Un viejo recuerdo y una reciente alegría


Por Emilio Abad Ripoll (Publicado en Diario de Avisos el 30 de noviembre de 2011).

 

A Luis Cola Benítez, compañero, amigo,… maestro

 

          Hace muchos años, uno fue cadete en la Academia General Militar de Zaragoza. Pero, pese al tiempo transcurrido, aún recuerda que en las paredes del pasillo donde se localizaban las aulas -prácticamente tres de los cuatro lados de la planta baja de aquel gran caserón- se podían leer, y gracias a Dios todavía se leen hoy, unas frases.

          Grabadas en azulejos recogían -recogen- el denominado Decálogo del cadete, diez mandamientos que en nuestras juveniles mentes empezaban también a inscribirse con la tinta indeleble de la formación castrense.

          Eran diez normas de conducta que no podía uno soslayar si, de verdad, deseaba convertirse en un buen militar, que también es decir un buen ciudadano. La primera, como no podía por menos ser, empezaba demandando lo de “tener un gran amor a la Patria….”; y se cerraba el décimo artículo hablando de valor y abnegación.

           Y usted, al leer este introito, se preguntará que a qué vienen ahora estos viejos recuerdos de un viejo militar… Voy a ver si soy capaz de explicarlo.

          La noche del pasado 24 asistí a un acto de los que tienen lugar muy de tarde en tarde. Fue el de la investidura como Cronista Oficial de la Ciudad de Santa Cruz de Santiago de Tenerife de don Luis Cola Benítez. Y seguramente ya habrán leído en la prensa reseñas del acto y los brillantes parlamentos del Alcalde y del distinguido con el título, por lo que no voy a incidir en ello.

          Ni tampoco les voy a contar quién es Luis Cola, porque… ¿quién no conoce a Luis Cola? El caminar a su lado por las calles de esta ciudad supone detenerse cada cien metros porque alguien, en muchos casos desconocido hasta para el propio Luis, lo interpela para comentarle alguna cosa, felicitarlo por un artículo o unas declaraciones, rogarle que vuelva a salir en la tele…

          Aquella noche…, todo el acto se desarrolló, con la solemnidad debida, en un Salón de Plenos repleto de gente. Y en mi corazón bailaba la alegría por ver a un contertulio, a un compañero, a un camarada de sueños a veces utópicos, en definitiva, a un amigo, recibiendo el aplauso, la admiración y el afecto de todos.

          Aquella noche… me acordé de una larga pared, y en ella, sobre azulejos, escrito lo siguiente: “VIII. Sentir un noble compañerismo, sacrificándose por el camarada y alegrándose de sus éxitos, premios y progresos”.

          Aquella noche, Luis, sintonicé a la perfección con el alma de ese artículo del Decálogo del Cadete, y mi felicidad y mi alegría por tu “éxito, premio y progreso” sólo se pueden explicar con el abrazo que ahora te envío.