Presentación del libro de José Luis García Pérez y Daniel García Pulido "La Laguna, 500 preguntas sobre 500 años de historia"

 

A cargo de Luis Cola Benítez  (En el Salón de Plenos del Excmo. Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna, el 19 de diciembre de 1996).

          Debo confesar el desconcierto y desazón que sentí cuando los autores me propusieron que hiciera la presentación de este libro. Mi reacción inmediata fue pensar -y así se lo manifesté- que no debían estar muy en sus cabales, pues, apreciando como aprecio a José Luis y a Danny, estoy seguro de que en su copiosa lista de amistades y relaciones hay personas más y mejor cualificadas que yo para este honroso menester. Luego, inmediatamente, pensé que no podía negarme al honor que me hacían: podía parecer que infravaloraba su obra, y bien sabe Dios que es todo lo contrario. Y como la ignorancia es muy atrevida...  aquí estoy. Pero no se preocupen  demasiado, porque voy a ser muy breve.

          Se presenta hoy un libro bien singular sobre La Laguna: 500 preguntas sobre 500 años de historia....., y resulta que no soy historiador;  y se trata, además, de un libro sobre la sociedad, y no soy sociólogo; ni entiendo de encuestas, y el libro, en realidad, es un cuestionario; y por último, no soy lagunero, y hablamos de una obra sobre La Laguna.

          Todos estas cuestiones me parecen a mí algo aleatorias, maleables y un tanto amorfas, y pienso que no forman parte de ninguna ciencia exacta, no obstante lo cual, como de sobra lo tienen demostrado por sus trabajos anteriores, en ellos son expertos los autores. Pero, por encima de sus conocimientos y de su buen hacer, en lo que sí son verdaderamente exactos es en el entrañable amor que sienten por todo lo nuestro, por La Laguna de sus entretelas, por Tenerife y por Canarias, inspirados por su vocación universitaria, y por tanto de universalidad, sentimiento que les lleva a trascender de nuestro entorno para ensanchar y oxigenar el horizonte de nuestra historia. Pero hay algo más en lo que llevan la exactitud al paroxismo y en lo que me atrevo a decir que la ejercen con todas sus consecuencias, de forma implacable y contundente: es el profundo sentido de la amistad que ambos poseen.  Por eso, por su valiosa amistad, estoy aquí, y por ella les doy las gracias.

          Intentando justificarme y rebuscando en mis ancestros, sólo encuentro un remoto ascendiente, un tal Pedro Benítez -que viene a ser el  abuelo de mi tatarabuelo- que hacia 1750 vivió aquí y casó en Geneto, aunque él y toda su familia procedían de La Victoria, y que a los pocos años se trasladó a vivir a Santa Cruz, donde han permanecido hasta ahora sus descendientes. Luego, recuerdo anécdotas que me contaba mi padre cuando siendo niño, a caballo entre los dos siglos y siguiendo la costumbre chicharrera, con su familia se trasladaba a veranear a La Laguna, a la calle de Herradores, a la casa que después sería de aquel recordado caballero e hidalgo lagunero don Víctor Núñez Fuentes, y en la que aún continúa su negocio en manos de los nietos. También me contaba las peripecias de los partidos de futbol que, en unión de Maximino Acea, Joaquín Feria, Miguel Bello y tantos otros compañeros de la época, subía a jugar a la plaza de San Francisco, formando parte del equipo del Nivaria, remoto antecedente de lo que hoy es el Club Deportivo Tenerife.

          No obstante, por mi temprana afición a la historia, yo estaba convencido de que sabía más de La Laguna que bastantes laguneros, y que podía explicarles a muchos de ellos aspectos, anécdotas y detalles de su acontecer, de sus calles y de sus plazas...., hasta que ha llegado a mis manos este precioso librito para demostrarme lo equivocado que estaba. Aquello de lo que tan seguro me encontraba, veo ahora que no era otra cosa que una, aunque comprensible, presunción juvenil. En otras palabras, parodiando al famoso personaje, aquello era una tremenda  falta de ignorancia. Sólo me consuela el hecho de que, estoy seguro, lo mismo le ocurrirá a muchos de ustedes. Hasta a los más sabidos.

          Puede decirse que, de ahora en adelante, nadie conocerá a fondo a La Laguna si no se ha entretenido en ir desgranando una a una, como si de las cuentas de un rosario entre los dedos se tratara, las quinientas preguntas que los autores nos presentan, en un apasionante juego de guirgo entre el lo sabes y el no lo sabes. Y puedo asegurarles que el juego resulta divertido, porque José Luis y Danny han sabido darle un sentido lúdico a la siempre difícil tarea de aprender. Podría parecer que leer tantas preguntas seguidas de sus correspondientes respuestas, es tarea áspera y pesada, y nada más lejos de la realidad. Los autores, como en todo lo que hacen,  han volcado tanto amor en su trabajo, que en algo tan árido como puede ser un cuestionario, son capaces de transmitir el enamoramiento que sienten por su ciudad.

          En realidad no es mucho lo que voy a decir de los autores del libro, y ello es por dos razones. La primera, y fundamental, porque me parece ocioso intentar presentar en La Laguna, donde son de sobra conocidos, a José Luis García Pérez y a su hijo Daniel García Pulido. La segunda, porque, en realidad, no hace demasiado tiempo que nos tratamos personalmente. El padre es de sobra conocido por su quehacer docente y como concienzudo investigador, con una muy importante bibliografía en su haber -que no considero necesario detallar aquí-, especialmente enfocada a las relaciones de singulares viajeros británicos con Canarias, tema en el que es máxima autoridad. Yo le conocía a través de algunas de sus publicaciones antes de saber de él personalmente y admiraba su trabajo. Por tanto, sabía de su rigor científico  y de su buen hacer, aunque sólo vislumbraba  otras facetas de su carácter, de forma especial su exquisita sensibilidad. Como ejemplo de este rasgo de su personalidad, basta citar su anterior libro sobre la historia de Sitio Litre, parada y fonda en el camino, obra en la que José Luis saca a relucir un sentido poético del relato histórico, que hace del libro una auténtica delicia.

          Y del hijo... ¿qué se puede decir de Danny? Estoy seguro, aunque en realidad no lo he preguntado, que el libro que hoy nos congrega aquí es más de él que de su padre; estoy seguro -y si no es así que me desmientan- que el tremendo esfuerzo que representa la investigación, recopilación y ordenación de tal cúmulo de datos, ha sido realizado con la minuciosidad  y el entusiasmo que le caracteriza, por Danny. Para cualquier investigador avezado la tarea le hubiera representado muchos, muchos meses de trabajo. Él lo ha hecho y, por si fuera poco, le queda tiempo para publicar en periódicos y revistas, para continuar investigando sobre un tema que le apasiona -las fuentes británicas sobre el 25 de Julio de 1797-, para jugar al baloncesto, para explorar cuevas guanches, para montar en bicicleta, para ser buen estudiante y,  por si fuera poco, para estar siempre de buen humor.

          Agatárquides, seguidor de la escuela peripatética, fue uno de aquellos personajes singulares que nos legó la cultura helénica, que varios siglos antes de Cristo escribió el relato de un insólito periplo por el Mar Eritreo, que hoy conocemos como Mar Rojo. Desconozco si José Luis y Danny han leído a este gran historiador griego, pero no cabe duda de que han acertado al aplicar a su texto uno de sus principales postulados, que siempre deberían tener presente cuantos toman la pluma para transmitir tanto sus conocimientos como sus sentimientos. Comenzando por aplicárselo a sí mismo, decía Agatárquides, con total lucidez:

               "... si alguien suscita ambigüedad en su sentencia, con ello se quita fuerza al discurso... Si lo dicho se comprende con claridad, también el lector puede sentir la misma emoción; mientras que lo que carece de claridad pierde también su fuerza expresiva."

          ¡Qué gran verdad y cuán sencillamente expuesta! Y no hay forma más clara de decir las cosas, de contar una historia y de mantener el interés del lector, que la de preguntarle sobre aquello que nos interesa exponerle. Sobre todo, si prometemos, a renglón seguido, y en este caso a vuelta de página, la respuesta exacta a lo que hemos preguntado.

          El libro tiene la gran virtud de mantener viva la curiosidad del lector, al mismo tiempo que entretiene. Y no es que no se encuentren en sus páginas preguntas sesudas y serias, tales como, en qué calle nació el ilustre poeta lagunero Antonio de Viana, qué papa da licencia a la orden de San Agustín para crear la Universidad de La Laguna, qué renombrado escritor lagunero estuvo adscrito al modernismo de principios de siglo, qué famosa obra de Luján Pérez se halla en la iglesia de la Concepción, etc.

          Pero, con ellas entreveradas, se encuentran también preguntas alusivas al sabroso y riquísimo anecdotario lagunero, entrañable para muchos de los que peinamos canas -ridícula manera de evitar llamarnos viejos-, bien por haber conocido a los protagonistas o bien por tener noticias de los hechos a través de terceros, en unión de detalles curiosos de la vida cotidiana de la ciudad. ¿Quién sabe en qué año subió el primer automóvil al monte de Las Mercedes? ¿Ha habido alguna vez puentes en La Laguna? ¿Qué había en Bajamar en el lugar en que hoy están las piscinas? ¿Por qué se volvió loco el popular Panchito?

          Esto último me trae a la memoria nostálgicas vivencias de mis pasos, -nunca perdidos-, por la antigua Universidad de la calle de San Agustín, una calle en la que florecían las yerbas entre sus adoquines, por la que pasaba algún rebaño de cabras, en la que hasta jugábamos ¡los muy gandules! a la pelota, a veces bajo la bonachona mirada de don Domingo Pérez Cáceres desde el balcón de su residencia, a quien, alguna vez, hasta le íbamos a vender rifas para reunir fondos para nuestras fiestas y jolgorios. Por allí pasaban y se detenían a hablar con los estudiantes, en sabrosísimos diálogos,  Panchito, Barrilete, cho Marcos vendelmacho con sus cabras, su palo y su manta al hombro, y hasta don Manuel Verdugo, ya de bastantes años. ¡Qué tiempos, en los que había que asistir a clase con la gabardina puesta y calcetines de lana, pues el frío se colaba a través de las ventanas, con algún cristal roto, y subía desde las losas chasneras del piso hasta metérsenos en los huesos!

          Pero, con todo, aún quedaba tiempo para divertidas escapadas, además de la clásica de San Diego, y para culturales visitas a casa Maquila, La Oficina o El Refugio. Y hasta a Las Canteras, donde aprendí a gobiar el gofio sin atragantarme, echándome una vieja. También gustaba de entrar a horas tempranas en las iglesias a ver su interior, los retablos, las imágenes, los cuadros, sobre los que luego trataba de documentarme en los pocos libros que estaban a mi alcance, con bien escaso éxito, por cierto.

          Pienso que esta Laguna de mi memoria, que es también la de los recuerdos de muchos, con sus humedades invernales y sus encantos estivales -a la que subíamos en pandilla a alquilar bicicletas para pasear por el Camino Largo-, es y debe ser también La Laguna de todos. Y al decir todos, quiero decir TODOS, en el sentido más integrador y solidario que pueda dársele al término. Es La Laguna de la santa e incorrupta Sierva de Dios, y del aventurero corsario Amaro Pargo; del prepotente y carota del  Adelantado don Alonso, y del humilde fray Juan de Jesús de San Diego del Monte; de la adolescencia  estudiantil de Pérez Galdós, y de la senectud de Manuel Verdugo; del impresionante silencio de su ceremonial religioso y procesional, y del estallido lúdico-folclórico de su romería de San Benito; de la intelectualidad, y del  saber estar en toda circunstancia, de su señero Ateneo, y de la jocundidad de un “Barrilete”; de los bulliciosos desenfados estudiantiles de las modernas hamburgueserías, y del recogimiento -casi místico- de la centenaria biblioteca de la Económica.

          Es, y debe ser,  La Laguna moderna y amante del progreso, pero "sin perder su condición", en palabras de Elías Zerolo -lanzaroteño de nacimiento y tinerfeño de adopción- de florón el más antiguo de Nivaria." La Laguna comercial, pero también la hermosa ciudad, búcaro de oro, que en exaltados versos cantó Patricio Perera. La Laguna dinámica y estudiantil, y el paraíso guanche de la guía turística en inglés de 1898. La Laguna vetusta y académica y riñón de la antigua Nivaria, que la llamó Leopoldo Pedreira Taibo o, como la definía su periódico AGUERE -por cierto editado en la imprenta del abuelo de quien les habla-, la Capital Académica del Archipiélago Canario y Capital Religiosa de la Diócesis de Tenerife.

          Aguere, La Laguna de Tenerife o, más propiamente, San Cristóbal de La Laguna, es, y debe ser,  todo esto y mucho más de lo que de aquí pueda deducirse. Antiguamente bastaba con decir “la ciudad”, así, sencillamente. Ni hacía falta ponerle mayúscula: era la ciudad por antonomasia. Madre del resto de ciudades y villas tinerfeñas, germen político-administrativo de la Isla, cuna de cultura y sede de intelectualidad, a la que con el tiempo le fueron naciendo hijas que por ley biológica buscaron su propio camino. Y por si aún queda alguien sin convencer o algún reticente, por encima de todas estas consideraciones existe una verdad incuestionable. Y es que en Cinco Siglos de Ilustre y Noble Historia, dentro del triángulo formado por la Punta de Anaga, la de Teno y la de Rasca, todos hemos sido laguneros.

          El libro que hoy nos convoca ayudará, sin duda, a que La Laguna y los laguneros, conociéndose mejor, se sientan más orgullosos de lo que han sido y de lo que son, e ilusionados con lo que deben llegar a ser. Orgullosos de su historia y confiados, sin complejos, en su porvenir, como lo estamos con ellos y por ellos, los nacidos en los modernos enclaves costeros turísticos, en los pueblos de nuestras incomparables medianías o allá, más abajo de Arguijón, en el antiguo puerto donde se pescaban los chicharros.

          Sólo me resta, después de felicitar a los autores por su brillante y original idea, y al Ayuntamiento de La Laguna por haber hecho posible la edición, terminar diciendo que no sé si Agatárquides habrá sido capaz de inspirar mi pobre forma de expresión, para que haya quedado bien claro lo que he querido decir, y si he logrado transmitir a ustedes la emoción de unos sentimientos personales. Dicen que a buen entendedor... ya se sabe.

          Pero de lo que sí estoy seguro es de que este libro que hoy se presenta,  pequeño en su formato, pero enorme en su contenido, es una valiosísima ayuda para lograr todo lo expuesto. Deberá ser, en lo sucesivo, breviario de cabecera de todos los laguneros. Más aún, de todos los tinerfeños.

          Para sus autores, mi aplauso más sincero.