Serrano y Prim. Dos Generales de transición

A cargo de Emilio Abad Ripoll  (Casino de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, el 6 de mayo de 2010).


INTRODUCCIÓN

           Quizás a alguien le pueda haber extrañado que la Dirección de la Cátedra pensara en una jugada que en póquer se llama “doble pareja” cuando organizó el ciclo, en lugar de haberse decantado por 5 conferencias en que se hubiese estudiado, de forma individual, a cada uno de los personajes. Dejando aparte otras consideraciones prácticas, creo que, una vez más, el mando tuvo razón, porque aunque las trayectorias vitales respectivas sean tan densas y tan llenas de matices y circunstancias, entre Narváez y Espartero por una parte, y Serrano y Prim por otra existe una correlación tal que hubiese sido un absurdo separarlos.

          Al adjudicárseme los dos últimos y pensar el título de mi intervención, fue el Profesor González Pérez quien apuntó a bote pronto el subtítulo de “dos Generales de transición”, que, confiando en su conocimiento histórico, acepté de inmediato. Luego me entró la duda, pero, con el trabajo acabado, creo que ese calificativo tan original (no lo he visto en ninguna parte aplicado a ambos personajes) es perfecto, pues Serrano y Prim fueron los hombres clave no en una sino en varias transiciones, como iremos repasando a partir de ahora.

          Todos conocen que muchas fueron las fases políticas por las que pasó el convulso siglo XIX español. Nosotros empezaremos esta noche más o menos por el inicio de la Regencia de doña María Cristina de Borbón y de la 1ª Guerra Carlista. Pero antes vamos a conocer algo más de Prim y Serrano.

 

EL  LADO  HUMANO  DE  NUESTROS  PERSONAJES

Serrano

          Don Francisco Serrano Domínguez nació en la Isla de León, luego San Fernando, en 1810. De familia militar, su padre llegaría a Mariscal de Campo, y ascendencia andaluza, en concreto de Jaén, fue el último de tres hermanos.

          Dicen que Serrano era un hombre bien parecido, de buena estatura, delgado, moreno, de ojos claros y muy simpático. Pérez Galdós lo retrataba con estas palabras: “De lo más vivo y simpático que se pudiera imaginar, de mediana estatura, rostro agraciadísimo y sonriente (…) Tenia Serrano lo que en Andalucía llaman ángel (…) Más que a su guapeza debía sus éxitos a su afabilidad, ciertamente compatible, en el caso suyo, con el valor militar temerario, en ocasiones heroico.”

          Serrano se casó ya talludito, casi con 40 años, con una prima hermana suya, Antonia Micaela, mucho más joven, pues contaba al casarse con 21 años. Ella era de un carácter altivo y orgulloso, que destacaba aún más ante la sencillez de su esposo (al que aquella forma de ser de doña Antonia dio más de un disgusto). Tuvieron 5 hijos, 3 varones y 2 hembras.

Prim

          Don Juan Prim y Prats nació en Reus en 1814. Su padre, notario de la ciudad, cambió la pluma por la espada para luchar contra Napoleón, llegando a alcanzar el grado de Capitán de Milicias y volviendo a sus quehaceres notariales después del Trienio Liberal. No fue la de Prim una familia rica, ni él muy aficionado a los estudios.

          De niño dicen que era rubio, pero a los 10 años los cabellos se tornaron morenos. Bajo y con buena voz para la canción, fue bastante “ruin” en sus juegos infantiles, que prefería bruscos y algo violentos. Durante toda su vida mantuvo un marcado acento catalán, tan fuerte que a veces era difícil entenderle cuando hablaba en castellano. Sus biógrafos destacan que ya en su juventud se hicieron evidentes los principales rasgos de su carácter: afán de lucir la figura (ropa y acicalamiento personal), escaso control sobre la economía (personal, familiar y profesional) y, en nombre de la disciplina y las leyes de la guerra, poco respeto por la vida humana. También señalar que fue masón.

          También se casó mayorcito, con 42 años, con una rica heredera mejicana, Francisca Agüero, una chica “bajita, morena, de ojos tristes y un dulce hablar”, de tan sólo 20 años el día de su boda y que le dio dos hijos, niño y niña.

          Este retraso en contraer matrimonio de ambos personajes pudo deberse no sólo a su intensa actividad militar y política, sino también a una más que intensa vida amorosa. De Serrano se sabe bastante sobre su “relación sentimental”, como se dice hoy en día, con la propia Reina, cuando nuestro hombre tenía 37 años y ella 17 (y le llamaba "el General bonito”), y que a punto estuvo de provocar una crisis de Estado; en cuanto a Prim se le conocieron varias amantes, con una de las cuales incluso se hubiera casado si no hubiera pensado que no era precisamente la esposa que convenía a un Coronel de prestigio.

 

SUS  FULGURANTES  CARRERAS  MILITARES

Serrano

          Ya dijimos que su padre era militar, por lo que una especie de “beneficio de ingreso” le permitió disfrutar plaza de cadete, con 12 años, en el Regimiento de Caballería Sagunto. Con 15 (1825) era ya Alférez, pero las ideas liberales de su padre le afectaron de rebote; pasó a la situación de “indefinido” y luego a la de “ilimitado”, y así llegó a 1830. Ese año ingresó como Subteniente en el recién creado Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, y tras dos años de destino en Málaga, el mismo año en que iba a morir Fernando VII, pidió destino al Regimiento de Coraceros de la Guardia Real.

          Pero empezó entonces la Guerra Carlista, la primera, y en tan sólo 7 años iba a pasar a ser de un simple Subteniente a Mariscal de Campo cuando finalizara. No es objeto de esta charla repasar su Hoja de Servicios, que, por otra parte es, sencillamente, anonadante. Sólo decirles que todos sus ascensos fueron por méritos de guerra, y que ganó cuatro Cruces y una Gran Cruz de San Fernando.

          Cuando tras el “Abrazo de Vergara”, en 1839, la guerra empezaba declinar (no terminaría hasta un año después, en el 40), Serrano era nombrado Gobernador Militar de Gerona, y poco después de Barcelona. Y tras los hechos que luego comentaremos, a finales de ese mismo año, el Regente, ahora Espartero, lo ascenderá a Mariscal de Campo.

          Tenía entonces 30 años, era General de División y gozaba de un enorme prestigio en el Ejército, apoyado en los 4 pilares fundamentales: valor, alto sentido de la disciplina, dotes de mando y afán de servicio.

Prim

          Apenas iniciada la Guerra Carlista, con 19 años, se enroló en los Voluntarios de Isabel II, unas Unidades creadas siguiendo las instrucciones del Capitán General de Cataluña, pero por unos incidentes en horas libres de servicio, tuvo que dejar su Unidad y marchar a Barcelona, alistándose ahora en el Batallón de Tiradores de Isabel II, donde a los dos meses (dicen sus biógrafos que quizás por su claro antiabsolutismo) lo pasaron a la clase de Cadete. También sobrevuelo su Hoja de Servicios. Siete años de guerra, siete heridas, seis ascensos y dos Cruces de San Fernando.

          Destacó entre sus camaradas por su inflexible sentido de la disciplina y su intrepidez, como cuando, en el 36, ganó la primera Cruz al meterse entre las filas enemigas y tomar personalmente la bandera de un Batallón carlista, como un “ensayo general con todo” de lo que haría en Castillejos casi un cuarto de siglo después.

          Cuando la guerra acabó, Prim se había ganado una merecida fama de valiente, especialmente en Cataluña, y aparecía ya como cabeza visible de un grupo de Oficiales jóvenes que le seguirá acompañando a lo largo de su vida militar. Pero esa admiración, aún no había trascendido a la población civil. Sin embargo, su compromiso con las ideas progresistas, el magnetismo personal que irradiaba y sus buenas relaciones con la burguesía adinerada de Reus y el resto de Cataluña le iban a abrir las puertas de la promoción política y, en consecuencia de la fama popular.

 

SERRANO,  PRIM  Y  LA  POLÍTICA

En el período de las Regencias (1833 - 1843)

          Vamos a hablar ahora de la carrera política de ambos personajes, que se entremezclará muchas veces con la militar, porque ambos fueron sobre todo, y por encima de todo, militares. Como habrán observado, hasta ahora hemos hablado de Serrano y Prim “por separado”. A partir de estos momentos, hacia 1840, cuando finalizó la 1ª Guerra carlista y la Regencia de  doña María Cristina, y durante los siguientes 30 años, lo haremos simultáneamente, pues sus vidas se cruzarán en muchas ocasiones; a veces serán compañeros de viaje, pero otras encarnizados adversarios, como iremos viendo.

          Es muy larga su trayectoria política, que se inicia de manera similar. En 1839, Serrano, todavía Brigadier, fue elegido diputado por la provincia de Málaga, mientras que Prim lo será en el 41 por Tarragona, pero ambos militando en el partido progresista liderado por Espartero. En el 40, cuando se obligue a renunciar a la Reina Regente, Serrano votará por la “regencia única” de Espartero, pero Prim, que aún no era diputado, no estaba conforme con esa forma de regencia.

          Muy poco después, las intrigas de los moderados -que apoyaban a la ex - Regente- llevaron a un levantamiento en las provincias del norte y al intento de sacar de Palacio a la futura Isabel II y su hermana, con la consecuencia, ya mencionada aquí hace días, del fusilamiento, por orden de Espartero, de los Generales Diego de León, Borso de Carminati y Montes de Oca.

          ¿Cuál fue la actuación del General–Diputado Serrano en aquella circunstancia? Se encontraba en Málaga cuando le llegaron noticias de lo que ocurría en el norte peninsular. Inmediatamente se trasladó a Madrid y se puso a las órdenes del Regente, quien le otorgó el mando de la 1ª División del Ejército del Norte, actuando a su frente contra los sublevados en Vitoria, Tudela y Barcelona. Espartero le concedió por su actuación en esos hechos el ascenso a Mariscal de Campo.

          Prim andaba por Andalucía también. La versión oficial era que, al haber sido nombrado Inspector de Carabineros (dicen que por presiones de la industria catalana, dañada por el contrabando que se hacía sin medida desde Gibraltar), estaba entre Málaga y Algeciras en ese cometido de represión del fraude. Pero otros afirman que, en realidad, su verdadera misión consistía en abortar en el sur la sublevación moderada, con orden incluso de fusilar a Narváez si lo hacía prisionero.

          La dura represión ordenada por Espartero repugnó a Serrano, que llegó a pedir la dimisión del recién conferido cargo de Jefe de una División del Ejército de Cataluña. No le fue aceptada, pero se quedó en Madrid en el Congreso, donde, apenas conocidos los graves incidentes de Cataluña de finales del 42, Serrano defendió en la Cámara una proposición presentada por él y otros 6 diputados para que se dirigiera un mensaje a Espartero poniendo el Congreso a su disposición para sostener la Constitución. Y será Prim, en una de sus primeras intervenciones parlamentarias, quien le responda indignado ante las acusaciones al pueblo catalán y la mano dura que se exige, culpando únicamente al gobierno de lo que sucedía.

          Se suspendieron las Cortes. Serrano tuvo que reincorporarse a su destino en Cataluña y el Capitán General Van Halen le nombrará Jefe de Estado Mayor de su Ejército, siendo por tanto testigo de excepción del bombardeo que Espartero ordenó contra Barcelona, acción que ensanchará más la brecha entre ambos Generales. Por su parte, Prim, con nombre falso escapó a Francia, convencido de la posibilidad de pactar con los moderados la caída de Espartero.

          Vuelto Serrano a Madrid, don Joaquín María López, encargado de formar gobierno lo hace, por vez primera Ministro de la Guerra, Un gabinete que sólo durará 11 días, pues a Espartero no le gustaron sus primeros pasos.

          Pero Espartero tenía ya contados su días como Regente. Y en su caída van a jugar un papel importante nuestros dos personajes de hoy. El final de Espartero en la Regencia comienza por unos levantamientos en Málaga y luego toda Andalucía y después parte de España, pidiendo, en un principio, el restablecimiento del gobierno López, sin cuestionar que Espartero siga de Regente hasta la mayoría de edad de Isabel II (faltaba aproximadamente 1 año para que, al cumplir los 14, fuese proclamada Reina). Pero en Reus, Prim grita el 27 de mayo “Abajo Espartero. Mayoría de la Reina” y ese grito parece poner a todas las guarniciones de España (excepto la de Madrid) en contra del Regente.

          Serrano, tras pasar a Francia por Hendaya y volver a entrar a España por Port Bou, llega a Barcelona. Aquí, de acuerdo con Prim, y con la Junta de Barcelona, deciden reconstituir el gabinete de Joaquín María López.

          Serrano dirige un Manifiesto al país justificando la promulgación de un decreto que, en su nombre y en el de los demás componentes del gabinete, destituye al Regente. Y la Junta de Barcelona, en el ínterin, en esta que podemos denominar PRIMERA  TRANSICIÓN nombra a Serrano “Ministro Universal”.

          Muchos ven en esta actuación de Serrano un exitoso intento de adelantarse a los moderados, que dirigidos por Narváez no cejaban en su empeño de devolver la Regencia a la Reina Madre, e incluso habían desembarcado en Valencia, donde la Junta valenciana había concedido a Narváez el mando de las fuerzas del distrito militar. Serrano se anticipó, sí, y repuso el Gobierno progresista de López, sí; pero lo cierto es que, enseguida, la Reina va a entregar el poder a los moderados. Con la perspectiva que dan los casi 170 años transcurridos, podemos darnos cuenta de que los grandes beneficiados de los hechos iban a ser, eran, los moderados. Y que Serrano, progresista, y Prim, progresista, habían contribuido a ello.

          Y paradojas de la Historia y de la vida. Cuando Serrano había sido nombrado Ministro Universal por la Junta barcelonesa, había prometido la creación de una Junta Central que aglutinara las provinciales y diera expresión a los ideales progresistas más radicales (incluso republicanistas). Al no ser así, y seguir el repuesto gobierno de López con sus planes, se produjo en Barcelona un levantamiento en toda regla. Serrano, Ministro de la Guerra, envía a Prim, al que nombra Comandante Militar de la provincia, para que convenza a sus paisanos; pero la insurrección se extiende a casi toda Cataluña y Zaragoza, y no queda más remedio que aplicar la fuerza. Y, como había sucedido con Espartero, Barcelona es bombardeada y la Junta capitula cuando casi finaliza 1843. Prim se ha ganado la faja de Mariscal de Campo, pero ha perdido gran parte de su crédito antes los catalanes, sus paisanos, y muchos de ellos nunca se lo perdonarán. Ni tampoco muchos de sus correligionarios progresistas, sobre todo los situados más a la izquierda.

En el reinado de Isabel II (1843 - 1868)

     En la Década Moderada (1844 - 1854)

          En noviembre de aquel mismo 1843, era proclamada Reina de España una niña de 13 años y 1 mes de vida, que pasará a la Historia como Isabel II. En su primer Gobierno, dirigido por Olózaga, Serrano volvía a ser Ministro de la Guerra, pero pronto los moderados ocuparían el poder ejecutivo, con lo que nuestro hombre, prácticamente, abandonaba, de momento, la política.

          No obstante, en 1847, sus relaciones con la Reina hicieron que consiguiera sobre ésta una cierta influencia. Y así, cuando la Reina le expresó su desencanto ante la actuación de varios gobiernos mixtos (ministros moderados y progresistas) recomendó a la Soberana que nombrase a Narváez como Presidente, pues consideraba que era el único hombre capaz de encauzar el país en aquellos momentos. Así lo hizo Isabel, y, claro, los progresistas tampoco se lo perdonarán, y se lo reprocharán cada vez que haya ocasión y hasta muchos años después. Le pondrán el mote de “el Judas de Arjonilla” y hasta le enviarán a casa una carta bomba, de cuyos efectos se libró Serrano por las sospechas de su madre. ¿Por qué actuó así, recomendando a un adversario político para Jefe del Ejecutivo? Quizás una mezcla de buena fe, patriotismo, sentido del honor, ingenuidad, lealtad a la Jefatura del Estado…

          A finales del 47 aceptaba la Capitanía General de Granada (la Corte y el Gobierno querían apartarlo de Madrid para evitar una grave crisis institucional como consecuencia de sus relaciones con la Reina), y el único apoyo que recibe entonces es de Narváez. En los 10 meses de su mandato en aquella Capitanía, fuerzas a sus órdenes ocupan las Chafarinas, e igualmente, en apoyo del Gobierno Narváez, actúa en la reacción contra una fallida Revolución hispánica similar a la que se acababa de producir en Francia aquel 1848.

          Tras ese mando, pide licencia para descansar y apartarse de la política. Viaja por Europa, estudiando la organización de los Ejércitos de Rusia y Prusia, y durante casi 4 años, hasta el 53, permanece “de cuartel” en Madrid, pero como veremos, no inactivo.

          En 1850, el mismo año de su matrimonio, Narváez le ofreció la Capitanía General de Madrid, pero, aunque era un puesto que ansiaba, Serrano lo rechazó por no tener que ir todos los días a recibir el “Santo y Seña” de manos de la Reina, como era tradicional, y mucho menos cruzarse con el Rey consorte, que lo odiaba profundamente.

          Durante esos años, y a consecuencia de intrigas palaciegas, Narváez fue sustituido por Bravo Murillo, conservador a ultranza, hombre muy eficaz, especialmente en el campo de las obras públicas, y declarado antimilitarista. Las medidas de Bravo Murillo, especialmente su Plan de Reforma Política, que en realidad era el proyecto de una “dictadura disfrazada”, provocaron una fuerte reacción en su contra. En 1852 se hicieron llegar a la Reina tres importantes documentos: una Exposición y dos Manifiestos firmados por elementos progresistas y moderados, civiles y militares, entre los cuales figuraban Serrano y Prim.

          Por lo que se refiere a Prim, desde el 44 residía en Madrid, pero el Gobierno lo consideraba “incómodo” y trataba también de alejarlo de la Corte. Le ofrecieron el cargo de Gobernador Militar de Ceuta, pero lo rehusó alegando razones de salud. Declaró también su intención de apartarse de la política activa y marchó a Francia donde permaneció varios meses, regresando a Madrid en octubre, prácticamente en coincidencia con un atentado fallido contra Narváez, en el que fue involucrado. El proceso duró varias semanas, siendo Prim su propio defensor. El 15 de noviembre se dictaba sentencia, por la que se le consideraba culpable de conspiración, pero no de inducción al asesinato, y era condenado a 6 años de prisión en un castillo en las islas Marianas. Su madre intercedió ante la Reina y fue indultado a mediados de enero de 1845, escribiendo entonces una carta de agradecimiento a Narváez. Marchó a Écija, luego a Madrid y ante la incómoda vigilancia a que era sometido, pidió permiso para salir al extranjero, rápidamente concedido. Viajó y residió en Francia, Alemania, Italia, y algún otro país, y no regresó a España hasta el otoño del 47, es decir, año y medio después. Ya habían mejorado mucho sus relaciones con la Casa Real y el Gobierno, y fue nombrado Capitán General – Gobernador de Puerto Rico el 18 de octubre de aquel mismo año.

          Si bien el destino podía considerarse un “exilio dorado”, también es verdad que desde el punto de vista de Prim constituía una plataforma para incrementar su prestigio público, siempre y cuando demostrara que también poseía cualidades para el puesto. El aspecto más debatido de su gestión de un año en la isla fue la publicación de un bando que se conocería como el “Código Negro”, que contenía unos artículos muy duros contra los derechos de la población negra (lo que le acarrearía acusaciones de racismo). Prim trataba de evitar que en Puerto Rico se produjeran acontecimientos similares a los de la Martinica francesa de la primavera de 1848, o la insurrección en la pequeña isla holandesa de Santa Cruz (que a instancias del gobernador de la misma reprimió Prim con 4 Compañías de Infantería y una Sección de Artillería, fusilando a 40 líderes esclavos y restableciendo el orden). En la propia Puerto Rico hubo un conato de rebelión esclava que se saldó con el fusilamiento de los 2 líderes y 100 azotes a otros 6 esclavos.

          Alguna enfermedad tropical, su habitual mala salud y un caída del caballo con la consecuencia de la fractura de un pié aceleraron la admisión de su dimisión. Regresó a Madrid, vía París, en diciembre del 48. El año siguiente, mientras pensaba que iba a ser destinado a Canarias, lo pasó entre París, Londres, Vichy, etc., hasta que la proximidad de las elecciones generales en 1850 lo devolvió a la vida pública. Acta de nuevo por Tarragona, siendo uno de los pocos progresistas que se sentaban en el Congreso.

          Otra vez diputado en el 51. Prim, no lo he dicho aún, defendió siempre a Cataluña y a los intereses catalanes, pero, también siempre, por detrás todo ello de España y de los intereses generales de España. Así fue también en esta legislatura, en la que una vez más, no olvidemos su condición de masón, y ahora como consecuencia de la firma del Concordato con la Santa Sede, volvió a poner a la Iglesia Católica en el punto de mira de su agresiva dialéctica. Y tras la clausura de las Cortes, en el 52, de nuevo volvió a Francia.

     En el Bienio Progresista (1854 - 1856)

          La oposición progresista pasó del Congreso a la calle y al enfrentamiento militar de Vicálvaro (lo que se conoció como la “vicalvarada”), en 1854, y que si militarmente no dejó ni vencedores ni vencidos, tocó, y gravemente, a los moderados, que poco después abandonaron el poder, iniciándose el llamado Bienio Progresista.

          El jefe de las fuerzas sublevadas en Vicálvaro fue O’Donnell, quien con el Manifiesto de Manzanares, al que se adhirió Serrano, expuso las líneas básicas de un nuevo partido, la Unión Liberal.

         ¿Y Prim? Pues en aquellos momentos se encontraba en Turquía, como observador cerca del Sultán en la guerra que los otomanos sostenían contra los rusos. Al tener conocimiento de los últimos sucesos, regresó de inmediato a España, dispuesto a contribuir a la consolidación de la nueva situación política, lo que hizo desde su escaño, otra vez, de diputado, con un apoyo total al nuevo Presidente del Gobierno, Espartero.

          Tras bastantes meses con achaques importantes, a finales del 55 se le nombra Capitán General de Granada, viajando enseguida a Melilla, muy hostilizada en aquellos momentos por los rifeños. Hace dos salidas de la ciudad, al frente de las tropas y en ambas hace huir a las hordas fronterizas. Pero enseguida deja la Capitanía, pues es incompatible con su cargo de diputado. Y en el 56 suceden muchas cosas, entre ellas dos importantes personalmente para él: el ascenso a Teniente General y su boda.

      En el Bienio Moderado (1856 – 1858)

          Y también importantes a escala nacional, pues se regresa a la política moderada, y el inicio del Bienio Moderado, con la consecuencia inmediata de levantamientos populares y radicales en la capital, que su nuevo Capitán General, Serrano, reprime con energía y acierto, lo que vale el ascenso a la máxima categoría militar: Capitán General.

          Y mientras la Reina se abandonaba en brazos del moderantismo bastante radicalizado, lo que iba a ser su perdición, Serrano era nombrado Embajador en París, donde en 11 meses (1857) tuvo tiempo de desmontar un plan francés encaminado a que cediéramos Mallorca, y quizás también Menorca, a Francia, a cambio de ayudarles en el norte de África para entregarnos todo lo que hoy es Marruecos, mientras ellos se quedaban con Argelia. Y si no colaborábamos, nos retirarían su apoyo, y el inglés, en caso de que los EE.UU. intentasen alguna maniobra política respecto a Cuba. Desde allí, con toda lealtad, escribe a Narváez que es necesario dejar el paso libre a la Unión Liberal.

     En el período de la Unión Liberal (1858 – 1866)

          Y así sucedió en el 58. Tras 4 años estúpidamente perdidos con los dos Bienios, comienza el “gobierno largo de O’Donnell”, casi 6 años, que van a suponer el período más fructífero del reinado de Isabel II.

          Pero para nuestros personajes hay también un cambio de escenario muy importante.

          Es en esta etapa, como vimos anteayer en la conferencia de don Alfonso Soriano, cuando se producen las intervenciones militares españolas en el exterior, que contribuyeron en gran manera a un renacimiento del sentimiento colectivo de españolidad. Una de esas intervenciones fue la Guerra de Marruecos, en la que, como nos explicó la primera noche del ciclo el señor Mardones, el propio Presidente del Gobierno, el General O’Donnell se puso al frente de la expedición. Prim, que se encontraba en París, al tener noticia de los hechos escribe al General tinerfeño pidiéndole, casi suplicándole, participar en la aventura: “Ábrame usted campo y usted verá lo que soy capaz de hacer”, le dice. O’Donnell accede y le confía el mando del “cuerpo de reserva”, una División compuesta por unos 4.000 hombres, de los poco más de 40.000 que componían el Ejército de África.

          Cuando tras la concentración de tropas en Ceuta comience la progresión hacia Tetuán, la División de Reserva no va a tener un papel de especial lucimiento, pues se le encomienda, a base de pico y pala, ensanchar el camino que une las dos ciudades. Días después, en el valle de los Castillejos, tiene la misión de ocupar las alturas para favorecer el avance del resto de las Unidades. Y es en ese cometido, el 1 de enero de 1860, y cuando tras más 6 horas de combate, la enorme presión de los indígenas ha colocado a sus tropas en una situación muy difícil, se produce el hecho de que nos habló don Luis Mardones en su intervención.

          Prim, tomando la bandera de España de manos de un alférez, dice aquello de: “Ha llegado la hora de morir por la honra de la Patria: y honor no tiene quien morir no quiere. Vosotros podéis abandonar esas mochilas, porque son vuestras, pero no podéis abandonar esta Bandera que es la de la Patria. ¿Dejaréis morir sólo a vuestro General?”. Y Pedro A. de Alarcón, en su Diario de un testigo de la guerra de África añade que en aquel momento Prim “estaba lívido, sus ojos lanzaban rayos, su boca contraída dejaba escapar una especie de rugido salvaje… con la espada desnuda, retorcido el musculoso cuerpo…”.

          No hay tiempo para hablar más de aquella “guerra grande” que culminó en una “paz pequeña”. Baste decir, para lo que nos interesa esta noche, que en toda España, el nombre del General Prim se convirtió en el símbolo del heroísmo… y del éxito. Prim ingresaría por aquel entonces en la Unión Liberal.

          Y habíamos dejado a Serrano unos meses antes, cuando regresaba de la Embajada en París. Poco tiempo permanecería en España, pues en septiembre de 1859 era nombrado Gobernador-Capitán General de Cuba, cargo en el que permanecería 3 años largos. Su gobierno en la isla caribeña fue calificado como “de muy constructivo”, pues el General Serrano estuvo siempre convencido, y así lo expresaría también en repetidas ocasiones en las Cortes tras su regreso a España, de que había que realizar reformas que, a la larga, cuando quizás ya fuese tarde, Cuba exigiría inexorablemente.

          Pero si en su papel como Gobernador de los cubanos la mayoría de las veces sólo obtuvo satisfacciones, quizás el problema más delicado que le tocó vivir en su estancia en la isla fue el incidente entre él y el general Prim en el asunto de Méjico. Este hecho marcó el inicio del antagonismo entre nuestros dos personajes de esta tarde, de una enemistad que perduró para siempre en su relación mutua.

          Repasemos los antecedentes del caso. En octubre de 1861 se había firmado en Londres un convenio entre España, Francia e Inglaterra que contemplaba el envío a Méjico de fuerzas militares de los tres países, con la finalidad de hacer cumplir al Gobierno mejicano una serie de obligaciones económicas pendientes (en nuestro caso desde hacía 25 años) y a mostrar un mayor respeto y protección para los súbditos de las tres potencias. En el tratado se expresaba claramente que los europeos se comprometían a no buscar para ellos ninguna posesión de territorio y a no ejercer influencia alguna en la política interna de Méjico.

          A pesar de ello, Francia tenía intereses ocultos que afectaron negativamente a la operación. Su proyecto consistía en instaurar allí un régimen político del agrado de París; así, a los 15 días de firmado el convenio, Napoleón III comunicaba a los gobiernos español e inglés que proponía como candidato al trono de Méjico al Archiduque Maximiliano de Austria.

          Por cierto, Prim pasó por aquí, camino de Méjico, a bordo del Antonio de Ulloa y como no tenemos tiempo, no les leo, pero les recomiendo que lo hagan ustedes, lo que en ese delicioso libro de don Francisco Martínez Viera titulado El antiguo Santa Cruz. Crónicas de la capital de Canarias se cuenta la visita a la ciudad (01-12-1861), la misa en San Francisco, la cena en Capitanía, que estaba aquí al lado, en el tristemente cerrado hoy Palacio de Carta, del gentío en la Plaza de Candelaria y del baile que se celebró en su honor en el Casino, etc. etc.

          Cuando Prim, ya en Méjico, fue informado de las pretensiones galas (no por el Gobierno español, sino por un general mejicano exiliado) se desconcertó; y se asombró cuando O’Donnell le escribía diciendo que “no había que imponer la monarquía ni oponerse a ella”. Al poco llegaban otros 4.500 franceses y el General Lorencey, que los mandaba, traía una carta del Emperador Napoleón III para Prim, en la que le desvelaba las verdaderas intenciones de nuestros vecinos del norte. Prim decidió enseguida retirarse de la empresa y, de acuerdo con los ingleses, dejaron solos a los franceses. En barcos ingleses se retiraron varias de nuestras Unidades hacia Cuba, mientras quedaban en tierra 3 Batallones de Infantería, toda la artillería y algunas Unidades de los Servicios.

          El General Prim remitió una carta muy seca a Serrano exigiéndole que le enviase barcos para repatriar a los que habían quedado en tierra, lo que sentó muy mal al Capitán General de Cuba, partidario de seguir la línea marcada por O’Donnell.  Es a partir de este momento cuando las relaciones entre ambos se iban a hacer muy tensas. Serrano envió un informe a O’Donnell solicitando que Prim fuese juzgado con severidad, pero éste se le adelantó y dos emisarios suyos entregaron en la Corte su propia versión de los hechos. Y cuando O’Donnell fue a ver a la Reina con el borrador de un decreto desaprobando la actuación de Prim, aquella lo recibió diciéndole: “¿Has visto que cosa tan buena ha hecho Prim? Estoy deseando verle para felicitarle”. O’Donnell, claro, se guardó la carta en un bolsillo.

           Como siempre ocurre en nuestro país, los políticos y la opinión pública se dividieron entre las alabanzas y los vituperios hacia el Marqués de Castillejos. Vistas las cosas que siguieron, parece ser que España hizo bien retirándose de aquella aventura, diseñada a mayor honra y gloria de “la France”, y apartándose de la creación de un Imperio latino personificado en un Archiduque austríaco, el pobre Maximiliano que, como saben, sería fusilado en Querétaro por Juárez. Claro que lo de latino, por el papanatismo de muchos, ha quedado irremediablemente unido a lo que siempre se debió haber llamado ibérico o hispánico.

          En definitiva, el asunto de Méjico fue un claro revés para Serrano y un rotundo fracaso para la Unión Liberal. Y una barrera en la relación Prim – Serrano.

          También jugó Serrano un importante y activo papel en la reincorporación a la Corona de España de la parte española de la isla de Santo Domingo. Les remito, y me remito, a un libro de próxima aparición sobre el tema escrito por el general de Ejército Luis Alejandre.

          A su vuelta de Cuba, Serrano era nombrado por O’Donnell Ministro de Estado, con el correspondiente y tremendo enfado de Prim (se habló hasta de un posible duelo entre ambos)  quien, disgustado, abandonó las filas de la Unión Liberal.

          Entre los años 63 y 68 la situación política se fue claramente deteriorando; iba creciendo la fuerza de los progresistas, convirtiéndose por entonces Prim en su líder indiscutible, aureolado por su actuación en África y quien, desde los hechos de Méjico, se autoconsidera ya capacitado para ser Presidente de Gobierno. Y es también la época en que Prim comienza a conspirar.

          Tras la “noche de San Daniel”, Serrano era nombrado Capitán General de Castilla la Nueva.

          Cuando comenzaba 1866, Prim se sublevaba en Villarejo de Salvanés, pero al fracasar el levantamiento tuvo que exiliarse en Francia, pues aquí, un tribunal militar lo condenó a muerte. Pero las conspiraciones, tras las que casi siempre se  encontraba el Marqués de Castillejos, se fueron sucediendo, hasta culminar en la sangrienta sublevación de los Sargentos del Cuartel de Artillería de San Gil, en Madrid, con el asesinato de varios Oficiales. Aquel motín, reprimido por las fuerzas gubernamentales dirigidas por Serrano (que tuvo una actuación personal merecedora de una película), acarreó más de 200 muertos y heridos, haciendo sus tropas unos 500 prisioneros. Tras los correspondientes Consejos de Guerra, 66 de éstos fueron condenados a muerte y fusilados en las tapias del Retiro, sin que el General O’Donnell concediese el indulto que se le solicitaba desde varias instancias, especialmente progresistas y demócratas.

     En el camino hacia la Revolución (1866 – 1868). Las muertes de O’Donnell y Narváez.

          La Reina, intentado “desmarcarse”, cesó a O’Donnell, lo que trajo como consecuencia que la Unión Liberal, y con ella Serrano, abandonaran su posición de inquebrantable adhesión a Isabel II.

          La Reina acudió de nuevo a Narváez y durante el tiempo de duración del que iba a ser su último gobierno, se produjo en Ostende la firma de una acuerdo entre progresistas y demócratas cuyo objetivo final era el derrocamiento de Isabel II. Bruselas se iba a convertir en el epicentro de la revolución, personificada hasta el momento en el General Prim.

          Serrano, en un último intento, fue el encargado de poner en manos de la Reina un documento en el que se exponían a la Soberana los males de España y la urgencia de remediarlos, si no quería ver en peligro la paz nacional y la estabilidad del trono. El hecho encolerizó a Narváez, quien olvidando la antigua buena relación mutua, ordenó detener y arrestar al General Serrano, enviándolo primero al Castillo de Santa Bárbara, en Alicante, y luego a Mahón, aunque la mediación de la Reina concluirá con su liberación meses después.

          Otro levantamiento dirigido por Prim (agosto del 67) en Aragón y Valencia fue fácilmente sofocado.

          Y tres meses después moría O’Donnell, a los 58 años de edad, posiblemente con el corazón roto por la ingratitud de su Reina. Mientras él vivió, los Generales de la Unión Liberal respetaron, con él, a la Reina y a la dinastía borbónica; una vez muerto, Serrano, que lo sustituyó al frente del partido, no mantuvo la misma postura. No es que a partir de su muerte la Unión Liberal se lanzase abiertamente a conspirar, pero sí es cierto que, conscientes de la inminencia de algo muy serio, sus dirigentes comenzaron a buscar soluciones.

          Por si fuera poco, en cuanto a la Reina se refiere, en abril del 68 fallecía Narváez, que era ya el último apoyo que le quedaba. En muy poco tiempo, en apenas 5 meses, Isabel II había perdido a los dos Generales que más la habían ayudado a mantener su corona. A partir de ahora, unionistas, progresistas y moderados intensificaron sus contactos y se decantaron por una línea de acción que contemplaba el derrocamiento de Isabel, pero también el mantenimiento de la dinastía, pues pensaban ofrecer el trono a la Infanta Luisa Fernanda. Serrano era quizás el único que creía que Isabel II podría seguir en el trono. Pero pronto se desengañaría definitivamente.

      En la (“Gloriosa”) Revolución (1868)

          A primeros de julio de 1868, Serrano recibía la visita del Almirante Topete, quien propuso al General que fuese el hombre que encauzara la inevitable e inminente Revolución, para evitar su desbordamiento. Y el día 6 de esos mismos mes y año, el Gobierno (González Brabo), detenía y alejaba de la Corte al Capitán General Serrano, a cinco Tenientes Generales y a un Mariscal de Campo. De ellos, Serrano y tres más vendrían deportados a Canarias. Con estas detenciones y deportaciones de los Generales unionistas quedaba definido el abismo abierto entre la Reina y el Ejército, que había sido su principal valedor desde los ya lejanos días de la Primera Guerra Carlista. Y, desde ese mismo momento, Serrano se había convertido, motu proprio, en uno de los pilares más sólidos de la Revolución que se ponía en marcha, la que se conocerá como la del 68 y la Gloriosa.

          En la noche del 14 de septiembre, una pequeña barca recogía en una playa del Puerto de la Cruz a Serrano y los otros Generales aquí deportados, y los trasladaba a un buque en alta mar. Llegarán a Cádiz el día 19, cuando ya hayan sucedido otros hechos importantes.

          El General Prim, que se encontraba en Londres, disfrazado como criado de unos amigos viajó, entre los días 12 y 17, desde la capital inglesa hasta Gibraltar, donde transbordó a otro buque que el mismo 17 lo desembarcaba en Cádiz. Se reunió inmediatamente con Topete, y éste le comunicaba dos cosas importantes: que seguía vigente la idea de no derrocar la dinastía, pues era partidario de sustituir a Isabel II por su hermana; y que, al reconocer como Jefe indiscutible de la Revolución al General Serrano, no sublevaría la flota hasta que éste no se encontrase en Cádiz. Prim accedió, pero cuando Serrano se encontraba ya a unas 24 horas de poner pie en la “tacita de plata”, determinados movimientos de las autoridades y de la policía impulsaron a Topete y Prim a adelantar acontecimientos. Así, a las 13 horas del 18 de septiembre de 1868, los 20 cañonazos disparados por los buques de la Escuadra, fondeada en la bahía gaditana, anuncian al país que se ha dado el primer paso en el camino de la Revolución.

          Al día siguiente, como ya sabemos, llegaba Serrano, quien de inmediato se reunió con Topete y Prim que le informaron de la situación. Con respecto al tema de Luisa Fernanda, Serrano les dijo: “Primero hay que vencer; después se tratará el asunto”. Y redactaron conjuntamente un famoso Manifiesto que terminaba con las palabras “¡Viva España con honra!” y que se firmaba el mismo día 19.

          El Presidente del Gobierno, González Brabo presentaba automáticamente su dimisión. La Reina, que se encontraba en San Sebastián y cuya única idea era ya la de  abandonar España y ponerse a salvo, encomendaba la formación de Gobierno al General Gutiérrez de la Concha, Marqués de la Habana, que se trasladó de inmediato a Madrid para organizar la actuación militar. A las 48 horas pedía a la Reina que viajase enseguida a la Corte, pero ella se negó. Se le aconsejó también que abdicase en su hijo Alfonso, que contaba 12 años, y encargase la Regencia al General Espartero, pero tampoco aceptó.

          Mientras tanto, las fuerzas sublevadas, dirigidas por Serrano, que subían de Cádiz a Madrid, se encontraron cerca de Córdoba con las fuerzas gubernamentales mandadas por el General Pavía, que venían de la capital. En un combate que ha pasado a la Historia como el del Puente de Alcolea y tras casi 6 horas de lucha, Serrano, y la Revolución, tenían expedito el camino hacia Madrid y hacia el dominio político del país.

          El Gobierno, al conocer lo sucedido, se reunió y acordó proponer a la Reina que ofreciera al General Serrano la formación de Gobierno. Pero cuando se lo comunicaron, recibieron la noticia de que aquel día 30 de septiembre de 1868 la Reina ha entrado ya en Francia.

          Con 38 años de vida abandonaba el país una mujer que había sido Reina durante 35, de ellos 25 efectivos. Ya nunca volverá a ser Reina de España. Y se produce una SEGUNDA  TRANSICIÓN en la que nuestros dos personajes van a jugar un papel trascendental.

En la búsqueda de un nuevo Rey (1868 – 1870)

          Tras un triunfal recibimiento en Madrid, el 3 de octubre de 1868, la Junta Revolucionaria madrileña (como siempre se habían constituido Juntas por todo el territorio nacional) confirió a Serrano el encargo de constituir un Gobierno Provisional hasta que se reunieran las nuevas Cortes Constituyentes.

          Pero Serrano sabía perfectamente que si bien él había sido el vencedor de Alcolea y que ese hecho, en definitiva, había abierto las puertas de la gobernación a la Revolución, el alma máter del movimiento había sido el General Prim, por lo que, de acuerdo con lo convenido entre ambos, aguardó a que el reusense llegase a Madrid para constituir el Gobierno Provisional. Prim, embarcado en la fragata Zaragoza había recorrido todos los puertos importantes del litoral mediterráneo, enfervorizando a las multitudes y, en consecuencia, asegurando el éxito de la Revolución. Una vez en Barcelona, se dirigió a Madrid, llegando a la Villa y Corte cuatro días más tarde que Serrano, donde sería recibido con igual entusiasmo que aquél.

          Ambos se abrazarían en el balcón central del Ministerio de la Gobernación ante una multitud enfervorizada. En el Gobierno Provisional, Serrano sería el Presidente, Prim Ministro de la Guerra y Topete de Marina. De sus 9 miembros, 4 serían unionistas y 5 progresistas, quedando excluidos los demócratas por sus exageradas exigencias de carteras ministeriales. La primera acción del Gobierno fue enviar un telegrama al viejo General Espartero, quien contestó amablemente, pero aclarando que lo que deseaba era que lo dejasen tranquilo.

          Y casi a la vez difundía entre la opinión pública un Manifiesto en el que se aseguraba que el nuevo Ejecutivo deseaba conservar las libertades conquistadas -que no deberían desbordarse, como muchos temían. No se “mojaba” explícitamente con respecto al futuro sistema de gobierno (aunque la mayoría del Gabinete prefería la monarquía, empezando por los dos Generales y el Almirante). Y también se hacía en el Manifiesto, lo que es importante dentro del marco global de este ciclo de conferencias, una afirmación civilista: que a partir de ahora “el pueblo no necesitaría ni soportaría valedores en las instituciones armadas, reducidas a garantizar el respeto de derechos intangibles vinculados a la representación nacional.”

          Esta declaración institucional, suscrita por los tres militares más importantes de del momento, es una clara muestra de que está empezando la transición (la TERCERA  TRANSICIÓN) hacia una detentación del poder por la rama civil; y no van a ser meras palabras, pues una de las primeras disposiciones de Prim con respecto al Ejército va a ser la prohibición de que los militares se afilien a partidos políticos. Sin embargo, todavía quedan unos años hasta que llegue Cánovas, y Serrano y Prim y otros aún deben jugar papeles muy importantes en la gobernación de España.

          En la convocatoria de Cortes se hablaba ya claramente de Monarquía, pero de un Rey elegido por la nación, lo que tampoco descartaba, aunque en aquellos momentos pareciera impensable para muchos de los propios monárquicos, la continuación de la dinastía borbónica.

         Al constituirse las Cortes, el 22 de febrero, Serrano entregó el poder que le confirió la Junta de Madrid el pasado octubre, pero, de inmediato, los diputados encargaron al General la constitución de un Gabinete que ejerciera las funciones del Poder Ejecutivo en tanto se redactaba y aprobaba la nueva Constitución.

          En la redacción de la Constitución, los artículos más debatidos fueron el de la libertad de cultos y, sobre todo, el de la forma del Estado. Aquella Constitución de 1869, aprobada por 214 votos contra 71, era quizás la primera realmente democrática de nuestra Historia constitucional y declaraba que la forma del Estado era la Monarquía.

          Pero había que encontrar un Rey. En el propio texto constitucional se podía leer que hasta que el Monarca ocupase el trono, había que designar una Regencia. Se discute en las Cortes si ha de ser una, trina o quíntuple, aprobándose la primera opción. ¿Y adivinan ustedes quién va a ser el Regente? Acertaron: otra vez Serrano, que a partir de ahora recibirá el título de Alteza.

          Es posible que sin Serrano al frente de la Revolución, el desarrollo posterior de ésta hubiese culminado en ríos de sangre. Serrano, habilísimo mediador, conjugó en el nuevo Régimen, si se le puede llamar así, las aspiraciones de moderados, unionistas y progresistas (en su gran mayoría monárquicos), añadiendo al conjunto ingredientes deseados también por los demócratas.

          Con el nombramiento de Regente, Serrano llegaba a la cima de su carrera; se había convertido en el hombre clave de la Revolución del 68, y aún sería, hasta la Restauración, el militar más solicitado durante los 5 años y pico que restaban de Sexenio Revolucionario.

          Dicen los biógrafos de ambos que si bien Serrano representaba a la Revolución, a partir de este momento iba a ser Prim (al que el propio Regente nombró Presidente del Gobierno) quien la dirigiera. Aquél quedaba, en palabras de Castelar, encerrado en una “jaula de oro” por un político neto y nato como era Prim.

          Pero Prim tiene una inmediata e importantísima labor: ni más ni menos que encontrar un rey para España, durante unos meses que van a constituir una CUARTA TRANSICIÓN.

          Creyó fácil el encargo, pues, entre preferidos por él y preferidos por otros, disponía de un buen número de “posibles”, pero se equivocó de medio a medio. Tuvo muchísimas dificultades internas (el que gustaba a uno de los partidos, era rechazado de plano por los demás) y externas (algunos candidatos rechazaron el ofrecimiento, y en otros casos se llegó a enfrentamientos entre países, casi todos diplomáticos, pero uno bélico, como la guerra franco-prusiana del 70). Recordemos rápidamente los candidatos:

               -Dos de sangre real española: Carlos, nieto de un hermano de Fernando VII, Carlos Mª. Isidro, representante de los carlistas, y el Príncipe don Alfonso de Borbón (por fin Isabel II, en 1870, abdicó en su hijo).

               -Uno emparentado con la Casa Real: El Infante don Antonio de Orleans, Duque de Montpensier, casado con la Infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II.

               - Extranjeros: a) Don Fernando de Coburgo, Rey consorte viudo de Portugal; b) Don Amadeo de Saboya, Duque de Aosta, italiano; c) El Príncipe Tomás Alberto, Duque de Génova, también italiano; d) El Príncipe Leopoldo de Hohenzollern, alemán.

               - Un militar, ya anciano y retirado: El General don Baldomero Espartero.

          A finales de octubre de 1870, don Amadeo de Saboya, precisamente el candidato de Prim, tras el fiasco del Hohenzollern, aceptaba. El día 3 de noviembre el General daba cuenta a las Cortes de la decisión del Duque de Aosta y pedía se celebrase una votación para cerrar el tema. El resultado fue que el italiano conseguiría 191 votos favorables, frente a 60 de quienes se inclinaban por una República Federal, 27 por  el Duque de Montpensier y 1 por su esposa, 8 por Espartero, 2 por una República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón y 19 votaron en blanco.

          Se nombró una comisión presidida por el Presidente del Congreso, Ruiz Zorrilla, y compuesta por 25 diputados que se trasladó a Florencia, en cuyo Palacio Pitti, Ruiz Zorrilla ofreció a don Amadeo la Corona de España, y el saboyano firmó el Acta de aceptación.

En el reinado de Amadeo I. (1871 - 1873). La muerte de Prim

          A finales de diciembre el nuevo Rey embarcaría, en un buque de nuestra Armada, rumbo a Cartagena, llegando a Madrid el 1 de enero de 1871. Pero algo terrible acababa de suceder.

          En los meses de octubre y noviembre, Prim había sufrido sendos atentados, de los que se libró con mucha fortuna. Sus enemigos políticos, el ala izquierda más radical y fanática, no le perdonaban que hubiese sido uno de los valedores de la Monarquía después de la Revolución del 68, ni que, encima, hubiese buscado con tanto ahínco un Rey para España, en lugar de decantarse, progresista declarado como era, por una República.

          El General decía que “aún no han fundido la bala que ha de matarme”, pero desgraciadamente para él se equivocaba. El martes 27 de diciembre, por la tarde – noche, tuvo lugar una agria sesión del Congreso para votar el presupuesto de la Casa Real. Prim hubo de soportar una larga e intensa diatriba del republicano Pi y Margall, a la que, airado, hubo de replicar. Aquello le amargó algo la tarde, pero en su fuero interno el General tendría que estar contento: todo salía, por fin, bien. España ya tenía Rey, elegido por los representantes del pueblo, y al día siguiente viajaría a Cartagena a recibir a Amadeo I.

          Tras unos minutos de conversación con algunos diputados, montó en su coche de caballos para ir a su residencia, en el Palacio de Buenavista, sede del Ministerio de la Guerra, y hoy Cuartel General del Ejército de Tierra. El vehículo bajó en dirección a Neptuno y torció a la izquierda por la calle hoy dedicada al Marqués de Cubas, la trasera del Museo Thyssen y del Banco de España y que entonces se denominaba del Turco.

          Un coche detenido en mitad de la vía, casi en la confluencia con la calle de Alcalá,  entorpecía el paso, por lo que el de Prim tuvo que disminuir la velocidad hasta casi detenerse. De la oscuridad salieron seis individuos, tres por cada lado del coche, que, casi a bocajarro, dispararon contra el General y sus ayudantes.

          ¿Quiénes fueron los autores materiales del atentado? Las principales sospechas recayeron en un diputado republicano llamado José Paúl y Angulo, que huyó de España. Unos autores dicen que Prim reconoció su voz, pero otros lo niegan. Y también hay quien escribe que durante los días de su agonía el propio Prim declaró que no le habían matado los republicanos. En cuanto a los “autores intelectuales”, el asunto me recuerda la trágica historia del 11-M y la situación actual, en la que no sabemos, aunque cada español pueda tener su propia opinión, quién o quienes planearon la matanza y con qué finalidad la ejecutaron. Algo así ocurre con el asesinato de Prim, nada menos que 140 años después. Es curioso que la propia viuda de Prim dijese al Rey Amadeo I que a los asesinos no debía buscarlos muy lejos, y que hace pocos años un ex - Presidente del Gobierno de España asegurara que a los “ideólogos” de la matanza del 11-M no había que buscarlos en desiertos ni montañas lejanos. Una idea muy extendida es la de que el asunto fue planeado entre el Duque de Montpensier y los extremistas de izquierda. E incluso se habló de dinero proporcionado por les esclavistas cubanos. Lo que sí es cierto que la causa que se seguía contra varias personas, alguna muy cercana a Montpensier, se sobreseyó 8 años después, cuando don Antonio de Orleans era el suegro del Rey, puesto que Alfonso se había casado con la hija de aquel, doña María de las Mercedes.

          El propio Prim, en su lecho de muerte, pidió a Serrano que designase a Topete para que presidiera la Comisión que recibiría al Rey en Cartagena. Apenas unas horas antes de su muerte, dijo aquella frase ("El Rey llega…y yo me muero. ¡Viva el Rey!") que seguramente expresaría su satisfacción ante aquel importantísimo y último deber cumplido. Cuando Amadeo llegó el día 30, el Almirante subió a bordo y le comunicó lo sucedido el 27. Horas después llegaba un telegrama con la noticia de la muerte de Prim. La serenidad con que el “monarca electo” recibió la infausta nueva impresionó a todos, aunque más de uno tuvo que pensar que Amadeo de Saboya no se daba realmente cuenta de lo que suponía no contar con Prim. Efectivamente, su asesinato modificaría muy poco después la trayectoria política de España y suponía un verdadero golpe de Estado.

          El primer acto oficial de Amadeo, incluso antes de ser proclamado Rey, fue acudir a rezar ante el cadáver de Prim, expuesto en la Basílica de Atocha. Desde allí se trasladó al Congreso de los Diputados, donde juró la Constitución y se convertía en Amadeo I.

          Su reinado fue breve, pues duró exactamente dos años, un mes y nueve días. Dos de sus 6 gobiernos, el primero y el quinto, fueron presididos por Serrano. Durante el primero firmó con la Junta de Vizcaya el Convenio de Amorebieta, que en teoría tenía que terminar con la recién iniciada 3ª Guerra Carlista, pero que al no ser aceptado por la mayoría de los carlistas ni por las propias cortes españolas, trajo como consecuencia la dimisión de Serrano. En aquellos pocos años, los partidos se fueron abocando a esta disyuntiva: Monarquía o República. La derecha era monárquica y pro alfonsina; en la izquierda vacilaba Sagasta al frente de los constitucionalistas y se inclinaba claramente por la República el radical de Ruiz Zorrilla.

En la Primera República (1873)

          El mismo día en que por la “cuestión artillera” dimitía Amadeo I, el Congreso y el Senado reunidos aprobaban por 258 votos a favor y 32 en contra la proclamación de la Primera República. Nada hizo en los últimos meses del reinado Serrano en pro de que la corona siguiese sobre la cabeza de Amadeo; pero tampoco hizo nada por derrocarlo. Sus relevantes puestos desde el inicio del Sexenio le hacían mantener su prestigio como posible último recurso de apoyo a un movimiento restaurador, o al menos monárquico, y prueba de ello es que tanto Montpensier como los carlistas y los alfonsinos lo tantearon varias veces.

          Pasemos rápidamente por lo que fue aquella fracasada República, aunque recordemos que tres años antes Prim había dicho en el Congreso que “es difícil hacer un Rey, pero algo más difícil aún es hacer la República en un país donde no hay republicanos”. Serrano huyó disfrazado de España y se instaló con su familia en Biarritz. Tras el caos de los primeros meses republicanos, especialmente después de la Presidencia de Pi y Margall (al que no sé lo que le deberá Santa Cruz para que se le dedicara una céntrica calle), empezaron las conspiraciones para cambiar de régimen.

          El cuarto y último Presidente, Castelar, permitió el regreso a España de los exiliados y ofreció a Serrano el mando del Ejército del Norte, pero tampoco el General lo aceptó.

          Y llegó el 2 de enero de 1874 con el golpe de Estado del General Pavía, Capitán General de Madrid, quien ante el peligro de volver al caos federal, cuando se procedía a la elección del quinto Presidente en 11 meses de República, ordenó a las Unidades de la guarnición que desalojaran el Congreso.

La “República” de Serrano (1874)

          Pavía al día siguiente convocó una reunión de urgencia en el propio Congreso a la que asistieron 5 militares (3 Capitanes Generales y 2 Generales de la Armada) y 9 civiles, los jefes de las minorías, fuesen o no republicanas, pero de mayoría radical. En ella Cánovas propuso la creación de un Gobierno Nacional, primer paso de un camino hacia la restauración borbónica, pero triunfó la propuesta de que, otra vez, Serrano se hiciese cargo de la situación.

          Apenas iniciado aquel 1874 tenemos a nuestro hombre designado Presidente del Poder Ejecutivo de la República; otra vez el General Serrano ocupa la más alta magistratura del Estado. Durante casi un año España vivirá bajo “su régimen”, (QUINTA TRANSICIÓN) un régimen de carácter indefinido, pues no es ni una verdadera República, ya que no cuenta con el apoyo del Parlamento que ha sido disuelto, y dispone sólo de un gobierno formado por radicales y constitucionales, ni tampoco es una dictadura. Más de uno de sus biógrafos creen que Serrano aspiraba en aquellos momentos a prolongar “sine die” la interinidad de su mandato, y por tanto a una Regencia vitalicia (que, por otra parte, también apoyaban los radicales). Pero Cánovas, cuya preclara inteligencia le permitió, casi desde el primer momento, comprender las intenciones de Serrano, maniobraba hábilmente para conseguir la restauración borbónica.

          A todo esto, se recrudecía la 3ª Guerra Carlista, con grave peligro de derrota para los gubernamentales, cuando Serrano tuvo otro arranque de los suyos: olvidándose de su cargo, se puso al frente del Ejército del Norte, dejando la Presidencia del Gobierno al General Zabala. A finales de febrero marchaba hacia el norte y dos meses después, tras durísimos combates, levantaba el cerco que los carlistas habían puesto a Bilbao.

          Pasan los meses y todo sigue igual. Cuando comienza diciembre va Serrano otra vez al norte, pues de nuevo la guerra toma mal cariz; ahora es Pamplona la cercada por los carlistas, y cuando el día 29 estudia con su Estado Mayor la forma de levantar el sitio, le llega la noticia de que el General Martínez Campos, en Sagunto, había proclamado a Alfonso XII como Rey de España.

En el reinado de Alfonso XII. La muerte de Serrano

          El día de fin de año se publicaba el cese de Serrano como Presidente del Poder Ejecutivo de la República y Jefe de los Ejércitos de Operaciones del Norte; y al día siguiente, el 1 de enero de 1875, pasaba a Francia.

          Allí, en Biarritz otra vez, se mantuvo tres meses con su familia, hasta que al ver que el Rey seguía la política de conciliación propugnada por Cánovas (que era ahora el Presidente del Gobierno) y que no cerraba las puertas a nadie, decidió regresar a Madrid. Dos meses más tarde, en mayo, visitaba al Rey y se ponía a su disposición. Comenzaba ahora en España lo que se conoció como el “turnismo” político, alternándose en el poder los dos principales partidos: el liberal-conservador ( o conservador, a secas), dirigido por Cánovas, y el liberal-fusionista (o liberal) liderado por Sagasta.

          Serrano consideraba que era a él a quien correspondía la dirección de este partido, pues contaba con el apoyo de un nutrido grupo de sus componentes, por lo que, paulatinamente, se fue distanciando de Sagasta, hasta el punto de que 6 años después, en 1882, cuando ya contaba 72 años, decidió crear un nuevo partido político: la Izquierda Dinástica, que pretendía conjugar los postulados de la Constitución progresista de 1869 (que ya había sido derogada con la promulgación de la de 1876) con la monarquía de Alfonso XII.

           Pero aún le quedaba al General Serrano tiempo para rendir otros servicios a España. A finales de 1882 era nombrado Presidente del Senado y en octubre del 83 se le ofreció la Jefatura del Gobierno, que rechazó, pero sería nombrado, otra vez, Embajador en París. Allí tuvo la oportunidad de volver a ver, 15 años después, a Isabel II, que le espetó al saludarse aquello de “¡Qué viejo estás, Dios mío, que viejo estás!”.

          Su deteriorado estado de salud le hizo pedir la dimisión del cargo cuando apenas llevaba 3 meses en París y regresó a Madrid, donde le diagnosticaron una grave dolencia cardiovascular. Así y todo, su mujer lo llevaba como un zascandil de un lado para otro, especialmente a Biarritz, hasta que en mayo de 1885, muy cansado, regresó a sus queridas tierras andaluzas. En otoño de ese año, ya casi ciego además, empeorará, y trasladado a Madrid fallecerá el 26 de noviembre, exactamente 20 horas después que el Rey Alfonso XII. Fue velado en la Iglesia de los Jerónimos y enterrado en la Sacramental de San Sebastián. Sus restos, en 1897 fueron trasladados a la Iglesia de los Jerónimos.

 

CONCLUSIONES

          Y vamos a terminar. Siguiendo a los historiadores Pavón y Seco Serrano, Serrano y Prim coincidieron con Espartero y Narváez en momentos muy determinados, y entre ellos y con O’Donnell más dilatadamente. Se relacionaron personalmente con todos, pero nunca estuvieron dispuestos a identificarse con ninguno; siempre inclinado a la conciliación, pero independiente, Serrano será el hombre de las crisis, de los momentos difíciles y de transición. Prim será el hombre de las conspiraciones, como lo define alguno de sus biógrafos.

          Nuestros dos Generales de hoy iban a cerrar prácticamente el ciclo de los pronunciamientos militares del XIX. ¿Por qué? En parte por la última transición que encauzaron (aunque terminara de forma muy diferente a como la planearon) y en parte también porque ahora surgieron nuevas figuras políticas civiles de categoría.

          Es innegable que Espartero, Narváez, O’Donnell, Prim y Serrano marcaron una época política, pero al mismo tiempo eran conscientes de la peligrosidad de banderías dentro del Ejército. Cuando llegue la Restauración será distinto. Los altos mandos militares se alejarán de la política, en la que otros antepasados suyos habían actuado por una causa fundamental que Jaime Balmes denunciaba en su obra La preponderancia militar: “No creemos que el poder civil sea flaco porque el militar es fuerte; por el contrario, el poder militar es fuerte porque el civil es flaco”.

          Y pese a mucho de lo que se escribe, el Ejército, en palabras del periódico El Imparcial cuando en 1894 hacía balance del siglo, “fue alternativamente propulsor y freno, instrumento de progreso y factor de moderación. Sustituía a otros órganos de opinión más legales, pero atrofiados, y a otros poderes más legales también, pero más sectarios y menos nacionales. Sin esa intromisión anormal, la vida moderna hubiese sido imposible en España”.

          Y Pérez Galdós puso en boca de uno de sus personajes esta frase lapidaria: “No hay España sin libertad, y no hay libertad sin el Ejército”.

          Un Ejército ya muy lejano del de hoy, pero con unos componentes que, como los Generales Serrano y Prim entonces, y los que ahora forman en sus filas, hicieron lo que hicieron, y hacen lo que hacen, pensando siempre antes que nada y por encima de todo en esa cosa tan maravillosa y tan complicada que se llama España.

 

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