Conferencia de ingreso en el I.E.C. (La Imprenta Benítez)

Pronunciada por Luis Cola Benítez en el Instituto de Estudios Canarios el año 2000.


          Mi sincero agradecimiento a esta docta institución por concederme el honor de acogerme entre sus miembros y, como consecuencia, invitarme hoy a ocupar esta prestigiosa tribuna. El Instituto de Estudios Canarios, siempre se me representó, desde que tengo memoria de él, como una brillante aunque, para mí, lejana luz en el horizonte cultural de las islas, que aglutinaba en sus destellos la dedicación y el trabajo de un grupo de hombres y mujeres, que se afanaba sin desmayo y silenciosamente -tal vez demasiado silenciosamente- a descubrir y poner al alcance de los demás, los más variados y desconocidos aspectos de nuestra cultura; es decir, de nuestra vida como colectividad desde sus mismos orígenes. De ahí mi admiración y, también, mi agradecimiento, como simple ciudadano, por su incansable labor de tantos años.

          Agradezco, también, al Dr. D. José Luis García Pérez sus amables palabras de presentación, que lo han retratado a él más que a mí. Su hombría de bien y su profundo sentido de la amistad, además de los buenos ojos con que me mira, han quedado bien patentes en sus palabras. Debo decir a Udes. que el descubrimiento de José Luis y de su hijo Daniel, con quienes siempre estoy aprendiendo, han representado para mí algo así como un soplo de aire nuevo y vigorizante, que viene a demostrar que siempre, siempre, vale la pena conocer y tratar a gentes de tal calidad humana, animadas por la suprema y sana curiosidad de saber, de aprender, de descifrar los entresijos de nuestra identidad atlántica y de nuestras relaciones con el resto del mundo, para ponerlos a disposición de los demás.

          Gracias, también, a D. Sebastián Matías Delgado, por su ayuda en el arte de la fotografía -una de sus múltiples sapiencias-, con cuyas proyecciones voy intentar animar esta charla, si ello fuera posible, para ver si así resulta menos soporífera.

          Tengo que advertir que, en el tema que voy a tratar, mi vinculación a los personajes protagonistas -a quienes no llegué a conocer-, muy poco, prácticamente nada, ha aportado a la investigación. Debieron ser personas muy  peculiares, que supieron deslindar muy claramente su actividad profesional y pública de su entorno familiar, hasta el punto de que aparte de las anécdotas propias de su intimidad -con las que, es cierto, podría hacerse una monografía-, ni sus más allegados tenían conciencia clara de su personalidad en su proyección total, ni le daban importancia a su obra. Tal vez, porque ellos mismos eran los primeros en no dársela. He tenido, por tanto, que partir casi desde cero. No obstante, de antemano pido disculpas si en algún momento a lo largo de mi exposición se vislumbra alguna falta de objetividad, que sinceramente pienso no sería menor en el caso de que me resultaran totalmente ajenos.

          Y, para terminar este preámbulo, quiero expresar la esperanza, más bien la ilusionada certidumbre, de que este Instituto esté en camino de alcanzar metas anheladas desde siempre, gracias al trabajo de su actual Junta, encabezada por su incansable director D. Alonso Fernández del Castillo. Tal vez sea indispensable para ello la colaboración de todos sus miembros, trabajando, investigando, aportando ideas y realizaciones, hasta lograr que el Instituto “suene”, sin que por ello decaiga su erudita labor, y que se oiga su voz en todos los ámbitos culturales y sociales, para que adquiriendo así el suficiente peso específico, lo antes posible, ante los responsables políticos, se pueda poner fin a su lamentable historia itinerante y a las provisionalidades de su sede. Sólo disponiendo de estabilidad en los recursos de todo tipo, puede trabajarse con la serenidad y concentración necesarias que permitan culminar los fructíferos resultados ya alcanzados.

CONTRIBUCIÓN AL ESTUDIO DE LA TIPOGRAFÍA CANARIA:

LA IMPRENTA BENÍTEZ (1863-1921)
                                                               

          La importancia que tuvieron las primeras imprentas en Canarias es tema que ha sido destacado por investigadores especializados. Aparte de lo que el nuevo invento representó para la humanidad, gigantesco avance cultural que las naciones continúan celebrando como una de sus efemérides más señaladas, piénsese lo que tuvo que aportar a unas islas que padecían un atraso de siglos, casi incomunicadas entre sí, y conectadas con el exterior muy de tarde en tarde y por medios irregulares e inseguros.

          Agustín Millares Torres, con la peculiar retórica decimonónica y, por supuesto, mucho antes de que se inventara la informática, decía:

               "...el libro es la afirmación más enérgica de nuestra  superioridad en la tierra, el elemento más poderoso de todo progreso... Desde que la imprenta pudo arrojar a los cuatro puntos del horizonte el torrente de luz, que de sus máquinas brotaba, el imperio de la libertad quedó asegurado en la tierra."

           Y, añadía:

               "Aquella fue la señal de la emancipación del hombre."

          De acuerdo con este dogmático postulado, la “emancipación del hombre” - en este caso, la imprenta- demoró varios siglos su llegada a las Islas. No obstante, es un hecho comprobado que, desde mucho antes, eran portadores de cultura en forma de papel impreso los navíos, muchos de ellos extranjeros, que nos visitaban a la sombra del tráfico mercantil, a pesar de la vigilancia ejercida por el Santo Oficio, control que resultaba muchas veces insuficiente y, con frecuencia, condescendiente. Aunque el beneficio de este "contrabando cultural" sólo alcanzaría a unos pocos, quiero pensar que algo trascendería, al menos, a una pequeña parte de la población.

          Como es sabido, la imprenta del sevillano Pedro José Díaz y Romero, establecida en Santa Cruz en 1750, fue la primera con que contó el Archipiélago. Pero cuando treinta y un años después la adquiere la Real Sociedad Económica de La Laguna, Santa Cuz queda huérfana de este medio de difusión, por lo que la Diputación Provincial acuerda, en 1820, que se traiga una imprenta lo antes posible. Dice Alejandro Cioranescu que "así parece haber venido la imprenta de los hermanos José y Francisco Rioja que trabajaron juntos de 1822 a 1824 y luego se separaron". Con José Rioja trabajó el valenciano Vicente Bonnet e Insern, que más tarde tendría imprenta propia de bien ganado prestigio y larga trayec¬toria, al continuar el negocio su viuda e hijos una vez fallecido su fundador en 1854.

          El periódico tinerfeño El Eco del Comercio, en nota necrológica dedicada a don Vicente Bonnet, le califica como "maestro y guía de la mayor parte de los jóvenes que actualmente ejercen la profesión de impresores". Uno de estos jóvenes debió ser, con casi absoluta seguridad, José Jacinto Benítez Gutiérrez, fundador de la imprenta de su nombre, que por entonces contaba 17 años de edad. Corrobora este presunción el hecho de que, cuatro años más tarde, al contraer José Benítez matrimonio, Vicente Bonnet Torres, hijo del fallecido, fue uno de los testigos de la boda.

          Esta característica de haber servido como centro de formación de futuros impresores, fue también muy destacada en la industria de los Benítez. Al ser una de las primeras que contó en las Islas con maquinarias y métodos modernos, de los que siempre se mostraron partidarios sus titulares, gran parte de los profesionales de las artes gráficas que luego destacaron por sí mismos se formaron en aquellos talleres. Son numerosos, los ejemplos que podrían citarse, pero baste consignar el recogido por Ruiz Padrón y Vizcaya Cárpenter de don Juan Ruiz y Ruiz, natural de Guía de Gran Canaria, que en 1894 se estableció en el Puerto de la Cruz con un taller tipográfico que perduró hasta 1913.

          Pero, ¿quién era José Benítez? Había nacido en Santa Cruz en el año 1837, primogénito y único varón de los tres hijos habidos del matrimonio de Gabriel Benítez Martín y de Ignacia Gutiérrez Umpiérrez. Su padre viajó a Cuba poco después de 1840, sin que -como tantas veces ocurría con los que afrontaban en aquellos tiempos el arriesgado viaje a tierras tan distantes- se volviera a tener noticias de su existencia. Por este motivo, todo parece indicar que José se vio obligado, desde muy joven, a tomar a su cargo a su madre y a sus dos hermanas, asumiendo las responsabilidades propias del cabeza de familia.

          Volviendo a Vizcaya Cárpenter, veamos lo que este autor dice respecto a los comienzos de la Imprenta Benítez:

               "Según un álbum-anuncio de sus talleres, publicado a principios del siglo actual por Anselmo J. Benítez, la fundación data de 1863. Funciona desde su establecimiento en el número 8 de la calle de San Francisco."

          Efectivamente, hemos podido comprobar esta cita por un escrito de fecha 25 de junio de dicho año, dirigido al Sr. Administrador Principal de Hacienda pública de esta Provincia, en el que se notifica:

               "D. José Benítez  vecino de esta Ciudad ......., dá parte a V.S., de principiar en este dia el trabajo de encuadernación de libros en la C. de S. Francº nº 14 accesoria."

          Así reza el alta fiscal de la nueva industria, que confirma la fecha anteriormente citada para su fundación. Se observa que en el documento se señala el número 14 de la calle de San Francisco, mientras que Vizcaya indica el número 8 y, también, en los trabajos salidos de la Imprenta en su segunda época figuran el 6 y el 8. No se trata de error, así como tampoco a que se trasladasen los talleres, sino a variación del número de gobierno de la casa que ocupaban y , como luego veremos, posterior ampliación de la industria, situada en el número 8, con otra casa colindante, la número 6, en la esquina de la calle del Tigre, hoy de Villalba Hervás. También la prensa de aquellos días daba noticia de la apertura del nuevo negocio.

          No se han encontrado impresos de Benítez anteriores a 1865. Parece que en sus inicios la única actividad fue la de encuadernación de libros, así como, según anunciaba,  "el hacer venir de la Península cualquier obra de las que ya estén publicadas o se publiquen actualmente."  También, más tarde, se  puso  en  práctica  una iniciativa sobre la que el periódico El Mensajero de Canarias de 28 de septiembre de 1865, decía:

               "Hacía falta en esta Capital un gabinete de lectura donde el público pudiera encontrar por una mensualidad módica las obras que deseara leer; y D. José Benítez ha llenado este vacío. Deseando, pues, dicho sujeto corresponder a la buena acogida con que el público a recibido su gabinete, acaba de enriquecerle con obras escogidas de las últimamente publicadas."

          La idea no era nueva, pues ya la Imprenta Isleña había intentado algo similar algunos años antes, sin que sepamos por cuanto tiempo se sostuvo. De cualquier forma, es de destacar este intento puesto en práctica más de veinte años antes de que se creara la primera biblioteca pública de la ciudad en 1888.

          Pero, ¿cuál fue el origen de la primera prensa de José Benítez? En la sección de Manuscritos de la Biblioteca municipal de Santa Cruz hemos encontrado un cuaderno de notas y cuentas que nos brinda pistas muy interesantes. El título o membrete del mismo, dice: Imprenta y tórculo desde junio de 1829 que vino a poder de Fernando Montero Ruiz. Por la fecha citada no es aventurado pensar que la procedencia de esta máquina tiene relación con uno de los hermanos Rioja -posiblemente Francisco-, de los cuales, una vez que se establecieron cada uno por su cuenta, muy poco se sabe. En la primera hoja de este curioso cuaderno, se dice: "Me costó 3.200 rs. vn."

          A continuación comienza una serie de anotaciones de trabajos realizados por Montero Ruiz, posiblemente  de  su  mano,  que van desde 1832  hasta 1855.  Siguen,  en  el  mismo cuaderno, cuentas y notas manuscritras por José Benítez, que comienzan en 1865. Queda claro, entonces, el origen  y la fecha de compra de la primera prensa de esta imprenta.

          Pero la adquisición no debió ser muy rentable, puesto que, inmediatamente, en el mismo cuaderno, con fecha del mismo año 1865, reseña Benítez:

               "Despues hize benir letra nueva pr. estar las primeras inutiles y bino de Barcelona lo siguiente:

                    1 @ de letra chica,
                    2 @ de entre dos,
                   1/2 @ de analacia  ynglesa,
                   3/4 @ de titulares,
                   y viñetas, plecas y vigotes."

          A continuación, en diciembre, pide también a Barcelona una prensa que imprime 65 x 45 cms., que recibe el 11 de febrero del año siguiente de la firma Starck y Cº, cuyo costo era de 4.518 rs. vn. Algunas de estas primeras compras de maquinaria y material, las realiza, dice el mismo Benítez, por mano de don Pedro Mariano Ramírez Atenza , conocido personaje que en 1837 había traído la Imprenta El Atlante, con la que inició la impresión del primer periódico no oficial de Canarias.

          Desde que en este año de 1865 dispone Benítez de maquinaria apropiada, además de dos periódicos, edita un librito titulado Ejercicios de lectura para la buena pronunciación de las letras C, S y Z, del que era autor don Juan de la Puerta Canseco, en el que la empresa ya se denomina "Imprenta y Librería de José Benítez". Es decir, ya el negocio cubría las tres actividades de encuadernación, imprenta y librería.

          En cuanto a los periódicos citados, en realidad era uno continuación del otro, dentro del mismo año 1865. El primero fue El Mensajero, que se publicaba semanalmente y que se autodenominaba periódico de “anuncios comerciales, agrícolas e industriales”. Le siguió El Mensajero de Canarias, “de noticias, literatura e intereses locales”, que salía a la luz quincenalmente. En ambos casos el secretario de Redacción era don Antonio Delgado Yumar. En realidad estos periódicos habían sustituido a uno anterior, El Fénix, el cual, como solía ocurrir en la época, al ser suspendido por orden gubernativa, haciendo honor a su nombre renació de sus cenizas convertido en El Mensajero. En cuanto a las publicaciones periódicas, tan alejadas en su edición y elaboración de los trabajos de una imprenta tradicional, la vocación de esta industria está bien contrastada: en el período que hemos estudiado, desde su fundación hasta 1921, se encuadran hasta medio centenar de cabeceras que, en algún momento, se editaron en la Imprenta Benítez.

          Tres años después el impresor forma sociedad bajo la denominación de "José Benítez y Compañía". ¿Cuál pudo ser el motivo de esta decisión? Ante la inexistencia de registros mercantiles de la época, hemos recurrido a otras fuentes -los protocolos notariales- que nos pudieran suministrar información sobre la composición de esta sociedad. Así hemos podido saber que se constituye el 19 de septiembre de 1868 -por cierto, diez días antes de la famosa revolución, La Gloriosa- ante el Notario de Santa Cruz don Francisco Rodríguez Suárez, y firman la escritura el propio Benítez, que regentaría la empresa, y don Juan de la Puerta Canseco, que asumía la dirección de la sociedad, ambos como socios capitalistas que aportaban un total de nueve mil setecientos escudos, al cincuenta por ciento cada uno. Y, como socio industrial, don Antonio Delgado Yumar, a cuyo cargo quedaba la contabilidad, correspondencia y administración de la empresa. En el caso de que surgieran desavenencias entre los socios, acuerdan delegar en los buenos oficicios de don José Suárez Guerra, cuyo arbitraje se comprometen de antemano a aceptar. En cuanto a la finalidad de la asociación, los comparecientes expresan que han convenido establecer una compañía con el objeto "de especular en libros y trabajos de imprenta, sin perjuicio de estenderse más adelante a otras negociaciones de comercio."

          Como era de esperar, el escueto estilo notarial no nos aporta datos sobre los motivos que pudieron llevar a José Benítez a formar o aceptar esta asociación. Tenemos constancia de que ya tenía algún negocio en común, de otra índole, con Puerta Canseco, pero en este caso no parece que nos encontremos ante una simple extensión de amigables acuerdos, al introducir a un tercero en la empresa y ante la evidencia de que se formalizó el convenio elevándolo a escritura pública. Buscando datos que nos suministraran alguna pista hemos encontrado la reseña de un suceso que puede facilitarnos la explicación que pretendemos.

          Lo ocurrido se relata en una crónica aparecida en el número 712 del periòdico El Guanche de fecha 27 de agosto de 1867, que dice:

               "INCENDIO. En la tarde del 23, serían las seis, las campanas de las Parroquias de esta Capital dieron la alarmante señal de fuego; la imprenta y librería de D. José Benítez, situada en la calle de San Francisco, casa número 8, apareció repentinamente envuelta en llamas y humos, empezando el incendio a tomar un incremento imponente. Gracias a la prontitud con que el pueblo, las autoridades, sus dependientes y las bombas acudieron al sitio del siniestro, el fuego se apagó a la hora de notarse, sin tener que lamentar desgracia personal alguna. Tanto la bomba pequeña de la casa de los Sres. Bruce, H. y Compañía, que fué la primera que llegó, como las cuatro del Municipio y la de la Maestranza, funcionaron con prontitud y acierto, y a éllos y al arrojo de algunas personas se debe el que el fuego hubiese únicamente consumido el cuarto alto, en que se declaró, y todo lo que en él se hallaba. El Sr. Benítez ha tenido pérdidas de consideración, como también el Gobierno, puesto que en el local incendiado se hallaba el depósito de importantes documentos de la Dirección de Hidrografía, de los cuales no pudo salvarse ni uno solo."

          Continúa el periódico lamentándose del gran desorden que hubo en los trabajos de extinción, en los que todo el mundo daba órdenes y nadie obedecía. Se permite recordar a las propias autoridades a quién corresponde el mando en estas ocasiones, -alcalde, arquitecto municipal-, responsabilidades de cada uno, y cómo deben organizarse los trabajos, y llega incluso a reproducir los artículos de las ordenanzas referidas a estos casos, en un esfuerzo por refrescar la memoria a los responsables. Muchos de los incendios de cierta consideración ocurridos en Santa Cruz durante el pasado siglo, no así el que nos ocupa, han sido recogidos  por Cioranescu en su Historia, y en ellos se observa que casi era normal que fallasen los medios de extinción: las bombas llegaban demasiado tarde, o no funcionaban debidamente, o faltaba el agua. En esta ocasión parece que no fallaron los medios sino las personas responsables.

          En números sucesivos, correspondientes al mes de septiembre, Benítez publica un "Aviso", fechado el día 5, por el que explica las características del siniestro e informa al público de que "a pesar del trastorno y pérdidas habidas en él", la industria vuelve a organizarse con el objeto de continuar su marcha. Ya en el año siguiente, El Progreso de Canarias, periódico liberal que dirigía el Marqués de la Florida y del que era responsable el propio Benítez, nos aporta  un nuevo dato al agradecer a la compañía de seguros La Unión y a su representante don Angel Crosa, "la exactitud y religiosidad"con que había sido indemnizado por las pérdidas ocasionadas por el incendio ocurrido en su establecimiento tipográfico. Cuatro números después, el 6 de julio, se consigna por vez primera "Imprenta de José Benítez y Compañía".

          Aunque sería mucho pedir que las huellas de este siniestro se adivinaran a través de la producción de estos años llegada hasta nosotros, sus secuelas tuvieron que notarse en un negocio que se encontraba en pleno despegue y que, seguramente, sufriría un paso atrás en su trayectoria. Por lo tanto, no debe extrañarnos que el propietario buscara un medio que le aportara el apoyo necesario para que la marcha ascendente del negocio no experimentara inflexiones negativas, garantizando así la progresiva continuidad de la industria. La compañía mercantil perdurará hasta 1879, por lo menos hasta octubre, pues en el número 617 del periódico Las Noticias del 20 de dicho mes, ya sólo figura "Imp. y librería de José Benítez", desapareciendo, por primera vez en once años, el "y Compañía".

          No debemos dejar pasar este suceso sin destacar el hecho de que tuviera contratada una póliza de seguro sobre sus talleres, lo que resulta revelador de la personalidad del impresor. Sería interesante y curiosa una estadística de los pequeños negocios de Santa Cruz que, en aquella época, estaban asegurados por sus propietarios.

          En 1869 continúa el negocio en expansión, y se establece en La Orotava con la primera imprenta que existió en aquella población, sucursal que estuvo a cargo de don Miguel Álvarez. Según Vizcaya Cárpenter, no se conoce ningún libro editado por esta imprenta, pero sí se sabe de un periódico, el primero impreso en La Orotava, defensor de los ideales republicanos. Se trataba del semanario La Asociación, dirigido por don Joaquín Escudero, que principió en mayo y cesó en octubre del mismo año por orden gubernativa. Como es sabido, la medida afectó también a los periódicos de la Capital La Federación y El Eco del Comercio, y a los de Las Palmas El País, El Federal y El Eco de Gran Canaria. La decisión la motivó el haber llegado el 21 de octubre a Santa Cruz la noticia de la suspensión de las garantías constitucionales, por lo que el gobernador de la provincia, don Eduardo Garrido Estrada, no sólo suspendió las citadas publicaciones, sino que, además, como señala Millares, disolvió todos los casinos, tertulias y sociedades donde germinaba el espíritu innovador. Esta primera imprenta orotavense tuvo su domicilio en la calle del Agua, hoy de Tomás Zerolo, cuando la Villa aún no alcanzaba los 1.600 vecinos. El semanario causó baja forzosa en el censo municipal, como queda dicho, el 23 de octubre del mismo año, y la imprenta, perdida la principal razón de su existencia al desaparecer el periódico, el 1 de enero siguiente.

          Por estos años los talleres de Santa Cruz experimentaron un nuevo impulso al comenzar a funcionar una máquina con la que se podían imprimir hasta 1.500 ejemplares por hora, que era la primera en su clase llegada a Canarias. La tónica del negocio continuaba siendo satisfactoria. Los proveedores nacionales y extranjeros se contaban en número apreciable y, a pesar de la distancia y de las deficientes comunicaciones, que en ocasiones daban lugar a extravíos y dificultades en los suministros, las relaciones se mantenían en un tono de cordialidad y crédito hacia la empresa. Sirva de muestra de lo dicho, así como de los tiempos  que corrían, la comunicación que el 4 de abril de 1875 dirigen a J. Benítez y Compañía los importantes libreros barceloneses Jané Hermanos, en la que manifiestan:

               "En vista de lo que nos dicen en su grata del 24 del pdo. marzo, duplicamos y mandamos certificada la remesa de libros que seguramente se habrá extraviado, como nos sucede todos los días. No hemos dudado un momento de la honradez de los tres empleados de correos de ésa, pues la falta viene de que en la península nos hemos vuelto todos los españoles unos cacos de primer orden. Quedan como siempre a sus órdenes, etc."

          Y después de la despedida y firma, continúan haciendo gala de un fino sentido del humor, añadiendo:

               "Si diera la casualidad (que lo dudamos) que apareciera el paquete en cuestión, ya nos avisarán para devolver la fama á los empleados peninsulares."

          Hacia mediados de 1881, a los dos años de haber vuelto la titularidad del negocio a José Benítez, estableció una sucursal de la librería en La Laguna, domiciliada en la plaza de la Catedral número 1, -donde estuvieron hasta no hace mucho los Almacenes Ramos- y que comenzó a anunciarse en el mes de junio. También disponía de corresponsal en el Puerto de La Orotava, en casa de don Luis Rodríguez. En ambas sucursales, según se insistía en la publicidad, los precios eran los mismos que en la casa central de Santa Cruz. Poco después, los talleres se verían enriquecidos con la incorporación del sistema de estereotipia, lo que representaba un estimable adelanto sobre el método de imprimir con tipos sueltos y permitía el aumento de producción. Se evidencia así, una vez más, el afán de estar al día en cuanto pudiera redundar en beneficio de la industria.

          Pero todo lo dicho no parecía suficiente para un espíritu inquieto como el de José Benítez, pues no toda su dedicación era en exclusiva para la Imprenta, y tenía en marcha otras actividades que también requerían su atención: fabricación de jabones, comercialización de piedra pómez del Teide, fabricación de tintas de imprenta y hasta de materiales para la construcción, de uno de los cuales llegó a tener patente propia. Había dotado a su industria tipográfica de cuantos adelantos técnicos estaban a su alcance, al tiempo que no perdía de vista que sus productos tenían que contar con los adecuados canales de comercialización.

          En pocas palabras, había logrado consolidar su negocio de imprenta y librería. Llegado a este punto,  cuando  acababa de cumplir los 48 años de edad, con su hijo Anselmo ya de 26 y perfecto conocedor del negocio, debió considerar que era el momento oportuno para tomar una importante decisión, y así lo hizo: el 25 de septiembre de 1885, ante el Notario de Santa Cruz don Francisco Rodríguez Suárez, otorga "escritura de venta del establecimiento de su propiedad de librería y de toda clase de artículos para escritorio, con una imprenta con todas sus máquinas y demás útiles para imprimir, y enseres para la encuadernación, cuyo establecimiento posee en la casa número ocho de la calle de San Francisco de esta Ciudad, bajo su propio nombre". Más adelante se añade en el documento público: "Y conviniéndole su enagenación para atender con su importe á otras negociaciones de mejor utilidad, lo há concertado en venta con su hijo el compareciente (Anselmo J. Benítez) por la cantidad de diez mil pesetas."

          Vizcaya Cárpenter, en su Tipografía Canaria, asigna erróneamente esta fecha al fallecimiento de José Benítez, llevado, posiblemente, por el hecho de que desaparezca su nombre de las ediciones y trabajos de la industria a partir de dicho año. Lo cierto es que José Benítez se retiró entonces de este negocio, y dedicado a sus otras ocupaciones, no falleció hasta 1918, a los 80 años de edad.

          Conozcamos, muy brevemente, algo de la personalidad del nuevo titular de la Imprenta, Anselmo Jacinto Benítez Expósito, quien, por cierto, fue elegido vicepresidente de la primera Junta de Gobierno, de este Instituto de Estudios Canarios, que hoy me honra con su acogida.

          Pero antes, llegados a este punto, permítaseme un paréntesis. Aún lamentándolo, en aras de la veracidad y exactitud de los datos históricos, me veo en la necesidad ineludible de señalar las numerosas inexactitudes vertidas en un escrito titulado “Sabino Berthelot y un problema bibliográfico”, (firmado por don Manuel Perdomo Alfonso), que vió la luz en la obra Homenaje a Sabino Berthelot en el centenario de su fallecimiento, 1880-1980, publicado por este mismo Instituto. Sin entrar en el tema específico al que se refiere el título, que hace alusión a la “Historia Ilustrada de Canarias” -y que el profesor Álvarez Delgado ya la había catalogado como “problema bibliográfico”, y sobre el que también habría mucho que decir-, hay que señalar que, de forma especial, son inexactas las afirmaciones vertidas sobre el origen y filiación del personaje, año de su nacimiento, segundo nombre de pila, fecha de su incorporación a la Imprenta, caligrafía o estilo de letra, etc. Por tanto, no parece que puedan considerarse válidas las conclusiones a que pudiera llegarse a partir de los datos aportados por su autor en el citado escrito.

          Dejaremos a un lado las múltiples facetas de un hombre de enorme vitalidad, un trabajador infatigable, que descolló en cuantos asuntos fueron de su interés: como estudioso del pasado isleño con su Museo y Biblioteca; como promotor turístico,  entre los pioneros de dicha actividad en Tenerife, con su Hotel  Villa Benítez y su participación y apoyo constante para la construcción de lo que luego sería el  Gran Hotel Taoro; como concejal y primer teniente de alcalde durante catorce años en el Ayuntamiento de su ciudad; en prospecciones y proyectos para la captación y aprovechamiento de aguas, y un largo etcétera. Nos centraremos hoy, únicamente, en su faceta como impresor.

          Nacido en Santa Cruz de Tenerife el 21 de abril de 1859, fue el primogénito de los hijos habidos del matrimonio de sus padres, cinco hembras y tres varones, y el único de estos últimos que alcanzaría la mayoría de edad y dejaría descendencia. Era natural que el negocio no tuviera secretos para el nuevo propietario, que literalmente había crecido entre sus paredes, dándose la circunstancia de que su padre, sin duda como estímulo para que desde el principio adquiriera sentido de la responsabilidad, le asignó un salario, por lo que, niño aún -según dice el gran periodista Leoncio Rodríguez en una semblanza del personaje-, ya se costeaba los gastos de su vida. No sólo conocía la industria por obligación sino que, como luego evidenciaría, sentía por la misma verdadera vocación y cariño.

          Sus proyectos eran ambiciosos, pero para lograrlos tendría que trabajar firmemente y con absoluta dedicación, por lo que le era necesario encontrar la fórmula que le permitiera desentenderse un tanto de la diaria  rutina y  pequeños problemas de los talleres, encargos, personal,  maquinaria, etc.,  que  sin duda, de otra forma, absorberían todo su tiempo.  No  parece  haber  sido otro el motivo que le impulsara, cuando aún no había transcurrido un año desde que asumiera la titularidad del negocio, a nombrar un regente en la persona de don Félix S. Molowny. Todo parece indicar que la elección fue acertada, pues Molowny desempeñó el cargo durante nueve años, hasta que en 1896 se estableció con imprenta propia en el número 32 de la misma calle de San Francisco.

          Con el paso del tiempo el local que ocupaban la imprenta y el comercio de librería y artículos de escritorio se fue haciendo insuficiente, lo que obligaba a trabajar en incómodas condiciones, al tiempo que coartaba las posibilidades de expansión al no poder introducir nuevas maquinarias por falta de espacio, todo ello en detrimento de la producción. La solución estaba, sin duda, en lograr una ampliación del local, lo que se convertiría en la primordial preocupación del nuevo propietario, preocupación que no tardará en ver superada. Para ello, el 17 de agosto de 1891, Anselmo J. Benítez compra a doña Benita Manzanares y Fernández Caballero las dos casas situadas en la calle de San Francisco, números 6 y 8, ante el Notario de Santa Cruz don Blas Cabrera Topham. La casa número 6 hacía esquina con la calle del Tigre, hoy de Villalba Hervás, y el solar de ambas medía cerca de 400 metros cuadrados. De esta forma, no sólo solucionaba el problema del espacio sino que, al mismo tiempo, adquiría la propiedad de la casa donde ya estaba situado el negocio, la número 8, con lo que con la mínima obra de derruir la pared colindante, la ampliación del local fue inmediata.

          Comienza entonces la construcción de un nuevo edificio sobre los solares de ambas casas destinado a albergar el comercio, imprenta y encuadernación, con todos los departamentos necesarios, y su propia vivienda, edificio de nobles líneas y original coronamiento que perdurará hasta bien entrado el presente siglo. Las obras duraron varios años y fueron realizadas sin necesidad de trasladar ni paralizar la industria, aprovechando el gran espacio o patio interior resultante de la unión de los dos inmuebles originales, para situar allí la maquinaria y lugares de trabajo. La construcción, a cargo de la Sociedad de Edificaciones y Reformas Urbanas, se inició, curiosamente, desde dentro hacia afuera. Es decir, se hizo la estructura y se fue levantando el edificio, sin tocar hasta el último momento la fachada, que vino a terminarse en 1902; al menos, de esta fecha es la perceptiva licencia de obras, según acuerdo reflejado en el correspondiente libro de actas municipales.

          No fue necesario esperar a la definitiva terminación de las obras para que los nuevos talleres fueran inaugurados oficialmente, lo que tuvo lugar el 12 de octubre de 1897. La industria disponía entonces para el desarrollo de su actividad de 228 metros cuadrados en un gran patio central para la maquinaria más pesada, una primera galería en alto a lo  largo de las paredes, y otra superior, más ancha, sostenida por columnas de madera de cedro. Todo cubierto por una amplia cristalera que formaba el techo, situada a trece metros desde el suelo, con lo que se lograba luz cenital. Aún sin terminar, las instalaciones eran modélicas en su género y, a los pocos años, ya finalizado el edificio, la industria contaba, en el patio de máquinas, adornado con un gran macetón central con plantas vivas, con dos máquinas impresoras, una litográfica, guillotinas, máquinas de rayar, de coser y de perforar, moledoras de tinta, prensadoras y otras. Todo impulsado con fuerza propia por un motor de petróleo sistema Gardner. En el mismo patio se situaban también las mesas y cajas de tipos de imprenta. En la primera galería se ubicaba el taller de encuadernación y, en la segunda, los talleres de fototipia, grabado y fotograbado. La plantilla fija era de 18 a 20 operarios, aunque en épocas punta podía alcanzarse los 30. También por entonces se había instalado una nueva máquina que permitía una tirada de no menos de 3.000 ejemplares por hora.

          Es lógico que todo esto coincida con la etapa más floreciente de la industria, que ocupó durante bastante tiempo el primer puesto entre las de su especialidad en las Islas. Son años en los que se evidencia un gran nivel en sus trabajos y en el que se acometen las mayores empresas en el campo de las artes gráficas. Goza de un merecido prestigio, bien equipada y con personal eficiente, por lo que su propietario estima llegado el momento, después de haberle entregado casi medio siglo de su vida, y tal como había hecho su padre, de dedicar más tiempo a sus otros afanes, para lo que fue descargando cada vez mayor responsabilidad en su hijo mayor, Anselmo, quién, al igual que él mismo hiciera, trabajaba en la empresa desde su juventud. Fiel a esta idea, en el mes de junio de 1914 le confía poderes notariales para la dirección y administración del negocio.

          Es de notar la nada afortunada coincidencia en el tiempo de esta decisión con la gran conflagración que conmueve al mundo, cuyos efectos llevarían a Canarias a su primera gran crisis de origen externo en los tiempos modernos, provocando su aislamiento y paralizando la actividad comercial. La dirección de la empresa la recibe el hijo Anselmo menos de dos semanas antes de que se declarase la primera gran guerra europea. No faltaron optimistas que pensaron que el escenario donde se desarrollaban los hechos se encontraba situado a tan gran distancia, que las Islas podrían continuar su existencia con normalidad, pero la rápida internacionalización del conflicto, sus mismas consecuencias a nivel nacional y los problemas internos con que tuvo que enfrentarse el país en general, vinieron a imponer sin paliativos la cruda realidad. La Imprenta Benítez sufrió, como todo el Archipiélago, el latigazo de los acontecimientos. Subsistió algunos años más entre vaivenes y dificultades, para finalmente desaparecer.

          Hagamos ahora un somero repaso a la producción de la industria. Los inicios de la Imprenta Benítez están íntimamente relacionados, como ya hemos visto, con la edición de prensa periódica, y esta relación presenta una patente continuidad durante todo el siglo XIX, desde el mismo momento de su fundación. De manera general, con distintas cabeceras y redacciones formadas por personas de diverso signo, esta prensa se muestra defensora de los ideales liberales o republicanos moderados, hasta el punto de que, cuando en 1883 Las Noticias, periódico del que era editor y propietario Benítez, se convierte en conservador subtitulándose "periódico independiente", en ningún momento llega a desvanecerse la imagen de su etapa anterior, ni puede ocultar totalmente su origen. Es posible que éste haya sido el motivo por el que, al haber adoptado por imperativos de orden interno una postura que no se sentían capaces de defender sus editores con convicción, al final de su trayectoria Las Noticias se convierte en un periódico totalmente apolítico, en el que, aparte de la publicidad comercial, casi exclusivamente se insertan artículos de divulgación científica o cultural o temas literarios. Tal vez haya sido esta radical toma de postura una de las principales causas de su caída y definitiva desaparición a principios de la década de los noventa.

          Uno de los primeros empeños que acomete el fundador de los talleres, José Benítez, es el de editar un "Almanaque de las Islas Canarias"en el que especialmente se destacaran las festividades, efemérides, datos astronómicos, información meteorológica, etc., con referencia al Archipiélago. Hasta parece tener la inefable pretensión de vaticinar el tiempo que hará semana tras semana, a lo largo del año, lo que daría lugar a jocosos comentarios y sabrosas anécdotas cuando los pronósticos no resultaban acertados. De cualquier forma, no hay duda de que se trataba de una publicación esperada y leída por todos y que dejó huella en su tiempo. El primer ejemplar que conocemos es el correspondiente al año 1870, pero parece ser que comenzó a publicarse desde el inicio mismo de la industria en 1865, pues El Mensajero de Canarias de 4 de octubre de este año inserta un anuncio, que dice: "Almanaques para el año 1866. Se hayan a la venta en la imprenta de este periódico". Corrobora lo dicho el editado en 1874 para el año siguiente, en el que  se  señala:  "9º. año de su publicación". La simple resta nos lleva a 1865. El Almanaque, que luego se llamó de los Obispados de Canarias, llegó hasta mediados del siglo actual, ya en manos de Anselmo Benítez Tugores, nieto de su fundador.

          Como curiosidad, hay que señalar que en 1869 al "Almanaque de las Islas Canarias", le nace un hermano llamado "Almanaque literario de las Islas Canarias", que constituye una auténtica joya, no tanto por su contenido como por la  forma de tratarlo. Consiste en un folleto de ochenta páginas en 4º, salpicado de breves narraciones,  consejos,  poemas  festivos,  refranes  y  una serie de viñetas y caricaturas  (hoy se llamarían "comics"), que bajo la óptica actual constituyen un dechado de, valga la expresión, ingenua picaresca, presidida siempre por la elegancia y buen gusto. Como ejemplo, entre otros, de su estilo, valga el siguiente poema sin firma: "Con un beso os curaría: / Le dijo el galante Fabio / a Inés, al ver que tenía / ésta un granito en el labio. / Optara por ese medio, / contestó, de buena gana; / más opino que el remedio / solo cura la almorrana."

          En general, la imprenta se distinguió siempre por su buen hacer, lo que hace comentar a Vizcaya que "...es una imprenta modelo por la limpieza de sus trabajos; de una producción constante y de larga duración." Esta fama la supo mantener a lo largo de su dilatada vida, como lo demuestran las distinciones y premios a que se hicieron acreedores sus trabajos, casi desde que inició su actividad, que no citaremos en aras de la brevedad. También tiene razón Vizcaya Cárpenter cuando menciona la "producción constante" de la industria. Durante los cincuenta y siete años de actividad que hemos estudiado, en los que veintiuno corresponden al fundador, José Benítez, y treinta y seis a su hijo y sucesor, Anselmo, la totalidad de los  trabajos con  pie de imprenta que nos  ha  llegado se distribuye en el tiempo en  proporción casi idéntica a la correspondiente a cada uno de estos dos períodos, lo que indudablemente corrobora la afirmación de Vizcaya.

          Entre las opiniones particulares, puede ser interesante conocer la de alguien de tanto crédito como lo era don Patricio Estévanez y Murphy, un profesional de las letras. Sus opiniones ganan en valor al haber sido formuladas de manera privada en su correspondencia con don Luis Maffiotte,  hoy  conocida  gracias  a  la  impagable labor del maestro de investigadores  don Marcos Guimerá  Peraza. La primera mención es de 1897, cuando, con motivo del Centenario del ataque de  Nelson, se edita un programa de actos que, en carta de 9 de agosto, hace comentar a don Patricio: "Como modelo de arte y de buen gusto ya habrás visto el Programa de festejos con que se arrancó Anselmo Benítez." La segunda, en 1901, por no haberle cumplido la Imprenta Isleña, que le iba postergando la impresión de las poesías sobre Canarias de su hermano Nicolás, que bajo el título de "Musa Canaria" trataba de editar. En carta de 9 de enero, escribía a Maffiotte: "Hoy mismo, sospechando que yo me iba con los papeles a casa de Benítez, me han ofrecido que mañana sin falta se sigue el trabajo."Opiniones como éstas avalan el prestigio que la industria había alcanzado y que era reconocido por todos. Por otra parte, en un mercado de tan cortas posibilidades como era entonces el insular, un negocio de la naturaleza del que nos ocupa tenía por fuerza que estar preparado para realizar toda clase de trabajos: desde ediciones de cierto peso específico hasta la simple hoja volandera, pasando por los folletos, impresos comerciales y toda la amplia gama intermedia, hasta la fabricación de sellos de caucho. En este sentido, no parece haber importado a los propietarios lo que tuvieran que hacer, siempre que el trabajo fuera bien realizado.

          Opina de Luxán Meléndez en su obra La industria tipográfica en Canarias, 1750-1900, que la recogida de impresos en Canarias, en lo sustancial, puede considerarse definitiva, opinión que, a la vista de los resultados obtenidos con la imprenta que nos ocupa, no podemos compartir. Entre la Tipografía Canaria de Vizcaya Cárpenter, que abarca hasta el año 1900 -cuya reedición, por la importancia de la obra, está pidiendo a gritos la historiografía de la tipografía isleña-, y la más reciente Contribución a la historia de la imprenta en Canarias, de Hernández Suárez, figuran catalogados un total de 224 títulos o impresos salidos de las prensas de la Imprenta Benítez. Por nuestra parte, hemos encontrado y tenemos catalogados un total de 570, de los cuales 301 corresponden al pasado siglo (1865 a 1900), 17 impresos no tienen fecha de edición y el resto, 252, fue editado entre 1901 y 1921. Sólo hasta 1900, hemos localizado cerca de un centenar de impresos que no estaban catalogados. A la vista de estos datos consideramos evidente que también habría que investigar más detenidamente y revisar la producción de las demás imprentas canarias o al menos de las más importantes.

          No es cuestión de entrar aquí en el análisis detallado de la producción tipográfica. Sólo citaremos que bajo la dirección de su fundador, José Benítez Gutiérrez, destacan los "reglamentos y estatutos" de entidades de todo tipo, así como, también, lo que podríamos llamar ediciones relacionadas con la "política, religión, asociaciones y enseñanza”. Llama la atención el número de ediciones ligadas a la masonería y sus logias, nada menos que diecinueve, siendo particularmente fecunda en esta temática la década de los setenta, en natural coincidencia con los años más florecientes de las logias. También, recordemos que la producción conocida de la Imprentase inicia, en 1865, con un manual de lectura, al que en años sucesivos siguen compendios de aritmética y de gramática, tablas de restar y multiplicar, compendio de historia y un tratado de moral infantil.

          Resumiendo: los temas salidos de las prensas de José Benítez Gutiérrez confirman, en general, muchos de los aspectos relacionados con su personalidad: preocupación por lo que entonces se denominaba instrucción pública y, en general, por todo lo que entrañara progreso para la comunidad. Ello, desde una perspectiva liberal, pero con un cierto distanciamiento de la temática política y de la administración pública, aspectos que verán incrementada más adelante su presencia en la producción, cuando ya la industria esté en manos de su hijo Anselmo, debido a la mayor participación de éste en la vida pública insular.

          Esta segunda época, que comprende desde 1885 hasta que en 1921 desaparece su nombre de las ediciones, nos muestra cómo el epígrafe de "reglamentos y estatutos"se sitúa también a la cabeza de la producción, pero con una mayor participación de las entidades y orga¬nismos públicos locales, que lanzan un considerable número de instrucciones, reglamentos, programas de festejos, tarifas y presupuestos oficiales, tanto del Ayuntamiento de la Capital, como de los servicios del Puerto, Cruz Roja y otros, así como, a partir de 1912, de los Cabildos Insulares. Otros capítulos importantes son los relativos a "sociedades benéficas, instructivas y recreativas" y a "instituciones de enseñanza". En el primero, ya no aparece el Gabinete Instructivo -con gran protagonismo en la etapa anterior al ser José Benítez uno de sus primeros socios-, y apenas lo hace la Económica de Amigos del País de Santa Cruz que pronto desaparece, pero sí figuran la de La Laguna, Casinos de ambas poblaciones, Círculo de Amistad, Ateneolagunero, y otras sociedades de Garachico, La Palma, Hermigua, Arrecife, Puerto de la Cruz y La Orotava, así como -como una de tantas curiosidades- los primeros estatutos de la Sociedad Colombófila de Tenerife, de 1902.

          Una temática que registra un evidente impulso en relación con la etapa anterior, es la de "empresas mercantiles, comercio, etc.". Destacan, la Compañía de Hoteles y Sanatorium del Valle de Orotava, con sus memorias y balances anuales, la Sociedad Panificadora, estatutos de una empresa para la construcción de una plaza de toros en Santa Cruz (1892), catálogos de casas comerciales, etc. A los temas literarios de narrativa y poesía, se suma ahora el teatro, con la aportación de obras de autores que van desde Tirso de Molina (1889), hasta los de ámbito local, como Diego Crosa (1910) e Ildefonso Maffiotte (1918).

          Otros epígrafes dignos de mención son los de "medicina, salubridad e higiene", con publicaciones relacionadas con la epidemia de cólera de 1893, y otras sobre cirujía (1905) y la peste bubónica (1913); y el capítulo de "programas, carteles, etc.", que posiblemente constará de bastante mayor número de ediciones que las llegadas a nosotros, dadas su caducidad y las dificultades de conservación que suelen presentar estos impresos.

          En esta etapa aparece por vez primera el tema turístico, cuya presencia comienza en 1888 con una publicación editada en lengua inglesa. Pero, sobre todas, hay que destacar las distintas ediciones trilingües del completísimo "ABC de las Islas Canarias - Guía práctica turista-comercial", cuya primera edición vio la luz en 1911 bajo los auspicios del denominado Sindicato Particular de Iniciativa para la Atracción de Forasteros a las Islas Canarias. A la vista de la gran cantidad de datos históricos, geográficos y prácticos de todo tipo que contenía esta publicación, en un auténtico alarde de recopilación, esta obra tal vez no haya sido aún superada a pesar de los avances en las técnicas de comunicación, bases de datos actuales, etc.

          Un aspecto interesante lo constituye el papel que desempeñaba el impresor como patrocinador de muchas ediciones, iniciativa que no siempre daba los resultados apetecidos. Bastaba que una idea o un original pareciera contener el suficiente interés, sobre todo si su temática atañía a Canarias, para que sin mucho esfuerzo por parte de terceros, Benítez se embarcara en la financiación de la edición tomándola a sus expensas, lo que sucedía frecuentemente con obras de tipo cultural, histórico o de divulgación. Como ejemplo de su labor de difusión, el periódico Las Noticias que durante mucho tiempo fue distribuido gratuitamente en las escuelas; o la Breve Noticia Histórica, de don Carlos Pizarroso y Belmonte, que editada con motivo de la visita de S.M. Alfonso XIII en 1906, cinco años después se continuaba entregando como obsequio a los clientes del establecimiento. Esta característica era conocida por todos, y el impresor la aceptaba como una parte más de su actividad. Ya lo dijo Bernardo Chevilly cuando reconoció que Benítez "solía ser el socorrido mecenas de todas las empresas periodísticas de escasa enjundia económica." Otro ejemplo es el Juicio Crítico sobre Viera y Clavijo, de don José Rodríguez Moure, editado en 1913 con motivo del centenario de la muerte del famoso historiador, a expensas del impresor. También la ya citada Historia Ilustrada de Canarias (sin año, pero casi con absoluta certeza de 1916),  que fue, incluso, distribuida fuera de las Islas, como lo atestigua una póliza de seguro marítimo a su nombre de fecha 8 de abril de 1918, que amparaba el envío de una partida de 112 tomos para La Habana. Igualmente, los Apuntes históricos del pueblo de Buenavista de don Nicolás Díaz Dorta, editado en 1908. Y podrían ponerse muchos más ejemplos. Todas estas iniciativas, que realizaba desinteresadamente a su costa, la mayor parte de las veces no alcanzaban a cubrir gastos, en detrimento de la rentabilidad del negocio, pero eran consecuencia de su forma de ser, de su patriotismo y de su reconocida generosidad.

          Y termino. Podría extenderme sobre interesantes y curiosos aspectos de la personalidad de estos editores, o realizando un estudio más detenido de la producción de su industria, pero ello me haría alargarme demasiado y podría convertir esta charla en una exposición harto farragosa.

          Sólo me resta hacer votos, manifestando el deseo, y animando a los investigadores, especialmente a los jóvenes, para que continúen la espléndida labor iniciada por Viera y Clavijo, Vizcaya Cárpenter, Millares, Vidal, y de cuantos les han seguido en el estudio de la tipografía y bibliografía de nuestras islas, para que, poco a poco, con la aportación de los que tienen más conocimientos y preparación que quien les habla, se pueda ir completando su rico catálogo, inapreciable fuente de la que podrán beber cuantos se interesen por nuestra cultura impresa y, en definitiva,  por nuestra historia.

          Muchas gracias.

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