Tapadas y embozados (Retales de la Historia - 24)

Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 18 de septiembre de 2011)

 

           No cabe duda de que eran tiempos diferentes. La libertad que ahora tienen los jóvenes de ambos sexos, especialmente el femenino, era entonces impensable. Todo eran dificultades para entablar las normales relaciones. Las mujeres casi no salían de sus casas, siempre vigiladas por familiares o por sus "dueñas" o sirvientas de compañía, que no debían dejarlas solas ni al sol ni a la sombra. No las del pueblo llano, que eran la mayoría, pero a partir de cierto nivel social resultaba improcedente que una dama saliera sola a la calle.

          Por ello, había que aprovechar cualquier circunstancia favorable, y los acontecimientos habituales de reuniones formales, tal como ir a la iglesia, se convertían en oportunidades que había que aprovechar. Así tenían lugar las miradas de soslayo, las sonrisas furtivas tras el abanico o el deslizamiento disimulado de billetitos galantes de una a otra mano. Eran las formas más civilizadas de buscar la posibilidad de iniciar una relación.

           Pero luego estaban las fiestas, sobre todo las de los barrios, en las que se exaltaba al santo patrón o virgen de turno, con procesión y feria incluida, con puestos de turrones y refrescos, música, algarabía y fuegos de artificio. En estas ocasiones se multiplicaban las oportunidades, y se hicieron famosas, especialmente, las festividades de Nuestra Señora del Pilar, Nuestra Señora de Regla y el Santo Cristo de Paso Alto. La cercanía de la iglesia del Pilar hacía que su fiesta fuera muy concurrida, mientras que para asistir a las otras dos, especialmente la de Paso Alto, se organizaban auténticas romerías.

          Llegó a ser tradicional que las "tapadas", que cubriéndose el rostro con el celaje de las mantillas sólo dejaban ver sus ojos, se acercaran a los galanes para lo que en el común hablar se llamaba pedir la feria, lo que consistía en solicitar cualquier regalo en forma de chuchería, turrón o dulce, lo que ya daba pie para iniciar conversaciones tal vez de más largos alcances. Por su parte, los jóvenes galanes, o no tan jóvenes, conocidos como los "embozados", también era frecuente que disimularan su identidad tras el embozo de sus capas y bajo las sombras del ala de sus sobreros, lanzando sus requiebros de tono más o menos subidos, más bien más que menos, a las damas asistentes. Todo formaba parte de un juego galante, en una sociedad en la que apenas se daban ocasiones de comunicarse y de diversión, pues casi eran las fiestas religiosas las únicas que propiciaban motivos de encuentro y esparcimiento.

          La autoridad civil, y no digamos la religiosa, no veía con muy buenos ojos estas costumbres que a veces terminaban en altercados y que ya se habían convertido en tradición, hasta el punto de que se hacía muy dificultosa su erradicación. Prueba de ello son los numerosos bandos prohibiendo esta costumbre, fiesta tras fiesta y año tras año, de los que hay constancia en los archivos. Desde 1792, el alcalde José Víctor Domínguez dictó el primero de que se tiene noticia ante la proximidad de las fiestas citadas, prohibiendo taparse y disfrazarse, haciendo especial referencia a las "tapadas" que iban a pedir la feria y a los mozos "embozados", a los que se calificaba de pendencieros y decidores. A pesar de las prohibiciones la costumbre perduró, al menos, hasta 1838 en que se endurecieron las sanciones, no obstante lo cual todavía en algunos casos hay constancia de que continuaba.

          La instalación de los típicos "ventorrillos" debía contar con licencia municipal, pero como en ocasiones eran motivo de problemas, lo mejor era pasar el asunto a otra instancia. Así, cuando las vendedoras de golosinas y otros productos, que el vulgo llama feria, la solicitaron en 1807, los ediles acordaron que se dirigieran al Juez Territorial.

          Estas fiestas eran organizadas y pagadas por los vecinos y no fue hasta el pasado siglo XX cuando el Ayuntamiento comenzó a colaborar facilitando enseres de fiestas y la actuación de la Banda Municipal. La del Santo Cristo de Paso Alto llegó incluso a ser itinerante, cuando desde la fortaleza en que se encontraba la famosa pintura se trasladó a la iglesia castrense del Pilar y luego al palacio de Capitanía, cuya fiesta se celebró durante años en el Campo Militar que hoy es la plaza Weyler.

          Algunas se suspendieron alguna vez por trágicos motivos, como ocurrió en 1814 con la de Nuestra Señora de Regla, por el calor reinante y la gran cantidad de enterramientos efectuados en la ermita, consecuencia de la terrible epidemia de fiebre amarilla que acababa de sufrirse y la habitual asistencia de numerosos fieles. En 1898 se trasladó la conmemoración a la parroquia matriz, por estar ocupada la ermita con material de guerra llegado con los repatriados de Cuba.