Las Milicias Canarias. Un exponente de la concepción liberal en la defensa del Archipiélago

Pronunciada  por Emilio Abad Ripoll (Salón de Conferencias del Centro de Historia y Cultura Militar -Almeyda, Santa Cruz de Tenerife-, el 22 de octubre de 2009)


PREÁMBULO
 
          Como bien se dice en el folleto informativo del nuevo ciclo de Conferencias organizado por la Cátedra General Gutiérrez, estas Jornadas de Otoño son una continuación de las dos últimas desarrolladas y en las que se ha estudiado, y se está estudiando, el impacto que produjeron en Canarias tanto la Guerra de la Independencia española como los hechos políticos y militares que, nacional e internacionalmente, tuvieron lugar a renglón seguido de la gran epopeya.

          Pero, refiriéndome en particular a las Milicias Canarias, esa trayectoria de continuidad en su estudio se prolonga más allá en el tiempo, pues llevamos ya más de tres años hablando de esa organización en los siglos XVI, XVII y XVIII, cuando aún el gran corso, Napoleón, el causante por su ambición del levantamiento popular español de 1808, no había aparecido en la Historia. Incluso, pero no aquí, sino en Sevilla, dentro de las actividades de la Cátedra General Castaños, el profesor González Pérez y yo presentamos hace tres años un trabajo, ya publicado, que contaba la situación de las Milicias Canarias en el reinado de Isabel II.

          Y les voy a decir algo con sinceridad. En ocasiones anteriores les he hablado de cosas “densas” o aburridas, como organizaciones, plantillas, etc. de nuestras Milicias, pero entremezcladas con otras mucho más amenas, para el que escucha y para el que habla. Hemos ido haciendo un repaso de la actuación de las Milicias frente a los ataques piráticos berberiscos a Fuerteventura y Lanzarote; en el rechazo, en muchas ocasiones, a piratas y corsarios franceses, holandeses e ingleses; hemos recordado la defensa de Gran Canaria contra Van der Doe, de La Palma contra Pata de Palo y quienes siguieron su mismo camino, de Tenerife contra Blake, Jennings y Nelson, con el resultado de esas tres cabezas de león que luce el escudo de Santa Cruz; y hemos repasado la participación de 600 milicianos de la isla de Canaria encuadrados en la que se llamaría luego la Granadera Canaria, en la defensa de Cádiz. Y con los milicianos tinerfeños que completaban el Batallón de Infantería de Canarias estuvimos en Talavera, en Albuera, en Chiclana y en otras acciones de la Guerra de la Independencia… Es decir, que prácticamente encuadrados en sus filas, y a la vez que repasábamos su orgánica, su alistamiento y sus posibilidades bélicas, recorrimos con ellos, con los milicianos canarios, más de 2 siglos y medio, hasta llegar al reinado de Fernando VII. Y siempre los hemos visto con el arma (fuese la que fuese, un arcabuz, una lanza, un fusil, o a falta de algo más contundente, un chuzo o una rozadera) al brazo, intentando defender la libertad del terruño y la independencia de la Patria grande.

          Pero desde que termina la Guerra de la Independencia, en 1814, no recogen los libros de Historia, a lo largo del XIX, más sobresaltos para el Archipiélago que los derivados de posibles repercusiones del conflicto de las Carolinas contra Alemania y, ya acabando la centuria, de la guerra contra los EE.UU. Naturalmente hubo algunas convulsiones políticas como consecuencia de las guerras carlistas, pero aquí no corrió la sangre como en la Península.

          Y esa es la causa de que me sincere ante ustedes para decirles que mi participación de esta tarde no podrá ser precisamente amena, pues el tema no se presta a ello. Hoy me toca hablar de organizaciones, reorganizaciones y disoluciones, asuntos más propios para ser plasmados en unas hojas y leerlas luego en la tranquilidad de casa, que para ser expuestas ante un sufrido auditorio, condenado de antemano a un rato de más que posible aburrimiento.

          Pero bueno, hay que cumplir con los compromisos, y uno va a intentar hacerlo de forma que no sea lesiva para la paz interior de todos ustedes.

 

UN  BREVE  REPASO:  EL  CONCEPTO  DE  MILICIAS

          Es relativamente frecuente que uno encuentre algún artículo o aparezca en mitad de una conversación una cierta confusión acerca de las Milicias. Confusión que, básicamente, se puede expresar en dos preguntas. ¿Eran las Milicias parte del Ejército? En caso negativo, ¿qué relación había entre ambas instituciones? Cuando uno estudia o lee algo sobre el siglo XIX, todavía se puede liar más, porque aparecen y desaparecen en nuestra historia una serie de organizaciones o instituciones similares, que se denominan con el sustantivo Milicias y algún adjetivo como Nacionales, Provinciales, etc. que incluso parecen, a veces, sustituir a lo que se conocía como Ejército. La principal dificultad para saber QUÉ eran las Milicias, como muy bien explica doña Paloma de Oñate Algueró en su tesis doctoral titulada Servir al Rey: La Milicia Provincial, publicada por el Ministerio de Defensa, surge de cuestiones semánticas, pues la amplitud del término MILICIAS dificulta a veces su delimitación. Almirante y López Muñiz, en sus respectivos diccionarios, citan a escritores aún más antiguos y nos proporcionan hasta tres significados de la palabra MILICIA, a la vez que se apoyan en el primer Diccionario de la RAE (1726). Y así tenemos que Milicia es:

               a) El arte de hacer la guerra ofensiva y defensiva y de disciplinar a los soldados para ella.

               b) Los soldados o gente que hace la guerra.

               c) Cuerpo formado por vecinos de algún país o ciudad que se alistan para salir a campaña en su defensa, cuando lo pide la necesidad y no en otra ocasión.

          Si nos fijamos en las b) y c) vemos que la primera acepción parece conllevar un sentido de  “permanencia”, mientras que la otra refleja “transitoriedad”. En definitiva, que existen dos tipos de organizaciones, la permanente, que será el Ejército regular, y la circunstancial, que adoptará para sí el nombre de Milicia.

          Y si en los tiempos de los romanos y en la Edad Media pudo parangonarse Ejército a Milicia, es desde el Renacimiento, a partir de finales del siglo XV, cuando en toda Europa, y singularmente en España, empezó a alborear el Ejército permanente y empiezan a marcarse diferencias, cosa que no ocurrió en Canarias como citaré dentro de unos minutos.  Pero es en el siglo XIX, precisamente en el espacio de tiempo que engloba nuestro estudio, cuando esa diferenciación se hace clara, e incluso se acentúa, al aparecer las Guardias o Milicias Nacionales de las que hablaremos dentro de bien poco.

          Se consumó, por así decirlo, la separación conceptual entre Ejército y Milicia, quedando cada una de las dos palabras por expresión y representante de dos órdenes de idea, conectadas, si se quiere, en la esencia, pero divergentes y casi antitéticas en la forma y en la práctica. Es decir, de acuerdo con Almirante y López Muñiz, la palabra Ejército representaría el… 

               "Ejército activo: Tropa asalariada, permanente, siempre a punto, apercibida y disciplinada."

          Mientras que la palabra Milicia nos serviría para designar el…

               “Ejército de reserva: Tropa, o más bien, gente, gratuita, suelta, sin la consistencia que da la fila, sin el aplomo que da el ejercicio.”

          Es por ello que, a mediados del XIX, los conceptos Milicia y Reserva están ya muy próximos, y cuando desaparezca aquella, será sustituida por ésta.

 

OTRO  BREVE  REPASO:  LOS  PRIMEROS  SIGLOS  DE  LAS  MILICIAS

          En varias ocasiones hemos recordado como los Tercios Provinciales de Milicias, creados con un espíritu de “defensa del propio territorio” se habían ido reglamentando con Carlos I y, sobre todo, con Felipe II. Y cómo aquí, en Canarias, habían nacido hacia 1561 en Gran Canaria, dos años más tarde en Tenerife y otro año después en La Palma. Y hemos repasado sus actuaciones y sus sucesivas reorganizaciones en el Archipiélago.

          Cuando cambió la dinastía, al inicio del siglo XVIII, las Milicias no iban a sufrir grandes transformaciones, si se exceptúan las semánticas de que sus mayores Unidades se denominasen Regimientos en vez de Tercios y sus Jefes Coroneles en lugar de Maestres de Campo. Su reclutamiento seguía estando en manos de las autoridades locales y su misión, en la Península, era la de guarnecer las plazas que abandonaban las Unidades del Ejército Real cuando salían a combatir al exterior de la zona o de España. Sin embargo, también es muy cierto que los Reyes, desde un principio, las utilizaron como reservas o sistema rápido de reclutamiento para cubrir las vacantes en las Unidades del Ejército Real, aún cuando éstas fueran a combatir fuera del territorio nacional.

          Pero aquí no era así. Desde su creación, y aún antes, las unidades de Milicias fueron las encargadas absolutas de la defensa del territorio, pues sólo existió un pequeño “presidio” o guarnición en Las Palmas y no será hasta las últimas décadas del XVIII cuando naciese el Batallón de Infantería de Canarias. Y además, y en esto sí fueron similares a las peninsulares, cubrieron con voluntarios los huecos del Batallón en su expedición al Rosellón en 1793, en la ocasión de la victoria de Gutiérrez sobre Nelson y en la participación en la Guerra de la Independencia.

Hitos comparativos: La reforma de 1771

          Y si bien en 1734 se produjo una reorganización importante de los Regimientos Provinciales de Milicias en la Península, aquí la de verdadera entidad, y punto de arranque a efectos comparativos con lo que sucederá en las épocas preliberal y liberal, será la de 1771.

          Las Milicias en el Archipiélago tras la reorganización planeada por el Coronel Mazía Dávalos en el citado 1771, quedaron constituidas de la siguiente manera:

               - En Tenerife:

                     . Infantería: 5 Regimientos, con un total de 40 compañías y 4.200 hombres.
                    . Artillería: 6 Compañías con un total de 405 hombres
                    . Total: 4.605 hombres

               - En Gran Canaria:

                    . Infantería: 3 Regimientos, con un total de 24 Compañías y 2.880 hombres.
                    . Artillería: 2 Compañías con 240 hombres en total.
                    . Total: 3.120 hombres.

               - En La Palma:

                    . Infantería: 1 Regimiento con 8 Compañías y  1.176 hombres.
                    . Artillería: 1 Compañía y media con 147 hombres.
                    . Total: 1.323 hombres.

               - En Lanzarote: 1 Regimiento de Infantería con 8 Compañías y 592 hombres.

               - En Fuerteventura: 1 Regimiento de Infantería con 8 Compañías y 744 hombres.

               - En La Gomera: 1 Regimiento de Infantería con 6 Compañías y 624 hombres.

               - En El Hierro: 1 Regimiento de Infantería con 4 Compañías y 420 hombres.

               TOTAL  CANARIAS:

                    . Infantería 13 Regimientos con 98 Compañías y 10.636 hombres en total.
                    . Artillería: 9,5 Compañías con un total de 792 hombres. 
                    . Total: 11.428 hombres.

 

LAS  MILICIAS  EN  EL  XIX

          La llegada de la Revolución Francesa y de su concepto de que el Ejército era “la nación en armas” habían hecho que la Corte española se plantease la necesidad de efectuar profundos cambios en la orgánica militar. En 1796 el Rey, Carlos IV, convocó una Junta de ilustres militares con la exclusiva cuestión de “si convenía abolir los Cuerpos de Milicia actuales”. Muchas voces, la mayoría, se alzaron a favor de su desaparición y de la creación de un eficaz servicio de reclutamiento y movilización. Pero Godoy defendió la idea de que con las Milicias se podía constituir una importante fuente de reservas, saliéndose con la suya y estableciendo una nueva organización estructural por la que cada provincia contaría con un Cuerpo de Milicias compuesto por 600 hombres.

          Poco después se desarrolló la guerra contra Portugal conocida como “de las Naranjas”, y las experiencias deducidas del nuevo sistema -que, en definitiva, no era tan nuevo- no fueron precisamente satisfactorias.  El Inspector General de Milicias, General Negrete, elevó un informe a Godoy, en febrero de 1801, destacando con crudeza que en esas Unidades habían sido frecuentes las faltas de disciplina, muy elevados los índices de deserción y escasa la calidad profesional de muchos Oficiales. Su conclusión clara y tajante era que las Milicias Provinciales debían desaparecer.

Hitos comparativos: El Reglamento de 1803

          Pero no fue así, y en el verano de 1802 se publicaba el Nuevo Reglamento para las Milicias Provinciales peninsulares, que tendría su reflejo en Canarias en otro dedicado expresamente a las Unidades de nuestras islas y promulgado un año después, el 18 de septiembre de 1803, y titulado Reglamento de la Nueva Planta y Constitución de los Regimientos Provinciales de Milicias en Canarias, con un subtítulo que añade Su fuerza, medios de conseguirla y de dar el servicio en las urgencias del Estado.

          En su preámbulo o justificación podemos leer:

               “Conforme a la nueva forma dada al Cuerpo General de Milicias Provinciales de España, y deseando que conforme a ella se establezcan en las Islas Canarias bajo un sistema conveniente para atender a la defensa de las mismas Islas, proporcionando una fuerza capaz de proveer el aumento de las tropas de Infantería en ellas establecidas, hasta ponerlas en pie de guerra y ayudar a la misma defensa”.

          Y todo ello,

               “...sin el considerable recargo que padecían los vecinos de aquellos mis dominios…”

          Este Reglamento, que se componía de 41 artículos, redefinía las plantillas de Unidades de Milicias Provinciales en el Archipiélago, Unidades que se reducían a tan sólo 4 Regimientos de Infantería, en realidad 4 Batallones, y un total de unas 26 compañías y 5.200 hombres. En cuanto a la Artillería, sus 1.100 artilleros se distribuían entre 17 compañías. El total de milicianos descendía así hasta 6.300 en todo Canarias.  Sólo nos servirá, dentro de unos minutos, para compararlo con la organización anterior y con otro posterior, de 1844, pero prácticamente para nada más por dos razones: la primera, como antes, porque no se corresponde a la época histórica marcada para hoy, ya que aún faltaban 9 años para que se reunieran las Cortes de Cádiz, y se aprobara la Constitución que fue el detonante de la Revolución liberal, y la segunda porque aquel Reglamento no llegó a entrar en vigor.

          Sinceramente les digo que a mí me extrañó mucho al estudiarlo la enorme disminución de Unidades y personal de tropa de las Milicias Canarias en unos momentos en que España estaba en guerra contra Inglaterra. Además, los artilleros tenían que ser sacados de entre la gente que formaba los Batallones de Infantería, con lo que el número de infantes era aún menor. Lo achaqué a que, con los Regimientos de refuerzo que habían venido a las islas, a lo mejor el Ministerio de la Guerra consideraba que era suficiente si los ingleses decidían efectuar otra intentona como cuando lo de Nelson; o a lo mejor confiaban en que respetasen lo firmado en el 97. Pero la causa la encontré hace un par de semanas en nuestro Archivo. Primero se ordenaba (en diciembre, apenas tres meses después) que las Compañías de Artillería de las Milicias “sigan como hasta aquí”, pues el legislador reconocía no haber tenido en cuenta la gran cantidad de artilleros necesarios para servir las baterías de todo el Archipiélago. Y en julio de 1804, le echaban la culpa del desaguisado a un muerto, el Inspector de Infantería, que acababa de fallecer y al que se acusaba de “no haber pedido al Comandante General de aquellas islas las noticias que debían servirle de bases para hacer las propuestas del plan de fuerzas”, y en consecuencia, “se suspende la ejecución del plan resuelto”.

          Sí hay que destacar, pese a lo dicho, que en el nonato Reglamento se hacía constar expresamente que, en servicio de guerra, los Oficiales del Ejército y los de las Milicias Canarias alternarían según la fecha de sus despachos, lo cual suponía un voto de confianza a favor de la preparación de estos.

Décadas de decaimiento

          Antes cité la palabra “aburrimiento”; yo creo que ella define también la situación de nuestras Milicias a lo largo del XIX. Un aburrimiento que está palpable en las justificaciones de los intentos de reformarlas para hacerlas más operativas o de modificarlas siguiendo las circunstancias políticas del momento. Reformas que nunca llegarán a ser efectivas, porque, como tantas veces en nuestra historia militar, los presupuestos no daban para satisfacer las necesidades que desde los despachos y desde la experiencia se consideraba  que había que cubrir.

          Hemos visto, y seguiremos viendo, como la situación de las Milicias  en la Península y en Canarias no se correspondían. Que reorganizaciones que se hacían allí, aquí se desarrollaban años después, con importantes modificaciones, o que incluso ni se llevaban a cabo; y la viceversa también es cierta: que aquí se aplicaran modificaciones que allí no tuvieron lugar o que aquí persistieran las Milicias cuando allí ya habían desaparecido.

          Quiero reseñar al hilo de lo expuesto tres intentos de reorganización en Canarias que no pasaron de eso, meros intentos.

          El primero corresponde a la época en que era Comandante General del Archipiélago nuestro viejo conocido don Fernando de Cagigal, Marqués de Casa Cagigal, de quien hablamos largo y tendido el pasado año cuando repasábamos la repercusión que la Guerra de la Independencia tuvo en Canarias. El General Cagigal, que había llegado en 1801 al frente de dos Regimientos, el América y el Ultonia para reforzar la guarnición de las islas ante otro posible ataque inglés, llegó a ser, desde 1803 y hasta junio de 1808 la máxima autoridad militar de las Islas.

           Pues bien, aquel Comandante General propuso al Gobierno de la Nación (probablemente tras el reconocimiento del fiasco del de 1803) la aprobación de un Reglamento en el convencimiento de que, si entraba en vigor, las Milicias Canarias alcanzarían probablemente un elevado grado de eficacia y Canarias llegaría a ser la provincia española en que relativamente se contara con una masa más respetable de fuerza armada, con menor sacrifico para el Real Erario. No he podido localizar en nuestro Archivo Intermedio ni la propuesta ni la contestación, si es que la hubo.

          Otro intento correspondió al General Rodríguez de la Buria, Comandante General del Archipiélago entre 1812 y 1817, quien intentó dotarlas de un Reglamento especial adecuado a las características físicas y sociales de la provincia, pero tampoco hay constancia de que su propuesta se resolviese favorablemente. Y por fin, la tercera tentativa, aunque de menor importancia, pues se detenía en lo exterior, fue la del Comandante General Francisco Tomás Morales (1827-34) que prestaba mayor atención a reformas relacionadas con la uniformidad.

          ¿Y por qué ese decaimiento de las Milicias Canarias?  Muchas causas podemos señalar:

               a) La pérdida del imperio europeo y americano hizo que no se necesitasen ya, a escala nacional, unas unidades “de proyección”, como se dice hoy en día, para salir fuera, y otras de defensa del territorio, o que “cubriesen su hueco”. Ya bastaba con una sola organización, preferentemente, como es lógico, profesional y permanente, en lugar de una constituida por “amateurs”, valga la palabra, y circunstancial. Y unas reservas bien preparadas, a diferencia de las antiguas Milicias.

               b) Canarias ya no era, con la pérdida de las provincias americanas, la obligada escala para las flotas de Indias, el punto de entronque del cordón umbilical que unía las Españas de América y de Europa. No era pues preciso mantener guarniciones -tradicionalmente las Milicias- encargadas de la defensa de los puertos en los que ya no recalaban los galeones de las otrora fundamentales flotas.

               c) Las continuas discordias políticas en la Península, que privaron de continuidad interior a las disposiciones y organizaciones que iban naciendo, que, invariablemente, eran derogadas o suprimidas por los nuevos ocupantes del poder.

               d) La sangría de las guerras carlistas, que hizo derivar el flujo de oro de las arcas nacionales hacia las necesidades de los conflictos, tan alejados físicamente del Archipiélago.

               e) Pasado el medio siglo, las intervenciones en el exterior (Marruecos, Santo Domingo, Cochinchina, Italia, …) y las guerras cubanas, con el mismo resultado.

               f) No aparecía en el horizonte un “riesgo”, ni mucho menos una “amenaza”, para Canarias, salvo en contadas ocasiones que se solucionaban con el envío de tropas desde la Península o la reparación urgente de fortificaciones.

          Naturalmente el resultado está claro: las fortificaciones, a la vez que iban perdiendo importancia por la aparición de nuevas armas navales, se caían, pues no había, salvo en esas ocasiones citadas, un duro para repararlas (ambas circunstancias harían que naciera Almeyda); las Unidades regulares eran pocas y contaban con escasez de personal, por añadidura mal instruido; y las de Milicias continuaban perdiendo importancia, pues ya no iban a ser las primeras que intentaran detener al invasor en playas y costas, sino meras reservas de aquellas, con lo que su preparación, de por sí deficiente en épocas anteriores, se descuidaba aún más. Y, como luego veremos, llegó un momento en que parecía que no se sabía lo que hacer con las Milicias Canarias, cuando en la Península ya tenían otra misión las Milicias Provinciales, o incluso habían desaparecido.

          En fin, en lo militar, visto desde la perspectiva que da más de siglo y medio, parece que una ola de tristeza, de tedio, de aburrimiento, cubría el Archipiélago. Hace pocas semanas, un contertulio, Daniel García Pulido, me regalaba una edición facsímil de la  Revista de Canarias, publicación que vio la luz entre 1880 y 1882. En varios de sus números, entre el verano y el invierno de 1881, un señor llamado Guillermo Laine, que deduzco por sus propias palabras debía ser tinerfeño y Oficial de las Milicias, fue publicando un trabajo titulado Estudio sobre la Organización Militar de la Provincia de Canarias, en cuyo preámbulo escribió:

               “No desconocemos que es empresa superior a nuestras débiles fuerzas el despertar la afición a estudios militares en un país donde tan poco desarrollado se halla el espíritu militar y que, adormecido por una paz no interrumpida en más de 80 años, ha llegado tal vez a creer, olvidando las elementales enseñanzas de su historia, que han pasado para él los días de peligro y puede vivir tranquilo en el seno de una confianza exenta de inquietudes; sin pensar que la guerra, aparte de las ambiciones que la originan, es producto fatal de la actividad humana…”.

          Como ven, donde yo dije “aburrimiento” él refleja “adormecimiento”. Luego, y en el mismo preámbulo, tras recordar los hechos bélicos que salpicaron la existencia de las Milicias en siglos pasados, añadía:

               “¿Es que a la sombra de los antiguos y aún no agostados laureles duermen (las Canarias) tranquilas, confiando en que el valor de sus hijos sabrá encontrar recursos supremos en los instantes del peligro? ¡Engañosa creencia, vana ilusión! ‘El órgano que no funciona se adormece, el miembro que no se mueve se paraliza’ ha dicho el inmortal Balmes”. (…)

               “Las Milicias eran el pueblo entero de las Islas, personificado en sus poderosos Ayuntamientos y Cabildos (…) Vemos pues hasta qué punto estaban las Milicias de entonces identificadas con el país… ¿Pero de aquella organización, de aquellos Cuerpos queda aún hoy algo? Sólo un recuerdo, pues si sus ultimas hazañas terminan dentro de las Islas en 1797, y fuera de ellas, en la Península, con la epopeya de la española independencia, su vida se extinguió al rudo embate del espíritu moderno, con la radical transformación que a las antiguas costumbres han hecho sufrir el carácter, las tendencias y las necesidades de la época. Por eso es que las Milicias nacieron muertas en la reorganización de 1844. El nuevo Reglamento era impotente para dar vida a un cadáver que, hijo del pasado, ocupó su lugar en la tumba junto a los principios que nutrieron su existencia.”

          Yo no hubiese podido, aunque lo hubiese intentado con todas mis fuerzas, expresar con mayor claridad el estado de postración de las Milicias en la España isabelina, en la España liberal del XIX. Y Laine, quizás tirando piedras contra su propio tejado, al buscar las causas de la decadencia de las Milicias en el siglo XIX, entre ellas alguna de las que cité anteriormente, añade como colofón:

               “Y es por último que la Milicia, a más de una religión y de un culto, religión del honor y el deber, culto ferviente de la Patria, es hoy una profesión a la que hay que consagrar la vida entera…”

          Es decir, que reconocía que ya habían pasado los tiempos de un servicio “provisional” o “puntual”, que era necesaria una dedicación plena, es decir, una profesionalización de los componentes de los Cuerpos militares, y por lo  tanto, que ya no tenía vigencia el viejo concepto que insufló vida y alma a las gloriosas Milicias Canarias.

Las Milicias peninsulares

          El Archipiélago, como hemos dicho tantas veces, y es de sentido común, se vería afectado (aunque en bastantes ocasiones con un cierto retraso que hace recordar a la famosa “una hora menos”) por lo que sucedía en la Península, si bien en el tema de las Milicias, y sin duda por las peculiares condiciones estratégicas de Canarias, las circunstancias no fuesen ni simultáneas, ni paralelas.

          Voy a hacer un repaso a vuela pluma de la historia de las Milicias en la Península, desde 1808 hasta la Restauración de 1875, para luego ver cómo fue esa época en la evolución de la orgánica de las Milicias Canarias.

          Las necesidades de la guerra obligaron, aún en 1808, a que las Milicias Provinciales se constituyeran en Regimientos de línea, es decir, en unos componentes más de un Ejército Permanente.  En noviembre de 1808 la Junta Central del Reino había promulgado un Reglamento creando una organización llamada las Milicias Honradas, de cuya aparición en Canarias hablaremos en unos minutos, y que fue el antecedente de todos los cuerpos de nueva creación que iremos viendo  a partir de ahora.

          La Constitución de Cádiz, en 1812, creó la Milicia Nacional, que nacería oficialmente en abril del 14, para desaparecer fulminantemente apenas Fernando VII asentó sus posaderas en el trono. Ya decíamos hace un año, al hablar de Constitucionalismo y Milicia en el siglo XIX, que una característica de la época (que en determinados aspectos políticos, económicos y sociales parece, desgraciadamente, haber llegado hasta nuestros días) era que, en función de la tendencia o partido en el gobierno, las instituciones y leyes desaparecían o se modificaban continuamente. Y, claro, las Milicias Provinciales no fueron una excepción.

          Cuando el conflicto acabó, el sostenimiento de aquellos 43 Regimientos de Infantería, con unos 32.000 hombres, suponía una carga muy gravosa para el depauperado presupuesto nacional. En 1814 se decretó que volvieran a su antigua situación, si bien su Oficialidad debía ser profesional, pero sólo 4 años después, y por las mismas razones económicas, se regresó por entero a la orgánica de las Milicias Provinciales de inicios de siglo. Con ese nombre subsistirían sólo hasta que los liberales llegasen al poder en 1820.

          Nueva denominación de Milicias Nacionales, que se mantendrá durante el Trienio Liberal. Y dentro de ella nació una Milicia Nacional Activa, compuesta por el 0,75% de la población, que considero era una especie de reserva inmediata para apoyar a las unidades del Ejército regular. Luego veremos su aparición en Canarias.

          Claro que con la vuelta del absolutismo, reapareció la antigua denominación de Milicias Provinciales y nacieron dos nuevos organismos: la Guardia Real, compuesta por 4 Regimientos, 2 de granaderos y 2 de cazadores, con unidades de élite de las Milicias, y el denominado Voluntarios Realistas, una especie de policía encargada del mantenimiento del orden público.

          Pero todos sabemos que apenas muerto Fernando VII y proclamada reina una niña, casi un bebé, que pasaría a la Historia con el nombre de Isabel II, por cuestiones sucesorias empezó la Primera Guerra Carlista. Estábamos en 1833 y menos de un año después, las Milicias Provinciales, como ya ocurrió en la Guerra de la Independencia, se convirtieron otra vez en Regimientos de línea, es decir, en Infantería pura y dura.

          El cuerpo de Voluntarios Realistas también desapareció para ser sustituido por unas Milicias Urbanas que tenían la misma misión de mantenimiento del orden público en los pueblos y ciudades. Esta Milicia Urbana también cambiará de denominación en un par de ocasiones: así, un año después de su creación se llamará Guardia Nacional , y en el 36 (dos años más tarde), recibirá el nombre de Milicia Nacional. En 1841 desapareció la Guardia Real, y cuando terminó la guerra, en 1844, la Milicia Nacional, que contaba con 50 Regimientos. En su lugar se restablecieron las Milicias Provinciales, hasta que en 1847 fueron disueltas y sustituidas por Regimientos de Reserva. El sistema tampoco duró mucho, pues en 1854, como consecuencia de una pequeña convulsión política, volvió a entrar en escena la Milicia Nacional, que haría su “mutis por el foro” apenas dos años más tarde. Contamos otra vez con las tradicionales Milicias Provinciales, constituidas ahora por 80 Batallones de 8 Compañías cada uno y un total de unos 60.000 soldados, reclutados de forma independiente a los de servicio activo, con una duración de su compromiso de 8 años, y mandados por Jefes y Oficiales procedentes del Ejército regular.

          La nueva situación duró unos 8 años, en los que sufrió ligeras modificaciones. Se reorganizaron de nuevo (1864) las Milicias Provinciales agrupándose los Batallones de dos en dos para formar lo que denominó como Medias Brigadas,… para desaparecer dos años después y volver a la anterior orgánica de Batallones sueltos.

          Y llegamos, finalmente, a 1867, en que una nueva reorganización que dividía el contingente en Ejército Activo y Reserva, supuso la desaparición de las Milicias, llamémoslas como queramos, Nacionales o Provinciales.

          Aún y así, a posteriori surgieron otros organismos de corta vida, como los Voluntarios de la Libertad (1868), los Voluntarios de la República (1873), un conato de volver a crear la Milicia Nacional (1873) y los Voluntarios de la Monarquía Constitucional (1875).

Las Milicias Canarias

          Pero si esa era la situación organizativa-desorganizativa en la Península, ¿qué ocurría por estos peñascos? Pues aquí seguían conviviendo las Milicias Canarias, naturalmente afectadas por los cambios de nombres que se producían allá, con nuestro Batallón de Infantería, y con otras Unidades que de vez en cuando venían a reforzar la pequeña guarnición de las islas mientras se aclimataban antes de dar el salto a Cuba y Puerto Rico, y custodiando los fuertes y baterías costeras que se iban lentamente desmoronando. Sin embargo, hay que destacar que también se creó en Canarias un Cuerpo que hemos citado de pasada hace unos minutos en su aparición peninsular: las Milicias Honradas.

          Para combatir a las huestes napoleónicas ya hemos visto que no bastaba con el Ejército Regular por lo que hubo que echar mano de las Milicias Provinciales, convirtiéndolas en Regimientos de línea, para intentar cubrir una parte de los 250.000 hombres que se consideraban necesarios para expulsar a los franceses de la Península. Pero ello creaba un vacío de seguridad en la retaguardia, pues muchas veces las Milicias actuaban como lo que hoy son las Fuerzas de Seguridad del Estado. Algo similar sucedió en Canarias con la participación activa en la guerra. El doctor don Buenaventura Bonnet, en su trabajo sobre la Junta Suprema de Canarias nos dice que “entonces se pensó en la creación de unos cuerpos interesados en precaver los desórdenes, reprimir a los facinerosos, desertores y díscolos que, perturbando la tranquilidad pública, intentaran saciar su ambición o su codicia”. Ese fue el origen de las Milicias Honradas.

          La Junta Central del Reino, desde Aranjuez, y en noviembre de 1808, expedía un Reglamento en cuyo patriótico preámbulo se incluía que…

               “para mantener la tranquilidad en todos los pueblos, y singularmente entre los más considerables, para imponer respeto a los bandidos, para aprehender a los desertores, y para evitar con el pronto e irremisible castigo la multiplicación de los delitos, ha dispuesto S.M. que en todos los pueblos del Reino que están fuera del teatro de la guerra se creen Cuerpos de Milicias Honradas, bajo el pie y reglas que se expresan en los siguiente artículos…”

          En su consecuencia, el 16 de febrero de 1809, el Marqués de Villanueva del Prado, Presidente de la Junta Suprema de Canarias, comunicaba el asunto al Alcalde de Santa Cruz, don Nicolás González Sopranis, quien al día siguiente contestaba diciendo que "… procurará desde luego el alistamiento de tropas para la creación de las Milicias Honradas…” . El 24 del mismo mes, un piquete de granaderos del Batallón de Infantería de Canarias, con la banda de cornetas y tambores del mismo, fue fijando en las paredes de la ciudad el bando o edicto en el que se ordenaba que “en el plazo de ocho días se presentaran los hidalgos y nobles a alistarse para reemplazo de las Milicias Honradas”.

          Se alistaron voluntariamente 139 hombres en Santa Cruz y 131 entre La Laguna y La Orotava, formándose con ellos cinco Compañías: tres 3 aquí, una en La Laguna y otra dividida entre la Villa de la Orotava y su Puerto.

          Recoge luego el doctor Bonnet varios escritos relativos a la organización y las solicitudes de armamento y equipo. El General O’Donnell, en aquellos momentos Comandante General de las Islas, reconocía en uno de ellos lo oportuno de la creación de estas Milicias, cuando la plaza había quedado casi desguarnecida como consecuencia del envío de tropas de Infantería y Artillería a la Península y dejaba claro que pensaba ampliar su misión a la de defensa de Santa Cruz. Esta intención le trajo algún disgusto al General O’Donnell, pues algunos de los milicianos casi se amotinaron al considerar que iban a ser regidos “manu militari”. El expediente está en el Archivo Intermedio y concluye con un respaldo total del Rey a lo dispuesto por el Comandante General.

          En mayo de aquel 1809 la Junta Central del Reino se daba por enterada de la creación de las Milicias Honradas en todo el Archipiélago, pues existe constancia documental de ello en la correspondencia mantenida entre el Comandante General y los Gobernadores Militares de las demás islas, aunque, desgraciadamente, ésta no sea muy abundante.

          Es curioso destacar que en septiembre de 1808, es decir, dos meses antes de la promulgación del Reglamento por la Junta Central del Reino, la Junta Suprema de Canarias había publicado un edicto en el que se ordenaba “asignar a los vecinos capaces de tomar las armas, de cualquier estado y condición que fuesen, un puesto y una clasificación urbano – militar…” con similar cometido al que daría lugar al nacimiento de las Milicias Honradas. Unas humildes y oscuras Unidades que desaparecieron en silencio en la noche de los tiempos, posiblemente al finalizar la Guerra de la Independencia, cuando las aguas volvieran a su cauce, y sin que los historiadores hayan recogido más noticias de ellas que las que resumidamente hemos expuesto.

          Al hablar hace unos minutos de la Milicia Nacional en el Trienio Liberal, cité lo de la Milicia Nacional Activa. En el Archivo Intermedio pueden encontrar unos grandes estadillos de 1821 y 1822 en los que se recoge su composición a escala nacional. Poco duró también esta organización. Lo que tardaron los Cien Mil Hijos de San Luis en recorrer la Península y restablecer en el trono absolutista, que no constitucional, a don Fernando VII. Y en esta época también hubo Voluntarios Realistas, pues encontré un escrito en el que el Comandante General enviaba a la Corte un listado con 35 nombres de señores de Santa Cruz dispuestos a integrarse en ese cuerpo.

          Y eso es, en lo castrense, casi todo lo que pasaba por estos lares. En la Península se iban produciendo, como hemos dejado dicho, creaciones, disoluciones, organizaciones y reorganizaciones, al hilo de los acontecimientos políticos, pero en el Archipiélago, sólo hay que reseñar las ocasionales venidas y marchas de Regimientos y Batallones peninsulares y las distintas denominaciones que se iban dando a la única Unidad regular, nuestro Batallón de Infantería de Canarias, cuya historia se entremezclaba con la de los Regimientos milicianos.

          Pero en la Corte se tenía conciencia de que Canarias, militarmente hablando, también era distinta, y yo creo que esa es la causa de que quedara alejada de los vaivenes organizativos citados, lo que, en su aspecto negativo iba a conllevar abandono, desidia, falta de adiestramiento, etc.

Hitos comparativos: El Reglamento de 1844

          Hasta que llega un 22 de abril de 1844. Con esa fecha, cuando los moderados acababan de tomar las riendas del gobierno en Madrid, podemos leer en la Colección Legislativa que:

                “La Reina Nuestra Señora, que Dios guarde, se digna expedir el R.D. siguiente:

                    Conformándome con las razones expuestas por el Ministro de la Guerra acerca de la urgente necesidad de reorganizar las Milicias Provinciales de Canarias, bajo seguros principios de instrucción, subordinación y esperanzas, a fin de que teniendo la institución la importancia militar posible, sea tan útil y fuerte cual es menester para la seguridad y defensa de aquellas islas, he venido en decretar el Reglamento provisional que sigue:…”

          Se componía el Reglamento de 5 Tratados, con 23 Capítulos y un Artículo adicional. Constituye un verdadero texto de Régimen Interior, como se puede deducir de la simple lectura de los aspectos que cubren los Capítulos. Pero a mí me interesa destacar que la nueva organización fijaba las siguientes unidades y efectivos:

               En Tenerife: 3 Batallones de Infantería, con 24 Compañías y 2.431 hombres en total.

               En Gran Canaria: 2 Batallones de Infantería con un total de 16 Compañías y 2.005 hombres.

               En La Palma: 1 Batallón de Infantería, con 8 Compañías y 1.034 milicianos.

               En Lanzarote y Fuerteventura: 1 Batallón de Infantería en cada isla, cada uno de 8 Compañías y 618 hombres.

               En La Gomera: 1 Sección de Infantería (que se definía entonces como una agrupación de Compañías que no llegaban a constituir un Batallón), con 5 Compañías y 417 hombres.

               En El Hierro: 1 Sección de Infantería, con 2 Compañías y 198 milicianos.

           En total, si nos entretenemos en sumar, la Infantería de las Milicias estaba constituida por 8 Batallones y 2 Secciones, con 71 Compañías y un total de 7.321 soldados milicianos. No hacía mención el Reglamento a la organización de la artillería, quizás por considerar que estaría en función de las fortificaciones y el material disponible, aunque su artículo adicional si citaba a los artilleros milicianos. Por documentación de la época y posterior se sabe que seguían existiendo las 17 compañías de artilleros milicianos, con unos 1.100 hombres. Es decir, que si sumamos artilleros e infantes, el total de milicianos ascendía a 8.421.

          Y pudiera ser interesante también comprobar cual fue la evolución, en Unidades y hombres, de la organización de las Milicias en esos 3 hitos tocados de 1771, 1803 y 1844:

          Si en 1771 nos fijamos en el número de Regimientos, y recordamos un poco lo sucedido en los siglos XVI al XVIII, ya su número había descendido hasta llegar a los 13 fijados por Mazía Dávalos, pero mucho más significativo es que, contando a los artilleros, existían en el Archipiélago algo menos de 11.500 milicianos. Es una cifra relativamente muy alta en comparación con la de milicianos peninsulares, como bien destaca Rumeu, pero el gran historiador no tiene en cuenta que aquí, en esa fecha NO había reclutamiento para el Ejército regular. Además, el reclutamiento se había fijado entre los 18 y los 40 años de edad, y no como antes, entre los 16 y los 60. Para hacernos una idea de la disminución de la presión sobre la población, baste recordar que cuando el ataque de Blake se concentraron sólo en la plaza de Santa Cruz más de 12.000 milicianos procedentes de todos los puntos de la isla. En 1771, no llegaban a ese número en todo el Archipiélago. Si pensamos que la población de Canarias era de unas 160.000 personas en ese año, es decir, entre 27.000 y 32.000 vecinos u hogares, tenemos que aproximadamente en una de cada 3 viviendas familiares había un miliciano.

          Mucho descendieron las plantillas en 1803, en el Reglamento que no entró en vigor, aunque ya vimos que estaba viciado de origen, pero las de 1844 suponían un 74%  de las de 1771. Había disminuido todavía más la presión, pero es que ahora había ya en el Archipiélago una Unidad regular, el Batallón de Infantería de Canarias, y, con mucha frecuencia, Unidades camino de Ultramar, además de que el riesgo de un ataque era mucho menor. En consecuencia sólo habrá un miliciano cada 6 familias, en una población que ya superaba los 225.000 habitantes.

          Es importante consignar que en el Reglamento de 1844, sin duda alguna el básico del XIX hasta que desaparezcan las Milicias en 1886, se ordenaba que el ingreso en el cuadro de Oficiales se produjera por el sistema de que cada Compañía admitiera dos cadetes, que, en función de su antigüedad, irían cubriendo las vacantes que se produjesen de Subtenientes. También los Tenientes de Milicias podían ingresar en el Ejército activo, pero perdiendo un grado, es decir de Subtenientes. Y no podemos olvidar que desaparecieron con el Reglamento las coronelías, pues los Batallones los mandaban Comandantes. Algunos de los 13 Coroneles se integraron, con el mismo grado, en el Ejército activo, y un par de ellos ascendieron a Brigadieres.

Entre 1844 y 1886

          Pero claro, como el Reglamento no llevaba el calificativo de “provisional” hubo que modificarlo pronto, tan pronto como al año siguiente.

          Siguiendo la misma pauta de modificaciones, vamos a ver, lo que sucedió en años sucesivos. Ya vimos que en 1844 existían 8 Batallones, a 8 Compañías cada uno (La Laguna, La Orotava, Garachico, Las Palmas, Guía, La Palma, Lanzarote y Fuerteventura).

          Un año después se suprimía el Batallón de Garachico, que era sustituido por el de Abona, quedando lo demás sin variaciones dignas de mención.

          Una década más tarde, en 1855, Abona iba a recibir Compañías de La Orotava, Fuerteventura se convertía en Sección con 4 Compañías y disminuían en una Compañía las Secciones de Gomera e Hierro.

          Y, por fin, en 1858, fue el Batallón de Abona el que se convirtió en Sección, con 5 Compañías. Es decir, que en ese momento las Milicias del Archipiélago estaban compuestas por 6 Batallones de 8 Compañías y 4 Secciones con un número variable de Compañías.

          En 1864 se iba a producir otra reorganización o reestructuración algo más importante que las tres últimas que acabamos de ver. Era Capitán General don Joaquín Riquelme, cuando a instancias del Director General de Infantería, el Ministro de la Guerra ordenaba que los Batallones y Secciones de las Milicias Canarias se agruparan en Medias Brigadas, de forma análoga a lo realizado en la Península, organizándose aquí de la manera siguiente:

               Primera Media Brigada, con Cuartel General en La Laguna: Batallones 1º (La Laguna) y 2º (La Orotava) y Sección de Abona.

               Segunda Media Brigada, con cuartel General en Las Palmas: Batallones 3º (Las Palmas), 4º (Guía) y 5º (Lanzarote) y Sección de Fuerteventura.

               Tercera Media Brigada, con Cuartel General en Santa Cruz de La Palma: Batallón 6º (La Palma) y Secciones de La Gomera y El Hierro.

          Las nuevas Unidades las iban a mandar Coroneles y dependerían no sólo del Comandante General, sino también del Inspector General de Milicias. Los Batallones los mandarían Tenientes Coroneles, que contarían con un Comandante 2º Jefe. Todos los Jefes debían ser veteranos, es decir, procedente del Ejército activo y del Arma de Infantería. Por su parte, los Comandantes Jefes de los Batallones en la anterior organización podían integrarse en el escalafón del Arma de Infantería, reconociéndoseles su antigüedad en el empleo.

          Pero tampoco esta reestructuración, tanto a escala peninsular como regional, iba a durar mucho, pues 2 años después, en el 66, se suprimieron las Medias Brigadas, volviéndose al sistema de Batallones individuales. Y tan sólo habían de pasar unos meses para que en 1867 desaparecieran las Milicias Provinciales en la Península, comenzando a utilizarse los conceptos de Ejército Activo y Ejército de Reserva.

          Aquí en activo estaba el Batallón Ligero Provisional de Canarias, heredero de nuestro viejo conocido, el Batallón de Infantería de Canarias. La tropa, que servía un año en filas por aquel entonces, era voluntaria, y cuando no se cubrían plantillas se completaba con prorrateos forzosos entre los Batallones y Secciones de Milicias.

El final de las Milicias Canarias

          Y si la desaparición de las Milicias Provinciales en la Península había sido ya un aldabonazo para alertar del futuro que podía esperar a las de Canarias, en 1876 eran disueltas, por “anticuadas e inservibles”, las 17 Compañías de Milicias artilleras.

          Está claro que el final de las Milicias Canarias, y, afortunadamente para ustedes, de mi intervención, se acerca. El primer golpe de gracia, así lo califica Darias Padrón, apareció en el Real Decreto de 19 de abril de 1880. Si bien el título no parecía suponer una amenaza, (se refería a la forma de acceder al empleo de Alférez), en su artículo 4º el Ministro de la Guerra, Marqués de Fuentefiel, ordenaba que:

               “Por el expresado Director General (el de Infantería, que lo era también de las Milicias Canarias) en el más breve plazo posible se someterá a mi aprobación un proyecto general de reorganización de dichas Milicias en sustitución del adoptado en 22 de abril de 1844 y demás disposiciones vigentes, a cuyo fin se le facilitará por el Ministerio de la Guerra cuantos antecedentes haya sobre el particular.”

          Sin embargo en la Colección Legislativa no he podido encontrar datos que demuestren que el Director General en aquellos momentos, ni sus sucesores, pusieran un gran interés en el tema. Son los mismos años en que Guillermo Laine escribía en la Revista de Canarias sobre la reorganización del Ejército Regional y daba ideas para salir del marasmo en que, sin duda, debían encontrarse las Milicias.

          Lo que sí es absolutamente cierto es que 6 años después del citado Real Decreto, se publicaba otro, en concreto el 10 de febrero de 1886, poniendo en vigor un Reglamento de Organización del Ejército Territorial de las Islas Canarias.

          En su artículo 1º podemos leer que:

               “Las fuerzas militares de todas clases residentes en el distrito de las Islas Canarias, que se nutren con los contingentes de aquella provincia, formarán su ejército territorial sujeto a las mismas leyes y disposiciones que el de la Península”.

          Y en el 3º nos encontramos con que:

               “En su consecuencia, quedan suprimidas las Milicias Canarias y su Subinspección, siendo los Cuerpos que habrán de componer el expresado ejército, cuando lo permitan los recursos del presupuesto de la Guerra, los siguientes:
                    - Infantería: Dos Batallones de Cazadores
                                      Seis Batallones de Reserva
                                      Una Caja de Reclutas.
                    - Caballería: Una Sección de 20 caballos.
                    - Artillería: Un Batallón de plaza.
                                     Un Batallón de montaña.
                     - Ingenieros: Una Compañía.
                    - Guardia Civil: Una Compañía”

          Pero con todo pragmatismo, y sin el menor rebozo, el Reglamento seguía diciendo que, como no había presupuesto, las fuerzas serían:

                    “- Infantería: Un Batallón de Cazadores, de seis Compañías.
                                           Seis Batallones de Reserva, con 4 Compañías cada uno.
                       - Artillería: Un Batallón de Plaza, con dos Cías. en armas y dos en cuadro.
                       - Guardia Provincial (Una especie de Policía Militar): Una Compañía.”

          El Reglamento añadía que el Batallón de Cazadores (que de momento sería el de Tenerife) se crearía en base al Provisional existente, mientras que los 6 de Reserva lo harían a partir de los de Milicias.

          Claro que dicen que no es posible encontrar una orden sin contraorden, y la verdad es que en este caso hubo contraórdenes, en plural, porque en el citado RD. no venían claras dos cosas: la denominación de un Batallón como “Palma” a secas (lo que dio lugar a que La Palma y Las Palmas “pujaran” por él), y la creación de un Batallón en La Gomera, mientras que desaparecían las Secciones de Abona, Fuerteventura y El Hierro. La primera rectificación, apenas un mes después, hacía aparecer las Compañías de Hierro y Fuerteventura, a la vez que enviaba la Plana Mayor del batallón lagunero a Las Palmas (hasta que se crease allí el Batallón “activo” de Cazadores) Y se aclaraba el enigma de Palma, que resultaba ser La Palma; tres meses más tarde otra rectificación creaba el Batallón de Las Palmas,  suprimía el Batallón de La Gomera, que pasaba a ser Compañía y junto a la del Hierro, dependía del Batallón de La Palma. Lo mismo sucedía a Fuerteventura con respecto a Lanzarote.

 

CONCLUSIÓN

          Pero bueno, esto no es ya nuestra historia (con minúsculas) de esta tarde, pues aunque forme parte de la Historia (con mayúsculas) del Ejército en Canarias, se sale, y mucho, de los límites que me fijó la dirección del ciclo.

          Recomiendo a quien quiera enterarse de las peripecias de los Oficiales de Milicias en su integración en los Batallones de Reserva, o en el de Cazadores, o en los peninsulares, que lean el tercer tomito de la Sumaria Historia Orgánica de las Milicias Canarias de don Dacio Darias Padrón, quizás el trabajo más detallado, junto con el ya citado de don Antonio Rumeu, para conocer algo de aquellas gloriosas Milicias, cuyo recuerdo, nunca me cansaré de repetirlo y con las mismas palabras, es vergonzoso e inadmisible que casi se haya borrado de la memoria histórica del Archipiélago.  ¿Por desidia? Ojala fuera sólo por eso; o es que, a lo peor, porque a algunos no les conviene que se recuerde que aquí se trabajaba, se penaba, se luchaba y se moría por seguir unidos a aquel ente lejano y casi quimérico que era la Madre Patria; en definitiva porque, como dice el himno de nuestro Regimiento de Infantería Tenerife 49, no ondease en estas cumbres otra bandera que no fuese la de España.

          En resumen durante la época liberal, y un poco hacia arriba, y un poco hacia abajo, tengo la sensación de lo que he leído que, con respecto a las Milicias Canarias:

               a) No se supo bien qué hacer, porque:

                    - No podían regirse por las mismas normas que las Milicias provinciales peninsulares, dado que su misión exclusiva y permanente de defensa del Archipiélago (durante más de dos siglos sin fuerzas del Ejército regular y desde finales del XVIII convertidas en su segundo escalón), no tenía parangón con las de allá, reserva de las del Ejército del Rey, aunque fueran, sobre todo a partir de Felipe V, empleadas en otros menesteres.

                    - Esto caía lejos y existía un gran desconocimiento de la realidad canaria en la Corte. Y si, más o menos, desde la perspectiva de Madrid y sus alrededores, el sistema funcionaba aquí, más valía “no meneallo”.

               b) Por ello:

                    - En muchas ocasiones no se incluyeron en las reformas o reorganizaciones generales.

                    - Cuando sí se hizo, en varias de ellas se produjo con retraso, como si se hubiesen dado cuenta tarde o no estuviesen seguros de la necesidad de reformarlas.

                    - Las Milicias Canarias pervivieron casi dos décadas más que las peninsulares, sencillamente porque hacían falta, eran necesarias para la defensa del Archipiélago.

          Y, lo acabamos de ver, en 1886 se llegó al final de una trayectoria que, oficialmente había comenzado en 1561. Es decir, al menos 325 años de existencia. Las Milicias Canarias fueron, mucho antes de que la Revolución francesa extendiese la idea, el más verdadero y genuino concepto de “la Nación o el Pueblo en armas”.

          ¿Qué balance general podemos hacer de lo expuesto? Pues que Canarias no fue una excepción en la aplicación del pensamiento liberal en lo referente a la orgánica castrense,  es decir la coexistencia de un Ejército activo y unas Reservas. Así, como acabamos de ver, el Ejército Territorial de Canarias que nace en 1886 va a englobar ambas modalidades.

          Pero en lo referente a las Milicias Canarias, el XIX, el siglo del liberalismo, fue triste para ellas. Quedó permanente en el subconsciente colectivo el recuerdo de su actuación aquel 25 de Julio, cuando se acababa el XVIII. Y es por ello y por esa relación más que trisecular de las Milicias con estos siete islotes en su compromiso de defensa a ultranza de la libertad y de la unión a la Madre Patria, que considero que también se pueden aplicar a ellas las palabras que Rumeu de Armas escribió para cerrar su monumental Canarias y el Atlántico:

                    “El ataque de Nelson a Tenerife es el epílogo grandioso de esta epopeya escrita por el pueblo canario, (yo añado aquí, “es decir, sus Milicias”) día a día, y en silencio, en lucha contra todos los enemigos de España”.

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