Presentación del libro de Jesús Villanueva Jiménez "Bajo la nube gris"

Presentación a cargo de Emilio Abad Ripoll  (En el Club Deportivo Militar Paso Alto, Santa Cruz de Tenerife, el 6 de octubre de 2006).

                   

                     Queridos amigos, familia Villanueva, muy buenas tardes a todos y gracias por su asistencia. 

          Hace ya algunos meses, Jesús Villanueva me ofreció ser el presentador de su “opera prima”, este libro, Bajo la nube gris, que hoy tenemos entre las manos. Sin duda alguna, esa distinción venía en parte motivada por el afecto mutuo profesado entre nuestras familias, afincado en lazos de buena vecindad que superan ya el cuarto de siglo; durante ese período de tiempo, si no en el trato diario, sí con relativa frecuencia nos hemos saludado en el portal o en los aledaños de nuestras casas de la calle Pi y Margall.

          Pero creo que la causa fundamental de que Jesús me eligiese para este acto estriba en que hace pocos años tuvo el honor y la suerte de presentar uno de los trabajos de su padre, el Coronel Villanueva, el inolvidable Manolo Villanueva. Se trataba en concreto del III volumen de sus Poemas para el recuerdo. A mí me parece que, en memoria de su padre, Jesús ha querido enlazar aquel 2 de enero de 2002 con este 6 de octubre de 2006, dando así continuidad a una trayectoria poética que Manolo dejó inconclusa, pero que Jesús está dispuesto a proseguir. Por eso no podía negarme, a pesar de mis limitaciones en el tema, ya que, de alguna manera, también yo estaba implicado en el proyecto, pues no en vano, en la cariñosa dedicatoria con que me obsequió don Manuel Villanueva en un ejemplar de aquella presentación, me decía que le pedía a Dios que “nuestra amistad se prolongue hasta el infinito”. Y en esa prolongación estamos hoy, en esa continuación, en la poesía, de lo que es la trayectoria vital de dos generaciones de la misma familia.

          Jesús es el mayor de los 6 hermanos que Beni y Manolo trajeron al mundo. Nació en 1960 en aquella Ceuta adorada por su padre, pero muy niño, con tan sólo siete años, y por mor de los avatares de la vida militar de su progenitor, apareció por Tenerife. Fueron pasando los años con estudios de Bachillerato en La Salle, el CEU y el Instituto, llegando, como muchos, algo desorientado a ese momento trascendental, a esa primera decisión seria de los jóvenes: la de elegir carrera. Empezó Derecho, pero como no le satisfacía mucho, comenzó a buscar trabajo. Enseguida lo encontró y al poco tiempo colgaba definitivamente los libros de estudio. Siguió pasando el tiempo; apareció en su vida, para quedarse para siempre, Angélica. La boda, el regalo de Ana, el trabajo y la rutina diaria, el leer mucho… y, de pronto, el darse cuenta de que tenía algo que decir a los demás, que tenía que expresar sus íntimos pensamientos. Papeles emborronados y arrojados a la basura habrá habido muchos, pero ya “ha roto aguas” en este embarazo de la creación literaria y aquí está su primera obra.

          Una vez, un autor americano, creo que se llamaba Walt Whitman, escribió refiriéndose a un libro, que “en nuestros dedos no descansan unas hojas, sino que tiembla un hombre”. Por eso es tan importante la creación de una obra literaria y por eso, Jesús, debías haber buscado a otra persona que, con más conocimiento de causa hubiese sabido buscar en los entresijos de estas páginas lo que en ellas has querido expresar con ese “temblor” al que hacía referencia el americano.

          Antes que nada tengo que reiterar que no soy un entendido en poesía, “la hija pobre de las letras”, como el propio autor reconoce en una breve introducción a su obra. Yo soy un enamorado de lo sencillo y, si leo poesía, me gusta leer -y, por favor, que no se escandalicen los entendidos que haya en la sala- poesía sencilla, entendiendo como tal la que yo pueda comprender y que, además, resuene a poesía en el oído, es decir, que tenga una rima y una métrica. A veces me quedo pasmado al leer en las revistas culturales que acompañan a los periódicos en los fines de semana unas composiciones que -e insisto en lo de mi desconocimiento de las tendencias modernas- no me gustan en absoluto. Sinceramente, no le encuentro el “qué” a párrafos de pura prosa convertidos en estrofas compuestas muchas veces de versos formados por dos o tres palabras, que, también con frecuencia, presentan la característica de iniciarse a diferentes distancias del margen izquierdo. Una vez tomé el conocidísimo inicio del Quijote, aquello de “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, hermosa y pura prosa, y lo transformé en una estrofa de 6 versos; puse alineados a la izquierda el primero (En un lugar) y el segundo (de La Mancha); desplacé algo hacia la derecha el tercero (de cuyo nombre), y centré el cuarto (no), el quinto (quiero) y el sexto (acordarme). La verdad es que me quedó precioso, pero aquello no era poesía, era prosa “configurada” como poesía.

          Afortunadamente, al menos para mí, el libro de Jesús se entiende: las estrofas de sus composiciones presentan una variada gama de métricas y sus versos suenan bien al oído, es decir, riman. A la primera ojeada se nota que la obra es fruto de un trabajo continuado en el tiempo, de varios años; que el autor es un trabajador y un observador incansable, que extrae de cuanto nos rodea -la risa de un bebé, la tristeza de un niñito negro, el paso de un huracán o una romántica puesta de sol- su lado poético. Unas veces su pluma rebosa amor, otras indignación y en ocasiones expresa la reverencia y la admiración por la fuerza de la Naturaleza…

          Ha estructurado Jesús su obra en siete partes formadas exclusivamente por poemas (si bien una de ellas se inicia con un página en prosa) y otras dos de brillante e imaginativa prosa, de las que hablaré al final.

          En la primera de aquellas partes, que titula "El transcurrir de la vida", engloba 21 composiciones, con temas que van desde los sentimientos de un nuevo ser, aún en el vientre materno, hasta las reflexiones que cualquier adulto puede hacerse al enfrentarse al día a día en la subida de la escalera de esa vida que -son sus palabras- “siente y respira”, pasando por ese “se nos pasa volando la vida” del que todos somos conscientes. Las primeras composiciones nacieron, sin duda, en la espera y en la contemplación de su hija, del orgullo de ser padre y del amor por ella, la madre, la de los brazos que adoran al bebé y la que ofrece a la pequeña el pecho que la alimenta.

          La segunda parte se titula "Reflexiones sobre un mundo sin magia", título algo pesimista, y recoge otras 29 composiciones. Constituye un compendio de pensamientos sobre la condición humana, los valores que hemos ido perdiendo, las taras (el hambre, la codicia, la envidia,…) que envilecen la Humanidad, la búsqueda incesante de la verdad, la felicidad, el saber o la libertad; la inquietante pregunta “si es inmortal el alma, ¿qué hacemos aquí sufriendo?” Pero reaparece el optimismo cuando, por ejemplo, va desgranando lo que “me ha dado Dios” o cuando nos invita a ser nosotros mismos o a disfrutar de una limpia conciencia.

          La tercera parte, más breve, lleva el paradójico nombre de "Gritos mudos" y está compuesta por 6 poemas de contenido social, nacidos del corazón de un hombre de nuestros días, de un poeta de nuestros tiempos, que contempla las penas de África, la horrible situación de la mujer en muchos lugares, la tristeza de un pobre niño de la calle o de un país subdesarrollado -quizás en una subliminal comparación con la vida de su propia hija, rodeada de amor y bienestar-. Es un pasaje triste de la obra, sí, pero real, pues forma parte de esa vida cotidiana que vemos pasar ante nuestros ojos por la pantalla del televisor sin que, acaso, como Jesús nos dice, “niño negro, lloren por ti los poetas”.

          La cuarta parte, "Pequeñas historias de seres vulnerables", se inicia con una página en prosa en la que nos cuenta esa íntima sensación de la necesidad de tener cerca a los seres queridos, a veces cuando, incluso, está uno inmerso en sus ocupaciones laborales. Siguen después otros 18 poemas, que son reflexiones personales sobre los más diferentes temas, entre los que el amor -y el desamor- se llevan la palma. A destacar su tendencia a establecer símiles y comparaciones empleando al Sol y a la Luna. Y al decir amor no me refiero únicamente al que en tantas ocasiones a lo largo del libro -a veces implícitamente y otras tan explícitamente como en el poema que lleva su nombre o en la dedicatoria inicial-  demuestra Jesús profesar a Angélica, o el de la pobre anciana que recuerda a un viejo amante en sus sueños, sino también el filial que el autor sentía, y siente, por su padre. Hay un poema, "Manuel", dedicado a aquel que le dio la vida. Es una hermosa composición en la que el vástago anima al tronco a perseverar en su entonces recién iniciada labor poética, en ese difícil momento de nuestra trayectoria militar o civil que constituye el pase a la situación de retirado o jubilado. Quizás, lo desconozco, esa poesía se la leyó Jesús a su padre en uno de esos momentos jubilosos de la vida familiar: un cumpleaños, un bautizo, una boda, un fin de carrera; o a lo mejor fue en uno de aquellos mediodías domingueros en que, felices, los Villanueva se reunían alrededor de la mesa y, por el patio interior de nuestras viviendas, se escuchaba la voz del patriarca diciéndole a Rafa o a Pili que le trajera algo.

          El título de la quinta parte, "Natura, hermosa… y cruel", sugiere lo que se contiene en los 7 poemas que la conforman. Son composiciones que expresan la admiración por el drago de Icod, desvelan el romanticismo de una noche de lluvia en La Laguna, nos hablan de la tragedia del 31 de marzo en Santa Cruz o de la fuerza tremenda del mar, de la belleza de la flor y de la cruenta lucha por la supervivencia entre los animales salvajes.

          En "Atardeceres", sexta parte, sus 5 poemas los dedica Jesús a ese mágico momento del día, "cuando la mano de Dios" –dice él- "mece el ocaso" y el autor, y otros muchos, cuando nos es dado contemplarlo a cielo, tierra y mar abiertos, vivimos el mejor instante de la jornada.

          Por fin, la séptima parte, "Secuencias bajo la nube gris", esa nube gris que da título a todo el poemario, dedica sus 17 composiciones al universo, a recordar risas y músicas y, sobre todo, a la necesidad que siente el autor de expresar sus más íntimos pensamientos. En el poema que se titula como el libro, "Bajo la nube gris", establece Jesús un límite o frontera, precisamente la nube gris, entre un lugar, el de arriba, en el que siempre luce el sol y el tiempo se detiene, y el de abajo, en el que ese mismo tiempo parece volar (una referencia más a esa su preocupación constante por la fugacidad de la vida). Por ello nos invita a disfrutar de tantas cosas que, aún sin pedirlas, nos han sido concedidas.

          He dejado para el final de mis comentarios las 2 composiciones en prosa, tituladas "Noche de estrellas" y "Una conversación de altura". En la primera cuenta Jesús la emoción que sintió una noche de su adolescencia al contemplar el cielo santacrucero, tachonado de estrellas, refugiado en un lugar tan poco romántico como era el grupo de bidones de agua de nuestra azotea. En el segundo se imagina una conversación “en las alturas”, no sólo por la categoría de los dialogantes, sino porque se desarrolla en algún lugar perdido del firmamento, entre Platón y Albert Einstein, dos hombres con sus virtudes y sus defectos que, en tiempos muy distintos y lugares muy distantes, buscaron conocer el fondo y la verdad de las cosas y que, precisamente por eso, coinciden en sus conclusiones pese a las enormes diferencias circunstanciales que los separaron.

          Y ya no quiero aburrirles más. Si yo fuese don Juan Antonio López de Vergara me atrevería a leerles alguna de las composiciones, pero, como desgraciadamente no lo soy, me callaré para terminar la fiesta en paz. Además, dentro de unos momentos las escucharemos de boca del propio autor. Sólo me resta decirles, de corazón, lo que también sinceramente le comenté una mañana a Jesús: que este libro me había gustado. Pero quiero añadir en público, y así comprometerlo aún más, como si el no estuviese ya perfectamente convencido en su fuero interno, que no debe detenerse ahí. Enhorabuena, sí, y mil parabienes, Jesús, por este libro que hoy ve la luz. Pero a mí, mayor ya, me gusta repetirle a los más jóvenes esa parábola de los talentos del Nuevo Testamento. Dios nos ha bendecido a todos con un regalo. Para unos será la destreza en el deporte, para otros en las Bellas Artes, para otros la capacidad de desentrañar los problemas matemáticos, pero para ti, Jesús, la de tener cosas que decir y, además, saber plasmar tus pensamientos. No te detengas, acrecienta ese tesoro. Sabes bien que tendrás siempre en tu hombro la mano de Manuel y, a tu lado, a Angélica.

          Nada más; espero que pronto, muy pronto, pueda estar sentado ahí, junto a ustedes, escuchando a otro presentador que, con mayor fortuna que yo, nos hable de un nuevo libro de Jesús Villanueva.

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