Las tres derrotas de Nelson

Por Juan Carlos Monteverde García (Publicado en El Día / La Prensa el año 2010).

Introducción

          Cuando se ensalza la figura histórica de un personaje por sus afines, se tiende a dimensionar sus aciertos y a minimizar sus errores. Es lógico, pues, que con Horacio Nelson se siguiera esta misma pauta, dada su justa fama de buen marino al servicio de su Graciosa Majestad, tripulando y comandando buques de la Royal Navy  durante el último tercio del siglo XVIII e inicios del XIX.

          La rivalidad existente entre las potencias europeas, especialmente por la hegemonía de los mares para consolidar las conexiones con sus territorios de ultramar, originaba alianzas entre unos países para combatir a los restantes o treguas temporales para tomar fuerzas de nuevo y volver al antagonismo bélico.

          Resulta evidente que el mayor protagonismo pivotara sobre España, Francia e Inglaterra, al ser estos países los mayores colonizadores de aquella época con infinidad de territorios a su cargo, de los que se extraían las materias primas y los metales más preciados para sostener la onerosa vida de la Corte y, esencialmente, pagar a los numerosos ejércitos dispersos por toda la geografía de sus amplias fronteras. Y, ¿cómo se podía debilitar al rival? Sencillamente interfiriendo y apresando a los galeones de sus flotas, que transportaban dichas ricas cargas a través de los mares.

          Para ello las fórmulas eran bien sencillas. O bien se conseguía merced a una confrontación abierta, o se practicaba la concesión de la patente de corso; que era una autorización encubierta para que navegantes autóctonos o foráneos atacaran a los barcos rivales. Llegando estas ofensivas hasta los puertos del cualquier país, ya fueran cercanos o lejanos de sus fronteras primigenias. Y como es lógico, el titular que las concedía solía mirar en otra dirección ante una reclamación por la vía diplomática del agredido, pero no dudaba en alargar la mano para recibir la parte correspondiente del botín de presa.

          Y en esta permanente situación bélico – política vino al mundo en Norfolk (Inglaterra, 1758) el más célebre de los marinos ingleses, protagonista más tarde de la derrota franco-española de Trafalgar; la última gran batalla naval librada por las tres potencias antagonistas. No abundaremos, por tanto, en el memorial de sus victorias, sobradamente conocidas y divulgadas por los historiadores, esencialmente británicos. De este modo y por otras fuentes, conocemos también su balance de derrotas, que también las hubo, pero que han sido sabiamente silenciadas o tergiversadas con evidente parcialidad por la parte inglesa.

          Así pues, procederemos a mencionarlas de forma cronológica aunque, en honor a la verdad, la única en la que corroboró su propia rendición fue en el malogrado intento de invasión de la Plaza Fuerte de Santa Cruz de Tenerife, en la madrugada del 25 de julio de 1797. Hecho este, además, por el que perdería su brazo derecho a causa de un acertado disparo de metralla de un cañón de la Plaza (1), al intentar poner pie en tierra.

 Derrotas_Nelson-1

Enfrentamiento entre las fragatas "Sabina" y "Minerve" (diciembre de 1796)

Primera derrota (1796)

          Por aquel entonces, y después de muchas vicisitudes bélicas, Nelson ostentaba ya el grado de comodoro; cargo por el que se distinguía a quién mandaba una fuerza superior a tres navíos. Lejanos estaban ya los tiempos en que en 1777 y con 12 años ingresara en la Marina Británica para ser destinado a bordo del navío “Raissonable”, mandado por su tío materno.

          Sumido en estas reflexiones y apostado en el puente de mando de la fragata de 40 cañones “Minerve” (2) y en compañía de la “Blanche”, de 32, Nelson escuchó la voz del vigía que alertaba de la presencia de velas enemigas por la proa. Se trataban de las fragatas españolas “Sabina”, también de 40 cañones, mandada por Jacobo Stuart, biznieto de Jaime I de Inglaterra pero al servicio de España; y la “Matilde”, de 34, mandada por Miguel Gastón de Iriarte. Ambas de un porte similar a las inglesas, pero con el inconveniente de estar artilladas con cañones de inferior calibre (de 18 libras las inglesas contra las 12 libras de las españolas). Aparte de que los britanos  llevaban a bordo varias carronadas del calibre 36, especialmente mortíferas en distancias cortas.

          De inmediato, Nelson ordenó buscar de forma simultánea a cada oponente de similar porte, con lo cual atacó a la “Sabina”, mientras que la “Blanche” hizo por alcanzar a la “Matilde”, largando todas sus velas e iniciando una rauda persecución. Tras tres horas de violento combate, la “Sabina” con el palo de mesana rendido y los dos restantes averiados, además de dos muertos y 48 heridos, incluido el propio Jacobo Stuart, tuvo que arriar su bandera de combate y claudicar.

          Nelson se sorprendió de que su oponente español fuera de origen británico. Nada más y nada menos que  descendiente de los reyes escoceses y a la sazón perteneciente a la familia de los duques de Berwick. Título que más tarde revertiría en los duques de Alba (3) por extinción de esta familia.

          Llevado a bordo de la “Minerve”, fue atendido con suma diligencia de sus heridas. Meses después y desde la isla de Elba, Nelson escribe a su padre y le narra los sucesos ocurridos en dicho combate; destacando la valentía y el coraje de Jacobo Stuart al negarse a rendirse cuando se lo inquirió varias veces durante el combate. En la rendida “Sabina”, se formó una tripulación de presa mandada por el teniente Hardy (4).

          Sin embargo, la intención de marinarla hasta Gibraltar resultó infructuosa, pues horas después apareció de nuevo en el horizonte la fragata “Matilde”, que se había librado de la persecución de la “Blanche” y presentó sin dudar batalla a la dañada “Minerve” para intentar rescatar a la “Sabina”.

          Viendo la intención y para tener maniobrabilidad, Nelson ordenó cortar los cables de remolque de la “Sabina” y respondió de inmediato al ataque, contando con el mayor calibre de sus cañones y carronadas.  A la media hora del combate, con la “Matilde” en situación comprometida,  se divisaron varias velas españolas en la lejanía, que alertadas por los cañonazos habían salido en su ayuda desde el cercano puerto de Cartagena. Eran estas las pertenecientes a las fragatas “Ceres”, de 40 cañones, y “Perla”, de 34; seguidas más atrás por el flamante y poderoso “Príncipe de Asturias”, de 112 cañones.

          También la “Blanche” se había reunido de nuevo con Nelson, pero sólo eran dos fragatas (la suya propia con averías) contra tres. Y si se prolongaba el combate, corrían el peligro de perder algún palo y caer bajo la potencia de los cañones del navío de línea ya citado, que por su envergadura y menos velocidad cerraba la vanguardia de salvamento. De modo que el comodoro no se lo pensó dos veces y dio orden de largar velas y dar la popa junto con la “Blanche” a sus enemigos. Tan rápido fue, que no se preocupó por dejar a merced de los españoles la tripulación de presa de la “Sabina”, conformada por los tenientes Hardy y Culverhouse, junto con 40 marineros de su dotación. Posteriormente serían trasladados a Gibraltar para ser canjeados por el comandante  Jacobo Stuart, convaleciente de sus heridas en combate.

          El intercambio epistolar entre vencedores y vencidos, demostró una vez más el grado de caballerosidad existente en aquellas guerras navales; muy acorde con el barroquismo de la época. No obstante, aún le esperaba al marino inglés una segunda derrota. Esta vez en aguas de la bahía de Santa Cruz de Tenerife.

 Derrotas_Nelson-2

Nelson, herido en la lancha, auxiliado por su hijastro Josiah Nisbet (julio de 1797)

Segunda derrota (1797)

          Mucho ha sido el celo mostrado en este caso por los investigadores, especialmente los nacidos o vinculados de algún modo a Tenerife, en dilucidar los sucesos acaecidos antes, durante y después de la fracasada intentona de Horacio Nelson contra la Plaza Fuerte de Santa Cruz de Tenerife, durante la madrugada de julio de 1797. Ataque heroicamente rechazado por las diferentes guarniciones militares existentes, la tripulación de la corbeta francesa “La Mutine”, arrebatada poco tiempo antes por los ingleses; los propios ciudadanos y muchos campesinos venidos desde varios puntos de la Isla. Todos ellos bajo el mando supremo de un experimentado y veterano militar de origen castellano. El comandante general don Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana, secundado por un número de valientes y eficaces subordinados.

          Ocioso el vicealmirante inglés por el largo bloqueo de la Royal Navy  frente a la bahía de Cádiz, y sabedor de las noticias de los dos golpes de mano en la bahía de Santa Cruz de Tenerife,  realizados por sus amigos Richard Bowen (5) y Benjamín Hallowell; con el balance del apresamiento de la fragata “Príncipe Fernando” y su cargamento, valorado en seiscientos mil pesos, además de la corbeta francesa “La Mutine”; decidió, con permiso de su superior, Jervis, realizar una tercera incursión en la que abrigaba mayores ambiciones. Puesto que su pretensión no era sólo obtener un suculento botín, sino conquistar la Isla de Tenerife para la Corona inglesa.

          Advertidos los santacruceros de la presencia de velas enemigas, se pusieron en alerta máxima reforzando los puntos más vulnerables para una posible invasión, ya que la inseguridad se palpaba desde hacía meses en todo el archipiélago. Y en esta ocasión el vigía de Anaga avisaba que la presencia de un escuadrón de barcos de guerra enemigos, era mucho mayor de lo habitual.

          De este modo con una potencia artillera de 393 cañones y con más de dos mil hombres a bordo de sus cuatro navíos, tres fragatas, un cúter y una bombarda, Nelson desde el “Theseus” había preparado un plan para invadir al enemigo por los flancos, subir a las alturas y desde allí atacar a los defensores por la espalda mediante una maniobra envolvente. Pero no contó con los inconvenientes de la calma y las corrientes contrarias, que impidieron acercarse las fragatas lo suficiente para efectuar el desembarco. Lo que ocasionó que la madrugada del 22 de julio fueran descubiertos y se tocara la alarma desde el castillo de Paso Alto.

          Perdido el factor sorpresa, decidieron hacerlo por la zona del valle del Bufadero, fuera de tiro de las defensas. Advertidos los defensores de la intención de los atacantes, destacaron partidas hacia las alturas para cerrar el paso al enemigo. Al percatarse éste de que se le había cortado la acción, tras algunas escaramuzas se fueron replegando hasta reembarcar en las lanchas y regresar a sus barcos.

          Tras esta fallida maniobra, los navíos se alejaron de la costa en dirección sur, aparentando una retirada, aunque más tarde fondearon frente a la costa de Candelaria, tratando de estudiar la zona para sopesar su accesibilidad. Finalmente, se perdieron en el horizonte para volver luego de forma decidida el día 24, con lo que quedó demostrada su voluntad de intentar de nuevo el desembarco. A media tarde, la bombarda se dedicó a disparar contra el castillo de Paso Alto, siendo replicadas por los cañones del mismo y el más cercano de San Miguel, que respondieron al fuego hasta bien entrada la noche. Al oscurecer, el propio Nelson dirigió en persona el desembarco formado por seis divisiones, remando hasta medio tiro de cañón de la cabeza del muelle.

          Establecida la alarma al detectar su presencia, los 89 cañones disponibles de la Plaza comenzaron a disparar andanadas, alcanzando a varios botes e hiriendo al mismo Nelson y al capitán Fremantle, y matando también al capitán Bowen. Estos encabezaban la división que intentó poner pie en tierra junto a la fortaleza principal de San Cristóbal. Evacuado Nelson hacia el “Theseus”, no evitó que parte de las fuerzas lograran desembarcar por otros puntos y perderse por las calles más cercanas al puerto, aunque poco a poco fueron reducidos por las fuerzas defensoras.

          Con Nelson herido a bordo y dos de sus oficiales de mayor confianza fuera de combate, además del hundimiento del cúter “Fox” por un acertado disparo y ahogamiento de casi todos  los 180 hombres que llevaba a bordo; los atacantes, atrincherados en el convento de Santo Domingo, esperaron en vano la ayuda que nunca llegó, porque fue rechazada por los cañones de la Plaza.

          Así, pues, minada su moral, poco a poco se fueron convenciendo de su derrota, hasta que finalmente capitularon. Firmando el acta en el castillo de San Cristóbal por la parte británica Thomas Troubridge, como comandante de las tropas de asalto; y por la española, el comandante general de Canarias don Antonio Gutiérrez. Posteriormente, un caballeroso intercambio epistolar entre éste y el doliente Nelson, selló el acuerdo de repliegue de heridos y prisioneros con sus armas correspondientes, y el compromiso de no volver a atentar contra ninguna isla del archipiélago. Así fue y así se llevó a la práctica, quedando el propio Nelson comprometido a llevar la nueva de esta victoria a las fuerzas españolas sitiadas en Cádiz.

          De este modo, concluyó la mayor derrota padecida por Horacio Nelson en su vida militar, en aguas de la bahía de Tenerife. Una gesta que, repetimos, nunca ha sido bien divulgada por sus compatriotas e historiadores anglófilos, pues prefieren omitir que su héroe no sólo perdió su brazo derecho, sino la batalla frente a un adversario menos pertrechado en armas y soldados, y auxiliado por civiles y campesinos descalzos, armados muchos con palos y rozaderas.

 Derrotas_Nelson-4

Las defensas de Boulogne rechazan el ataque de las fuerzas navales de Nelson (agosto de 1801)

Tercera derrota (1801)

          Desde siempre, Napoleón Bonaparte miraba con inquina a la pérfida Albión y aunque su fallido afán de invasión llegaría más tarde, había decidido potenciar la presencia de sus escuadras en el Mediterráneo con la idea de frenar el paso a la total expansión inglesa en la India.

          Con una poderosa escuadra amarrada en el puerto de Tolón, el intrépido general preparaba concienzudamente su ejército expedicionario para su campaña en Egipto y por ese motivo las costas de Normandía, asomadas al canal de la Mancha, adolecían de defensas eficaces ante cualquier posible ataque naval.

Derrotas_Nelson-5

Louis René Madeleine de Latouche- Treville

          Consciente de estas carencias, el vicealmirante Latouche-Treville (6), responsable de la defensa naval, había dirigido sus ojos al estilo de combate de las llamadas “fuerzas sutiles” españolas. Que no eran sino flotillas de barcazas con un pequeño blindaje a proa, en donde montaban un cañón de grueso calibre o carronada. De este modo y gracias a su movilidad, se desplazaban rápidamente entre las flotas enemigas causándoles importantes daños, pues no atinaban a hacerles blanco por su rapidez, y aún más si la acción se producía en horas nocturnas.

          Llevadas parte de estas flotillas españolas a la costa francesa del norte, al mando del experimentado capitán de fragata, Antonio Miralles, el vicealmirante francés pudo contemplar directamente su eficacia ante un previsible bloqueo inglés. De este modo  se lo transmitió a Napoleón para que ordenara a través de su ministro Forfait la construcción de 150 cañoneras, que unidas a algunas barcas de pesca, también modificadas, constituirían una nutrida réplica para advertir a las fragatas inglesas de observación la imposibilidad de un ataque por mar.

          Tras el éxito resonante de Miralles al desbloquear con sus efectivos el puerto de Calais, llevándose consigo a seis bergantines y tres grandes lanchas destinadas todas a la defensa de Boulogne, el Almirantazgo designó una contraofensiva al mando del propio Nelson, vencedor en la batalla de Aboukir y causante de un gran desastre a las fuerzas navales francesas.

          Aceptando a regañadientes la misión encomendada por John Jervis, Nelson enarboló su insignia en la fragata “Medusa”, armada con 42 cañones. Y acompañado de 30 embarcaciones ligeras, muchas de ellas de carácter también sutil, atacó a la flotilla de Boulogne compuesta de barcos de escaso calado y algunos bergantines cañoneros, hundiendo a dos de los primeros y a uno de los bergantines. Como consecuencia, los acosados defensores se replegaron hacia la seguridad del puerto, quedando fondeado Nelson frente a ellos y fuera de tiro, pero disparando de forma sistemática a las defensas portuarias sin gran resultado.

          Replegado Nelson, volvió 12 días después a atacar con más refuerzos. Pero esta vez el experimentado capitán de fragata Miralles, lo recibió al mando de siete bergantines obuseros y varias lanchas cañoneras.

          Sorprendido el inglés por el arrojo del español, secundado por los defensores franceses, sólo pudo apoderarse de una embarcación y a costa de grandes pérdidas materiales y humanas. Tal fue así que el rechazado atacante volvió a recordar su fracasado intento de desembarco masivo en la Plaza Fuerte de Santa Cruz, y cómo perecieron muchas de sus dotaciones antes de llegar a la costa. Con lo cual no le quedó otro remedio que aceptar la derrota. La última de su vida militar.

          Como consecuencia de esta victoria sobre los ingleses, Latouche-Trevillé fue nombrado por Napoleón almirante y jefe de la Fuerza Naval de Francia, mientras que el capitán de fragata Antonio Miralles fue condecorado y ascendido a  capitán de navío, como recompensa por sus extraordinarios servicios prestados en Brest y Boulogne.

 

Conclusión

          Ha quedado evidente en la narración de estos tres hechos que de un modo u otro, todos los estrategas por su propia condición humana, han tenido su particular “talón de Aquiles”. El de Horacio Nelson fue su extrema arrogancia y temeridad, no exenta de cierto exhibicionismo, pues era muy dado a practicar actos suicidas, en los que más de una vez estuvo a punto de perder la vida. Acciones en las que hacía ostentación de sus atributos de mando y sus condecoraciones distintivas. Tal fue así, que su llamativo uniforme fue claramente detectado por un francotirador desde la cofa del “Redoutable”, en pleno fragor de la batalla de Trafalgar (1805), y lo abatió con un certero disparo por el que murió desangrado, escaso tiempo después, en la enfermería de su propio navío.

          Con estas leves notas sobre la vida del considerado por sus correligionarios como el más famoso marino de todos los tiempos, hemos pretendido recordar la parte quizá menos conocida de su biografía. En la que, como otros ingleses que lo intentaron antes (7), también pudo degustar el sabor amargo del fracaso y la derrota ante Santa Cruz de Tenerife. Siendo ésta la más notoria de las tres y la que le causó mayor daño moral y físico (8).


Notas aclaratorias
(1) Desde siempre, se ha atribuido el disparo al conocido cañón “El Tigre”, que se conserva en perfecto estado en el Museo Regional Militar de Tenerife.
(2) La fragata “Minerve” era la misma que meses después, al mando de Benjamín Hallowell participó junto con la “Lively”, de George Cockburn, en el robo de la corbeta francesa “La Mutine”, en aguas de la bahía de Santa Cruz de Tenerife.
(3) Su actual descendiente es la conocida duquesa María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart, veinte veces grande de España.
(4) Thomas Masterman Hardy, siguiendo órdenes superiores, ejecutaría al año siguiente la misma acción con la corbeta francesa “La Mutine” en aguas de Tenerife, y por la que sería ascendido a capitán. Amigo personal de Nelson, años después llegaría a mandar el navío insignia “Victory” en la batalla de Trafalgar.
(5) Richard Bowen, capitán de la fragata “Terphsicore”, moriría después cerca de Nelson en el frustrado intento de poner pie en la playa junto al castillo de San Cristóbal, en la madrugada del 25 de julio de 1797.
(6) Nacido en Rochefort en 1745 y fallecido a bordo de su navío “Bucentaure” en 1804, fue el avezado estratega que organizó con éxito las defensas del puerto de Boulogne. Por tal hecho, obtuvo la máxima confianza de Napoleón, que lo nombró almirante y jefe del Mando Naval de Francia.
(7) Los conocidos ataques a Tenerife de Robert Blake( 1656) y John Jennings(1706).
(8) Por el intercambio de cartas con su superior, el almirante Jervis, se conoce el estado pesimista de Nelson tras la derrota y las secuelas de la herida recibida; mal suturada por el cirujano de a bordo y que le ocasionaba terribles dolores que minaban su moral.