Mi ciudad no es una ciudad de muchas placas...

Por Fernando G. Delgado (En Santa Cruz siempre, página 145)

          Mi ciudad no es una ciudad de muchas placas ni muchos recordatorios. No sé si le falta orgullo, que eso es bueno, o le falta memoria, que eso es malo, o no es muy agradecida, que tampoco es bueno.

          Lo cierto es que en lo alto de un edificio de la Plaza de La Candelaria, que a mi abuela gustaba llamar de La Constitución, descubrí un día que el General O’Donnell había nacido en esta ciudad. No le di mayor importancia hasta que un día supe quien era O’Donnell en los libros de texto de Historia de España. Pero un buen día nos tocó O’Donnell y la profesora, con casi las mismas palabras del libro, se dedicó a explicar quien era tan eximio general y cuales sus méritos.

          Yo solía ser de natural hablador en las clases y muchas veces merecedor por ello de que se me hiciera salir y se resintieran las notas, pero a veces me aburrían de tal manera las clases que provocaba yo mismo la expulsión. No sé si aquella vez la quise provocar por el modo de decirlo cuando ella, la profesora, nombraba a O’Donnell: “Señorita, ese tío nació en la plaza Candelaria”. Esta vez me echó por dos cosas: primero por mi confianzuda e irrespetuosa relación con la Historia y sus generales, y dos, porque en el libro de texto no decía que O’Donnell hubiera nacido en Santa Cruz de Tenerife, y ella, que no conocía más Historia que la que venía en el libro, debió tomar por una invención mía el dato de que, efectivamente, nació aquí.

          Mi sabiduría histórica de paseante que lee placas, por muy altas que estén, y ésta lo estaba, no podía quedar humillada sin más. De modo que decidí una cosa: si O’Donnell había nacido en Santa Cruz, y estaba bautizado, sólo en una de dos parroquias podía estarlo: en La Concepción o en San Francisco. Lo estaba en La Concepción y a la siguiente clase de Historia llevé un certificado de su bautismo.

          Nunca estuvo más alto mi prestigio entre el alumnado, pero la profesora, humillada, exigió a la dirección que decidiera entre ella o yo. Yo fue provisionalmente expulsado del colegio y viví así en mis carnes la injusticia por primera vez.

          Quise hacerle justicia a Santa Cruz más que a O’Donnell y salí mal del trance, así que ahora cuando digo que derrotamos a Nelson y los foráneos me miran con un descreimiento similar al de mi profesora de Historia, me retraigo de contarles que fui bautizado en la misma pila que O’Donnell y en la misma iglesia donde está enterrado el que mandó a las tropas que acabaron con el brazo del Almirante.

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