Presentación del libro de Miguel Gilaranz "Sahara, última misión"

Presentación a cargo de Emilio Abad Ripoll (Casa de los Capitanes, La Laguna, el 16 de marzo de 2011)


          Si se pone uno a pensar, ha hecho muchas cosas raras en la vida, lo que le lleva a veces a situaciones más o menos embarazosas. Y la de esta tarde es una de ellas. Menos mal que cuento, para salir con bien, con la complicidad y la educación de todos ustedes, y no me pasará como a los malos toreros y salga de aquí “protegido por la fuerza pública”, como se decía en las antiguas crónicas taurinas.

          A ves uno piensa que más que osado es un “cara”, porque vamos a ver: Estoy sentado en esta mesa para presentarles a ustedes a un señor, a Miguel Gilaranz, al que he conocido personalmente hace apenas media hora, aunque nos hayamos comunicado por teléfono y vía correo electrónico en algunas ocasiones. Tengo que hablar de la aventura que vive el piloto de una avioneta que cruza en solitario desde Madrid hasta el Sahara, y de aviación sé lo de los mostradores y tarjetas de embarque, aquello de que este avión dispone de no sé cuantas puertas de evacuación y que debo permanecer sentado hasta que el piloto haya parado por completo sus motores. Y, para acabarlo de arreglar, debo hablar de un territorio, el Sahara, que nunca pisé, y de unas unidades, las Tropas Nómadas, en las que jamás estuve destinado. Completo el presentador, vamos.

          Pero la culpa la tienen ustedes que repartir entre mi osadía y una solicitud de Joaquín Castillo, quien me preguntó una tarde-noche si yo podría presentar este libro… Y yo a Joaquín, con quien me une una amistad de muchos años, continuada en nuestros hijos, y con quien he compartido destino durante varios años, no puedo decirle que no. De todas maneras, si alguien pregunta algo relativo al arte de volar, aquí tenemos un piloto. O si a alguien le surge alguna cuestión sobre el Sahara, aquí tenemos a varias personas que recorrieron aquellas tierras a pié, en Land Rover… y en camello.

          Acepté la propuesta de Joaquín y aquella misma noche recibía una llamada de Miguel; al día siguiente por la tarde tenía su novela en las manos y a las 24 horas ya la había terminado.
Y entonces pensé que había hecho bien aceptando la sugerencia de Joaquín. E hice bien porque valía la pena pasar un rato de apuro a cambio de tener el honor de presentar un buen libro, y nada menos que en esta culta La Laguna, en esta histórica Casa de los Capitanes, a tiro de piedra de donde se reunía la Tertulia de Nava, aquellos ilustrados del XVIII, avanzados de las ideas modernas en el Archipiélago en general y en nuestra Isla en particular.

          Vamos a hablar antes que nada del autor, de Miguel Gilaranz. Por lo que he leído de él en su blog, y que puede que algunos ya conozcan, pero es preceptivo decirlo, les contaré que es madrileño y está ahora en ese momento de la vida en que la madurez se manifiesta en su plenitud intelectual y física. Nacido en 1964, con el favor de Dios, y según las leyes matemáticas de probabilidades y estadísticas, le queda muchísima cuerda por delante.

          Si yo fuera estadounidense, lo primer que destacaría de Miguel es que es un hombre que se ha hecho a sí mismo, pues tras compaginar desde muy joven estudios y trabajo, aparcó aquellos -los estudios-, tras varios cursos de Derecho en la UNED, para montar su propia empresa de artes gráficas en 1988, cuando tenía 24 años, es decir, cuando una parte importante de la juventud aún vive en casa cuidado por mamá, gasta el dinero y utiliza el coche de papá y espera acabar la carrera, con suerte, en dos o tres años más de similar “dura vida”.

          Dos años después, en el 90, tuvo su primer hijo y empezó a dedicarse a la política, fundando el partido Unión Verde, del que llegó a ser Presidente. Este partido se integraría posteriormente en la Confederación de los Verdes, y ha sido portavoz de esa agrupación política en la Comunidad de Madrid.

          Aunque en la actualidad está dedicado al comercio electrónico, la mayor parte de su actividad profesional la ha desempeñado en la rama de las Artes Gráficas, siendo muy de resaltar que suya fue la primera imprenta que utilizó papel ecológico y reciclado.

          En cuanto a sus aficiones, con decirles que en 2003 obtuvo el título de Piloto y posee una avioneta Tecnam P-92 (otra de las protagonistas de la novela) creo que queda claro que lo que más le gusta es volar, lo que demuestra con sus numerosas horas de vuelo cruzando de lado a lado la piel de toro ibérica. Pero también le ha dado la vena por la escritura. Aunque ha escrito otras dos novelas, esta es la primera que ve la luz, y estoy rotundamente seguro de que no será la última.

          Vayamos ahora con la obra que hoy nos ha reunido. Como es lógico, no voy a desvelarles el interesantísimo final; sólo recomendarles que, para no quedarse descolocados en las últimas páginas, estén atentos a las pistas que el autor va dejando, como las migas de pan del cuento de Pulgarcito, a lo largo de las dos aventuras, que al final se entrecruzan.

          Una de esas aventuras es un trozo de la Hoja de Servicios de un Suboficial de aquellas nuestras Tropas Nómadas: Merchán, uno de esos miles de Suboficiales, honrados, leales, cumplidores a carta cabal, que han honrado -y siguen honrando- al Ejército español. Y sé bien de lo que les hablo, porque aparte de que he tenido el orgullo de mandar a muchos de ellos, mi padre también era Suboficial. Por encima de todo, ese personaje tan bien dibujado por Miguel, tiene claro que está el Servicio. De ahí la disciplina con que acepta que se vengan abajo sus ilusiones (ni una queja al regresar de patrulla y tener que volver a salir a otra difícil misión, cuando su mujer lo espera en Las Palmas para estar juntos en la inminente llegada de su primer hijo). Y me gusta destacar también del Sargento 1º Merchán su preocupación por el cumplimiento de la misión; por el bienestar, dentro de las incomodidades lógicas, de sus hombres (los europeos y los naturales); su delicadeza hacia éstos, reflejada en la asistencia a la boda de la hija de otro suboficial indígena y en el cuidado con que se viste en honor de quien lo invita; su conocimiento del terreno; y, entrañable, su afecto por “Rogelio”, su camello, correspondido por el animal que parece interpretar los deseos del hombre sin necesidad de órdenes.

          Me gusta también como describe Miguel, cuando las circunstancias no hacen presagiar nada malo, es decir, en las maduras, el ambiente del vivac, de la diana en el campo; y el prepararse para patrullar, el cuidado que todos los hombres ponen en ensillar sus monturas, la broma al novato; la caza de una gacela (que tantas veces he escuchado relatar a los que allí estuvieron)… Y en el momento de las duras, la crudeza de la traidora emboscada, los tiros, los muertos…, la huída, la esperanza en el socorro que no llega…

          Y en el instante definitivo el sentimiento de humanidad y el cuidado del más débil se sobreponen, en una última misión, a la seguridad propia.… Un gran tipo el Sargento 1º. Un arquetipo, repito, de nuestros Suboficiales.

          El otro personaje, el piloto, Eliseo. Un hombre joven, también casado, que emprende un larguísimo vuelo en solitario en un pequeño, aunque fiable, avión, para llevar, en nombre de  la ONG a la que pertenece, un cargamento de monturas de gafas y cristales a las tribus saharianas. Un difícil viaje (de hecho un compañero, con el mismo cometido había sufrido un grave accidente días antes) al que el piloto se enfrenta confiado en sus propias fuerzas, su experiencia y la fiabilidad de su aparato.

          De este hombre destaco su amor a los demás. Pertenece a una ONG especializada en prestar ese tipo de ayuda óptica y, sin duda, cree firmemente que son necesarias estas acciones “particulares”, “no gubernamentales”; que es fundamental que todos arrimemos el hombro, pues no basta con que mientras comemos y miramos la tele, al pasarnos estremecedoras imágenes de lo que sucede en tantas partes del mundo, nuestra civilizada reacción sea, entre bocado y bocado, mascullar algo así como “pobre gente”. Él se ha implicado de lleno en el cometido y por ello no le preocupa el riesgo, sino el llegar cuanto antes a El Aaiun y entregar las cajas que lleva.

          Durante el vuelo -se conoce que Miguel es piloto- aprendemos los profanos en la materia muchas cosas de esos artefactos voladores que, según la lógica, no parece que debieran sustentarse en el aire: para qué sirven los flaps, qué significan los números en las pistas de despegue y aterrizaje, o por qué es conveniente aterrizar y despegar proa al viento, etc. etc. ¡Ah! Y una forma casera, “sui géneris”, de solucionar una apremiante necesidad fisiológica cuando el baño más cercano se encuentra a unos 200 kilómetros de distancia y unos 1.000 metros más abajo.

          Pero el viaje, que debía ser especialmente tedioso, y quizás fuese esa su principal característica y su mayor riego dado el cansancio que debe producir estar encerrado varias horas en un espacio tan reducido como la carlinga del aparato, por culpa de un pequeño roce, unido a una distracción en el chequeo del avión en una escala, se convierte en una singladura de carácter mortal, en un trágico viaje con un posible final desastroso en el mar o en la tierra africana.

          Y es aquí donde se entrecruzan las dos historias, las dos aventuras y las dos vidas… Entre ustedes, quizás alguno esté pensando “¿Vaya por Dios! ¡Ya nos ha contado este hombre prácticamente todo!” Les aseguro que quien piense así está totalmente equivocado. Y me callo.

          En realidad, aquí podría de verdad callarme, pero voy a seguir un par de minutos más, porque este cruce de las trayectorias vitales de un perteneciente a una ONG y de un militar ha sido una circunstancia que he vivido en primera persona y en varias ocasiones. Los que me conocen saben que estuve 7 meses en Yugoslavia como Jefe de Logística y Administración de Naciones Unidas, con responsabilidad sobre todo el territorio y no sólo sobre los 52.000 hombres y mujeres que 39 países de Naciones Unidas tenían allí desplegados, sino también sobre amplios sectores de la población afectados directamente por la guerra, como los refugiados. La dirección de una agencia de ONU encargada de la gestión de los campamentos y convoyes de refugiados, ACNUR, trabajaba en íntimo contacto con mi jefe de Logística, un Coronel francés, y todos los días el director de la ACNUR en el conflicto y el Coronel Pachabeyán, que así se llamaba el francés, venían a mi despacho a informarme y comentar la situación y a decidir si teníamos que hacer algo urgente en alguna parte de la ex-Yugoslavia en que hubiera riesgo de que se pudiera producir una catástrofe por falta de alimentos, o de ropa, o la aparición de alguna enfermedad.

          Varias ONG,s de diversos países del mundo querían ayudar a paliar la situación. Algunas, en un principio, quisieron hacerlo por su cuenta, pero tras pillajes, robos y muertes comprendieron que había que confiar en los militares. Así, lo que llegara de cualquier parte del mundo era entregado a ACNUR, normalmente en Zagreb, y de allí, civiles de esa agencia, custodiados por militares, lo distribuían por todo el territorio yugoslavo. Por lo que respecta a España, quizás por ese carácter individualista a que somos tan propensos, en varias ocasiones me encontré al regresar por la noche desde el cuartel croata donde teníamos el Cuartel General de UNPF al hotel donde vivíamos, con uno o dos camioneros, normalmente del País Vasco o de Cataluña, con cargas de alimentos y ropas recogidos con motivo de una rifa organizada por una agrupación, o consecuencia de un llamamiento a los vecinos hecho por la correspondiente Asociación del barrio. Según instrucciones de nuestra Embajada en Zagreb, los enviaban a verme directamente desde la aduana fronteriza entre Eslovenia y Croacia, y, como es lógico, aquellos hombres nos pedían consejo acerca de cómo y a quién entregar la carga. Naturalmente, no los dejábamos penetrar ni un kilómetro más en territorio yugoslavo y aquella misma noche los poníamos en contacto con ACNUR para que la agencia se hiciese cargo de la recogida y distribución. Y luego los invitábamos a cenar y a que nos contaran cosas de España.

          Es posible que Miguel, o alguno de ustedes, haya tenido alguna experiencia similar, otro u otros casos en que los militares se hayan hecho cargo de la protección de convoyes o, llegado el caso, hasta de la distribución de los bienes materiales objeto de la ayuda.

          Como ven, pasa como en la novela. Las existencias de miembros de ONG,s y de militares se van a encontrar en territorio, en muchos casos, como en la novela, hostil -físicamente hablando, por las características del terreno, y humanamente, por la presencia de enemigo-. Y, como en la novela, las armas protegerán la caridad.

          Y voy a terminar, porque ahora, con el permiso de la señora Concejala, cederé la palabra al Coronel Bueno, al que me gustaría preguntar lo que le ha parecido a él, que lo vivió en primera persona, la descripción que Miguel hace en la novela de la vida, ilusiones y pesares de nuestras Fuerzas Nómadas. E invitarle a que nos cuente algo más, por ejemplo, anécdotas, adobadas si es preciso de proyecciones de aquellos tiempos. Es decir que nos retrotraiga a unos años en que éramos todos más jóvenes, algunos de ustedes niños, claro, y al menos por un rato revivamos ilusiones que ya se quedaron en alguna parte, quizás entre las arenas del Sahara, como puede que os ocurriera a los que allí estuvisteis.

          Y a ti Miguel, el consejo del viejo: como te dijeron en una ocasión similar a ésta: “Por favor, sigue escribiendo”

          Por mi parte, nada más que darles muchas gracias por su atención.

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