Hablemos de Melilla

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Club Deportivo Militar Paso Alto, Santa Cruz de Tenerife, el 20 de febrero de 2006).


Introducción

          Yo creo que esta noche nos reúne aquí un sentimiento que es la “añoranza”. Por eso, no me queda más remedio que empezar mis palabras diciendo que, además de sus títulos de Adelantada, Valerosa, Humanitaria y Muy Caritativa, Melilla, al menos para los que estamos en este salón, también debía recibir el de Añorada.

          Igualmente creo que lo que menos se puede exigir a un conferenciante es una buena dosis de objetividad cuando exponga a sus oyentes, más o menos conocedores del tema, la tesis y las conclusiones de su parlamento. Pero hay ocasiones, como ésta, en que quien les habla tiene muy difícil el asunto de la objetividad; y ello es así porque uno es melillense, la persona que aceptó compartir la vida con él es melillense, su primer hijo, ese primer hijo en el que confluyen tantas ilusiones, es melillense, y en tierra melillense descansan los restos de muchos de sus seres queridos, empezando por los padres y siguiendo por los abuelos, tíos, primos y amigos.

          Y, además, porque aunque el tiempo difumine, o borre, los recuerdos, uno aún revive en la memoria el Colegio de La Salle, los compañeros de tantos años de aula, y sus profesores, seglares y religiosos; y los heroicos (al menos así nos lo parecían) partidos de fútbol en los paseos centrales de la calle del Gral. Mola, o en el solar donde luego se levantó el cine Avenida; y las largas y cálidas tardes-noches de verano jugando a policías y ladrones; y las excursiones, que asemejábamos a verdaderas exploraciones africanas, a Farhana, El Zoco el Had, Trara o Hidum; y aquella maravillosa Hípica Militar; y los primeros paseos con las niñas por la Avenida; o las verbenas veraniegas, de entre la cuales la nuestra, la de los cadetes, era la mejor por la afluencia de gentes y la alegría; y los partidos de la Unión Deportiva Melilla en el entrañable Álvarez Claro; y alguna que otra corrida de toros en la hermosa plaza que D. Gregorio Corrochano bautizó como la Mezquita del Toreo; y las veladas de boxeo en la misma plaza; y el ir a esperar a alguien al barco, acontecimiento no por diariamente repetido menos novedoso...

          Y siempre el mar allí delante, aquel, a veces azul y otras revuelto, Mare Nostrum, que nos separaba del resto de España, pero que también era el cordón umbilical de los melillenses; y los perennes y alternativos Levante o Poniente; y el Gurugú, cuyo nombre ponía una nota de temor en las voces de nuestras madres cuando nos contaban lo que allí sucedió cuando ellas eran muy pequeñas, y las invernales crecidas del tan pomposamente llamado Río de Oro; y las moras vendiendo chumbos -higos pico- en las mañanas de verano (a “dos, tres chicas”), que nuestras madres nos ponían para desayunar con una barrita de pan blanco, si había suerte, o si no con un chusco “del cuartel de papá”; y las primeras cervezas, con gambas en el Zaragoza, con caracoles en El Caracol, con coquinas en el Real, con pinchitos en Sadia... O la obligada visita al Sagrado Corazón, al terminar las clases, para pedirle a la Virgen del Pilar que nos ayudara, junto con nuestro profesor, don Luis Martínez Solana, el padre de nuestro amigo el coronel don Florencio Martínez Díez, a entender aquello de la Homotecia para poder ingresar en la ansiada Academia General…

          ¡Cuántos amigos, cuántos recuerdos, cuántos sueños...!

          Aquella feliz Melilla de nuestra no menos feliz infancia y primeros años de juventud está demasiado metida en mi corazón, y estoy seguro que también en los de muchos que están aquí presentes esta noche, como para que pueda presumir de objetividad y vosotros me la vayáis a exigir. Trataré de contar su historia y de describir la Melilla de hoy lo mejor que pueda y sepa, pero es más que posible que, en alguna ocasión, mi amor por la vieja Rusadir haga que la ecuanimidad quede absolutamente postergada.

          Y allá vamos; hablaremos primero de la historia de una ciudad desconocida para millones de españoles, deteniéndonos brevemente en los momentos más cruciales de su existir, y para terminar contaremos algo de su desarrollo urbanístico, de lo que fue, de lo que es... y de lo que será.

 

Desde los primeros tiempos hasta los Reyes Católicos

          Pues hoy sí: hoy tenemos que remontarnos a los fenicios. Todos sabemos que Cádiz está considerada como la ciudad más antigua de Occidente pues, por una vez, los historiadores se ponen de acuerdo para decir que data del año 1100 a. de C.  Ahora bien; un profesor francés, Julien André, en su Histoire de l’Afrique du Nord, escribe que “es sorprendente que los fenicios fundaran establecimientos tan lejanos sin haber previamente asegurado sus escalas, que, cada 30 kilómetros aproximadamente, imponían el ritmo de su navegación”. Y cabe preguntarse: ¿Pudiera ser que Melilla, de acuerdo con lo que insinúa el profesor André, existiese ya antes que Cádiz, puesto que en ella, y en otras bases, tenían que apoyarse logísticamente los barcos fenicios? Quizás no era sólo poesía, sino también historia, lo que el poeta Manuel Alonso Alcalde expresaba en su soneto "Rusadir ante el mar latino”:

                    “Aún pasan, sombras ya, frente a su roca // naves fenicias de remar dorado…”

          Pero lo que sí es mucho más seguro, y tampoco desdice al poeta, es que los fenicios, a finales del siglo VII a. de C. contaban con un establecimiento, con toda seguridad una escala más en su navegación hacia la lejana y rica Iberia, en la costa suroriental de la Península de Tres Forcas, tan enfrente de la granadina Sierra Nevada, que algunos dicen que, en los días claros, su silueta se perfila en el horizonte.

          Aquella base recibió el nombre de Rusadir, que procede de dos palabras púnicas: RAS, que significa promontorio o cabo, y ADIR, grande o destacado. Y en aquel cabo, hoy de Tres Forcas, se levantaba ya entonces el establecimiento, sobre el promontorio rocoso dominado por el faro, y al abrigo de la gran roca fondeaban las embarcaciones fenicias. Y famosos historiadores, como Ptolomeo, Pomponio Mela y Plinio ya hablaban de aquella Rusadir.

          El reloj de la Historia no se detiene, y con el avance de sus saetas van cayendo los imperios más poderosos. Los fenicios fueron sustituidos por los cartagineses en el dominio de las colonias occidentales. Cartago fija sus ojos en la mítica y rica Tartesos, al sur de Iberia, y apoyándose en 16 establecimientos (entre los que André cita a Rusadir), explota los espléndidos yacimientos que le van a servir para mantener su poderío y sostener las guerras púnicas contra el otro Imperio que aparece en el horizonte histórico: Roma. Son los tiempos del legendario rey tartesio Argantonio, el primer español de nombre conocido en la Historia. Se produce en aquella época, mediados del siglo VI a. de C. el famoso Periplo de Hannón, y en el derrotero de ese viaje, según otro profesor francés, Terrase, “la expedición pasó a Rusadir…”.

          Tras las Guerras Púnicas, va a ser Roma la potencia que controle el Norte de África cuando aún quedaba siglo y medio para que naciera Cristo. El Emperador Marco Antonio dividió la zona africana en dos provincias: la Mauritana Cesariense, que comprendía desde el río Muluya hacia el Este, y la Mauritana Tingitana, que desde dicho río llegaba hasta el Atlántico, en la que estaba incluida Melilla, y que debía su nombre a la capital, Tingis, la Tánger de hoy.

          En tiempos del Emperador Claudio, Rusadir recibió el estatuto de “colonia”, y, según Fernández de Castro, aquí empezó la historia militar de Melilla, pues una “cohorte”, destacada de una Legión romana, quedó de guarnición en Rusadir.

          Pero es bien conocida la importancia de dominar, y agrupar bajo un sólo mando, las dos orillas de un mar. Los romanos lo comprendieron así y, desde el año 69 de nuestra Era, y por un decreto del Emperador Otón, incorporaron la Mauritania a la provincia hispánica de la Bética, recibiendo ahora la denominación de Hispania Tingitana o Hispania Nova Ulterior Transfretana. Anotemos la fecha y tengamos en cuenta el detalle: ya en el año 69, Melilla formaba parte de una provincia romana incluida en un territorio cuyo nombre de pila era Hispania.

          En documentos históricos de la época del predominio romano, como el Itinerario de Antonino, (que si fue escrito por Antonino Pío Augusto Caracalla, como aseguran algunos, estaría fechado entre los años 211 y 217, y si lo fue por un particular de ese nombre en el reinado de Diocleciano, según dicen otros, podría estar datado entre el 286 y el 305) el lugar aparece perfectamente identificado, pues, tras citar al río Muluya y a las islas Chafarinas, y antes de hacerlo con el cabo de Tres Forcas, el autor incluye el "Oppidum et Portus Rusadir", es decir, “la ciudad y el puerto de Rusadir”.

          Vamos a detenernos un minuto en este repaso histórico y vamos a preguntarnos. ¿Por qué existen tan pocos restos de aquellas dominaciones en nuestra ciudad? Los historiadores aducen dos razones: la primera es que en la roca que conocemos como “El Pueblo” no podían levantarse grandes o suntuosos edificios, y la segunda es que la ciudad fue destruida e incendiada en varias ocasiones. No obstante, hay dos zonas en las que se produjeron hallazgos arqueológicos: la del Cerro de San Lorenzo, donde luego se levantaron la Plaza de Toros y la Barriada Orgaz, y el Parque Lobera.

          En la zona de San Lorenzo, en 1904, con motivo de las obras para la construcción del Matadero Municipal se encontraron 3 sepulturas y 2 ánforas, y en 1908 sucedió algo similar al levantar un almacén de cereales. Entre 1913 y 1916, y en esa zona, el ilustre historiador don Rafael Fernández de Castro descubrió tres necrópolis. La primera, púnica, orientada hacia el Nordeste del cerro, es decir, mirando al mar; la segunda, romana, orientada hacia el Noroeste; y la tercera musulmana, sobre la púnica, posiblemente de muertos por la artillería de defensa de la ciudad durante el sitio de 1774-1775 del que luego hablaremos. En las dos primeras aparecieron numerosas ánforas, jarras, lucernas, lacrimatorios, pendientes, etc. que hoy se pueden contemplar en el Museo Municipal.

          Por lo que se refiere al Parque Lobera, en 1930 aparecieron unas sepulturas romanas y en 1962, cuando se construía el Auditorio Carvajal, otros ejemplares. Se han datado entre los siglos II y I a. de C.

          Y volvamos a la Historia. Fueron luego los vándalos quienes, en el año 429, desembarcaron en Ceuta y pasaron a sangre y fuego las provincias mauritanas, incluyendo Rusadir, hasta que poco más de un siglo después, Belisario, General del Emperador Justiniano, en sus intentos por volver a levantar el antiguo Imperio, ordenaba reconstruir la ciudad. Por cierto, durante algún tiempo de esta dominación bizantina, Rusadir llegó también a ser sede episcopal.

          Pero luego vinieron los visigodos y el rey Sisebuto expulsó a los bizantinos del sur peninsular y del norte africano y, entre otras ciudades, ocupó Rusadir en el 614. Pensemos por un momento en que cuando siglos después se inicie la Reconquista, el sueño de don Pelayo y sus generaciones de sucesores va a ser el de reconstruir aquella “España soñada” visigoda.  Como estamos viendo, Melilla ya formaba parte de aquella primitiva España.

          Y en esta situación aparecieron en la escena histórica las huestes del Islam. La tercera expedición árabe hacia el oeste consiguió llegar al Atlántico, pero no fue hasta el año 700 cuando Musa ben Nozair cruzó el Muluya y, tras ocupar Rusadir, se apoderó de otras ciudades costeras, terminando con la dominación visigoda en el norte de África. Es curioso destacar aquí que los bereberes, los habitantes de la zona, no aceptaron la nueva religión, por lo que muchos se refugiaron en las montañas; sin embargo, con el transcurso del tiempo fueron islamizados. Aún quedan testimonios de un olvidado y remoto origen cristiano en los tatuajes en forma de cruces que aparecen en tribus del Rif y del Atlas.

          A partir de la conquista de Musa ben Nozair, el nombre de Rusadir es sustituido por el de Melilla, con tres versiones, al menos, de la razón de la nueva denominación:

               - Melilla viene de milila, palabra árabe que significa “melosa”, por ser la zona muy abundante en miel y cera. Es la versión de un ilustre melillense, Juan Antonio Estrada en su publicación Población general de España, que data de 1748.

               - El nombre procede de la palabra malila, que significa “fiebre”, quizás por haber sufrido alguna epidemia.

               - La denominación procede del nombre de un jefe árabe llamado Melil.

          Lo cierto es que, con el nombre de Melilla, y teniendo en cuenta su excelente situación geográfica, Musa ben Nozair la restauró y fortificó, pero las incursiones normandas contra las poblaciones costeras peninsulares y norteafricanas trajeron como consecuencia que Melilla fuese de nuevo atacada, saqueada e incendiada.

          Tras una nueva restauración, y un período en que la población se vio envuelta en diversas luchas por el poder, el año 926 fue tomada por las tropas del Califa cordobés Abderramán III. Cinco años después fue Ceuta la que pasaba a depender de Córdoba, con lo que desde Tánger hasta el Muluya, la antigua provincia romana se convertía en un protectorado omeya. Pero la turbulenta historia de la ciudad no conoce mucho descanso. Nuevos levantamientos y separación de Córdoba en el año 1067, convirtiéndose incluso en un reino durante 17 años.

          En el año 1084 la historia se repite y ahora son los almorávides los que la destruyen para volver a levantarla. Pero luego vienen los almohades, ¿y qué es lo que ocurre? Pues sí. Nueva destrucción y reconstrucción. Un geógrafo almohade, El Edrisi, dice de Melilla en su Geografía, el 1154, que “es una linda ciudad de mediana extensión, rodeada de fuertes murallas y en excelente situación junto al mar”. En la Península se produce en 1232 la gran victoria cristiana de Las Navas de Tolosa, y se acelera el declive almohade, y con él el abandono de nuestra ciudad.

          En ese siglo (XIII) y los siguienteslos siglos siguientes (XIV y XV), el territorio que hoy forma el Reino de Marruecos estaba sumido en la anarquía, viviéndose lo que algunos han denominado como “los siglos oscuros del Magreb”. Esa situación coincide con el avance de la Reconquista española, que culmina, como es bien conocido, en 1492.

          De Melilla dice otro historiador, León “el Africano”, a mediados del siglo XV, que “es una ciudad grande y antigua, edificada sobre un cabo en un golfo mediterráneo. Tiene cerca de dos mil hogares y fue cabeza de región, siendo por esta causa muy civilizada, y disponía de un condado extenso, de donde se saca gran cantidad de hierro y miel y por dicha razón fue llamada melosa...”.

          Esa ciudad floreciente llegó a ser el oscuro objeto del deseo en las rivalidades entre los reyes de Fez y Tlemecén, siendo saqueada alternativamente por las huestes de uno y otro, hasta que sus habitantes, hartos de la situación, abandonaron la ciudad y la incendiaron. El cronista de la Casa Ducal de Medina Sidonia, Pedro de Medina, relata lo anterior, terminando con estas palabras: “... parecióles (a sus habitantes) que estarían mejor en paz fuera de sus casas, que no en guerra en ellas, y por eso despoblaron la ciudad de Melilla y fuéronse a vivir a otros pueblos, y porque ni los unos (los de Fez), ni los otros (los de Tlemecén) gozasen de ella, ni porque viéndola despoblada no la poblasen otros, la asolaron, derribando torres, muros y adarves...”.

          Y hemos llegado al momento histórico en que, como escribía el poeta Manuel Alonso Alcalde, “la Historia se abría como un fruto”, y los españoles iban a reconquistar Melilla para reincorporarla, definitivamente, a España.

 

La reconquista y la repoblación

          Cuando el 2 de enero de 1492 el Estandarte de los Reyes Católicos era tremolado en la torre más alta de la Alhambra granadina, una de las prioridades de la política exterior de los Monarcas pasaba a ser la de evitar la repetición de las invasiones africanas, a la vez que acabar con los ataques de los piratas turcos y berberiscos contra las costas españolas, especialmente las levantinas y andaluzas.

          Para anular ambos riesgos era conveniente apoderarse de una serie de bases en la costa norteafricana que sirvieran, en palabras de aquel ilustre historiador melillense que fue don Francisco Mir Berlanga, de “centinelas avanzados de la seguridad nacional”, o, como los calificaban los propios Reyes Católicos de “ante murales de la Corona”.

          Sabedores los Reyes de que la ciudad de Melilla estaba deshabitada, ordenaron a su Secretario, Hernando de Zafra, que estudiase su posible ocupación. Además de los informes de marinos y pescadores, hay constancia de que al menos 6 viajes se realizaron con ese fin, hasta llegar al del Comendador Martín Galindo, quien informó desfavorablemente la empresa, desanimándose los Monarcas ante la conclusión de que “si se poblase Melilla, antes se llamaría carnecería de cristianos que población dellos”. Otro de los adversarios al proyecto era Cristóbal Colón, quien temía se le disminuyese el número de navíos y hombres para sus sucesivos viajes.

          La situación llegó a oídos de D. Juan Alonso de Guzmán, Duque de Medina Sidonia y descendiente del famoso Guzmán el Bueno, quien consideró que la ocupación de Melilla podría ayudarle a congraciarse con los Reyes, con los que había tenido algún problema relacionado con el señorío de Gibraltar. Decidió acometer la empresa, designando como Jefe de la expedición a D. Pedro de Estopiñán y Virués, Contador de su Casa Ducal y hombre al que los cronistas califican como “valeroso, prudente, bien entendido e diligente en todas las cosas”.

          Reconoció Estopiñán Melilla, disfrazado de mercader y acompañado por D. Francisco Ramírez de Madrid, Jefe de la Artillería real y competente ingeniero. Ambos visitaron la deshabitada y asolada ciudad y se dedicaron a tomar medidas para preparar un castillo prefabricado que les sirviera de protección provisional los primeros días de la reconquista. Luego el Duque...

                “... mandó juntar cinco mil ombres de a pie, e alguna gente a cavallo, e mandó aparejar los navíos en que fuesen, e hízolos cargar de mucha harina, vino, tozino, carne, aceyte e todos los mantenimientos necesarios; e de artillería, lanças, ballestas, espingardas e toda monición. E así mismo llevaron en aquel viaje gran cantidad de cal e de madera, para reedificar la cibdad e maestros para ello. E con toda esta armada e gente partió Pedro de Estopiñán, Contador del Duque por su mandado, del puerto de Sanlúcar en el mes de Septiembre del año 1497, e hízoles buen tiempo, e se detuvieron en la Mar para no llegar de día... e allegando la noche, la primera cosa que hizieron fue sacar un enmaderamiento de vigas que se encaxaban e tablazón que llevaban hecho... e trabajaron toda la noche en lo asentar y poner a la redonda de la muralla derribada, a la parte de afuera, a donde andaban los alárabes... de manera que cuando al otro día amaneció, los moros alábares que andaban en los campos, que avian visto el día anterior a Melilla asolada, e la vieron amanecer con muros e torres, e sonar atambores e tirar artillería, no tuvieron pensamiento que estuvieran en ella cristianos, sino diablos, e cogieron tanto temor... que huyeron de aquella comarca a contar por los pueblos cercanos lo que avian visto...

                E diose tanta prisa e diligencia en hacer los adarves que en pocos días se puso la obra en tal altor, que cuando los moros se juntaron e vinieron a dar sobre ellos, se pudieron muy bien defender... en ansí peleando e trabaxando en las obras acabaron de reparar los adarves e torres... e fortificaron la ciudad de tal manera que de allí en adelante no tuvieron temor ninguno...”

          Y digamos con Miguel Fernández, poeta y paisano nuestro aquello tan hermoso de que…

                    "Con muros y con torres y broncos atambores // se eleva así mi pueblo de una desnuda orilla, // mientras trémulos vienen y van por los alcores // los disparos al aire:

                                                                                                      ¡España está en Melilla! "

          Por tanto, como se dice en los Prefacios de las misas, es justo y necesario que a unos se lo hagamos conocer porque lo ignoran y a otros, los de la "mala milk", se lo repitamos mirándoles a los ojos:

 
MELILLA  SE  INCORPORÓ  DEFINITIVAMENTE  A  ESPAÑA…

- 18  AÑOS  ANTES  DE  QUE  LO  HICIERA  NAVARRA…

- 162  AÑOS  ANTES  DE  QUE  EL  ROSELLÓN  FUERA  FRANCÉS…

- 279  AÑOS  ANTES  DE  QUE  EXISTIERAN  LOS  ESTADOS  UNIDOS  DE  AMÉRICA  DEL  NORTE…

- 364  AÑOS  ANTES  DE  QUE  SE  UNIFICARA  ITALIA  Y  CONSTITUYESE  UN  ESTADO…

- 374  AÑOS  ANTES  DE  QUE  SUCEDIERA  LO  MISMO  CON  ALEMANIA Y…

CUANDO  AL  ACTUAL  REINO  DE  MARRUECOS  LE  FALTABAN  AÚN  SIGLOS  PARA  SER  UN  PROYECTO  DE  ESTADO.

 

          Siguen diciendo las crónicas que el Rey y la Reina se alegraron mucho con la noticia y alabaron la persona y el valor del Duque, “... porque aquella Cibdad de Melilla era muy nezesaria a la seguridad de estos Reinos de España”. Y tanto interés tomaron en la seguridad de la recién ocupada ciudad, que el 18 de octubre, un mes y un día después de la conquista, escribieron al Duque eximiéndole de venir a la Corte a presentarse a ellos, antes bien encomendándole que se ocupase de las cosas de Melilla.

          Los gastos del mantenimiento de Melilla comenzaron corriendo los siete primeros meses a cargo de la Casa Ducal. Los suministros procedían de Gibraltar y Sanlúcar y la guarnición se fijó en 700 hombres (620 de armas, 15 artesanos, 40 hombres de mar, 2 curas, 1 físico, 1 cirujano y 1 boticario) y 50 caballos. Luego la Corona empezó a participar en los gastos, pero no tuvo que ser muy pródiga porque en 1556, los Duques, cansados de lo que invertían en la tenencia de Melilla, renunciaron a ella en favor de la propia Corona.

          La vida en la ciudad en esos primeros años era muy dura y la población (645 almas en septiembre de 1556, incluyendo guarnición, mujeres, niños y algunos esclavos) sufría grandes penalidades. No había más comunicación con el exterior que la que proporcionaban los barcos de dotación o los que, procedentes de la Península, llegaban con abastecimientos, siempre y cuando no se tropezasen con los piratas berberiscos o turcos.

          Vamos a pasar rápidamente por estos primeros, y duros, siglos melillenses, pero no me resisto a detenerme y contar el históricamente documentado “Suceso del Morabito”, que incluso sirvió como argumento a una obra de teatro, La Manganilla de Melilla, escrita por D. Juan Ruiz de Alarcón. Resulta que en 1564, reinando Felipe II, le llegó al Alcaide de la ciudad, a la sazón D. Pedro Benegas de Córdoba, la noticia de que un “santón” o “morabito” tenía revueltos a los moros fronterizos haciéndoles creer que, gracias a su “baraca” (suerte o poder milagroso), podía conseguir apoderarse de Melilla. El astuto Benegas preparó a la guarnición, y una noche de abril de aquel 1564 mandó dejar abierta la puerta exterior del recinto fortificado (donde hoy se encuentra el Foso del Hornabeque), y por allí entraron tan felices el Morabito y sus crédulos seguidores. Una vez dentro del recinto, fueron atacados por los españoles y sufrieron una gran derrota. Pero no cejó en su empeño aquel “santón” y, con una fe digna de mejor causa, justamente dos meses después repitió la operación,...con idéntico resultado. Mir Berlanga considera ese curioso intento como un antecedente de la Marcha Verde sobre el Sahara.

          A la recién levantada Iglesia de la Concepción acudirían con frecuencia los antiguos melillenses, para pedir a Dios apoyo en sus tribulaciones. Y seguro que lo harían a través de su Madre, la Virgen de la Victoria, que es la Patrona actual de la ciudad. Y también contarían sus cuitas al Apóstol Santiago, en su pequeña capilla de las murallas, que conserva el único resto gótico existente en África.

 

El sitio de 1774-1775

          Melilla se fue configurando en 4 recintos fortificados, separados el primero, que era donde vivía la mayor parte de la población, del segundo por un foso de agua de mar, el segundo y el tercero por un foso y apoyándose las líneas exteriores del tercero y el cuarto en fortificaciones que se fueron levantando con el correr de los tiempos. Más las minas y contraminas que, subterráneamente, se enlazaban y entrelazaban bajo la ciudad.

          Sobre el foso que separaba el primer y el segundo recinto se encuentra la hermosa puerta de Santiago, que da entrada al verdadero corazón de lo que era la ciudad en aquellos momentos. Y entre el segundo y el tercero nos encontramos con el foso del Hornabeque, donde se desarrolló la acción del morabito ya relatada.

          El Sultán Sidi Mohamed ben Abdalah ha quedado incorporado a la Historia de Melilla por dirigir el Sitio que sufrió la ciudad en esos años. El Sultán, tras interpretar caprichosamente un Tratado de Paz firmado con Carlos III, atacó Ceuta en septiembre de 1774, por lo que el Gobierno español declaró la guerra a Marruecos.

          El 9 de diciembre de ese año unos 40.000 hombres, mandados personalmente por el Sultán, sitiaron Melilla. Aquel Sitio, que duró exactamente 100 días, fue una de las pruebas más duras sufridas por la ciudad y, desde el principio, la situación llegó a ser tan peligrosa que el Alcaide, el Mariscal Sherlock, embarcó para la Península a mujeres, niños y enfermos, no quedando en la Plaza más que los hombres útiles para su defensa. Se recibieron dentro del pequeño casco urbano 11.368 disparos de cañón, que destruyeron casi todos los edificios. Los sitiadores contaban con modernos cañones, adquiridos en Inglaterra y Holanda, y con instructores ingleses contratados en Gibraltar, por lo que su superioridad de fuego fue muy importante en las primeras semanas del asedio, hasta que la llegada de refuerzos artilleros a Melilla hizo que los moros tuvieran que retirar sus fuerzas y piezas fuera del alcance de nuestros cañones. Por cierto, entre los defensores de Melilla se encontraba como Capitán del Regimiento de Infantería  La Princesa, D. Francisco de Miranda, el llamado “Precursor” de la emancipación de la América hispana, quien escribió un Diario del Sitio.

          El 19 de marzo de 1775, los últimos contingentes de sitiadores levantaban el campo. Por ello, todos los años, el día de San José se celebra un acto en la ciudad vieja ante el monumento que conmemora el hecho y en recuerdo de los 117 muertos y 509 heridos (de un total de unos 3.000 hombres de guarnición) que lo dieron todo por preservar Melilla para España.

          Y la vida siguió. En 1787 se contabilizaban 2.013 habitantes (de ellos 750 militares), entre los que se incluían bastantes desterrados por delitos políticos y comunes. Diez años después, cuando estaba cercano el final del siglo XVIII, los melillenses eran 2.195, con 1.080 desterrados. Por las empinadas callejuelas de lo que se conoce como “el Pueblo”, pasaron numerosos personajes españoles de la época, de entre los que cabe destacar a D. José de San Martín, que en Melilla recibió, siendo Teniente, su Bautismo de Fuego, y que luego sería el “Libertador” de Argentina.

 

La Guerra de la Independencia y las Guerras Carlistas

          Si bien Melilla, aislada físicamente del territorio nacional peninsular, se libró de la ocupación napoleónica, tuvo que sufrir los sacrificios y privaciones a que dio lugar la Guerra de la Independencia. En febrero de 1810 se recibió en la Plaza un oficio del General francés Sebastiani, que había ocupado Málaga, para que las autoridades melillenses juraran lealtad a José Bonaparte, pero la ciudad reiteró su fidelidad a Fernando VII, poniéndose a disposición de la Junta Suprema. Las penurias fueron muchas, pues los suministros debían llegar de Málaga y, como consecuencia de la postura melillense, no venían. No había ropas, ni leña, teniendo incluso el Alcaide que enviar a la Península a 150 desterrados, antes de verse en la precisión de echarlos al campo moro.

          La restauración absolutista llenó las cárceles de Melilla de presos políticos, puesto que los más peligrosos a los ojos del gobierno de Fernando VII fueron enviados a las plazas africanas. Sin embargo, durante su forzosa residencia en la ciudad disfrutaron de una relativa libertad.

          En diciembre de 1838, ya en el reinado de Isabel II, cuando ocurrió el levantamiento carlista, había en Melilla 411 desterrados, pero sólo 278 soldados para vigilarlos, y, además, mal atendidos y equipados. El Alcaide envió poco antes de esas fechas una comunicación al Capitán General de Granada calificando a las tropas como “Compañías de indigentes y no de militares”, sin que Su Excelencia “tomase en serio tan prudente aviso”.

          Así las cosas, el 21 de aquellos mismos mes y año, se sublevó el Destacamento del Regimiento del Rey, que encerró al Gobernador y a los principales Jefes de la Plaza y constituyó un “Real Junta Gubernativa” cuyo primer acuerdo fue reconocer a D. Carlos María Isidro, “Carlos V de Borbón”, como Rey. La situación duró hasta marzo de 1839, en que tras negociaciones con fuerzas isabelinas, se permitió la salida hacia Bermeo de 523 hombres, sin que se produjera ningún derramamiento de sangre.

 

Los límites de Melilla

          Cualquier persona que haya estudiado, aunque sea ligeramente, el siglo XIX español, conoce las turbulencias de la política hispana en esa centuria. Una de las consecuencias fue la lamentable situación de la Hacienda Pública, lo que, a su vez, llevó casi al abandono a las Plazas de Soberanía africanas. La agresividad de los fronterizos ante la debilidad de los melillenses y los asaltos de los cárabos armados a las pocas naves que viajaban hacia o desde Melilla aumentaron, con lo que, durante muchos años, el desabastecimiento y la penuria se enseñorearon de la ciudad.

          En 1848 hay que destacar la llegada a Melilla del Capitán General de Granada, D. Francisco Serrano, Duque de la Torre, al frente de una expedición que el 6 de enero de aquel año ocupó las Chafarinas.

          Unos años antes, en 1845, había nacido un Junta Municipal, que en 1878 recibiría el nombre de Junta de Arbitrios, para volver a su denominación original en 1927. Pasaría a constituirse en Ayuntamiento con la llegada, en 1931, de la Segunda República.

          Los frecuentes incidentes fronterizos hicieron que el Gobierno español presentase numerosas quejas al marroquí, pero el Sultán carecía de autoridad para obligar a mantener la paz a las belicosas tribus rifeñas. Por ello, el 24 de agosto de 1859 se firmó un Acuerdo entre España y Marruecos que en su Artículo 1º recogía que el Rey de Marruecos cedía a la Reina de España, “en pleno dominio y soberanía”, el territorio próximo a la Plaza española de Melilla hasta los puntos más adecuados para su tranquilidad y defensa. Y en su Artículo 2º añadía que “los límites de esa concesión se trazarían por ingenieros españoles y marroquíes, tomando por base de sus operaciones para determinar la extensión de dichos límites el alcance del tiro de un cañón del 24”.

          Se desata entonces, como consecuencia de los ataques moros contra Ceuta, una nueva guerra que culmina con la victoria española de Wad Rás y la capitulación marroquí, con la firma de la paz en un Tratado de 24 de abril de 1860, en el que, entre otros aspectos, se ratificaba lo relativo a la fijación de límites en Melilla.

         Dos años después se hicieron dos disparos de cañón desde el Fuerte de Victoria Grande, en presencia de comisionados españoles y marroquíes, con carga máxima y 21 grados de elevación. El primer disparo, algo más corto que el segundo, cayó a 2.900 metros, y esa fue la distancia que, medida desde la Torre de Santa Bárbara (desaparecida hoy día, pero que se encontraba frente al solar en que se levanta el Banco de España), sirvió para trazar una línea poligonal que determina los límites del territorio español (Se rectificó con un pequeño entrante para dejar en parte marroquí el cementerio y la mezquita de Sidi Guariach). El Acta de la Demarcación de Límites lleva fecha de 26 de junio de 1862, momento que marca el nacimiento de la Melilla moderna, pues la ciudad desbordó los límites de sus murallas para extenderse por el llano. La superficie del territorio nacional en Melilla supera ligeramente los 12 kilómetros cuadrados.

          Quiero destacar que se trazó otra línea poligonal, circunscrita a la primera y a 500 metros de distancia, para determinar una zona que se consideró neutral. Sin embargo, al producirse la independencia marroquí en 1956, Marruecos ocupó unilateralmente esa Zona Neutral, sin protesta ni reclamación alguna por parte del Gobierno español.

          Más o menos de aquella época es la declaración de Melilla como Puerto Franco, con la importancia que, como es obvio, tuvo ese hecho para el desarrollo de la ciudad.

          Además de la expansión de la urbe, la fijación de los límites permitió otra obra ansiada durante muchos años: el desvío del Río de Oro, que discurría por la actual Avenida y desembocaba por lo que es la Plaza de España. Las obras comenzaron en diciembre de 1871 y finalizaron el 7 de marzo de 1872 con la construcción de un nuevo cauce por donde desde aquel momento corren, cuando corren, sus aguas.

          A partir del inicio de la expansión de Melilla surgió la necesidad de construir una serie de Fuertes exteriores que garantizasen la seguridad de su territorio. Aparecieron así San Lorenzo (1884), Camellos (1885), Cabrerizas Bajas (1886), Rostrogordo (1890) y Cabrerizas Altas (1893). Pero el problema surgió con la construcción del de Sidi Guariach.

 

La Guerra de Margallo

          Cercana la localización de ese Fuerte a un cementerio musulmán, los fronterizos se opusieron tenazmente a su construcción, atacando a trabajadores y tropas de protección. Los combates fueron aumentando de intensidad, y en un ataque al Fuerte de Cabrerizas Altas, murió el Gobernador Militar, el General Fernández Margallo, al intentar una salida el 28 de octubre de 1893. Ese mismo día, por la acción de recuperar unas piezas de artillería caídas en poder del enemigo, un Teniente llamado D. Miguel Primo de Rivera ganaba la Cruz Laureada de San Fernando. Sería el mismo que, más de 30 años después, y al frente del Gobierno español, daría fin a las Guerras de Marruecos.

          España mandó a Melilla dos Cuerpos de Ejército, con unos 22.000 hombres, mandados por el General Martínez Campos. La firmeza española condujo al Tratado de Marrakech, por el que el Sultán se comprometía a castigar a los culpables de los hechos, a mantener un a guardia permanente de 400 hombres frente a Melilla para hacer respetar la Zona Neutral y a pagar una indemnización de 20 millones de pesetas.

          Se terminó el Fuerte, que se denominó como de la Inmaculada Concepción, aunque también fue conocido coloquialmente como Sidi Alto, por encontrarse en más alta cota que el de Sidi Guariach Bajo, construido posteriormente, junto a los de Horcas Coloradas, Santiago, Reina Regente, Batería Jota, Alfonso XIII y María Cristina.

          La que se llamó “Guerra de Margallo” tuvo una influencia notable en el crecimiento de la ciudad, pues la presencia de un importante contingente militar atrajo a gran número de pequeños comerciantes y suministradores de alimentos, muchos de los cuales terminaron estableciéndose en Melilla. Los censos de 1885 y 1895 así lo demuestran, pues se pasa de 1.175 a 3.561 habitantes, sin contar la guarnición. Aparece entonces también el primer Colegio de Segunda Enseñanza, y nace el primer periódico de Melilla: El Telegrama del Rif, fundado por el Capitán de Artillería D. Cándido Lobera.

          En 1904 visita Melilla D. Alfonso XIII, en la primera vez que un Rey lo hace desde la incorporación de la ciudad a la Corona de Castilla.

 

La Guerra de 1909

          En la primera década del siglo XX surgió en los alrededores de Melilla un personaje de nombre Yilabi ben Dris Zarhoni, pero mucho más conocido por “El Roghi”, que se hacía pasar por un hijo desterrado del Sultán de Marruecos. Sentó sus reales en la Alcazaba de Zeluán, a unos 26 kilómetros de Melilla, e impuso su autoridad sobre las díscolas cábilas del Rif, por lo que el sultán envió sus Mehal-las contra él; fueron derrotadas y tuvieron que pedir protección a los españoles y refugiarse en Melilla.

          El Roghi imponía el orden a base de terror (las cabezas de sus enemigos eran expuestas en una posada llamada del Cabo Moreno, prácticamente en la frontera con Melilla), pero, finalmente, las cábilas se revolvieron contra su poder despótico, fue hecho prisionero y conducido a Fez, donde se le dio cruel muerte.

          Pero su desaparición tendría consecuencias inmediatas y negativas para Melilla. El 9 de julio de 1909, 5 obreros de los que trabajaban en la construcción del ferrocarril entre San Juan de las Minas y Melilla, son muertos por los rifeños. El General Marina, Comandante General de la Plaza envía tropas a proteger los trabajos, que también son continuamente atacadas. Entre los combates de aquellas primeras semanas del conflicto destaca el trágico del Barranco del Lobo, en las faldas del monte Gurugú.

          La guarnición se defiende heroicamente, hasta que los refuerzos llegados de la Península consiguen que la situación cambie. El 29 de septiembre nuestras tropas ocupaban el Gurugú, la amenaza permanente contra la ciudad, lo que dio lugar a grandes manifestaciones de alegría en toda España. Los momentos vividos habían sido tan difíciles que se llegó incluso a que la población civil constituyera compañías de voluntarios que se ocuparon de labores logísticas, como el municionamiento y las evacuaciones sanitarias. Ello merecería la atención del Gobierno, que concedería a la ciudad los títulos de Valerosa y Abnegada.

          Y, al igual que ocurrió en 1893, la Campaña de 1909 supondría un incremento enorme de población, pues se pasó de los 8.956 habitantes del año 1900 a los 39.856 del 1910. Ello, y la conocida ampliación del espacio de soberanía español, hacen que la ciudad se extienda y van naciendo los nuevos barrios.

          Precisamente en 1909 apareció el Plan de Urbanización de Melilla, iniciado por el Capitán de Ingenieros Redondo y continuado por el también Ingeniero Militar D. José de la Gándara. Hay que resaltar al ocuparnos de este aspecto del desarrollo urbanístico, la llegada por esos años a Melilla de un joven arquitecto catalán: D. Enrique Nieto y Nieto, formado en la escuela de Gaudí, y que durante muchos años fue el único arquitecto civil de la ciudad. Más tarde ocupó la plaza de Arquitecto Municipal, y a él y a sus colaboradores se deben los numerosos edificios modernistas que embellecen Melilla.

          En 1911 volvió a visitar Melilla Alfonso XIII, en el que fue su segundo viaje a la ciudad, sin que desde entonces ningún Rey o Jefe de Estado, haya pisado la tierra melillense en ejercicio de su cargo como máximo mandatario nacional. (1)

 

El Protectorado

          El Convenio de Madrid de 1912 fijó la situación de España y Francia con respecto a Marruecos, inquietas ambas potencias, y algunas otras europeas, por la inestabilidad del territorio. España ejerció su Protectorado en una zona de influencia del Norte de Marruecos a través de un Alto Comisario (representante del Gobierno español) y de un Jalifa, o Delegado del Sultán. Ambos residían en Tetuán.

          Melilla y Ceuta se convirtieron en las bases desde donde se iniciaría la labor protectora. No fue fácil la actuación española, porque la inestabilidad de la zona y la belicosidad de las tribus marroquíes pusieron numerosas trabas a la acción civilizadora. Como muestra baste decir que las cábilas no se desarmaron totalmente hasta después de 18 años, en cuyo período tuvo lugar una nueva y sangrienta guerra.

 

La Guerra de 1921

          Desde 1919, Mohamed Abdelkrim el Jatabi, antiguo amigo de España, ex-funcionario de nuestra administración en Melilla, y hasta condecorado por nuestro Gobierno, venía oponiéndose tenazmente a la penetración española, poniendo en pie de guerra las levantiscas cábilas del Protectorado español en Marruecos, especialmente las de la Zona Oriental del mismo.

          A primeros de 1921 fue nombrado Comandante General de Melilla  el General de División D. Manuel Fernández Silvestre, quien se propuso alcanzar por tierra la Bahía de Alhucemas para ocupar la cábila de Beni Urriaguel, corazón de la rebeldía.

          Todos conocceís el resultado de aquella decisión, que además no es el principal objetivo de estas palabras, aunque guarde una gran relación con la historia de Melilla. Baste decir que en la segunda mitad de julio de 1921, Abarrán, Igueriben, Annual, Dar Drius, Zeluán, Monte Arruit, Nador, etc., se fueron convirtiendo sucesivamente en las cuentas del rosario más doloroso de la historia de nuestro Ejército. El informe oficial presentado en el Congreso de los Diputados recogiendo el balance del desastre cifraba los muertos y desaparecidos en 13.120, entre ellos el propio Comandante General.

          El desastre de la Comandancia General de Melilla llenó de luto y consternación a España entera, mientras que, por contra, todo el territorio del Marruecos Oriental se levantó en armas contra nuestro país.Sólo una cábila, la de Beni Sicar, muy cercana a Melilla, permaneció fiel a España. Su Caid, Abdelkader Hach Tieb, tiene dedicada una calle en el centro de la ciudad, pues sin su lealtad no se puede aventurar hasta donde hubiesen llegado las magnitudes del desastre.

          Mir Berlanga escribe que la situación se hizo angustiosa, pues durante dos días la ciudad estuvo a merced del enemigo, que si no entró en ella fue porque se entretuvo en el saqueo de las posiciones y poblados abandonados por los españoles, por la citada lealtad del Caid Abdelkader y por la resistencia de posiciones que, con su sacrificio (Monte Arruit especialmente), retardaron el avance.

          Inmediatamente el Gobierno envía refuerzos: sólo 24 horas después de la caída de Annual, llega el bisoño Batallón de la Corona, procedente de Almería, y 48 horas después lo hacen algunas aguerridas Unidades de la Comandancia General de Ceuta  (dos Banderas de la Legión, una de ellas mandada por un joven Comandante llamado D. Francisco Franco Bahamonde, dos Tabores de Regulares y tres Baterías de Montaña, todo el conjunto bajo el mando del General Sanjurjo). El total de refuerzos llegaría a 25 batallones y una treintena de Baterías.

          Es posible que muchos conozcáis la existencia, o hayáis leído, un libro escrito poco después por el Comandante Franco y que se titula Diario de una Bandera. De ese libro voy a tomar los siguientes párrafos, con toda seguridad más expresivos que lo que yo hubiese conseguido con mis palabras. Tras relatar la angustia y la incertidumbre de una marcha que se inicia a las 2 de la madrugada, dura casi 32 horas y lleva a su Bandera -en operaciones en la zona occidental del Protectorado- a recorrer los más de 100 kilómetros que la separaban de Tetuán cuando recibieron la orden de moverse con urgencia, cuenta Franco que ya en la capital del Protectorado reciben la primera noticia: “En Melilla ocurrió un desastre y el Comandante General se ha suicidado”. Viajan en tren hasta Ceuta y embarcan hacia Melilla, mientras desde la angustiada ciudad mandan continuos mensajes al barco como “Forzar la máquina” o “¿Cuando llegaréis?”. Por fin el puerto, las murallas llenas de gentes y la subida de un Ayudante a bordo con la terrible noticia:”De la Comandancia General no queda nada; el Ejército derrotado; la plaza abierta y loca, presa del pánico; de la columna de Navarro no se tienen noticias; hace falta levantar la moral del pueblo, traerle la confianza que le falta.”  Y, textualmente, sigue Franco:

               “El dolor nubla nuestros ojos, pero hay que reir y cantar; las canciones brotan y, entre vivas a España, el pueblo aplaude loco, frenético, nuestra entrada.

                Jamás impresión más intensa embargó nuestros corazones; a la emoción dolorosa del desastre se une la impresión de la emoción del pueblo... el corazón sangra, pero los legionarios cantan y en las gentes renace la esperanza muerta.

                Con la música y las banderas en cabeza, desfilan los legionarios,... los peludos de Beni Arós... que recorren el pueblo entre los vítores de la muchedumbre... los balcones se llenan y las mujeres lloran abrazándose a los legionarios.”

          Sigue el relato y termina el autor el capítulo diciendo:

               “En estos días habíamos de recibir las emociones más grandes de la vida militar y nuestro corazones lloran la derrota. Los fugitivos, a su llegada, nos relatan los tristes momentos de la retirada; las tropas en su huida, las cobardías, los hechos heroicos, todo lo que constituye la dolorosa tragedia; Silvestre abandonado; Morales muerto; soldados que llegan sin armas a la Plaza; Zeluán aún se defiende; Nador también. Son las noticias que traen estos hombres en los que el terror ha dilatado las pupilas, y que nos hablan con espanto de carreras, de moros que persiguen, de moras que rematan a los heridos, de los espantos del desastre. Llegan desnudos, en camisa, inconscientes, como pobres locos...”.

          Luego empezará la dolorosa, lenta, metódica y, en bastantes casos, implacable reconquista del territorio. El desembarco de Alhucemas, en 1925, va a significar el principio del fin de la pesadilla de Marruecos. Ya las madres españolas podrían dormir un poco más tranquilas.

          Y la vida se rehace en nuestra Melilla, que prospera con la paz. De vez en cuando un suceso trágico altera la tranquilidad de la Plaza. En 1928 vuela un polvorín en Cabrerizas que ocasiona la destrucción de un barrio, la muerte de medio centenar de personas y heridas a más de 500. Melilla, otra vez, se moviliza contra la desgracia, entierra a sus muertos, cura a sus heridos, reconstruye el barrio y el gobierno le concede otro título: el de Muy Caritativa.

 

La Segunda República y el Alzamiento de 1936

          El 15 de abril de 1931 se izaba la bandera republicana en el Ayuntamiento de la ciudad y, pese al entusiasmo inicial y, como en toda España, pronto aumentaron el deterioro de la situación social y la agitación política.

          La tarde del 17 de julio de 1936 se produjo en Melilla un alzamiento militar que, por una circunstancia imprevista, se adelantó 24 horas al acordado en toda España. Cerca de la ciudad, en esa misma tarde y en las proximidades de la Base de Hidroaviones del Atalayón, cayeron los dos primeros muertos de la Guerra que duraría casi 3 años: un Sargento y un Soldado indígenas del Escuadrón de Caballería del Grupo de Regulares de Melilla número 2.

          Por su alejamiento físico de los frentes, Melilla no sufrió mucho las consecuencias directas de la guerra, con la excepción del bombardeo del 26 de julio de 1936 por la Escuadra republicana, en el que impunemente, fuera del alcance de las anticuadas Baterías de Costa, y mucho antes que sucediera lo de Guernica, los grandes cañones del acorazado Jaime I y de los cruceros Libertad y Miguel de Cervantes se cebaron sobre la ciudad. La impericia de los artilleros, pues los Oficiales de los buques habían ya sido asesinados y “respetuosamente arrojados al mar”, fue el principal factor para que sólo murieran 10 personas, civiles en su mayoría, aunque otras muchas, casi doscientas, resultaran heridas. Todos fueron “daños colaterales”, pues ni un sólo establecimiento militar resultó tocado. Hubo también incursiones aéreas de la Aviación republicana, como la sucedida en abril de 1937, cuando las bombas cayeron sobre el Hospital Militar y un edificio cercano, ocasionando 8 muertos y numerosos heridos. También fue bombardeado en un par de ocasiones, sin resultado, el cargadero de mineral, en el puerto.

          Por esa anticipación en el levantamiento, Melilla recibió el título de Adelantada del Glorioso Movimiento Nacional, aunque hoy sólo se emplea el de Adelantada.

 

Hasta la independencia de Marruecos (1956)

          Entre 1939 y 1956, Melilla va a vivir un período de expansión y crecimiento muy grande, coincidiendo casi exactamente con esos maravillosos años de mi niñez y primera juventud que cité al principio. La ciudad vio como se levantaban el Palacio Municipal, el Barrio de la Virgen de la Victoria, varios Bloques de Viviendas, la Plaza de Toros, el Estadio, el Hotel Rusadir, la Estación de Autobuses, etc.

          Hacia 1949 la población, que superaba ligeramente los 90.000 habitantes, se estabiliza. Luego, con la independencia de Marruecos (1956), y al regresar a la Península numerosos funcionarios, que aunque trabajaban en el Protectorado tenían su residencia familiar en Melilla, comenzó una lenta pero firme disminución de población, hasta llegar a los aproximadamente 60.000 actuales, de los que, también “grosso modo”, una tercera parte son  musulmanes, si bien, según lo que indica su DNI., españoles.

 

Hasta la actualidad

          En los últimos 30 años Melilla ha conseguido resolver algunos de sus más graves problemas, como el del abastecimiento de aguas, con la perforación de 6 grandes pozos dentro del territorio nacional, cesando la dependencia de los manantiales situados en territorio marroquí, lo que suponía un riesgo estratégico de incalculable importancia.

          Otro paso importantísimo lo constituyó la inauguración del aeropuerto dentro de los límites de soberanía. Hoy, con 10 o 12 vuelos diarios a Málaga y Almería, e incluso a Madrid y alguna otra capital peninsular, aquel aislamiento que se sentía físicamente entre la población, casi ha desaparecido. Bien es cierto que las condiciones climáticas, el mal estado del mar, o los fuertes vientos hacen que, en ocasiones, las comunicaciones con la Península se vean interrumpidas, pero la situación actual no ofrece parangón con la de hace 30 ó 40 años.

          Han nacido nuevos barrios, muchas viviendas unifamiliares, el Auditorio Carvajal y el Museo Municipal en los años 60, el Paseo Marítimo en los 70, el Puerto Deportivo en los 90, y las celebraciones del 5º Centenario de la ciudad, en 1997, supusieron un empuje en modernización de instalaciones, arreglos de fachadas (¡esas hermosas fachadas modernistas de Nieto!), restauración de la ciudad antigua (las cuevas del Conventico, los aljibes,... ) cuyas murallas han sido cuidadosamente tratadas a lo largo de los últimos 30 años.

          Política y administrativamente, Melilla y Ceuta son hoy Ciudades Autónomas. Personalmente, siempre consideré, aún careciendo de los conocimientos de quienes redactaron nuestra Constitución de 1978, que las dos ciudades podrían haber quedado incluidas en la Comunidad Autónoma de Andalucía, y adscritas a las dos provincias de las que siempre dependieron, Málaga y Cádiz. Si desde un principio, desde diciembre de 1978, ello hubiese sido así, más de algún malentendido y de alguna reivindicación extranjera podrían haberse evitado. Pero han surgido nuevos factores, como el ingreso de España en la Unión Europea.

 

El futuro

          En los Cuadernos de Estrategia que edita periódicamente el CESEDEN, y en un volumen dedicado a las relaciones de España y Marruecos, se publicó hace 7 años un trabajo firmado por D. Dionisio García Flórez, Doctor en Relaciones Internacionales, parte de cuyas conclusiones voy a leer literalmente, pues se refieren al futuro de Ceuta y Melilla:

               “El aspecto citado de que Melilla y Ceuta posean sus propios Estatutos de Autonomía supone un factor de influencia decisivo en la relación con la UE. Ceuta y Melilla forman parte de la UE y su estatus dentro de ella viene contemplado en al Artículo 25 del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas. Gracias a su Autonomía, Ceuta y Melilla pueden tener voz en Europa, la cual les surte con Fondos de Cohesión, a la espera del estatus de región ultraperiférica. . .

                Sin lugar a dudas, se puede decir que, hoy por hoy, la UE es el mayor garante internacional de la soberanía española sobre Ceuta y Melilla, no sólo porque reconoce formalmente que ambas ciudades son españolas, sino porque su actual y futuro desarrollo político dependen en gran medida de las instituciones comunitarias. . .

                Económica y políticamente ambas ciudades irán integrándose cada vez más en la UE. ...  Esa mayor integración en Europa supone además una mayor defensa de su propio carácter, tanto a nivel político como económico y social.”

          Pero hay un hecho muy preocupante. Preparando otra charla sobre el "choque de civilizaciones" que pronuncié en la Universidad de La Laguna, encontré un dato realmente escalofriante. ¿Saben ustedes que entre España y Marruecos, países vecinos, existe una relación de rentas per cápita de 13 a 1 a nuestro favor? ¿Y saben ustedes que, con la excepción de las dos Coreas no existen otros dos países vecinos que superen esa desigualdad, ni siquiera EE.UU. y Méjico? ¿Y observan ustedes que la frontera propiamente dicha entre España y Maruecos, y entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado, son las alambradas de Ceuta y Melilla? Y ya conocen ustedes lo que ha ocurrido este verano, y lo que, desgraciadamente puede seguir ocurriendo. Hace ya 15 años, don Francisco Mir Berlanga terminaba su libro Melilla la desconocida. Historia de una ciudad española, con estas palabras: "Melilla, como ciudad de Occidente, Frontera entre Europa y África, está en la vanguardia de los riesgos. Y esto no debe ser nunca olvidado…"

 

Conclusión

          Esta ha sido, mal contada, la Historia de mi Melilla. Una Melilla que luce en su escudo las armas de la Casa Ducal de Medina Sidonia, orladas de unos títulos: ADELANTADA, VALEROSA, HUMANITARIA y MUY CARITATIVA,  que definen lo que siempre fue el carácter de sus gentes, desde aquellos lejanos melillenses que, encerrados en los estrechos límites de unos muros defensivos soñaban con la lejana Península, mientras, VALEROSOS,  morían (por guerras o por penurias) en el empeño de conservar aquel peñasco para España, siguiendo por los que, HUMANITARIOS y MUY CARITATIVOS  acudían a socorrerse mutuamente, o a socorrer a los fronterizos, y a civilizarlos, y llegando a los de hoy, que hacen honor al título de ADELANTADOS, por su posición geográfica, política y económica, como avanzadilla de la civilización occidental y cristiana en África y adalides de la tolerancia y la convivencia entre 4 etnias, 4 culturas y 4 religiones.

Y acabamos de comprobar en el resumen que he leído del Dr. García Flórez que era cierto lo que dijo una vez un poeta: “Dices Melilla y Occidente crece”.

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(1) Un par de años después de pronunciada esta conferencia, SS.MM. don Juan Carlos y doña Sofía visitaron Melilla.