Imposición del fajín de General de Brigada a don Pedro Pérez-Andreu

Alocución a cargo de Emilio Abad Ripoll (Patio de Órdenes del Palacio de Capitanía General, Santa Cruz de Tenerife, 14 de enero de 2005)

 

                                                         Mi General, Excelentísimos e Ilustrísimos Señores y Señoras, señoras, señores y, especialmente, familiares del General Pérez -Andreu:

          Mi General: Es la primera vez que me dirijo en público a ti, Pedro, General Pérez-Andreu, con ese tratamiento, y te puedo asegurar que se me llena el alma de orgullo al ponerme a tus órdenes, a tu entera disposición.

          En primer lugar te doy las gracias por haber querido que fuese yo quien te impusiese ese faja, en el día más importante de tu vida militar desde que aquella lejana mañana, en el patio de la General, juraras a Dios y prometieras a España servirla hasta la muerte, si necesario fuera. En este mismo patio, y fuera de él, hay muchos superiores que tienen más mérito que yo para haberlo hecho, por lo que al agradecimiento tengo que unir una cierta preocupación de no saber estar a la altura de ellos en lo que un acto como éste se merece.

          El único mérito, si es que puedo atribuírmelo, mérito compartido contigo y con los avatares de nuestras vidas respectivas, es el de que nos conocemos desde hace mucho tiempo. Me comentabas el pasado mes que tienes en tu archivo particular, o en tu Hoja de Servicios, documentos firmados por un joven Capitán Abad, desde su despacho de Jefe de las 2ª y 3ª Secciones de Estado Mayor de la Brigada de Infantería Motorizada XXII, en Jerez de la Frontera, y dirigidos a un mucho más joven Teniente Pérez-Andreu destinado en el Regimiento de Infantería Motorizable Pavía núm. 19, de guarnición entre La Línea y San Roque, en el Campo de Gibraltar. Allí, hacia 1973 ó 74, comenzaron a cruzarse, siquiera fuera tangencialmente, nuestras vidas. Luego, a partir de 1979, cuando mi familia y yo recalamos en Canarias, el trato fue muy frecuente entre un tal Comandante Abad, destinado en el Estado Mayor de aquella inolvidable Jefatura de Tropas de Santa Cruz de Tenerife, y un tal Capitán Pérez-Andreu, uno de los magníficos Oficiales de aquel gran Regimiento que fue, y sigue siendo, el Tenerife 49, aunque entonces uniera también a la calidad la cantidad de sus casi 3.500 hombres. Y más tarde, cuando yo ocupaba el puesto que a partir de hoy vas a desempeñar tú, tuve el honor y la gran suerte de tenerte directamente a mis órdenes.

          Son, pues, muchos años de relación mutua y de buen entendimiento los que me llevan a decir públicamente que el Ejército español se adorna hoy con el ascenso de un gran Oficial que va a ser uno de esos Generales que nos prestigian a todos, como demanda el artículo 76 de las Reales Ordenanzas que acabamos de escuchar.

          Y, mi General, en ese mismo artículo también hemos escuchado que no habrías podido acceder a este empleo, ya en el más alto escalón en la jerarquía castrense, si tu trayectoria profesional no hubiese sido una constante exposición de tus virtudes militares, de tu competencia y de entrega a la carrera de las armas. Pero, como también continúa diciendo la ordenanza, para ejercer el generalato tendrás que esforzarte, mi General, en seguir demostrando esos valores. Y sé que no nos defraudarás. Estoy seguro de que, ahora más que nunca, vas a extremar el amor a la responsabilidad, que seguirás siendo prudente cuando hagas uso de las atribuciones que hoy te están siendo conferidas y que serás, como siempre lo fuiste, justo y firme en las decisiones que adoptes.  Y que, como Jefe de Estado Mayor, tu acendrada lealtad, tantas veces demostrada, hacia tus superiores y hacia tus subordinados, tu laboriosidad y tu espíritu de sacrificio, así como tu preocupación constante por las Unidades y por la salud física y moral de nuestros soldados, harán que se siga cumpliendo en tu persona aquel maravilloso “hacerte querer de tus inferiores y desear de tus superiores”, al que yo añadiré “y respetar y admirar por tus iguales”.

          Me tomo también la libertad, de felicitar al Teniente General Jefe del Mando de Canarias por su nuevo Jefe de Estado Mayor. Y en su persona felicitar también a todas las Unidades, Centros y Organismos bajo su Mando, porque sabemos que, cualesquiera que sean nuestros problemas, contaremos con un Jefe de Estado Mayor siempre dispuesto a escucharnos, solucionarlos o elevarlos a la Superioridad.

          No puedo olvidar en mis palabras, Pedro, mi General, un recuerdo emocionado a tus abuelos y a tus padres, que hoy se habrían sentido orgullosos, como lo están todos los familiares que te acompañan, de estar en el histórico patio de nuestra Capitanía y verte lucir esa faja roja, que a partir de ahora a tanto te obliga. Los que creemos, sabemos que, desde donde esté el Cielo, estarán bendiciéndote y dispuestos a echarte una mano si te hace falta alguna vez. Y no puedo, ni quiero, dejar de felicitar de todo corazón a los familiares, especialmente a Thais y a vuestros hijos. A los más jóvenes decirles, además, que se sientan orgullosos de su padre y se miren en el espejo de su trayectoria vital. A Thais decirle que, en su persona, quiero rendir un homenaje a estas mujeres nuestras, a estas esposas de militares, que tan bien nos entienden, que comprenden, y perdonan, tantos ratos volcados en nuestra profesión, en el Servicio a España, en detrimento de la vida familiar, de la educación de los hijos y de muchas otras cosas que sólo ellas conocen.

          Thais: Me imagino que él ya lo habrá hecho, pero yo quiero hoy, en este día tan bonito para ti y los tuyos, no sólo felicitarte, sino también, en nombre de todos, darte las gracias, porque con tu amor hacia él, con tu permanente apoyo, también has hecho, y mucho, que sus demás compañeros, el Ejército y España, ganemos hoy un gran General.

          Pedro, mi General, sólo me resta desearte que las bendiciones del Señor Dios de los Ejércitos te acompañen en el nuevo empleo y en el nuevo cargo, y, de nuevo, agradecerte esta enorme satisfacción de hoy. Y a nuestro Teniente General Jefe, por haberlo permitido. A tus órdenes mi General.

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