Apuntes inéditos acerca de una herida histórica

 
Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día el 25 de julio de 1996).


          Aún a pesar de los años, lejos ya la bélica data, continúan en el recuerdo los ecos de aquel julio de 1797, impresos en multitud de escritos, artículos y apuntes. Una fecha que retumba aún hoy, con su leyenda y tradición, en el espíritu de todo isleño que acaricia la bruñida piel de bronce del cañón Tigre, testigo mudo de un ayer glorioso, que descansa hoy apuntando con su temible boca hacia el infinito azul santacrucero.

          A casi doscientos años de este notable capítulo de nuestro pasado acontecer, encontramos tremendos vacíos e incomprensibles malentendidos que afectan, en cruel manera, a la visión de unos sucesos que, con el inexorable pasar del tiempo, han llegado a convertirse en ejemplo y gloria de un pueblo orgulloso de su pasado; un magno acontecimiento, una gesta que, por su brillantez y relevancia, ocupa un puesto de privilegio en los anales isleños. Quizás por ello lamentamos como este episodio, como tantos otros pasajes de nuestra pequeña historia, ha sido víctima del capricho, inadecuación e imaginación de no pocos historiadores.

          Objetivo, que será sinónimo de atrevimiento, de este artículo es retomar esa desgraciadamente perdida línea de ahondadora investigación, aportando fondos documentales inéditos entrelazados con los fragmentarios retazos de información que han llegado hasta nosotros; cotejar lo hasta ahora conocido a través de la densa literatura nelsoniana con nuevas aportaciones, en un intento que brinde al ávido lector una serie de perspectivas novedosas y ambiciosas que esperamos, con ansia, sean corroboradas en un próximo futuro por otros investigadores.

          En primera instancia, nos parece innecesario certificar la participación del propio contraalmirante Horacio Nelson en el ataque de la madrugada del 25 de julio, ya que todas las relaciones y crónicas que versan sobre esta invasión hacen referencia de su osadía al liderar en persona el grupo de los botes y dan fe de su herida en Santa Cruz. Sin embargo, quizás sí debamos prestar mayor atención a los oficiales que iban a su lado en el momento de su grave lesión, porque ese será uno de los factores que nos ayude a precisar el lugar de desembarco.

          De uno de ellos, el hijastro de Nelson, el teniente Josiah Nisbet no cabe la menor vacilación porque es bastante conocida y contrastada su inestimable aportación al salvar a su padrastro de la muerte (1).

          Otro del que no albergamos duda alguna es del capitán Thomas Francis Fremantle. La amistad que les unía, fruto de un trato mutuo que se remontaba varios años atrás, estaba en el verano de 1797 en uno de sus momentos más dulces. Hasta nosotros ha llegado parte de la abundante correspondencia que se cursaban entre ambos, siempre en tono afectuoso y cordial, en unos términos que demuestran el íntimo grado de camaradería que en aquel entonces se profesaban (2). Ya en los primeros días de julio habían participado juntos en las peligrosas incursiones en botes contra la flota española anclada en Cádiz, donde tuvieron lugar encarnizados y temerarios encuentros mano a mano. Esta circunstancia por si sola ya nos hace pensar que tomaran parte unidos en el asalto a Santa Cruz, pero gracias al diario de una testigo de excepción -la señora Betsy Fremantle, esposa del capitán del mismo apellido, fuente hasta hoy inédita en nuestras islas (3)-, tenemos conocimiento de que Nelson cenó con su marido aquella noche y de que, posteriormente, “fue con Fremantle en su expedición”.

          Otro interesante detalle que nos servirá para confirmar la presencia de Nelson en uno u otro punto de la costa santacrucera lo constituye el bote en que iba a ser transportado. Para despejar este punto contamos con varios interesantes retazos de información. En primer lugar, sabemos que el contraalmirante vino a Tenerife a bordo del Theseus, estableciendo las circunstancias normales que viajara en una barca de dicho navío. A pesar de ello, creemos que la embarcación elegida fuera la barcaza de la fragata Seahorse -basta recordar las palabras de la mujer de Fremantle-, hecho corroborado además por el relato de una tercera persona ajena al bando británico. El capitán de artillería D. Francisco de Tolosa, en su injustamente olvidada crónica (4), nos específica que la lancha destrozada el día 22 de julio desde Paso Alto fue “el bote principal del Teseo”, suceso que daría razón cabal al cambio de transporte que realizó el contraalmirante a la hora del desembarco.

          Fijados ya con cierta seguridad la barca y los acompañantes que viajaban con él, hemos de tocar ahora el espinoso asunto de afirmar el lugar donde Nelson pretendió desembarcar y, por ende, el lugar donde sufrió la herida que la causaría la pérdida de au brazo derecho.

          A la vista de las crónicas, documentos y partes revisados, Nelson hubo de ser herido, sin ningún asomo de duda, en la antigua playa de la Alameda, y para dar certeza absoluta e inequívoca de ello, pasemos a desbrozar los siguientes puntos y afirmaciones que son exclusivo resultado de los documentos existentes y de la más elemental lógica:

                    a) La baza más importante y esclarecedora del lugar de la herida del contraalmirante la constituye, paradójicamente, el propio diario de Nelson, esa fuente tan utilizada para propugnar que su herida tuvo lugar en el malecón (5). No cabe duda que este diario de operaciones ha sido desde su inicio, como bien afirma el estudioso Luis Cola Benítez (6), la base principal para los investigadores que defienden la presencia del jefe británico en el muelle, pero una lectura detenida y detallada del informe en cuestión no muestra prueba explícita de esa presencia e, incluso, lleva a importantes equívocos que sirven más para contradecir que para apoyar dicha hipótesis.

                       En primer lugar, el contraalmirante menciona que encontraron el “muelle” los capitanes Fremantle, Thompson y Bowen -el vocablo “muelle” englobaba el propio malecón y la playa de la Alameda, y sirva como prueba de ello el sencillo esquema del asalto, obra del mismo Nelson y que conocemos gracias a la inestimable obra de Cioranescu (7), en el que aparece claro y nítido el muelle y, a su lado, una estrecha franja que, por su ubicación y forma, ha de ser claramente la susodicha playa-. Resulta extremadamente curioso que precisamente sabemos que justo estos tres subordinados tomaron tierra en la playa: Bowen, por su incuestionable muerte al pie del boquete de entrada a Santa Cruz cuando venía desde la playa; Fremantle, por cita explícita de los historiadores británicos Clarke y M’Arthur, que así nos lo confirman al escribir: “El capitán Fremantle fue gravemente herido en el brazo derecho poco después del almirante y, afortunadamente, encontrando un bote en la playa, había sido rápidamente transportado al Seahorse”; y Thompson, por mención directa del testigo Bernardo Cólogan en la carta a su padre (8).

                       En segunda instancia, cuando Nelson afirma que “no pudimos avanzar” debido al fuego de metralla y fusilería, nos da, casi sin quererlo, nuevamente la razón. Tal y como parece evidente en todos los relatos coetáneos, sólo la partida de ingleses que llegó a la orilla de la playa fue frenada en su progresar por las defensas isleñas, ya que los que ocuparon el martillo del muelle ni siquiera intentaron progresar. Es más, aceptar el hecho de que la expresión “no pudimos avanzar” perteneciese al mismo muelle, nos obligaría a situar a Nelson en la explanada alta del mismo, circunstancie errónea e imposible a todas luces a la vista de los documentos -en ellos se deja claro que el contraalmirante fue herido al salir del bote-.

                       A modo de último apunte, y para mayor descrédito de la validez puntual de este diario, notar cómo Nelson se equivocó no sólo en el número de piezas de la batería del martillo (habla de seis en lugar de las siete que poseia) como el afirmar que todas éstas fueron clavadas, cuando bien sabemos nosotros con entera seguridad que los enemigos dejaron intactas "las dos de los costados" (9).

                    b) Otro retazo informativo de importancia para esclarecer el lugar de desembarco lo conforma el parte médico oficial, hasta hoy inédito, de la herida del contraalmirante Horacio Nelson: "Fractura abierta del brazo derecho por una bala de mosquete que le atravesó un poco más arriba del codo" (10).

                       Si Nelson fue alcanzado por un proyectil cuando se disponía a saltar de un bote a tierra (hecho enteramente confirmado tanto por Nisbet como por la señora Fremantle), es insostenible que estuviese en las escalerillas del muelle, donde no llegarían, debido a la interposición de la misma construcción del embarcadero, las ráfagas de proyectiles efectuadas desde las baterías de Santo Domingo y San Cristóbal.

                    c) Otro dato indiscutible para sostener la presencia de Nelson en el momento de su lesión en la playa la conforma, de forma clara, la narración de su hijastro, Josiah Nisbet, donde nos cuenta, con esmerado detallismo, las circunstancias que rodearon la lesión de su padrastro en la playa. Baste recordar la expresiva frase del texto que dice: “que el bote había varado por la bajada de la marea”. No hay objeción posible que nos haga dudar del relato del hijastro, verificado por el propio contraalmirante en una carta a su superior John Jervis (“El chico (Nisbet) me debe varios favores, pero me ha compensado trayéndome desde el muelle de Santa Cruz”) y en otra misiva a su esposa Fanny (“Sé que añadiré mucho a tu placer al decirte que tu hijo Josiah, con la providencia de Dios, fue decisivo en salvar mi vida”) (11).

                    d) Otro hecho bastante esclarecedor y que sirve para confirmar aún más la presencia del contralmirante en la consabida playa de la Alameda, es la similitud de las heridas de Fremantle y el propio almirante, ambos en los brazos derechos por proyectiles, una coincidencia sospechosa no sólo por saber nosotros que viajaron juntos, sino porque conocemos con precisión que el capitán de la fragata Seahorse recibió su lesión en la playa.

                    e) Para mayor clarificación del asunto, tenemos constancia de cómo Nelson dio orden para que, tras sufrir la amputación, el brazo fuera arrojado al mar junto a un valiente “que murió a su lado”. Si parece absolutamente asentado que la totalidad de las muertes ocurridas en aquel punto de la línea defensiva ocurrieron en la playa, casi sobran los comentarios aleatorios.

                    f) Y por último, dejar constancia, al menos, de la tremenda certidumbre y repetición que existe en las fuentes españolas, que colocan como punto indiscutible de la herida del almirante la playa de la alameda, certeza que incluso ha llegado a representarse en los cuadros británicos, caso de la bella tabla de Richard Westall, al que algunos estudiosos dan además el inestimable valor de ser un testimonio gráfico basado en testigos presenciales de la acción.

La causa de la herida

          Fuente inexcusable para tratar de fijar el origen de la lesión de nuestro personaje ha de ser el parte médico, mencionado con anterioridad, realizado por el cirujano del Theseus, Thomas Eshelby, tras realizar la consabida amputación: “Fractura abierta del brazo derecho por una bala de mosquete que le atravesó un poco más arriba del codo; una arteria dividida; el brazo fue amputado inmediatamente (…)".

          Primeramente aclarar que la expresión “bala de mosquete” no ha de llevarnos a confusión, atendiendo al hecho de que los británicos, en todas las relaciones del asalto que conocemos, designan con este nombre a los fusiles españoles (ejemplo de ello lo hallamos tanto en William Hoste, quien desde el Theseus nos dice como: "A la 1 comenzó uno de los más intensos cañoneos (...), asi como un fuego muy regular de mosquetería”; como en el diario del mismo navío, firmado por el capitán R. W Miller, donde se lee:”A las 2,30 cañonada intensa y fuego de mosquetes en la ciudad”.

          Este valioso retazo de información nos induce a pensar ya, en primera instancia, que el examen efectuado por este facultativo sabría distinguir, debido a su experiencia bélica, las heridas de bala de aquéllas ocasionadas por la metralla. Pero además contamos con otros varios apuntes totalmente reveladores y decisorios:

                    a) En la obra de Clarke y M’Arthur se menciona como el mismo fuego que hirió al contralmirante “alcanzó a otros siete oficiales en sus brazos derechos”. A tenor de este revelador testimonio, pensamos que esas heridas parecen resultado de una descarga cerrada de fusilería a la altura de los brazos alzados antes que un disparo de metralla convencional, cuyos impactos son aleatorios y dispersos.

                    b) Según la opinión de los historiadores artilleros, la metralla parece asociarse más a este tipo de heridas donde los proyectiles se quedan insertos en el cuerpo de los enemigos, y nosotros conocemos, por testimonio del propio Nelson, que la bala que le alcanzó le “había atravesado el brazo” -como después confirmaría el parte del cirujano-.

                    e) Por último, un esclarecedor apunte, extraído de la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, donde nos especifica que “las antiguas balas de plomo (comunes en loa fusiles de la época que estamos estudiando) causaban heridas horribles, cuyos efectos parecían a veces propios de balas explosivas. Cuando herían con gran velocidad remanente, producían desgarros enormes en los tejidos y gravísimas fracturas en los huesos".

          Quizás quede mucho por descubrir en torno a este notable episodio, agotado y yermo para algunos; es posible que aún queden focos de perenne relevancia dentro de esta gesta a los que hay que prestar la debida atención; no dejemos que, debido a unos hechos poco claros o desconocidos, surja esa misteriosa y hermosa leyenda ya que ésta no conoce limites dentro del insondable campo de los humanos sueños...

 


Notas:

(1) CLARKE, J./M’ARTHUR, J.: The life and Services of Horatio Viscount Nelson. Londres,1809.
(2) PARRY, Anne: The Admirals Fremantle. Londres, 1971
(3) FREMANTLE, A.; The Wynne Diaries. Londres, 1935- 1940
(4) TOLOSA, Francisco de: “Relación de la gloriosa defensa y singular victoria que han conseguido las Armas de S.M. Católica contra una escuadra británica”, Gente Nueva, núm. 38; Santa Cruz de Tenerife. 1900.
(5) CLARKE & M’ARTHUR: op. cit.
(6) COLA BENITEZ, L.: Reflexiones sobre el ataque de Nelson a Santa Cruz de Tenerife 1797.Santa Cruz de Tenerife, 1991.
(7) CIORANESCU, A.: Historia de Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 1977—1979.
(8) COLOGAN, Bernardo: “Carta dirigida a su padre, fechada el 25 de julio de 1797”. Diario de Tenerife, 24 de julio de 1984.
(9) RUIZ ALVAREZ, A.: “El cónsul Clerget y el desembarco de Nelson en Tenerife”. Revista de Historia Canaria. La Laguna, 1959.
(10) D’ARCY POWER: Some bygone operations in Surgery; VII. Amputation. The Operation on Nelson in 1797. Londres, 1932.
(11) CLARKE & M’ARTHUR: op. cit.