Presentación de los libros de Juan Carlos Cardell Cristellys "Héroes y testigos de la derrota de Nelson en Tenerife" y "Los desertores de la Gesta del 25 de Julio"

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Casino de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, el 15 de septiembre de 2004)

 

          Los que pertenecemos a la Tertulia Amigos del 25 de Julio, al comunicar a conocidos que se va a desarrollar algún acto conmemorativo de la Gesta, o que se acaba de editar un nuevo libro sobre el tema, es corriente que recibamos de alguno un comentario similar a éste: “¡Anda que no le estáis sacando jugo al 25 de Julio!”. Y, aunque dichas esas palabras más como broma que como sentimiento real, ello me lleva a pensar que, desgraciadamente y tristemente, pese a tanto “jugo” extraído, y tantos esfuerzos volcados por algunos “benditos locos” de los que hablé en otra ocasión, no han llegado a calar en el pueblo santacrucero, tinerfeño y canario varias ideas fundamentales:

          La primera es la de que la Gesta del 25 de Julio es "el hecho más importante de la historia de Canarias desde su incorporación a la Corona de Castilla", según recoge el Marqués de Lozoya en su Historia de España.

          La segunda, que Santa Cruz de Tenerife recibió el título de Villa Exenta, y luego el de Capital de la Provincia de Canarias, y hoy lo es de la provincia que lleva su mismo nombre, como consecuencia directa en un principio, y derivada luego, de aquel hecho de armas.

          Y la tercera, que, casi con toda seguridad, las Canarias son hoy España porque hace dos siglos, siete años y un poco menos de dos meses, el General Gutiérrez, algunas Unidades del Ejército Regular, las Milicias de Tenerife y el Pueblo supieron derrotar al más famoso de los marinos ingleses y a la potente flota que mandaba.

          Con esos antecedentes, en otras tierras, próximas y lejanas a este roque de 2.000 kilómetros cuadrados de superficie, todo lo relacionado con la Gesta recibiría mucha mayor atención, oficial y popular de lo que aquí sucede.

          Verdad es que, hace ya cuatro o cinco años, la Tertulia se propuso empezar a dedicar sus esfuerzos hacia otros temas, y así, por ejemplo, si en el 2003 se recordó el Bicentenario del Villazgo de Santa Cruz con algún que otro acto, la inauguración del Monumento a D. José Murphy y la reedición de algunos libros, bien saben los patrocinadores oficiales de esos eventos que casi todo había nacido en nuestras mensuales reuniones y, también, que mucho de lo propuesto por los tertulianos quedó sin realizar por falta de apoyos oficiales.

          Pero junto a esa misma idea de tomar otros derroteros subyacía la necesidad de acabar de indagar lo máximo posible, todo si éramos capaces, acerca de la Gesta, pues somos conscientes de que quedan aún tareas pendientes, como la edición del libro Addenda a las Fuentes Documentales, recopilando todo lo nuevo que desde 1997 hasta la fecha se ha ido encontrando, la publicación de la monumental (y empleo el adjetivo sin exageración) Biografía del General Gutiérrez, obra de D. Pedro Ontoria, en buen camino gracias al aporte económico de los Ayuntamientos de Santa Cruz de Tenerife y de Aranda de Duero, y de Caja Canarias, y, entre algunas cosas más, lo que llamábamos “los tres libros de Cardell”, de los que hoy, por fin, dos se presentan ante ustedes. Aquí es de justicia agradecer a Ediciones Idea, y a su Director, D. Francisco Pomares, su aportación al conocimiento de la Historia, con mayúsculas, de nuestra isla. Seguramente, el sugestivo, nostálgico y algo triste título de la colección, Historia Olvidada, es el mejor reclamo para estos libros que tenemos en la mesa. Además, como siempre que interviene Idea, la presentación está cuidada al límite, lo que habla bien a las claras de la profesionalidad de las personas que trabajan en la Editorial.

          Juan Carlos Cardell, nuestro autor de esta noche, se echó a los hombros la ingente tarea de recopilar todo aquello que, con referencia a los muertos, heridos, y desertores, a los héroes y villanos, aparecía disperso, y apartar las calimas que ocultaban a la vista sus comportamientos, amén de subsanar más de un error que parecía verdad inconmovible desde hacía casi dos siglos.

          ¿Y quién es Juan Carlos Cardell Cristellys? Aunque por sus raíces chicharreras es ampliamente conocido, quizás no esté de menos recordar a la mayoría e informar a los menos que, como yo, tiene a orgullo ser antiguo alumno de La Salle, que ostenta el título de Ingeniero Superior Industrial, que ha ejercido a lo largo de su vida profesional, y que está en la edad de conseguir lo que desea y que gracias a su afán de superación lo está logrando. Y que tiene una familia por la que siente veneración. Pero un buen día, Juan Carlos ingresó en la Tertulia, y notó a su alrededor la presencia de un grupo de personas inquietas por mejorar una ciudad a la que adoran, por conocer cómo nació esa urbe, su desarrollo, sus alegrías y tristezas -también las ciudades ríen y lloran-, sus tesoros materiales y morales, y sus podredumbres; se vio envuelto, como quien les habla, en un ambiente de trabajo, estudio, investigación, alegría y compañerismo que fueron el mejor marco para que su afán coleccionista e investigador le llevara a ir poniendo por escrito lo que iba averiguando. Como consecuencia, con frecuencia aparecen en la prensa artículos suyos, ha conseguido el Primer Premio de Periodismo General Gutiérrez en las III y IV ediciones convocadas por el Centro de Historia y Cultura Militar del Mando de Canarias, y el XXX Periodístico de Investigación Histórica Rumeu de Armas. Y hoy se estrena como autor, con un “más difícil todavía”: con dos libros a la vez. Ahora me vienen a la mente imágenes de la Tertulia, con Juan Carlos, ilusionado, llevando bajo el brazo uno o dos volúmenes tamaño DIN A-4, con estos libros que, párrafo a párrafo, página a página, iba pergeñando tras su lento y pesado trabajo investigador.

          Vamos a hablar un poco de los libros. Éste que tengo en las manos, el de los desertores, puede que se convierta en una obra, si no polémica, porque está compuesta con el máximo rigor histórico, sí desagradable para algunos, e incluso para alguna población que otra. El propio General Gutiérrez, en una de sus comunicaciones a la Corte, explicando aspectos de la capitulación inglesa, reconocía que hubo “de correr el velo a algunas circunstancias” en el primer parte que envió dando cuenta de la victoria. Juan Carlos descorre ese velo y detalla la vida y circunstancias de los que, o no se presentaron cuando fueron llamados, o desertaron de sus puestos de combate, pero no se pasaron al enemigo; y de los que sí lo hicieron, tanto de un bando como de otro, y dedicando unos espacios a Tropas y otros a Mandos.

          Cada capítulo recoge de forma exhaustiva todo cuanto se reunía en las fuentes documentales conocidas y en otros documentos encontrados por el propio autor. Mención aparte merecen determinados capítulos, como el de los Bandos del General Gutiérrez advirtiendo de duras penas a los militares y milicianos en caso de deserción, porque, dice el propio General,  “el garante más seguro del triunfo es la disciplina”, y a los vecinos que se van del lugar de Santa Cruz porque “recelan sin bastante fundamento volvamos por segunda vez a ser atacados”, coartando la libertad de movimientos a los civiles y amenazando con la pena de pasar a servir al Batallón de Canarias, que, sin duda era bastante más duro y serio que las Unidades de Milicias.

          También en el mismo capítulo se incluye la famosa “carta perdida”, aparecida hace muy pocos años, y en la que nuestro General explica a la Corte cuales fueron las causas que le movieron a dejar marchar a los ingleses con sus armas y “sin embarazarles”, y entre ellas figura el tema de las deserciones. Gutiérrez habla de que en el primer parte no había hecho “particular mención de aquella parte de la Tropa que por inexperiencia y sorpresa se había separado de su deber...”, “... una milicia llena de celo y de buen deseo, pero que inexperta y sin conocimiento del Arte de la Guerra, se dejó sorprender por una voz esparcida con suma rapidez y cuyo origen no he podido averiguar, mediante la cual se aseguraba que yo había sido muerto, y que ya todo estaba perdido sin recurso, pues la Plaza iba a rendirse; de suerte que, sobrecogida y dejándose llevar de esa idea se dispersó en forma de no poder ser reunida con la prontitud que el lance exigía...” .

          Hace pocos días leía una conferencia del profesor Bichara Kader pronunciada en Tarrasa en el Marco de la Universidad de Verano 2.000 organizada por la UNED. En sus palabras se recoge lo siguiente: "Jean Cocteau acostumbraba a decir que “el mito es superior a la historia”". En efecto, la lectura que todos los pueblos realizan de su historia es frecuentemente instrumental en el sentido de que, a partir de una representación embellecida de sí, se trata de poner por delante el genio nacional, las imágenes movilizadoras, los héroes conquistadores...

          Y por ello:

               - ¿Que a alguno le va a doler este libro, pues rompe un poco el estereotipo de que todos, como un sólo hombre, defendieron el puerto, el lugar y la isla? Seguro.

               -¿Que a otros les va a molestar, porque coinciden con los suyos, leer los apellidos de quienes no supieron cumplir con su deber? Seguro.

               - ¿Que alguna población de la isla preferirá no difundir mucho la existencia de un libro que recoge sátiras contra esa villa y contra algunos de sus habitantes por el comportamiento de aquella noche? Seguro.

          Pero, amigos, la Historia no es el Mito, y está ahí, llena de luces, sí, pero también de algunas sombras. Fueron muchas más las primeras en el caso que nos ocupa -las actuaciones de Gutiérrez y su PLM, la de los artilleros, la de los infantes del Batallón de Canarias y los de las Banderas de Cuba y Filipinas, la de muchos de los milicianos y sus Oficiales, la de los marinos franceses de La Mutine, la del pueblo de Tenerife, desde las mujeres que ya el día 22 subieron viandas y agua a los hombres que desde la Altura habían fijado a los ingleses en La Jurada, hasta los vecinos que, después del combate, acogieron y cuidaron en sus casas a propios y extraños- pero también, en el libro, fruto de la investigación, están las sombras, porque la labor del verdadero historiador no consiste en loar hazañas, reforzar el mito y halagar a unos u otros, sino en sacar a relucir lo que, de verdad, fue la versión real de lo sucedido.

          Y cojamos ahora el segundo libro, Héroes y testigos de la derrota de Nelson en Tenerife. Justifica el autor su trabajo en la curiosidad (histórica, añado yo) por conocer algo más sobre aquellos que perdieron la vida o resultaron heridos como consecuencia del ataque, pues prácticamente todo lo que había sobre aquellas personas se conocía únicamente por un “Cuadro de Honor” confeccionado por D. Luis Mafiotte y la Roche, aparecido en el Diario de Tenerife del 25 de julio de 1897. Ese Cuadro, a su vez, se fundaba en una lista de un autor anónimo, que, además, se quejaba amargamente por: “... no haberse publicado los nombres de los que perdieron la vida en la gloriosa jornada de 1797, regando con su sangre... las calles de Santa Cruz... la llamada carne de cañón y los paisanos tuvieron la misma suerte de siempre, dos paletadas de tierra y el olvido”.

          La lista, por su parte, era fiel copia de los enterramientos efectuados el 25 de julio (Libro XIV de fallecimientos de la Parroquia de la Concepción), con una nota que dice:”Estas partidas siguientes, del 25 de Julio, son de los que fallecieron en la invasión que hicieron los enemigos a esta Plaza el referido día en esta presente guerra contra la Inglaterra”.

          La paciente y detallada labor de Cardell ha permitido descubrir que esa lista no era correcta, pues incluía a una persona que no había muerto en la lucha, pero omitía otros nombres. Me entran sudores al barruntar únicamente el minucioso trabajo de Juan Carlos cotejando los datos del Archivo Parroquial de la Concepción y los que figuran en el Archivo de la Biblioteca Pública Municipal de Santa Cruz de Tenerife.

          Además, Cardell tiene una especie de fijación con otro asunto: conocer a la perfección lo que ocurrió antes de que los ingleses empezaran a poner pie en las playas, el muelle, etc. Ello le ha hecho escribir un tercer libro, no presente en esta mesa hoy, pero ya casi en imprenta, y que llevará como título o subtítulo el de Prolegómenos a la Gesta del 25 de Julio. Por ese interés, en este ejemplar que tengo en las manos también se incluyen otros muertos y heridos habidos desde la Declaración de Guerra contra Inglaterra (septiembre de 1796) hasta el momento de inicio del ataque, y tanto del lado inglés como del español y del francés (incluyendo las bajas que se produjeron en el robo de La Mutine y en el combate del 22).

          Luego, con esa minuciosidad “cardelliana” característica, pasa a contarnos las circunstancias de cada uno de los muertos y heridos, sus datos familiares, el lugar de su enterramiento, en su caso, etc.

          Al margen de todo, quiero resaltar que ambos libros cuentan con unas reseñas biográficas de los personajes que aparecen citados en las obras, lo que considero de gran ayuda para una mejor comprensión de las circunstancias relatadas.

          A mí me ha gustado siempre decir, y además es un hecho constatable, que en nuestro Ejército no tenemos, como en los de casi todos los demás países, monumentos al “soldado desconocido”. Y ello es así porque para nosotros, los mandos del Ejército Español, a cualquier nivel, no es desconocido ninguno de los hombres, y ahora mujeres también, que España ha puesto bajo nuestra responsabilidad, y aquellos que tuvimos la desgracia de perder a alguno, en combate o en accidentes, teníamos sus nombres escritos en nuestra alma. En ese sentido, Juan Carlos ha reparado con su libro una deuda histórica, ha cumplido el objetivo que se fija en el breve prólogo: que se quiten las paletadas de tierra de que hablaba el anónimo redactor de la lista que utilizó Mafiotte y se levante el olvido hacia los Héroes de la Gesta que no pudieron oír el grito de ¡Victoria! Y también hacia quienes, con su sangre generosa, contribuyeron a que Santa Cruz sea lo que es hoy día.

          Y ya está. Una recomendación global: estos libros no son obras para una lectura “de corrido”. Han sido escritos para cogerlos y dejarlos, para husmear en cada circunstancia, a veces en los terrores o flaquezas de hombres (españoles, ingleses, franceses,...) que abandonaron sus puestos de combate, y comprender la vergüenza que debieron sentir al reincorporarse, bastantes de ellos, en la mañana del 25 a sus Unidades,... o al ver ondear las enseñas de sus Patrias respectivas al viento de la ensenada de Santa Cruz, sobre todo si sabían que ya no podrían volver a acogerse bajo sus pliegues. Y otras veces para rendir homenaje a quienes lo entregaron todo, hasta la vida, y a sus familias, o para recordar a los heridos, que hasta el último momento de sus existencias llevaron cicatrices y mutilaciones como recuerdo de su esfuerzo por conservar aquel pequeño puerto, aquel humilde lugar de menos de 9.000 habitantes, para su España.

          Flaquezas, muertes, heridas que, enlazo con el principio, se merecen seguir recordando. Es verdaderamente triste que ni nuestras Autoridades, ni nosotros tampoco, seamos capaces de hacer comprender al pueblo santacrucero los que el 25 de julio de 1797 significó. Si lo consiguiéramos, seguramente la calle de la Noria y sus aledaños no ofrecerían el triste aspecto de la noche de la última conmemoración; si lo lográramos, el Monumento a los Héroes ocuparía un lugar destacado en nuestro entorno urbano, estaría cuidado, limpio, y posiblemente ornado con las mejores flores isleñas; si fuéramos capaces, dentro del corazón de cada santacrucero ardería perpetua la llama del agradecimiento, que debería reflejarse en una digna estatua erigida en honor de quien antes, durante y después del 25 de julio de 1797 tanto hizo por esta ciudad.

          Gracias, mientras tanto, Juan Carlos por estos dos libros que en ese sentido y con ese objetivo nos regalas. Gracias a tu mujer y a tus hijos por eso que tan bien expresas en la dedicatoria de uno de ellos.

          Y gracias a ustedes por su paciencia.

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