del libro "El mar, la ciudad y el urbanismo" de Fernando Martín Galán


A cargo de Sebastián Matías Delgado Campos (Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, Puerto de la Cruz, Tenerife, el 3 de abril de 2008).


Subtítulo: Vivir el litoral en las ciudades históricas de Canarias


          Créanme si les digo que soy una persona reacia a presentar libros. He dicho, en ocasiones como ésta, y aún lo sostengo, que los libros se presentan a sí mismos. Si un lector curioso y atento necesita de una presentación para hacerse con y para leer un libro, es señal de que o éste es de dudoso interés o que aquél no está, como ahora se dice, en la onda o, peor aún, que convergen ambas circunstancias.

          No es este el caso, porque basta con hojear el precioso libro que el profesor Martín Galán pone hoy a nuestro alcance, para sentirse vivamente atraído por él y por su enjundioso contenido.

          Así pues, huelga en rigor, por innecesaria, toda presentación y más si viene de la mano de un modesto técnico de la arquitectura, sin otra autoridad que su profundo amor hacia su profesión y hacia lo nuestro y que, en estos momentos, se siente ciertamente sólo como un alumno, ávido de prender entre sus conocimientos, los muchos que aquí vierte el maestro.

          Podría abreviar (y quien sabe si muchos no me lo agradecerían) diciéndole a ustedes de forma categórica: “Lean el libro de Fernando Martín Galán y les aseguro que no quedarán defraudados, porque, además, de no hacerlo, pecarán, sin saberlo, de lesa ignorancia”. Pero ¿quién iba a creerme con tan escasos avales como tiene mi opinión? Parece, pues, que necesito argumentarla, apuntalarla y presentarla a ustedes de forma que merezca su credibilidad.

          Por otro lado, la presentación de un libro, puede y debe ser entendida como un suceso cultural, cuando menos, meritorio (alguien se ha aplicado en el trabajo y pone a nuestro alcance el fruto de ello) y positivo, porque pretende comunicarnos sus vivencias y alimentar nuestro intelecto. Esto sólo merece gratitud por nuestra parte y por ello, éste se transforma en un gozoso acto de arropamiento, de solidaridad para con el autor. Y desde este punto de vista, no me importa hacerles a ustedes una confidencia: “presentar un trabajo del profesor Martín Galán, a quien tanto estimo como maestro, por sus ya numerosas e interesantes publicaciones, es para mí honor inmerecido, porque, además, en este caso no es el presentador el que honra el libro, sino el libro el que honra al presentador".

          Y si a esto añaden ustedes el afecto que personalmente me merece y le tengo, comprenderán por qué acepté sin dudar su petición de hacer, en este acto, de pregonero de su obra, de su atinada obra. Y para eso no dispongo de tambor ni de trompetilla, sino de mi humilde palabra. Ojalá que logre despertar en ustedes la curiosidad y el interés que esta obra, sin duda, merece.

          El autor titula su obra así: El mar, la ciudad y el urbanismo, y él mismo lo apostilla: “Vivir el litoral en las ciudades históricas de Canarias”. Prefiero comenzar por el último de los tres aspectos enunciados: el urbanismo, porque creo que, comúnmente, no se tiene una idea cabal de su significación ni de su contenido y, por eso me permitirán ustedes una breve disquisición arquitectónica.

          Cuando estudiamos arte, por primera vez en nuestro antiguo bachillerato se nos hacía ver que la pintura nació en el paleolítico con fines mágicos o prácticos y que la escultura quizá había surgido en el Neolítico en un más refinado logro de dominar la materia dándole corporeidad. Pero ¿cuándo surgió la arquitectura? No recuerdo que nos dieran respuesta a esta pregunta que, por otra parte, quizá nunca nos hicimos; y mucho menos nos habló nadie del urbanismo Y sin embargo, en contestarla adecuadamente reside buena parte del entendimiento cabal de ambos conceptos, que es algo que, como veremos nos afecta significativamente.

          Mientras el hombre vivió trashumante, desplazándose en busca de su sustento (vegetal o animal) no cabe hablar de arquitectura. La arquitectura nace cuando el hombre se vuelve sedentario, esto es, se fija a un lugar del territorio porque ha descubierto cómo extraer de él y de su entorno más o menos próximo, los recursos necesarios para subsistir: la agricultura, la pesca, la ganadería, etc.

          En estas condiciones, el hombre se ve abocado de forma lógica y natural a transformar el medio natural en el que se afinca, para adecuarlo a sus necesidades; dicho de otro modo, ha comenzado el urbanismo, que halla su traducción física en la arquitectura, cuando comienza a ordenar el espacio a su manera, modificando incesantemente su entorno o, dicho en términos de mayor puridad conceptual, creando espacios, creando su propio entorno, que es su espacio vital.

          Esta es propiamente la actividad arquitectónica que, a diferencia de la pintura o de la escultura, tiene la imperiosa obligación de satisfacer las necesidades de habitación del hombre y, por tanto, tan arquitectura es el espacio privado interior de las cabañas, como el exterior, público, que se conforma entre aquéllas y que sirve para los actos colectivos, rituales, etc.. Tan arquitectura es la casa, el templo o el estadio, como la calle o la plaza. Con la arquitectura nació el proceso urbanizador, de tal forma que podemos decir que aquélla es el instrumento físico en que se plasma el urbanismo.

          Y esto es así hasta tal punto, que el más fidedigno testimonio histórico de una colectividad es la ciudad (entendida claro está en sentido amplio, porque ya todo el territorio está urbanizado en mayor o menor medida, cultural, social y físicamente). La ciudad es el marco en el que se ha concretado un proceso histórico colectivo. Su lectura correcta nos permitirá conocer y entender todo lo que allí pasó y por qué y cómo se desarrolló este proceso  y, por tanto, cuál es la razón de la situación actual y en qué medida ésta es punto de partida para un futuro mediato o inmediato.

          Entender el urbanismo es entender la íntima relación que se establece entre la población y el territorio en que se asienta. Entender el urbanismo pasa por entender la arquitectura en que éste se concretó, pero ni mucho menos, el urbanismo es la concreción de aquélla. El urbanismo es el proceso social: económico, cultural, político, religioso, etc., que se desarrolla sobre un marco geográfico natural o no; y la arquitectura es sólo una de sus herramientas que, con frecuencia, ni es la dominante ni la determinante a la hora de tomar decisiones. La arquitectura es el resultado más palpable del proceso y, con gran frecuencia, especialmente en tiempos modernos una víctima de aquél.

          Esta breve reflexión nos sitúa, según creo, en condiciones de comprender convenientemente el libro del profesor Martín Galán. La apostilla, que él mismo ha añadido a su título a manera de aclaración de su contenido, nos ilustra muy juiciosamente acerca del hilo que enlaza los tres aspectos enunciados: el mar, la ciudad y el urbanismo, y lo ha expresado de forma tan sencilla como sutil: “Vivir el litoral”.

El mar

          En el libro de Martín Galán, antes que nada está el mar, como elemento generador del urbanismo y esta es la primera lección que debemos aprender: parece que conformamos el urbanismo en tierra y, sin embargo, cuando esta se halla junto al mar, éste viene a ser el más potente de los elementos condicionantes y engendradores de aquél.

          Un importante enigma, aún no resuelto, de nuestra prehistoria lo constituye el hecho de que los aborígenes canarios, que llegaron por el mar, que vivían frente a él y rodeados por él y que, en días claros divisaban, las otras islas al otro lado de él, no conocían la forma de atravesarlo, no conocían la navegación, de forma que el mar fue para ellos como una asfixiante bufanda que los encerraba prisioneros en su reducido mundo.

          Parece que en la estación invernal preferían residir en las zonas costeras, buscando la benignidad del clima, y que incluso conocían determinadas prácticas de la pesca de orilla, pero no cabe hablar ni de asentamientos marítimos, ni de una cultura marinera propiamente dicha.

          Pero un día llegaron los pueblos conquistadores desde Europa y por el mar, de la mano de los alisios, los vientos dominantes del noreste que empujaron sus naves de vela a lo largo de la costa norteafricana hasta encontrar inevitablemente nuestras islas. Ello explica por qué el lugar de arribada se localizó casi siempre en la costa oriental de las islas y resulta fácil verificar en cualquier mapa, que los principales puertos históricos de Canarias se encuentran todos por este lado. Allí, burlando los recios acantilados tan frecuentes en nuestros litorales, aprovechando las playas o la desembocadura de los barrancos más importantes y, buscando aquí cualquier rincón en que estuvieran  protegidos de los propios vientos que las habían traído, las naves echaban el ancla, para luego desembarcar.

          Puede afirmarse que con estas entradas comienza la cultura marítima histórica de Canarias, puesto que estos puntos de arribada se constituyen de forma natural y lógica en puertas o puertos (se es puerto porque se es puerta) de las islas; y el acierto en la elección de estos lugares queda verificado por el hecho de que, aún hoy, se ubiquen allí los principales puertos del archipiélago (Arrecife, Puerto de Cabras, La Isleta, Añazo, Santa Cruz de La Palma, S. Sebastián de la Gomera, La Estaca), aún cuando surgirán otros en posición no ortodoxa tales como Las Nieves, La Orotava, Garachico, Tazacorte, etc.

          Estos lugares fueron, desde entonces, o bien simples embarcaderos de las poblaciones capitales, situadas tierra adentro, como en Lanzarote, Fuerteventura, El Hierro y Tenerife, o bien y al mismo tiempo, asiento de las mismas, como es el caso de las tres restantes, La Gomera, Gran Canaria y La Palma, asunto que tendrá luego una importancia capital, por cuanto, en este último caso, tanto S. Sebastián, como Las Palmas y como Santa Cruz de La Palma, pagaron muy caro tal circunstancia, al sufrir el ataque, asalto y saqueo (incluso con incendio) de incursiones corsarias de los marinos de las potencias europeas en guerra con España (franceses, holandeses, ingleses, etc.), que llegaron incluso a progresar tierra adentro en algún caso, como el de Teguise, en Lanzarote.

          Así que a la primera función, de desembarcadero para lo cual bastaba una cala, o una playa y, en casos, un pequeño pantalán de madera que sirviera de muelle (he aquí la primera intervención humana), sucede la de defensa, para lo cual aparecen las fortificaciones (castillos, fuertes, reductos, baterías, etc.) y las murallas o más bien trincheras o parapetos, siempre modestas pero efectivas, al beneficiarse de una posición geográfica privilegiada a lo largo de la costa. Esta preocupación domina y caracteriza la conformación de la marina, es decir la primera línea marítima, mientras la ciudad se conforma en el interior, casi siempre de espaldas a ella (porque resulta ser un elemento agresivo) y siguiendo en su trazado y evolución criterios que nada tienen que ver con su posición tan cercana al mar, por el que podía venir el peligro y, por tanto, del que más bien debían protegerse.

          Pero, progresivamente, los puertos canarios, en principio puntos de salida de los productos de las islas (caña, vino, etc.) y de entrada de los que cubrían las necesidades de sus habitantes (telas, herramientas y todo tipo de manufacturados) van a asentarse como lugares de escala en el tráfico comercial marítimo entre Europa y América  (cuya intensidad se debe en gran manera a la actividad de fuertes contingentes de flamencos, irlandeses, genoveses, etc.), y ello va a motivar la aparición de una forma de ocupación y desarrollo de la franja costera, antes sólo utilizada en ciertas zonas por los mareantes de bajura, con el establecimiento en ella de servicios marítimos (astilleros, consignatarios, almacenes, etc.). Esta función comercial tomará el relevo de la defensiva, a la que irá desplazando hasta convertirla en una presencia testimonial.

          Y con este cada vez más intenso tráfico comercial, no sólo llegaron mercancías sino también visitantes, primero curiosos naturalistas, luego viajeros ávidos de exploración, buscadores de salud en la benignidad de nuestro clima y finalmente residentes captados, además, por la singularidad de nuestro paisaje.

          Y es así como llegan también nuevas costumbres y modas sociales, como son los baños de mar y los deportes náuticos y, consecuentemente, la población se vuelca ahora en el litoral, en demanda de ocio y recreo (el uso de las playas y la aparición de los clubs náuticos).

          Competirán ahora dos formas distintas de ocupación del litoral: por un lado el creciente y necesario desarrollo de los puertos para dar respuesta tanto a un intenso tráfico de pasajeros como a una creciente actividad comercial y, por otro, la necesidad de preservar las zonas de playa, para posibilitar junto a ellas el establecimiento de zonas de ocio cada vez más demandadas por una población bien autóctona o bien sobrevenida a causa del que ha venido a ser motor económico fundamental de las islas: el turismo.

          Y es tal el empuje de este último soporte económico, que amenaza con desplazar la actividad portuaria (el tráfico de pasajeros ha quedado muy disminuido con el desarrollo del transporte aéreo) a otros lugares. De hecho, en los últimos tiempos aparecen, cada vez con mayor fuerza proyectos de gran aliento destinados a modificar la actual situación en la dirección de que la ciudad invade cada vez con más fuerza la zona marítima para potenciar y concentrar en ella actividades comerciales y de ocio, modificando para ello de forma tan sustancial como definitiva la conformación de la línea costera, por otra parte ya muy transformada tanto por la actividad portuaria como por las necesidades del tráfico de mercancías y de vehículos.

          La descripción de este proceso, en el que hemos pasado de aquella situación primigenia de inferioridad frente a un mar que nuestros primitivos no dominaban sino que eran dominados apresados por él, a la tendencia actual en la que estamos domeñándolo y definiéndolo formalmente a nuestro gusto para nuestros propósitos, y que les he resumido tan escueta como torpemente, es el argumento fundamental, diríase la columna vertebral del libro del profesor Martín Galán, que no busca otra cosa que mostrarnos de una forma clara, didáctica, instructiva, completa y, siempre rigurosa como corresponde a un profesor universitario, esta evolución de nuestro litoral y las transformaciones urbanísticas que ello ha conllevado, esto es, el proceso de progresiva urbanización del litoral.

          El profesor Martín Galán estructura su libro en tres capítulos que titula respectivamente:

                    - EL MAR, LA COSTA Y EL PUERTO EN TIEMPOS DE LA NAVEGACIÓN A VELA

                    - EL MAR Y LA CIUDAD. LA PLAYA Y LOS HABITANTES

                    - TRES CIUDADES MARÍTIMAS

          en los que inteligentemente va siguiendo el imparable proceso histórico de transformación del litoral desde su más pura situación inicial o natural hasta la circunstancia presente.

          Martín Galán se ha centrado en tres ejemplos concretos: Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife y el Puerto de la Cruz, sin duda, por parecerle que son los más significativos. Tras una exhaustiva y completísima relación de documentos cartográficos históricos, pasa revista a la configuración natural de la costa y a la forma en que se ha consolidado históricamente la marina, en los tres casos.

          Estudia luego la relación entre la ciudad y el mar, de espaldas o de cara al mismo, y que apostilla “cuestión de perspectiva”. Hace entrar luego un elemento fundamental en el desarrollo relativamente moderno: las playas y estudia el cambio de mentalidad sobre ellas y su progresivo uso por la población; y se centra aquí en un caso que considera paradigmático como es el de Las Palmas de Gran Canaria.

          Y, finalmente, pasa revista a las tres ciudades marítimas a las que caracteriza de distinta manera:

                    - Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad puerto que es también ciudad organizada al mar.

                    - Santa Cruz de Tenerife, una ciudad puerto que quiere ser ciudad organizada al mar.

                    - Puerto de la Cruz, una ciudad organizada al mar que dejó de ser ciudad puerto.

          En los tres casos Martín Galán responde a dos preguntas necesarias ¿qué han hecho con su litoral?, ¿qué han escogido para vivirlo?

          El libro nos permite un recorrido impecable por este proceso de urbanización del litoral. Nada ha escapado a la fina percepción del profesor Martín Galán que nos va guiando de una forma aparentemente ligera pero siempre rigurosa para adentrarnos en la sustancia de su discurso. Un discurso lleno de sutiles percepciones y de finas y atinadas observaciones y salpicado, además, con una abundante y magnífica selección de textos de las más variadas procedencias, desde Reales Decretos u Ordenanzas ya del Cabildo o Municipales, hasta testimonios de Torriani, Casola, George Glass, Luis Marqueli, Viera y Clavijo, Poggi y Borsotto, Unamuno, Olivia Stone y tantos otros, que apuntalan las afirmaciones del autor y, por si fuera poco una copiosa e interesante por lo bien elegida, presencia de ilustraciones en blanco y negro y en color (he contado no menos de 126 muy bien encajadas en formato y composición con el texto), que contribuyen de forma eficaz a centrar visualmente el proceso descrito.

          Pero aún hay más, no contento con esto, el profesor Martín Galán completa su publicación con otros tres interesantes añadidos:

                    - Un ANEXO que contiene un cuadro comparativo de las características del litoral de varias ciudades portuarias a comienzo del siglo XXI (junto a las tres nuestras ya señaladas, las de Barcelona, Valencia, San Sebastián y Bilbao), que resulta ser un resumen de enorme eficacia e interés.

                    - Una selección de LECTURAS ESENCIALES que son, en mi opinión, fiel testimonio de un hondo y no disimulado sentimiento poético del autor.

                    - Y una BIBLIOGRAFÍA ESCOGIDA, de verdadero interés por cuanto, huyendo de esas farragosas e interminables relaciones bibliográficas con las que algunos autores nos castigan en un estéril esfuerzo de que veamos que tienen o conocen (al menos por el título) muchas publicaciones,  aborda los títulos realmente utilizados y precisos.

          Me llama la atención la edición por su pulcritud, su originalidad y su belleza formal; pero sobre todo porque se ha conseguido hacer atractivo al lector, bajo la apariencia de su sencillez (que no simplicidad) un texto mucho más denso de lo que aparenta, que resume muchas horas de observación y reflexión, y que resulta ser  una rigurosa lección de geografía urbana y un notable esfuerzo de sistematización de resultados.

          Y es que Fernando Martín Galán, responde plenamente a lo que en un capítulo inicial de su libro titulado PARA UNA METODOLOGÍA DE ANÁLISIS DE CASOS, expresa de esta manera:

               “ Interesa comprender la forma urbana de una ciudad litoral y su marco geográfico de conjunto, considerando la posición de sus puertos y de sus playas dentro del escenario de la ciudad, para averiguar qué papel han ejercido o ejercen aquéllas o  qué impacto social y económico o urbanístico y particularmente sobre el vivir de la ciudadanía, ocasionan. En tales circunstancias una sociedad así ¿qué valores le habrá concedido al mar y a ese litoral que tiene delante?

                 Cuando nos hallamos ante un caso determinado de ciudad litoral adquiere sentido preguntarnos ¿qué ha pasado aquí?”.

          Y es que, además de ilustrarnos tan brillantemente y disfrutar del contenido de este precioso libro, que da respuesta a estas preguntas, también nosotros deberíamos hacérnoslas y tratar de contestarlas, por ver si, a nivel individual, lo estamos haciendo bien o deberíamos modificar nuestra conducta.

          En arquitectura decimos que el elemento más difícil de diseñar en un edificio es su fachada y ello por su condición de frontera. La fachada de un edificio es la superficie sutil e indefinible en la que debe resolverse satisfactoriamente el teórico conflicto entre el espacio privado interior y el público exterior; se entiende entre las necesidades privadas y las colectivas. La dialéctica entre ambas fuerzas es permanente y constituye uno de los postulados básicos de toda creación arquitectónica con pretensión artística.

          De la misma manera, el litoral es un elemento frontera en el que confluyen la ciudad de un lado y el mar de otro, pero aquí la lucha es desigual, los intereses del mar no están representados por nadie, mientras que todos empujamos a la ciudad en un progresivo y no disimulado empeño para dominarlo, aún cuando en algunas ocasiones se tome la revancha y nos recuerde que su potencial fuerza está sólo dormida.

          Sin más que echar la vista hacia atrás y ejercitar nuestra memoria, podemos fácilmente darnos cuenta de cuánto ha cambiado nuestra vivencia del mar, del puerto o de la playa, en el corto espacio de nuestra vida, y de cómo hemos transformado el litoral de la ciudad para convertirla en una ciudad litoral, de cómo la ciudad le ha ganado espacio al mar y le ha dado forma, como un elemento urbano más, susceptible de ser diseñado.

          Formamos parte todos (mar, ciudad, habitantes) de un sistema en evolución, pero parece meridianamente claro que esta evolución debe ser controlable y controlada. Es eso que se ha venido en llamar “desarrollo sostenible”. El libro del profesor Martín Galán nos muestra tres ejemplos precisos que apuntan ya en una dirección inquietante y, si hubiéramos escogido otros ejemplos no tan históricos ni ortodoxos de desarrollo del litoral en Canarias, nos llevaríamos, con seguridad, las manos a la cabeza.

          Bienvenido sea este serio trabajo de investigación y difusión que hoy se pone en nuestras manos y que, al par que nos ilustra, sin decirlo, nos educa muy seriamente.

          Sintámonos todos de enhorabuena por poder disponer de tan preciado instrumento de conocimiento y felicitemos muy sinceramente a su autor, para quien pido el más sentido y sonoro aplauso.

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