Riesgos, amenazas y conflictos en el inicio del siglo XXI

Por Emilio Abad Ripoll  (Universidad de La Laguna, Tenerife, 15 de noviembre de 2002)

 

Entre el “9 del 11” y el “11 del 9”

          Estoy seguro de que todos ustedes se acuerdan de aquella noche. Era la del 9 de noviembre (“el 9 del 11”) de 1989, cuando las emisoras de radio y televisión interrumpieron sus programaciones habituales y comenzaron a transmitir en directo lo que ocurría en Berlín. Masas de ciudadanos alemanes cruzaban la frontera entre la RDA y la RFA, mayoritariamente en sentido Este-Oeste. Otros muchos se concentraban cerca de la Puerta de Brandeburgo y comenzaban a derribar una pared, un muro que había impedido, no la entrada a un supuesto paraíso, sino la salida de los habitantes de aquel propagandístico Edén. El mundo entero sufrió un fuerte choque emocional. Unos sentían el fracaso de parte de sus vidas, en las que sus ilusiones se habían volcado tras una ideología que también se hacía añicos. Otros, por el contrario, disfrutaban con la derrota, y más que previsible desaparición, de un régimen al que habían considerado una amenaza durante largos años. Pero todos pensaban que, a partir de aquellos momentos, el mundo ya no volvería a ser igual.

          Y no lo fue. Todos tenían razón.

          Alguno opinó por entonces que se estaba viviendo el Final de la Historia, y muchos, muchísimos, creían que ese Final era también el de todas las guerras, ese azote de la Humanidad que la ha afligido desde que los primeros hombres, más o menos “sapiens”, empezaron a poblar este planeta.

          Pero en este caso se equivocaban.

          Efectivamente, desaparecería el Pacto de Varsovia, la URSS se desintegraría, y Occidente dejaría de tener pesadillas en las que las Divisiones Acorazadas de los soviéticos y sus aliados atravesaban el Boquete de Fulda, omnipresente en el párrafo “Antecedentes” de tantas y tantas Órdenes de Operaciones de los Ejercicios Militares de la OTAN, y se desparramaban como una mancha de aceite por las tierras de la “Europa libre”; y por eso algunos pedían la disolución de la Organización Atlántica. Pero muy poco después, Iraq invadía Kuwait y se producía la, al menos en sus inicios, contundente respuesta militar aliada. Y menos de tres años más tarde deflagraba la hoguera de los Balcanes en una serie continuada de guerras civiles, sin que hasta la fecha se hayan podido apagar los rescoldos. Y las guerras olvidadas de África (Sudán, El Congo, Etiopía, …). Y las tensiones permanentes en partes de Asia. Y el eterno conflicto palestino - israelí, ...

           No, no habían desaparecido las guerras.

           Pero el mundo, quizás ansioso por sepultar lo que se llamó la guerra fría, aparcaba el temor en un rincón oculto de la memoria colectiva, y se olvidaba, o quería olvidar, esos conflictos recientes y las amenazas que la droga, la emigración incontrolada, las mafias y bandas del crimen organizado, el uso delictivo de las redes mundiales de información y comunicación, las enormes desigualdades en aspectos sociales, educativos y económicos entre pueblos de una mismo planeta y sobre todo el terrorismo suponen para la seguridad. Más valía vivir en una dichosa Arcadia, en una ciudad “alegre y confiada”, que pensar en algo que pudiera turbar nuestra felicidad. De todas maneras, es justo reconocer que era un mundo más seguro a escala global, pero también más inestable y mucho más interdependiente.

          Y entonces ocurrió lo del 11 de septiembre (“el 11 del 9”) de 2001.

          Volvimos a verlo en directo. Si en el caso del “9 del 11” en el horario europeo había sido a la hora de la cena, ahora ocurría a la del almuerzo. En unos minutos casi 3.000 personas perdían la vida en ataques lanzados contra el corazón del país más poderoso del mundo.

          Y, de nuevo, miles de voces y de imágenes, millones de palabras impresas, nos dijeron que, a partir del “11 del 9”, ya no sería lo mismo. En ese regreso a la realidad, a la crueldad existente en un mundo lleno de odio y violencia, volvimos a encontrar el camino de la Historia que alguien creyó finalizada.

 

El nuevo orden mundial

          Pero recordemos un poco. Naturalmente, todo fue muy rápido a partir del momento de la “caída del muro”, aunque más exacto sería decir desde el “derrumbe del muro”. Sin embargo, pese a esa rapidez, no fue, porque no podía serlo, un cambio instantáneo. Existió un período de casi dos años en que la desaparición del Pacto de Varsovia y la desintegración de la URSS fueron haciéndose realidad, hasta que el mundo pudo empezar a respirar tranquilo porque la guerra fría, que en muchas ocasiones fue bastante caliente, si no en el escenario europeo sí en otras partes del mundo en que los intereses de las dos superpotencias entraban en conflicto, desaparecía del horizonte de las preocupaciones.

          Se produjo un período de transición entre el antiguo régimen mundial, que muchos han definido perfectamente como un sistema de poder bipolar (EE.UU. contra la URSS; la OTAN versus el Pacto de Varsovia; Occidente enfrentado al Este; capitalismo contra comunismo), y el que se enseguida se calificó por los analistas políticos como el nuevo orden mundial.

          En este otro régimen, una de las dos grandes superpotencias sobrevive y adquiere un papel preponderante y casi de liderazgo mundial: los EE.UU. de América del Norte. Emergen otras, no ocultas antes, pero a las que la nueva situación ha favorecido su inclusión en el pelotón de cabeza: China, Japón y, lo que es muy importante para nosotros, un ente muy antiguo y muy nuevo, Europa. Una Europa que nació de la necesidad de evitar más guerras entre las naciones implantadas en su solar, para lo que se empezaron a entretejer entre ellas lazos comerciales y económicos que hoy se han extendido a más países y a muchas áreas de actividad (sociales, políticas, militares, …). La vieja Europa, donde nació el concepto de democracia, en cuyas tierras se inventaron las naciones y se acuñaron revoluciones que aún hoy ejercen influencia en la política universal, y que asentó sus reales prácticamente por todo el globo terráqueo, vuelve a ser otra vez, y esperemos que para bien, protagonista de la Historia. No podemos tampoco olvidar a potencias emergentes y con dificultades, como Brasil y la India.

          En una de las Monografías que periódicamente edita el  Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN), y que quiero resaltar que me han sido de gran utilidad para la redacción de este trabajo, se identifican dos características principales de la nueva sociedad internacional: la mundialización y la globalización. (Nota 1)

          El concepto de mundialización queda claro con la simple consideración de que estamos inmersos en una “sociedad mundial”, lo que se demuestra con el aumento del número de países soberanos (131 en 1960 y alrededor de 200 hoy) y, sobre todo, por la extensión hasta los confines del mundo de los procesos de relación entre esos Estados y la influencia mundial de buena parte de los conflictos existentes o probables. En definitiva, vivimos, como muchos dicen, en una aldea global.

          Pero el concepto que quiere expresar la palabra globalización, tan empleada en los medios de comunicación, se refiere a algo más concreto que la mundialización. En efecto, la globalización es un fenómeno ligado a las relaciones económicas internacionales, que hoy se producen entre más Estados (no sólo por el aumento del número ya citado, sino también por la mayor permeabilidad tras la desaparición de muchos regímenes totalitarios), que están más “cercanos”, hablando en términos económicos (en lo que mucho tienen que ver las empresas multinacionales, la interdependencia para la producción de bienes y servicios, etc.) y, además, con un inmenso volumen de intercambio.

          La globalización se ha visto favorecida por varias revoluciones incruentas. La primera ha sido la de las comunicaciones, tanto en lo referente al transporte de personas y bienes, como a la transmisión de ideas e información. Otra revolución ha sido la de los mercados financieros, hasta tal punto que se puede considerar que el mercado internacional es hoy global. La tercera causa que ha actuado en favor de la globalización ha sido la de del enorme desarrollo de los medios audiovisuales. Y, por fin, la cuarta revolución, pero no la última en importancia, ha tenido lugar en el campo del pensamiento humano. Hoy lo económico predomina sobre cualquier otro aspecto, sea cultural, social, ideológico o político.

          Pero, curiosamente, a la vez que la mundialización y la globalización, se está consolidando un tercer concepto, la regionalización, que creo que puede perfectamente unirse a los dos anteriores para definir mejor la sociedad internacional, o el nuevo orden mundial, en el que nos desenvolvemos.

          Con el final de la guerra fría, muchas naciones consideraron primordial no sólo la delimitación de su espacio físico, sino también la definición de las zonas de las que recibían, o a las que transmitían, influencias. El ejemplo más claro lo tenemos en los países del Este europeo, que al romper lazos con la “potencia-núcleo” de su existencia anterior, buscan desesperadamente integrarse en otra organización regional superior con la que compartir intereses comunes, es decir con la Unión Europea. Y más profunda, y traumática, la vivencia de las naciones que componían la antigua Yugoslavia, que primero rompieron el aglutinante que las mantenía unidas, para, ahora, cuando son entes políticos individuales, tratar de volver a integrarse en una organización regional, Europa.

          ¿Qué se busca con esa regionalización? Pues además de los fines económicos, preponderantes como hemos dicho antes en esta sociedad mundial, los beneficios derivados de la implementación de fórmulas de cooperación y seguridad comunes en un ambiente geográfico más limitado que el de la “aldea global”.

          Para lo que nos ocupa hoy hay que destacar que surge una competencia, en principio pacífica, entre diversas áreas regionales en el campo de la economía; competencia que, en el peor de los casos, puede derivar en un conflicto que afecte o altere el orden mundial. Pero, al mismo tiempo aparece otro factor: la creación de un alto grado de garantía de la existencia de un “orden regional”, con la práctica desaparición de la posibilidad de que se produzcan conflictos bélicos entre los países miembros de la organización, lo que conduce a un aumento de la seguridad mundial.

          Habíamos comentado antes que había desaparecido la bipolaridad que caracterizó a casi toda la segunda mitad del siglo XX. Podemos asegurar que eso es cierto desde el punto de vista de la posibilidad de un conflicto bélico que hubiese tenido consecuencias inimaginables, o del choque entre dos ideologías y dos teorías económicas absolutamente antagónicas. Pero existe otra bipolaridad, llena de riesgos, que en algunos casos ya son amenazas y, en ocasiones, fuente de conflictos. Me estoy refiriendo a la consecuencia de ese giro de 90 grados que dio la aguja de la seguridad. Hace poco más de una década, el eje peligroso era el Este-Oeste; hoy nos encontramos con que muchos problemas se orientan en el sentido del eje Norte-Sur.

          ¿Podemos achacar a lo sucedido tras el derrumbe del muro, el colapso del comunismo y la desintegración de la URSS la aparición de esta nueva inquietud? En absoluto, pues no es nueva. Ya existía, mas estaba desdibujada ante el peligroso resplandor, inmediato y posible, del enfrentamiento Este-Oeste.

          ¿Cuál es la causa fundamental de esa tensión? El desequilibrio en lo económico entre ambas zonas del mundo; además la del Sur, la pobre, alberga más de las dos terceras partes de la Humanidad. En ella, con la simple observación de un mapamundi, encontramos la mayoría de los países más deprimidos y conflictivos del planeta.

          Lo malo es que las desigualdades en las condiciones de vida entre los habitantes de ambos hemisferios lejos de disminuir, se acrecientan. La facilidad de acceso a los medios de comunicación, especialmente la televisión, hace que millones de personas realmente pobres contemplen desde una jaima, una choza o una favela  como viven, o parecen vivir, otros seres que tuvieron la suerte de nacer en el Norte. Luego volveremos a tocar este tema, pero que quede ya expresado que el denominado eje Norte-Sur supone un foco de tensión y amenaza a la estabilidad y seguridad globales que necesita medidas de urgente aplicación para reducir las abismales diferencias apenas esbozadas aquí. Para España el problema es mayor, puesto que la frontera entre el Norte y el Sur corre en sentido Este-Oeste a través del Mediterráneo. Les ruego que hagan un ligero repaso de comparación de rentas per cápita entre países separados por esa supuesta frontera, y encontrarán que, con la excepción de las dos Coreas, no hay dos naciones vecinas con una desproporción tan abrumadora de rentas como la que existe entre España y Marruecos. La relación de casi 13 a 1 a nuestro favor no es superada ni siquiera por la que hay entre EE.UU. y Méjico.

 

Los riesgos y las amenazas

     Riesgos y amenazas que afectan al “nuevo orden mundial”

          No todos los riesgos, amenazas, así como los conflictos en desarrollo o previsibles, pueden datarse a partir del 9 de noviembre de 1989, ni mucho menos contar desde el 11 de septiembre de 2001, pues muchos de ellos son de una tipología que podemos considerar más o menos antigua, pero anterior en su génesis a las fechas citadas. Hoy, a diferencia de hace poco más de 10 años, cuando existía una amenaza concreta y clara, coexisten varios riesgos, más o menos definidos, que pueden convertirse, o se han convertido ya, en amenazas, y éstas, a su vez, derivar en conflictos.

          En el nuevo orden mundial, en el que “debemos hacer frente a un panorama de riesgos e incertidumbres de carácter multidireccional y multifacético” (2) podemos agrupar esos riesgos en dos grandes grupos:

                    a) Globales, como el que podría derivarse de una, en principio pacífica, “guerra económica”, entre los tres grandes bloques que, según algunos, ya están perfectamente delimitados: el europeo, el oriental y el norteamericano. Tampoco es desdeñable el riesgo de un choque como consecuencia del enfrentamiento entre civilizaciones o formas de entender la existencia (Oriente-Occidente), o de religiones, como ya estamos empezando a vivir, exacerbado por la aparición de fundamentalismos.

                    b) Regionales, que pueden presentar muchas facetas y orígenes y son difíciles de prever. Pueden influir en esos riesgos las clásicas causas de la guerra, pero no hay que olvidar que desde 1991 hasta estas fechas del año 2002 han estallado en el mundo unos 30 conflictos, en bastantes casos inesperados (3). Por ello, además de esas causas de conflicto que denominamos clásicas, la situación actual nos lleva a delimitar algunos otros escenarios peligrosos para la seguridad que iremos repasando cuando hablemos de los riesgos y amenazas emergentes.

          Pero se puede asegurar sin temor a equivocarnos, y más después de lo ocurrido hace poco más de un año, que el terrorismo ha dejado de ser asunto interno de algunos países, como otros querían demostrar adormeciendo sus conciencias, para convertirse en una seria amenaza internacional. Eso fue lo que España siempre defendió en el caso de la maldita ETA, que con su autocalificación de marxista-leninista obtuvo apoyos del bloque comunista, se entrenaba en Argelia, tenía “santuarios” y “refugios” en Francia, lugares de descanso en Iberoamérica, adquiría armamento donde y cuando le apetecía en varios países europeos y aliados, y mantenía contactos con siniestros hermanos de sangre de diversas partes del mundo. Desde el pasado 11 de septiembre de 2001, el mundo ha despertado para darse cuenta que el terrorismo es internacional y que nos afecta a todos; y que todos los países deben luchar contra las alimañas terroristas, se escondan donde sea y tras las siglas que quieran.

          Tampoco se pueden olvidar enfermedades como el SIDA, pandemias como el Ébola, la masiva degradación del medio ambiente y, enlazando con el principio de este apartado, temas como el tráfico de drogas, el deficiente control de las armas de destrucción masiva o los ataques a los sistemas de información que tocaremos con más detalle dentro de unos minutos.

     Los riesgos y las amenazas emergentes

          En lo que uno ha leído sobre los temas que nos ocupan esta tarde, y en la bibliografía que ha sido la base de este trabajo, aparece con mucha frecuencia el adjetivo emergente acompañando a los sustantivos riesgos,  amenazas y conflictos. Pero la calificación de emergente no implica que el riesgo o la amenaza sean nuevos, como muy bien aclara el General de Brigada de la Guardia Civil Nieto Rodríguez (4), en un trabajo publicado por el CESEDEN, sino que ahora, en el nuevo orden mundial, su tipología alcanza unas dimensiones inéditas de peligrosidad, inmediatez y globalidad. Vamos a dedicar los próximos minutos a estudiar con más detalle todos esos desafíos, y en muchos casos ataques, a la seguridad.

          El terrorismo

          Comencemos por esta amenaza siguiendo el citado trabajo del General Nieto. Todos sabemos que el fenómeno terrorista no es precisamente nuevo, pero desde mediados del pasado siglo se ha convertido en una entidad omnipresente, en un hecho cotidiano que, precisamente por eso, ha hecho que se le considere moderno.

          La forma más clásica de definir el terrorismo es como “el empleo sistemático de la violencia por parte de un grupo organizado para alcanzar objetivos políticos e ideológicos”. De esa definición se puede deducir que el fenómeno terrorista presenta las siguientes características:

                    a) Su carácter antidemocrático. Para el terrorista y sus dirigentes políticos no cuentan las urnas ni la opinión general de la población.

                    b) Su instrumentalización. El terror es la herramienta de la que se vale alguien (individuo, grupo o Estado) para imponer su voluntad esparciendo muerte y dolor.

                    c) Su contenido ideológico y político, unido por tanto a las revoluciones y a los nacionalismos y, con cierta frecuencia, sus connotaciones religiosas o socioeconómicas.

          Pero además de esas características, el terrorismo ofrece dos notas fundamentales:

                    a) Su violencia, encaminada tanto al derribo del poder legalmente establecido, como a convertirse en un factor omnipresente en las conciencias individuales y colectivas de la población.

                    b) Es un arma esencialmente psicológica.

          Con respecto a esa primera nota, el terrorismo persigue una finalidad muy concreta: la de dar la máxima publicidad a sus acciones, o lo que es lo mismo, el conseguir la mayor propaganda posible. Por ejemplo, el pasado verano murieron dos personas en Santa Pola en un atentado terrorista. Esos mismos asesinatos podían haber tenido lugar en cualquier pueblo perdido de los Pirineos, o en otra fecha del año, pero la repercusión en los ámbitos nacional e internacional de una acción terrorista en una de las principales zonas turísticas de España y en plenas vacaciones estivales era infinitamente mayor. El terrorismo necesita “espectadores”, “audiencia”, de aquí la inmensa responsabilidad de los medios de comunicación en la información de actos terroristas.

          Hace muy pocos meses se celebró en España una reunión de directores de medios informativos en la que se trató este tema en el que, como en tantos otros, la gente de bien ha perdido la iniciativa. El terror adoba sus acciones con vocablos y expresiones mucho más nobles, con lo que en las mentes de mucha gente, se introduce subliminalmente la idea de que la rama asesina de una organización terrorista se considera “militar”, en lugar de ser catalogada como “criminal”; el asesinato pasa por ser una mera “ejecución”, como si hubiese estado sancionado por un tribunal; una banda de asesinos es un “comando”, y así hasta el infinito. Y en el fondo la eterna discusión: ¿qué nivel de difusión hay que dar a las acciones terroristas? Y las dos posturas enfrentadas: la de los que defienden que sea la máxima, por el derecho a la libre información, y la de quienes opinan que la mínima posible por el tema citado de la propaganda que se hace a los criminales.

          En cuanto a la nota psicológica, está claro que el terrorismo busca crear un continuo estado de inquietud e inseguridad en todo el cuerpo social o en determinados de sus grupos componentes (militares, policías, políticos, periodistas, empresarios, etc.).

          El fenómeno terrorista se internacionalizó a partir de la década de los 70 del siglo XX como consecuencia de varios factores, en absoluto independientes unos de otros:

                    a) La proliferación de movimientos de liberación como consecuencia de la extensión mundial de un cóctel explosivo constituido por la mezcla de las ideas marxistas y nacionalistas. Alcanzó su máxima expansión en el Tercer Mundo.

                    b) El “apoyo logístico” proporcionado a grupos terroristas por Estados u otros grupos afines, pues aquellos, como ocurre en la mayoría de los casos, no eran autosuficientes. Las facetas de ese apoyo iban desde el abastecimiento de armas, explosivos y municiones, hasta la oferta de “zonas seguras”, pasando por bases de entrenamiento.

                    c) La “numerosa audiencia”, al comenzar a extenderse las redes de información y la transmisión inmediata de las noticias. Si este aspecto era importante hace treinta años, ahora adquiere una especial relevancia por la revolución tecnológica de las comunicaciones producida en la última década.

          En la actualidad muchos e importantes grupos “ideológicos” y “revolucionarios” han desaparecido. Por lo que respecta a Europa hay que felicitarse por la eliminación del “Ejército Rojo” alemán y la desintegración de la “Acción Directa” francesa y las “Brigadas Rojas” italianas. Quedan aún otros con fines nacionalistas, autonomistas o claramente separatistas, como para desgracia nuestra es la ETA, o como lo son en Irlanda del Norte y Francia el IRA y los Frentes de Liberación corsos, respectivamente. En teoría esos grupos son “internos”, pero en realidad, como está archidemostrado, mantienen interconexiones.

          Y como todo parásito, el terrorismo se alimenta del organismo en que vive; en este caso se aprovecha de las facilidades de movimiento, comunicaciones e información que le proporciona el entorno. En nuestras retinas están aún clavadas las imágenes del segundo avión que se estrelló contra las Torres Gemelas de Nueva York atravesando aquella masa de acero, hormigón y cristal como si fuera mantequilla, boquiabiertos por el asombro que nos causaba el presenciar en directo tamaña atrocidad. Así los terroristas lograron la mayor atención del mundo por el lugar y el objetivo seleccionado, conscientes de que el horrible espectáculo iba a ser contemplado en directo y repetido hasta el infinito, y que sus devastadores efectos se verían multiplicados sin límite por la globalización de las comunicaciones.

          Esta circunstancia varias veces citada de la correlación entre los efectos y la propaganda, hace que no se pueda considerar utópica ni descabellada una acción en que se haga realidad la amenaza de las armas de destrucción masiva (nucleares, biológicas o químicas), mientras hay que reconocer que ya se ha convertido en un hecho la ciberguerra que tanto nos divertía hace diez años en las pantallas de cine; de ambas hablaremos enseguida. Y tampoco hay que minusvalorar el efecto que podría producir en la economía mundial un nuevo ataque terrorista.

          Pero el terrorismo que hoy más preocupa al mundo es el islámico. En un trabajo aparecido en Internet y cuyo autor es don Juan Avilés (5) se hace un repaso de la existencia y actuaciones de organizaciones terroristas islámicas contra personas e intereses occidentales a partir del año 1969. En él se recogen hasta 8 organizaciones (sin incluir Al-Qaida) que llevaron a cabo 4 ataques a Embajadas, 11 atentados contra grandes centros comerciales y restaurantes, 4 secuestros de grupos de personas, 8 secuestros o atentados contra aviones, 2 ataques a cuarteles de Fuerzas de Paz de la ONU y el secuestro de un barco. Como resultado de esas acciones, lógicamente las que tuvieron mayor relevancia pues se produjeron decenas de inferior importancia, perdieron la vida 836 personas y otros muchos centenares resultaron heridas. Por su parte, Al-Qaida había atentado ya varias veces contra los intereses norteamericanos: en 1993, colocación de una bomba en las Torres Gemelas con el resultado de 6 muertos y más de un millar de heridos; en 1996, colocación de un camión-bomba frente a la Embajada de los Estados Unidos en Arabia Saudita, con dos docenas de muertos; atentados a las Embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar Es Salaam en 1998, que se cobraron unos 230 muertos y más de 5.000 heridos; ataque a un destructor estadounidense en Aden, con otros 19 muertos. El total de esas acciones supone cerca de 300 muertos. Quiero insistir con estos datos en que no todo lo malo empezó el tristemente famoso 11 de septiembre.

          Y el terrorismo, en general, se ve beneficiado por todos, o casi todos, los riesgos y amenazas de los que vamos a empezar a hablar.

          El tráfico ilícito de armas convencionales

          Tampoco es nueva esta tipología delictiva, muy relacionada con el terrorismo y también con los tiempos de la guerra fría, cuando a uno u otro bloque le interesaba desestabilizar algún gobierno o la situación interna de un país del bando contrario y facilitaba el suministro de armas a grupos disidentes o revolucionarios.

          Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los grandes remanentes armamentísticos que no llegaron a utilizarse, e incluso los utilizados, alimentaron durante dos décadas los numerosos conflictos menores que, con las etiquetas de guerras anticolonialistas o movimientos guerrilleros de liberación se fueron produciendo, especialmente por Asia y África.

          Y al desaparecer la guerra fría volvió a repetirse la historia de los importantes almacenamientos de material que se mantenían en reserva para lo que pudiera suceder. Se produjo un resurgimiento de conflictos, ahora con la vitola del nacionalismo en su mayor parte, y cuyos bandos contendientes serían los destinatarios de las armas que se pensó que ya nunca se utilizarían.
En Occidente preocupa el arsenal que se almacenaba en los países del Pacto de Varsovia y, especialmente, lo que se guardaba en las Repúblicas ex - soviéticas. No puede caber la menor duda de que los conflictos de la zona del Cáucaso (Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Chechenia…) se han visto favorecidos por la fácil disponibilidad de grandes cantidades de armamento, parte del cual se encuentra también en manos de las mafias. A esa preocupación por la utilización de aquel armamento se une la desprotección de depósitos de munición. Como ejemplo citar que en las revueltas albanesas de 1997 desaparecieron de los almacenes casi 1 millón de armas ligeras y de los polvorines unos 1.500 millones de cartuchos (6).

          Como vimos hace muy poco en televisión, en Afganistán aún se utiliza el armamento que los norteamericanos suministraron a los guerrilleros en el levantamiento contra la ocupación soviética. Y las “guerras olvidadas” de África se están jugando en gran medida con el material ex – soviético, facilísimo de adquirir incluso para las depauperadas economías subsaharianas.
Tenemos que resaltar que en el caso de las guerras en la ex – Yugoslavia, jugó un papel muy importante en la evitación de un mayor rearme de los contendientes el férreo bloqueo marítimo que se impuso en el Adriático.

          Sólo me queda añadir para terminar este apartado que es obvio que la facilidad de adquisición de armamento ligero y municiones supone una enorme ayuda a los grupos terroristas.

          Las armas de destrucción masiva. El terror NBQ

          El principal problema con que se enfrenta la seguridad en este caso de las armas Nucleares, Biológicas y Químicas (NBQ) es el de tratar de evitar lo que se ha dado en llamar las dos proliferaciones: la horizontal y la vertical. Por proliferación horizontal se entiende la adquisición, por vez primera, por determinados países (o ¿por qué no?, grupos terroristas) que hasta la fecha no las poseían, de armas NBQ, y por proliferación vertical el aumento de los arsenales NBQ de aquellos países que ya poseían armamento de ese tipo.

          Estas dos proliferaciones están íntimamente relacionadas con dos conceptos: el de control, para evitar la primera de ellas, y el de desarme para eliminar la segunda.

          Tras la disminución del nivel de amenaza por la desaparición de la guerra fría, se produjo un debilitamiento en los mecanismos de control de exportación de materias nucleares. Si a eso se le añade la posibilidad de que determinados colectivos de la antigua URSS, como el Ejército, por problemas presupuestarios y salariales, o los físicos nucleares, por la pérdida de determinados privilegios, ofrezcan materiales o servicios a un mercado negro en absoluto hipotético, se comprende el importante riesgo que se corre en la actualidad. No olvidemos que, hasta el momento de su desintegración, la URSS contaba con unas 30.000 armas nucleares distribuidas por Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Kazajstán.

          Por tanto, el principal problema es el de la proliferación horizontal. Existen cinco potencias reconocidas como “nucleares”: EE.UU., Rusia, China, Francia y el Reino Unido; otras dos, Pakistán y la India, han efectuado pruebas nucleares, y una octava, Israel, que aunque no lo declare tiene armas de este tipo. Y no olvidemos las informaciones que hemos leído en las últimas semanas sobre lo cerca que se encuentra Iraq de entrar a formar parte de ese peligroso club.

          Los demás países, o grupos, necesitan ayuda de un tercero; por tanto es de capital importancia controlar que eso no se produzca, para lo que hay que comenzar por evitar el tráfico ilegal de materiales radiactivos básicos para la fabricación de armas de este tipo. Sólo entre 1993 y 1995 (7), la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) detectó 227 casos considerados como ”tráfico ilícito de materiales radiactivos” y otros 116 que se podían calificar como “sospechosos”.

          También hay que tener en cuenta el riesgo que supone la todavía mayor falta de control sobre deshechos radiactivos. Ya hay constancia de graves casos de irradiaciones por estas circunstancias.

          Pero si hemos considerado que el control del tráfico ilícito de materiales nucleares era muy difícil, la situación se agrava y el riesgo crece exponencialmente, dejando de serlo para convertirse en amenaza, cuando nos detenemos en los otros dos campos de las armas de destrucción masiva: el biológico y el químico. Y esto es así porque, sencillamente, no existe casi control sobre el comercio de los productos necesarios para fabricar armas de esas características. Y aunque existiera algún mecanismo de verificación, es muy difícil demostrar que los productos que una nación importa no vayan a ser, como el propio país soberano declara, para producir una vacuna o fabricar un pesticida contra plagas agrícolas.

          Por lo que se refiere al tema de las armas biológicas, en 1975 numerosos países se adhirieron a la Convención para la Prohibición de Armas Biológicas (CAB), pero los mecanismos de control se han mostrado prácticamente ineficaces. Lo peligroso es que el riesgo ha dejado de ser una hipótesis de ciencia-ficción. Los EE.UU. ya están dedicando unos 2.400 millones de euros anuales a la preparación de la defensa contra ataques de esta naturaleza.

          El arma biológica (“microorganismos, bacterias o virus que invaden el cuerpo, se multiplican y lo destruyen”) (8) puede matar un número enorme de personas, sin necesidad de limitaciones geográficas, dadas las facilidades de desplazamiento existentes hoy día. Una o varias personas infectadas pueden coger un avión, trasladarse a múltiples partes del planeta y continuar extendiendo la epidemia.

          ¿Existen constancias del empleo o, por lo menos, experimentación con estas armas? Sí y muchas.  Inglaterra ha reconocido que experimentó con ellas en 1941. Japón las utilizó en la 2ª Guerra Mundial contra China, ocasionando más de 10.000 muertos; el gobierno de los EE.UU. asegura que dejó de producirlas en la década de los 70 del pasado siglo y Francia anunció que en 1988 había destruido sus arsenales. Se sabe que Iraq sigue con sus programas de producción de turalemia, que ocasiona graves neumonías, y de ántrax, e incluso se acusa al régimen de Sadam Hussein de haber experimentado con presos políticos. Existen sospechas contra Libia, Irán, Sudán y Corea del Norte; y precisamente los coreanos acusan a los EE.UU. de haber empleado armas bacteriológicas durante la Guerra de Corea.

          Pero, desgraciadamente, nos encontramos con otras evidencias espeluznantes. Anatjan Alibekov, un destacadísimo científico emigrado a los EE.UU. tras el final de la guerra fría, asegura que 60.000 personas trabajaban en un programa soviético de investigación y producción de armas biológicas del que el propio Alibekov era Subdirector (9). Sus laboratorios se extendían por toda la antigua URSS, y existe la certeza de que varios de los más importantes investigadores han desaparecido llevándose consigo muestras congeladas de un virus similar al Ébola, pero sumamente letal. ¿Dónde estarán ahora esas muestras?

          Además, para una agresión biológica de un alcance limitado en principio, no se necesitan ni medios sofisticados de lanzamiento (recuerden el ataque en el metro de Tokio en 1995 y las cartas con ántrax en EE.UU. los años 2001 y 2002), ni tampoco voluminosos contenedores, ni mucho menos, complejos y enormes laboratorios, aspecto éste muy importante pues dificulta sobremanera la localización de establecimientos peligrosos y el trabajo de los equipos de control.

          Con la guerra química ocurre lo mismo que hemos expresado antes: es prácticamente imposible demostrar a priori la finalidad militar o terrorista de una sustancia química que una empresa o un Estado transfiere o exporta a unos terceros. Y, de igual manera que en el tema biológico, se intentó controlar esas transferencias, para lo que en 1997 se firmó la Convención para la Prohibición de Armas Químicas (CAQ), tratado en el que no se recoge ningún sistema internacional de vigilancia, de modo que sólo las denuncias pueden proporcionar datos o indicios acerca de una violación del convenio.

          No es nuevo, y eso es bien conocido, el uso del arma química con fines militares desde la Primera Guerra Mundial hasta los salvajes ataques del régimen iraquí contra los kurdos en las montañas que separan su país de Turquía, tras el parón aliado en la Guerra del Golfo, pasando por el amplio uso en la guerra irano-iraquí de los años 80. Existen también denuncias de utilización por Argelia en la Guerra del Chad y por la URSS en Afganistán.

          Su uso táctico es difícil, pues en campo abierto no se puede eliminar a un gran número de personas, a no ser que exista una fuerte concentración humana. La causa reside en la rápida disolución del aerosol en la atmósfera, proceso que se acelera en caso de vientos de alguna intensidad. Pero, pese a ello, constituye una seria amenaza en su doble vertiente: los efectos que causaría un ataque directo contra una concentración humana y los que se derivarían de la destrucción, bien fortuita o por un ataque propio, de una fábrica de armas químicas de un país adversario.

          ¿Cómo justifican, si es que lo hacen, determinados Estados el deseo de poseer armas biológicas y químicas, su posesión efectiva o su fabricación? Pues apelando al derecho de legítima defensa en caso de la existencia de un vecino que posea armamento nuclear y con fines de disuasión para empujar a la desnuclearización del “otro”. Pero tampoco hay que olvidar las razones de prestigio para escalar posiciones en el escalafón regional. Ambas circunstancias se dan en el Magreb y el Oriente Medio con Libia, Egipto e Iraq, que firmaron el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, pero no la Convención de Prohibición de Armas Químicas por la vecindad o proximidad a Israel, que, por su parte, tampoco ha firmado el primero de esos dos convenios, pese a ser, como dijimos, un Estado nuclear no declarado.

          Pero en esta amenaza de las armas de destrucción masiva hay que considerar también el tráfico de misiles para su transporte hasta el objetivo y de la tecnología para construir esos artilugios. Merecen especial atención los misiles balísticos de gran alcance, que a los efectos físicos de la agresión unirían también los  psicológicos, cuya importancia hemos destacado al hablar del terrorismo. Y es que, entre las amenazas que perturban el sueño de analistas, estrategas, gobernantes y ciudadanos de a pié, figura la de un ataque demoledor con armas químicas, biológicas y, con menor probabilidad, nucleares sobre Europa o EE.UU., con origen de lanzamiento en un país del Tercer Mundo.

          No obstante, no resulta fácil para un país que no sea una gran potencia mundial el reunir los ingredientes necesarios para fabricar un misil intercontinental; es decir, los científicos y especialistas cualificados, la alta tecnología indispensable y una gran cantidad de medios industriales. Pero, pro otra parte, en cuanto a lo primero, muchos científicos quedaron sin trabajo tras la desintegración de la URSS, y por lo que respecta a tecnología y materiales, cualquier país pueda adquirirlos a través de un Estado “intermediario” o una multinacional (10). Por una u otra causa, en 1998 los países que disponían de material que Occidente pueda considerar una amenaza en esta faceta de los misiles capaces de portar armas NBQ eran Arabia Saudita, Argelia, las dos Coreas, Egipto, la India, Iraq, Irán, Israel, Libia, Pakistán, Siria y Ucrania.

          Los movimientos migratorios y la seguridad internacional

          Si bien la emigración, como tal fenómeno social, no es mala en sí misma, sino que incluso puede tener consecuencias favorables tanto para el país “exportador”, como para el que recibe el flujo de personas, sí conviene estudiarla bajo el prisma de este trabajo, pues pese a las diferentes motivaciones que dan lugar a los movimientos migratorios, esas causas tienen un factor o rasgo común: implican un fuerte poder desestabilizador en los ámbitos nacional, regional e internacional. (11)

          Y ello sucede así porque, en el mejor de los casos (si es que en este tema existe algún caso bueno), reflejan la existencia de desajustes sociales, económicos o políticos que obligan a la población a buscar una vida más digna en otro lugar. Y en la peor de las situaciones son el resultado de un fracaso total o parcial en la convivencia entre diferentes grupos dentro de un mismo territorio, como ocurrió en la ex – Yugoslavia, donde se desplazaron más de 5 millones de personas de un total poblacional cercano a los 22 millones.

          Lo peligroso no está en el hombre o la mujer que llegan a ese supuesto paraíso de forma legal, controlada y, en muchas ocasiones, con un contrato de trabajo bajo el brazo. El riesgo existe como consecuencia de la emigración ilegal, que tiene las siguientes secuelas perniciosas para la sociedad y los individuos:

                    a) Favorece la explotación laboral en el país de arribada.

                    b) Los emigrantes ilegales ven dificultada su integración social y pasan a constituir un excelente caldo de cultivo para la delincuencia, el aumento de la prostitución, etc. Se calcula que en Europa hay entre 3 y 5 millones de personas en esas condiciones de ilegalidad.

                    c) Dificulta la promoción de la emigración legal.

                    d) Con harta frecuencia, como estamos acostumbrados a ver y leer, pone en peligro la vida del emigrante.

          No hay que dejar a un lado la posibilidad, o el hecho, de que determinados países permitan conscientemente la salida de sus ciudadanos en una salvaje y peligrosa emigración ilegal, pues con ello alcanzan dos objetivos: disminuir la presión interna y cargar con el problema al país receptor. O incluso, para algo que en España puede pasar de la escala de los riesgos a la de las amenazas: conseguir que los inmigrantes representen una mayoría de población, o al menos una minoría muy importante, en determinados territorios, con las consecuencias que a nadie se escapan en el caso de reivindicaciones o apoyos internos a medio plazo.

          Estamos de acuerdo en que hay que salvaguardar en primer lugar el derecho a la vida y otros derechos básicos de las personas desplazadas, de los emigrantes, pero también (y esto hay veces que no se considera “políticamente correcto” que se resalte) los intereses del país de acogida, incluyendo la seguridad de sus anteriores habitantes.

          Lo que parece lógico es que mientras las circunstancias de atracción en una zona no varíen y las autoridades de los países foco de emigración no controlen la salida irregular de sus naturales, el riesgo de inestabilidad, mayor o menor, seguirá existiendo.

          El tráfico de drogas

          Muy poco vamos a hablar de este tema, pues estoy seguro de que todos cuantos nos juntamos esta tarde aquí somos conscientes del tremendo problema que la drogadicción y el tráfico de estupefacientes supone para el mundo.

          Lo que hace aún pocos años se presentaba como riesgo sólo para unas cuantas personas, hoy es una amenaza para la Humanidad por los ataques que se están produciendo contra una buena parte de la población. Y, además de ésa, del daño directo sobre las personas, células básicas de la sociedad, existen otras causas por las que, tristemente, ese tráfico merece ser incluido en este preocupante grupo de los riesgos y las amenazas emergentes.

          La droga está sirviendo como moneda de pago para, por ejemplo, el tráfico ilícito de armas, el trasvase ilegal de tecnologías, la comisión de actos terroristas, la extensión de la corrupción en todos los niveles de la sociedad, el crimen organizado, la inmigración ilegal, etc. Para las sociedades nacionales constituye además un serio cáncer, pues la drogadicción en su propio seno provoca importantes problemas de orden público, económicos y de prestaciones sociales y sanitarias.

          Hace pocas semanas encontré en Internet (12), un interesante trabajo en el que el autor, poniendo como ejemplo el consumo mundial de heroína y su principal productor, Afganistán, concluía diciendo que “los que se han dado en llamar Estados fallidos se convierten en una amenaza para la comunidad internacional. Afganistán, dislocado por 20 años de guerra, no sólo era la principal base de Al-Qaida, sino también el principal centro de producción de una droga que ha arruinado a cientos de miles de vidas... La comunidad internacional no puede permitirse ignorar a los Estados fallidos”.

          La ciberguerra y los ataques a los sistemas de información

          Es obligado citar a Sun Tzu al tocar este punto. Hace unos 2.500 años escribía en su Arte de la Guerra que las victorias y las hazañas que consiguen "el Príncipe esclarecido y el General competente" se deben a la información previa.

          Sin duda alguna, una de las características más destacadas de la sociedad moderna es su íntima relación con la adquisición, intercambio y difusión de la información, su procesamiento para convertirla en inteligencia y la necesidad de contar con sistemas informáticos y de comunicaciones seguros y fiables para alcanzar un grado óptimo de eficacia en lo anterior.

          Hoy en día, los Estados comienzan a sufrir amenazas contra la seguridad por la pérdida de control (13) sobre las redes de comunicaciones como consecuencia de la liberalización de los mercados en EE.UU. y la Europa Occidental.

          La función militar de Mando y Control no se diferencia mucho, desde el punto de vista de la racionalidad, de la forma de dirigir una empresa, grande o pequeña, e incluso un Estado. Esa función consiste en proporcionar al Mando, o a la Dirección, todo lo necesario para concebir, planificar, decidir y conducir las operaciones, o las actividades, que lleven a la consecución del fin previsto.  Por ello, como ocurre en el caso militar, en el ámbito civil se produce una agresión cuando alguien realiza una acción o un conjunto de acciones tendentes a anular los sistemas de comunicaciones o de informática.

          Esas acciones ofrecen varias características que convienen resaltar (14). En primer lugar, pueden ser letales, tanto por las pérdidas humanas como por las materiales que puedan producirse, pero también son baratas, dado los altos rendimientos que puede obtener el agresor. Y en la mayoría de los casos consiguen el importantísimo factor táctico y estratégico de la sorpresa, al desconocerse cuándo, desde donde y contra qué objetivo pueden producirse. Su primordial importancia reside en la posibilidad de atacar centros neurálgicos de decisión gubernamental o de la Defensa Nacional.

          Y como nos ocurrió antes, tampoco hablamos ahora de ciencia-ficción. En EE.UU., principalmente, y en otras naciones occidentales se han tomado con gran seriedad este asunto de la “guerra informativa estratégica”, al que consideran una amenaza real de otros países, no necesariamente enemigos, o grupos. En frase acertada del General Martínez Isidoro, “EE.UU. teme un Pearl Harbor electrónico”.

          EE.UU. reconoce que esos ataques se están produciendo y que, según el FBI, cuestan al erario público más de 10.000 millones de dólares al año, período de tiempo en que el Departamento de Defensa admite que se producen unos 10.000 intentos de acceder a los sistemas de comunicaciones e informáticos del Pentágono. Según los norteamericanos se plantea un preocupante escenario: treinta personas de gran preparación y práctica en el manejo de la informática, estratégicamente distribuidas por diversas partes del mundo, y con un presupuesto para el global de la acción que no supere los 10 millones de dólares, podrían coordinar un ataque organizado que dejara fuera de servicio la mayoría de las centrales eléctricas estadounidenses y parte de otros servicios vitales, como, por ejemplo, el sistema de control del tráfico aéreo. Lo peor es que, por el momento, las defensas no están a punto ni siquiera en aquel país, pese a su enorme potencial tecnológico y económico.

          El ciberataque es hoy, como vemos, una amenaza real, y para cuya puesta en práctica una docena de países cuentan con medios y técnicos. Pero no nos detengamos ahí; ¿quiénes podían ser también otros agresores? Es fácil deducirlo: grupos de carácter internacional, como fundamentalistas o terroristas, con el fin de anular determinadas posibilidades de reacción contra ataques de otra tipología o causar el caos; corporaciones multinacionales, primordialmente interesadas en la obtención de beneficios para, por ejemplo, llevar a cabo espionaje industrial; organizaciones criminales, mafias, etc. que se introducirían en las redes para, tras obtener información, modificarla y proceder a la inmediata liquidación de beneficios, como podría suceder con ilegales operaciones financieras, blanqueo de dinero procedente de actividades ilícitas como el tráfico de drogas, etc.

     Los riesgos y las amenazas de carácter exclusivamente militar

          En un interesante estudio publicado en una Monografía del CESEDEN (15), se concluye que los riesgos y amenazas de carácter estrictamente militar, es decir que pueden conducir a un conflicto que se dirima con las armas, se definen en muy variados escenarios. Naturalmente no hay que olvidar que muchos de los riesgos y amenazas expuestos anteriormente afectan también a las Fuerzas Armadas, como el terrorismo, los ataques a los sistemas de información y la ciberguerra, la amenaza NBQ, etc.

          Uno de esos escenarios recoge la posibilidad de que se produzcan conflictos regionales como consecuencia de la rivalidad entre potencias de la zona, caso concreto de la pugna Pakistán – India que, en la hipótesis más peligrosa, podría derivar hacia un enfrentamiento nuclear dadas las posibilidades de ambas naciones.

         Una segunda causa podemos encontrarla en la lucha por el dominio de las fuentes de recursos naturales. El caso de los minerales estratégicos y del petróleo queda claro para todo el mundo, y también nos afecta a los españoles por el tema del Sahara. ¿Creen ustedes que Marruecos tendría el mismo interés que ahora demuestra en anexionarse el antiguo territorio español si resultase algún día que en su subsuelo no existe el preciado oro negro? Pero hay otro bien vital, el agua, del que muchos países son deficitarios, mientras que algunos vecinos la tienen en abundancia. Ejemplo claro lo constituye el ambicioso proyecto turco de represa de las aguas de los ríos Tigris y Eúfrates, ya iniciado, que sus vecinos del sur, Siria, Irán e Iraq temen que ponga en manos de Ankara la llave del grifo que permite regar sus sedientas tierras.

          El tercer escenario podría situarse en el contexto de los “conflictos irredentistas”, es decir, como consecuencia de la agresión de un país para ocupar territorios de otro en el que habitan comunidades afines por la etnia o la religión. Pensemos un momento en el tema de Bosnia, constituida, como consecuencia de los Acuerdos de Dayton, por una parte habitada por serbo-bosnios, mucho más cercana étnica, religiosa e ideológicamente a Serbia, y otra por una confederación  entre bosníacos, o bosnios musulmanes, y bosnio-croatas, absolutamente predispuestos estos últimos a la integración con Croacia. ¿Sería muy descabellado pensar en que surgiese allí, de nuevo, el conflicto? No olvidemos tampoco a Cachemira, otro contencioso que añadir a la citada lucha por la supremacía regional entre la India y Pakistán. Y podríamos seguir buscando ejemplos, como sucede con China y Taiwan, las dos Coreas, Chipre o Sudán.

          En relación con este último país y con Filipinas encontramos conflictos de índole religioso, mientras que los étnicos (las citadas “guerras olvidadas de África”) aparecen en Uganda, El Congo y Ruanda.  A este cuarto escenario podríamos añadir otro más: los conflictos originados por motivaciones separatistas y nacionalistas. Ejemplos claros son el problema de Rusia en Chechenia o el de Turquía en el Sudeste del país con los separatistas kurdos.

          El sexto escenario, en absoluto por orden de importancia, sino simplemente porque así los he ido pensando al escribir estas líneas, se encarna en el eterno conflicto palestino-israelí, de desgraciada y permanente actualidad, en el que se entremezclan la guerra convencional, el terrorismo, la lucha por la independencia, las reivindicaciones territoriales, los enfrentamientos étnicos y religiosos, etc.

          Aunque existen algunos conflictos de esta índole entre las “guerras olvidadas” de África y en algunas partes de Asia, han decrecido en número e importancia las que se denominaron como “guerras revolucionarias”, aquellos intentos de imposición de una determinada ideología política; pero pueden aparecer conflictos armados como consecuencia de las reivindicaciones indígenas, especialmente en Iberoamérica.

          Y, finalmente, pero tampoco, ni mucho menos, el último escenario en importancia viene determinado por las actuaciones militares en prevención de ataques terroristas (como protección del espacio aéreo, reforzamiento de fronteras e incremento de las medidas de seguridad) o las reacciones en respuesta a esas agresiones, como sucedió con los bombardeos de Libia o Somalia, o está ocurriendo hoy en Afganistán.

          Así, a vuelapluma, hemos ido localizando bastantes escenarios de posibles conflictos militares; pero estoy seguro de que todos ustedes tendrán revoloteando en la mente algunos más.

          Ello nos lleva a repetir que, efectivamente, las guerras no han terminado. No se puede negar que desapareció la gran amenaza de la guerra total o el holocausto nuclear, aunque algunas potencias tengan aún en sus arsenales armamento atómico suficiente como para destruir varias veces este planeta, y es verdad  que no parece ni ligeramente remoto que por las grandes llanuras de la Europa Central vuelva a correr la sangre. Pero la Guerra sigue existiendo, presentando facetas y orígenes muy distintos, con muchas caras a las que las sociedades democráticas y sus Fuerzas Armadas deben ser capaces de enfrentarse.

          Como resumen de este apartado, es lógico pensar que la mayor probabilidad de conflictos bélicos “convencionales” recae en, o entre, naciones que ni son superpotencias, ni se encuentran ligadas a otras por múltiples lazos. Eso limita las posibilidades a países “periféricos”, como se les está llamando, pertenecientes al Segundo o al Tercer Mundo. En tal caso, la reacción mundial debe ser rápida, contundente y ecuánime. Serán de gran importancia, como lo han sido en la ex -Yugoslavia, las acciones aéreas para debilitar el poder táctico y estratégico de uno o ambos contendientes, así como, en su caso, las navales de bloqueo para impedir que se alimente, con el tráfico de armas y materiales la hoguera de la guerra. Pero al final, la intervención de las fuerzas terrestres será definitiva para mantener, o si es necesario imponer, la paz.

          En cualquiera de los casos, la opinión pública demandará que la intervención vaya precedida de una “autorización” o de un “mandato” de una entidad supranacional. Sería idóneo que esa entidad fuese la ONU, pero la burocracia, las indecisiones y la lentitud en la toma de decisiones siguen siendo una importante rémora para ese organismo.

 

La Guerra en los albores del siglo XXI

     ¿Qué pasa ahora con Clausewitz?

          Y se preguntarán ustedes tras el no demasiado optimista panorama que he ido exponiendo: ¿Qué pasa ahora con Clausewitz? ¿Siguen siendo válidas las opiniones de aquel famoso teórico alemán de la guerra?

          Sinceramente creo que sus ideas generales siguen hoy tan en vigor como hace casi 200 años. Clausewitz (16) hablaba de una doble modalidad de la guerra: la que se realiza para abatir totalmente al contrario y la que se desencadena con la pretensión de hacer sólo algunas conquistas que favorezcan luego la posición en la mesa diplomática. Ambas son válidas hoy. Clausewitz escribía aquello tan famoso de que “la guerra no es más que la política del Estado proseguida por otros medios”. ¿Alguien que añada a “Estado” otros sustantivos como “pueblos” o “grupos” (de cualquier tipo: ideológico, religioso, étnico, ...) e incluya en los “medios” no sólo los exclusivamente militares puede pensar que la definición está desfasada? ¿Y no es verdad también que la guerra sigue siendo un acto de fuerza para imponer la voluntad al contrario?

          Pero igualmente es cierto que la guerra no se produce hoy como la veía aquel oficial alemán, tras haber participado en varias históricas batallas, desde su puesto de profesor de la Escuela General Militar prusiana. Es posible, pero cada vez menos probable, que se produzca una guerra declarada entre dos Estados; y ello es así porque las relaciones internacionales tienen hoy un enorme peso, la interrelación es constante en esta aldea global, y al mundo en general, y a los países que lo constituyen, bien asociados con otros, bien en forma individual, no le interesan la existencia ni la aparición de parámetros anormales en el panorama de la seguridad.

          Por otra parte hay quienes piensan que el valor de la disuasión ha disminuido con la desaparición de la voluntad de emplear el arma nuclear. Con respecto a esa teoría, estoy de acuerdo sólo en parte. Un país militarmente fuerte, o al menos con un potencial militar adecuado a su peso relativo en las relaciones internacionales, con una sociedad civil que comprenda la necesidad de una Defensa Nacional, coaligado con otras naciones de su entorno por lazos económicos, sociales y militares, es muy difícil que se vea agredido o amenazado militarmente por un tercero con fines reivindicativos o de cualquier otra índole. Si aquellos lazos implican la adopción de fuertes medidas económicas contra el posible agresor, o el respaldo y el apoyo en el plano militar, o todo lo anterior simultáneamente, y ese hipotético tercer país sabe que existe determinación para que se adopten medidas y se produzcan reacciones militares, creo de todo corazón que la disuasión funcionará y enfriará cabezas y ánimos.

          Pero, como decíamos al principio, desde el 11 de septiembre de 2001 las cosas han cambiado mucho, incluso la más posible tipología de los conflictos. Es opinión generalizada que nos estamos enfrentando a una amenaza antigua, pero que es a la vez nueva. Una amenaza, el terrorismo, que acabó en unos minutos con la tranquilidad con que muchos contemplaban el futuro mientras corría la última década del siglo XX. Es verdad que muchos países, entre ellos el nuestro, venían sufriendo, y sufren, un terrorismo que, pese a sus contactos y apoyos exteriores, se podía calificar de “nacional”. Pero un nuevo terrorismo ya se ha materializado de forma fulminante, y casi de inmediato los analistas han empezado a diseñar sus características fundamentales y a intentar definirlo. Así, François Heisbourg lo llama "hiperterrorismo", mientras que Jessica Stern prefiere denominarlo "terrorismo definitivo".

          Pero unos y otros lo califican en primer lugar como mundial, pues puede afectar a cualquier país del globo. Varios resaltan que ahora la amenaza no proviene de un Estado o asociación de Estados, sino que emana de un grupo que, para mayor dificultad en su localización física, tampoco tiene necesariamente que ocupar un determinado territorio geográfico. Su extensión, ramificación y coordinación en sentido horizontal hacen que un grupo terrorista pueda contar con miembros en distintos países, dado que así se lo permiten la tecnología de las comunicaciones, la facilidad de los desplazamientos y contactos y la normativa vigente en las sociedades democráticas.

          También queda claro que la nueva amenaza no se siente preocupada por atacar a países muy superiores en lo que al poder militar se refiere, y que, además, puede contar con una gran capacidad para producir daños físicos y morales, sin que en absoluto se puedan descartar las agresiones con armas de destrucción masiva, especialmente biológicas y químicas.

          Y, en este caso sí, su fanática mentalidad hace que la disuasión pierda gran parte del valor que tenía en el caso de guerra convencional, mientras que lo que se denomina como la "fascinación del martirio" convierte en inútiles la mayoría de los intentos de protección.

          Queda claro, a mi entender, que por su ámbito geográfico de actuación, los tremendos daños que puede causar, con poco coste relativo, y lo difícil de su reversión ideológica, el terrorismo constituye la principal preocupación de quienes deben planear y ejecutar las políticas de seguridad y defensa de todos los países.

          Ello nos lleva, además, a que sea imperativa una perfecta coordinación multinacional si se quiere garantizar el éxito de la lucha antiterrorista. Si esa coordinación, como vemos en España por causa de nuestro ”terrorismo nacional”, es fundamental en el ámbito interno, lo mismo ocurre a escala internacional con todos los órganos relacionados con la seguridad, entre los que juegan un papel destacado las Fuerzas Armadas. El mundo debe tener la firme voluntad de acabar con el terrorismo, para lo que son esenciales estos cuatro principios:

                    1º: Actividad implacable frente a naciones o grupos que practiquen o favorezcan el terror.

                    2º: Prevención. Máximo esfuerzo y coordinación en el ámbito internacional de los equipos encargados de obtener Información y de los que deben transformarla en Inteligencia.      Empleo de todos los medios para evitar la proliferación horizontal de armas de destrucción masiva, o de medios y tecnología para fabricarlas.

                    3º: Intensa actividad diplomática para establecer lazos de defensa contra el terrorismo, ganando la cooperación del mayor número de países y organizaciones.

                    4º: Mantenimiento del régimen de libertades que disfruta Occidente. El terrorismo sería feliz si se produjeran recortes en este aspecto.

          Pero, sin duda, las Fuerzas Armadas se encuentran también ante un serio reto. ¿Cómo se combate contra amenazas y agresiones de este tipo, cuando enfrente no hay un enemigo tan delimitado como el que estábamos acostumbrados a analizar antes? Y es más, quizás no haya tampoco ni un terreno físico en el que actuar (puede que los terroristas saquen una lección muy importante para ellos de la guerra de  Afganistán: que quizás no sea conveniente tener una base de operaciones fija, sino distribuir la organización entre varias ubicaciones geográficas, empleando en el ámbito estratégico el principio táctico de la dispersión para evitar graves daños con un solo impacto). De modo que de los 4 factores que estudiábamos en las Ordenes de Operaciones: Misión, Terreno, Enemigo y Medios propios, sólo tenemos clara la Misión: acabar con el terrorismo; porque, con un Terreno ambiguo y un Enemigo difuso, lógicamente también hemos de pensar en cambios importantes en los Medios que se deben emplear.

          Algunos de los más destacados analistas nacionales están ya estudiando (17) las lecciones que podrían extraerse de la Guerra de Afganistán, y establecen una comparación con los conflictos más importantes de la última década: la Guerra del Golfo y la intervención en Kosovo. A la que se desarrolla desde finales del pasado año la definen como “desmasificada”, “ligera y poco intensa”, “compasiva”, “paradójica”, “multidimensional”, “acorde con la revolución de los asuntos militares”, “temporalmente amorfa” e “informativamente opaca”, pero lo que sí se puede asegurar con certeza es que se trata de una guerra “no convencional”, por lo que hay ya quienes aseguran que “Afganistán ha cambiado la faz de la guerra del mañana”; y con esa aseveración se entremezclan varias tesis acerca del futuro de las Fuerzas Armadas.

 

El caso de España

          No quiero ser tan osado como para rebatir o al menos discutir las opiniones de analistas de reconocido prestigio, pero sí quiero “echar mi cuarto a espadas” y recordar un principio que era casi lo primero que me enseñaron en lo que se llamaba “la resolución del tema táctico” en la Escuela de Estado Mayor hace ya, desgraciadamente, muchos años. Al tratar de distribuir los medios con que uno contaba, y encomendar misiones a las Unidades, nos decían que se debía siempre: ser superior en el caso de que el enemigo realizase la hipótesis que habíamos considerado más probable, y estar preparados para poder responder si llevaba a cabo la que nos parecía más peligrosa.

          Así, ante el panorama de riesgos, amenazas y conflictos que hemos ido repasando esta tarde, y considerando que España asume también otros riesgos particulares por las reivindicaciones territoriales de algún vecino y la lejanía de algunas partes del territorio nacional al continente europeo, considero que las principales preocupaciones estratégicas para España, al menos hasta el 2015 deberían ser:

                    a) Como prioritaria, el mantenimiento de la integridad territorial nacional. El riesgo de las reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla, convertido en amenazas veladas en ocasiones o no tan disimuladas como en el absurdo incidente de Perejil, y la posibilidad de que se produzcan también con respecto a Canarias, debe asumirse sin ambages ni disimulos. España debe estar preparada para una contundente respuesta diplomática, de sanciones económicas y, si hiciese falta, militar ante el caso de una escalada.

                    b) Una posible desestabilización del Magreb, por motivos económicos o de índole integrista, sin duda llevaría a un aumento de la inmigración irregular hacia España. Cuidado con la proporción de inmigrantes en lugares como Ceuta, Melilla y algunas de nuestras islas, por el peso que podrían alcanzar en futuras consultas populares.

                    c) La estabilidad en la que fue zona de influencia soviética. Es fundamental la integración de los países de esa región en organizaciones económicas y defensivas eurooccidentales.

                    d) Atención a lo que sucede en Oriente Medio y la zona del Golfo Pérsico, pues el deterioro de la situación afectaría a nuestros intereses y seguridad.

                    e) La evolución del terrorismo internacional.

          España debe actuar, en su papel de uno de los principales países del mundo, contribuyendo a la prevención de la proliferación de las armas de destrucción masiva, participando en las operaciones de paz y reduciendo la vulnerabilidad a los riesgos y amenazas que hemos ido repasando. Y, desde luego, trabajando sin descanso y en unión del mayor número de naciones que sea posible, en la lucha contra el terrorismo nacional e internacional.

          Pero para todo lo anterior es necesario que se siga incrementando nuestra credibilidad internacional, lo que va indispensablemente unido a :

                    a) Que se haga gala de unas decisiones políticas firmes, para lo que el partido que gobierne y nos represente en el exterior debe recibir el respaldo mayoritario del país, expresado en el consenso en lo fundamental.

                    b) Una política exterior orientada a la defensa de nuestros intereses nacionales y a la cooperación con nuestros aliados y amigos en todos los aspectos ya citados.

                    c) Unas capacidades militares fiables, para lo que es absolutamente necesario y urgente aumentar lo que España dedica a gastos de Defensa.

          Tampoco quiero entrar a detallar los medios y materiales que, a mi juicio, serán necesarios para el futuro. “Doctores tiene la Iglesia” para ello, y además estoy totalmente de acuerdo con un prestigioso General norteamericano, ya retirado, que recientemente ha dicho que los militares en la reserva o retirados debemos guardar silencio sobre temas que ya no son de nuestra responsabilidad.

          Pero sí quiero decir que debemos estar convencidos de la necesidad de la Acción Conjunta y que nuestros Centros de Mando y Control deben ser de alta fiabilidad en caso de ataques cibernéticos. Que nuestras acciones deben ser rápidas y decisivas y que nuestras Unidades deben tener capacidad de supervivencia ante la posibilidad de ataques con armas convencionales o de destrucción masiva. Que debemos contar con suficientes fuerzas y medios adecuados para que la disuasión surta su efecto en los territorios norteafricanos y las Islas Canarias. Y algunas otras cosas que podíamos ir pensando, aunque también creo conveniente resaltar que en cualquier caso y circunstancia siempre será necesario:

                    1º: Contar con hombres y mujeres de uniforme con “voluntad de vencer” y “mentalidad expedicionaria”.

                    2º: Decisión gubernamental de hacer creíble la disuasión. Que el “otro”, grupo terrorista o Estado, que piense atentar contra nuestros intereses o los de nuestros aliados, sepa que lo que tenemos lo emplearemos con absoluta determinación y contundencia en  la propia defensa.

                    3º: Y fundamental, que la  Sociedad española esté plenamente convencida de la necesidad de la Defensa Nacional.

 

Conclusiones

          Y terminamos.

          La Guerra, no ha desaparecido, ni es previsible que desaparezca a corto y medio plazo de la faz de la Tierra.

          La Guerra presenta hoy múltiples caras, tantas como facetas encontramos en las posibles tipologías de agresión, pero un rostro aparece mucho más amenazante y horrible: el del terrorismo internacional.

          La Guerra no afecta sólo a las Fuerzas Armadas. Su sombra es alargada, y la Sociedad civil está sujeta a unos riesgos, sufre unas amenazas y puede que tenga que soportar unos conflictos de una naturaleza desconocida a lo largo de la Historia.

          Y si las Fuerzas Armadas, al encarar esos distintos tipos de Guerra deben modificar su organización, su estructura, sus medios de actuación y su doctrina, la Sociedad, y con ella los poderes legislativo, ejecutivo y judicial que la dirigen, y los mediáticos que contribuyen a formar la opinión pública, deben ser conscientes de que algo muy importante, la Seguridad, con todo lo que este concepto engloba en la custodia de los derechos individuales y colectivos, está en juego.

          Por ello, la Sociedad debe fortalecerse moral y materialmente. Y en esta faceta tangible de su fortalecimiento, es necesario que preste un apoyo total a sus Fuerzas Armadas, pues, en definitiva, los Ejércitos jugarán un papel fundamental en la salvaguarda de aquella Seguridad en estos convulsos primeros años del siglo XXI.

          Muchas gracias por su atención.

 

NOTAS

1 - “El debate sobre la nueva arquitectura europea de cooperación y seguridad. Condicionantes históricos. Retos para el futuro”. Juan Carlos Pereira Castañares. Monografía número 38 del CESEDEN. (“Modelo de Seguridad y Defensa en Europa en el próximo siglo”). Abril. 2000.
2 - Libro Blanco de la Defensa. Ministerio de Defensa de España. Madrid. 2000.
3 -  “Las guerras olvidadas”. J. M. González Ochoa y A. I. Montes. Acento. 1997.
4 -  “La cooperación FSE-FAS frente a los riesgos emergentes”. Manuel Nieto Rodríguez. Monografía número 40 del CESEDEN. (“Retos a la seguridad en el cambio de siglo”). Noviembre 2000.
5 -  “¿Es Al Qaida una amenaza para Europa?”. Juan Avilés. PRIVATE. Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos. (16-07-02).
6 -  “Tráfico ilícito de armas: armamento convencional”. Dionisio García Flórez. Monografía número 40 del CESEDEN. (“Retos a la seguridad en el cambio de siglo”). Noviembre 2000.
7 -  “Armamento Nuclear, Químico y Biológico”. Vicente García Rebolledo. Monografía número 40 del CESEDEN. (“Retos a la seguridad en el cambio de siglo”). Noviembre 2000.
8 - Idem.
9 -  “Biohazard: The Chilling True Story of the Largest Covert Biological Weapons Program in the World”. Anatjan Alibekov (“Ken Alibek”). Random House. 1999.
10 -  “Tráfico de misiles y tecnologías en el marco de un nuevo concepto de seguridad”. Belén Lara González. Monografía núm. 40 del CESEDEN. (“Retos a la seguridad en el cambio de siglo”). Noviembre. 2000.
11 -  “Movimientos migratorios y seguridad internacional”. Jesús A. Núñez Villaverde. Monografía número 40 del CESEDEN. (“Retos a la seguridad en el cambio de siglo”). Noviembre 2000.
12 -  “La crisis afgana y el consumo de heroína en España”. Juan Avilés Farré. PRIVATE. Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos. (03-04-02).
13 -  “Los sistemas de información y las tecnologías de la información en el siglo XXI”. Alejandro Klecker de Elizalde. Monografía número 40 del CESEDEN. (“Retos a la seguridad en el cambio de siglo”). Noviembre 2000.
14 -  “La edad de la información, la seguridad internacional y la Defensa Nacional”. Ricardo Martínez Isidoro. Monografía número 40 del CESEDEN. (Retos a la seguridad en el cambio de siglo). Noviembre 2000.
15 -  “Amenazas y riesgos de carácter militar”. Gonzalo Parente Rodríguez. Monografía número 40 del CESEDEN. (“Retos a la seguridad en el cambio de siglo”). Noviembre 2000.
16 -  “De la Guerra”. Carlos von Clausewitz. Ediciones Ejército. Madrid. 1978.
17 -  “La Guerra en Afganistán: Algunas lecciones preliminares”. Rafael L. Bardají y Manuel Coma. Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos . 2002


Bibliografía

- Monografías. Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional. Números 38 a 52. Años 2000-2002.
-  Libro Blanco de la Defensa. Ministerio de Defensa. España. 2000.
-  Doctrina del Ejército de Tierra español.
- “Biohazard: The Chilling True Story of the Largest Covert Biological Weapons Program in the World”. Ken Alibek. Random House. 1999.
- “España en el punto de mira: la amenaza del integrismo islámico”. Javier Valenzuela. Temas de Hoy. Madrid. 2001.
- “El terrorismo definitivo. Cuando lo imposible sucede”. Jessica Stern. Granica. Barcelona. 2001.
-  “De la Guerra”. Carlos von Clausewitz. Ediciones Ejército. Madrid. 1978.
-  “Hyperterrorisme: la nouvelle guerre”. François Heisbourg. Edition Odile Jacob. París 2001.
- “Inside Al Qaeda: Global Network of Terror”. Rohan Gunaratna. Hurst. Londres. 2002.
- “A Fury for God: The Islamists Attack on America”. Malise Ruthven. Gratna. Londres. 2002.
- “How this hapenned? Terrorism and the New War”. James Hoge y Gideon Rose. Public Affairs. Nueva York. 2001.
- “La rabia y el orgullo”. Oriana Fallaci. La Esfera de los Libros. Madrid. 2002.
- “Las guerras olvidadas”. J. M. González Ochoa y A. I. Montes. Acento. Madrid. 1997.
- Página webb del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

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