Santa Cruz y su vocación de capitalidad

 

 

CELEBRACIÓN DEL 188 ANIVERSARIO DE LA DESIGNACIÓN DE SANTA CRUZ

DE TENERIFE COMO CAPITAL DE LA PROVINCIA DE CANARIAS 

 

 

SANTA  CRUZ  Y  SU  VOCACIÓN  DE  CAPITALIDAD

   

 Por Emilio Abad Ripoll (Pronunciada en el Salón de Plenos del  Palacio Municipal de Santa Cruz de Santiago de Tenerife el 27 de enero de 2010)

 

           

          Excmo. Señor Alcalde, dignos miembros de la Corporación Municipal, Excelentísimas e Ilustrísmas Autoridades civiles y militares, señoras y señores: 


          Me presento esta noche ante ustedes con una cierta aceleración en mi ritmo cardíaco motivada por una doble razón. Una es como consecuencia del honor que se me hace al invitarme a dirigir la palabra a un numeroso y, a la vez, escogido auditorio, en presencia de nuestras principales autoridades, en este espléndido marco del Salón de Plenos del Palacio Municipal y en fecha tan significativa para la historia de Santa Cruz como es ésta del 27 de enero, en que se cumple el 188 aniversario de su designación como capital de la, entonces, Provincia de Canarias.

          Y la segunda es que, en mi fuero interno estoy convencido de que, aunque en esta serie de conferencias iniciada hace pocos años ya han tomado la palabra dos pesos pesados de la historia de Santa Cruz, como son don Luis Cola Benítez y don Pedro Doblado Claverie, aún quedan muchas personas, entre ustedes y también ausentes, que podrían haber desempeñado este papel mucho mejor que yo. Y lo digo de corazón, sin falsa modestia, porque además, lo que yo sepa de Santa Cruz lo debo en gran medida a unos amigos de los que hablaré luego y que me enseñaron a querer a esta ciudad no sólo por sus bellezas naturales o artificiales, sino por su historia.

          Yo soy una de esas personas, de tantos hombres y mujeres que llegaron de fuera, se enamoraron de estas tierras y ahora ya las consideran como suyas propias. Pero debo reconocer que en mi caso la adaptación -llamémosle así-  no fue difícil. Soy, somos mi mujer y yo, de Melilla; y más de una vez me he parado a pensar en que, salvando obvias diferencias de tamaño, terreno circundante, etc., tampoco son tan distintas Santa Cruz y Melilla.

          Ambas están a las orillas del mar, de distintos mares, pero de aguas saladas al fin y al cabo; aguas que lamieron unas veces y embistieron otras contras sus murallas, castillos y baluartes jamás vencidos; aguas que se mueven al impulso de las mareas y de los vientos: alisios y del sur aquí, levante y poniente allí. Una Melilla, con Ceuta, Adelantada de España en África; una Santa Cruz, con el resto de las Canarias, Adelantada de España hacia América. Nuestra ciudad se creaba cuando el Adelantado plantaba una Cruz en las playas de Añaza, tan sólo un año y medio antes de que don Pedro de Estopiñán lo hiciera sobre el promontorio en el que nacía Melilla. Una Melilla y una Santa Cruz que, aisladas, solas y pobres, también fueron invictas, pues jamás se izó en sus tierras “bandera que no fuese la de España” (¡qué pocas ciudades españolas pueden decir eso!). Una Santa Cruz y una Melilla codiciadas, pero nunca poseídas, por Blake, Jennings, Nelson, y otros más, aquí; y Muley Ismail, Mohamed ben Abdalah, Abd el Krim, y otros más, allí. Todos estos personajes, y sus huestes, se toparon con el fuego de cañones de bronce y hierro, quizás, en muchos casos, salidos de la misma fundición, y con el pecho de soldados fundidos también en el crisol del amor a la Patria grande. Y, al igual que acá, allá también hay una gran Plaza de España, con un monumento a nuestros soldados muertos en combate; y en su entorno, si en Santa Cruz están el Cabildo, el edificio de Correos y el Casino de Tenerife, en Melilla se levantan, con similar empaque, el Ayuntamiento, el Banco de España y el Casino Militar. Y si aquí hay un Bar Atlántico, allá hay un Bar Metropol. También la ciudad de Melilla duerme al pie de un monte, el Gurugú, no tan alto como el Teide (aunque recuerdo que alguna vez lo visita la nieve); pero si éste es legendario e infundía temor a los primitivos habitantes de la isla, aquel fue la pesadilla de las madres españolas pues por sus laderas y barrancos corrió a raudales la sangre de nuestros soldados. Y tenemos en ambas hermosos parques, García Sanabria y Hernández, en los dos casos con profusión de palmeras, dragos y yucas. Y también en Melilla un cauce seco la mayor parte del año, y que recibe el pomposo nombre del Río de Oro, corta en dos la ciudad cual si se tratara del Barranco de Santos. Y aquí y allí acude la gente a ver correr un agua tumultuosa y barrosa cuando ha llovido mucho en el interior. Gentes que prefieren la vida al aire libre, bronceadas y alegres.

          Quizás por eso para nosotros la adaptación no fue en absoluto difícil, acostumbrados como estábamos a las incomodidades del transporte por la lejanía de la Península, e incluso a la incomunicación de vez en cuando.

          Y tengo que reconocer que, aunque ya adaptados a la vida santacrucera, seguía conociendo muy poco de Santa Cruz. Como es lógico pronto me enteré de la causa de que hubiese una calle que se llama del 25 de Julio (oí hablar por primera vez del “affaire” entre Gutiérrez y Nelson, pues en los libros de historia de mi infancia y mi juventud aquello no se incluía) y otra del 3 Mayo. Como tuve que intervenir en un programa de radio sobre el personaje, me documenté y me enteré que Benavides no era ningún medio centro del Hespérides, sino un glorioso Teniente General de los Reales Ejércitos, matancero por más señas y Virrey en un par o tres ocasiones allá por la América Central y del Norte. Y con cierto asombro descubrí que Puerta Canseco  había sido un ilustre personaje y no, como llegué a pensar desmenuzando la etimología de las palabras, algún antiguo pasadizo dedicado a algún enteco y olvidado perro. Dos años y pico después de nuestra llegada, ya en 1982 y con motivo del centenario del RAMIX 93 se me comisionó para ser el enlace militar con el Ayuntamiento. Y entonces empecé a descubrir cosas de Santa Cruz gracias a la memoria prodigiosa de esa enciclopedia andante que es don José Arturo Navarro Riaño, a su vez enlace del Ayuntamiento con los militares. Y por cierto, en una de las cenas que se organizaron coincidimos en la mesa los Botana, los Abad y un joven edil del Ayuntamiento con su novia. Era nuestro alcalde de hoy, don Miguel Zerolo.

          Pasaron los años, presumimos de Santa Cruz en Kansas y en Turquía, pero me faltaba conocer casi todo. Y una tarde del otoño de 1996, siendo ya JEM del Mando de Canarias acompañé a nuestro Capitán General, don Vicente Ripoll, a una reunión que celebraba en Almeyda un grupo de personas que se hacían llamar la Tertulia Amigos del 25 de Julio. Y para mí, y en lo que se refiere a lo poco o mucho que conozco de Santa Cruz, aquel encuentro fue como la caída del caballo de Pablo de Tarso. No quiero personificar mi agradecimiento en ninguno de ellos, ni en los que ya estaban entonces ni en los que lo han hecho con posterioridad a mi ingreso en la Tertulia, allá por marzo del 99. Sí deseo recordar a Coriolano Guimerá, que nos dejó definitivamente, y a nuestro primer Presidente, José Luis García Pérez, apartado del grupo por una enfermedad. Y no personifico porque, de unos más y de otros menos, de todos he aprendido; junto a ellos  he recorrido, material y virtualmente, las calles de nuestra Santa Cruz; de todos he escuchado anécdotas, historias, retazos de la vida de la ciudad; por todos, en definitiva he llegado a conocer mejor a Santa Cruz, a valorar lo que se ha hecho en estos cinco siglos y pico; junto a ellos he sentido alegría cuando algo de lo que proponíamos veía la luz y decepción cuando comprobamos que proyectos que nosotros consideramos factibles, económicos y rentables no arrancan. En definitiva entre ese grupo de chicharreros me he sentido un chicharrero más, dispuesto a seguir el camino de apoyo y asesoramiento que hace ya década y media se marcaron los fundadores. Y ellos son los culpables de que esta tarde esté aquí, frente a ustedes.

          Algunos de mis amigos, no involucrados en esta aventura de la Tertulia, piensan que permanece anclada en el recuerdo de la Gesta… y eso no es así, aunque hay que decirlo bien alto: únicamente el esfuerzo por mantener vivo el recuerdo de lo que ha sido el hecho más importante de la Historia de Canarias desde su incorporación  a España valdría la pena. Mas no es así, repito. Hoy la Tertulia “toca” muchos temas, siempre relacionados con la historia de la ciudad, de la isla y de Canarias, además de con la Gesta. Y la prueba está en ese listado de proyectos y propuestas que remitimos hace meses al señor alcalde, y que hemos entregado en algunas ocasiones a varios de los Concejales.

          Pero volviendo a lo que les contaba. Cuando conocí algo de la Historia de Santa Cruz siempre me llamó poderosamente la atención un período singular, que esta noche no puede pasar desapercibido. Les voy a pedir un ligero esfuerzo de imaginación, y luego les haré una pregunta. Piensen en sus vidas, en el entorno laboral y familiar en que se desarrollaba su existencia hace 25 años; piensen  en 1985. Recuerden donde estaban, donde trabajaban o estudiaban, si se habían casado, si tenían hijos… Y contesten con sinceridad. ¿A que parece imposible que haya transcurrido un cuarto de siglo? (Sobre todo a los de más edad). Parodiando al tanguista podríamos decir que “25 años no es nada”. ¡Veinticinco años no es nada!

          Pues en los 25 años que van de 1797 a 1822, Santa Cruz pasó de ser un Lugar y Puerto, dependiente administrativamente de otra ciudad, sin Ayuntamiento, a convertirse en la Capital de Canarias.

           ¿Cómo pudo ser eso? En un libro titulado La España Imperial, escrito por un británico llamado J.H. Elliot, el autor estudia en los primeros capítulos las pocas décadas del reinado de Isabel y Fernando y de su nieto Carlos I y encuentra que “de pronto” España se convierte en la mayor potencia del mundo conocido, y, perplejo, se hace unas preguntas, que podemos trasladar también al tema que nos ocupa esta noche: “¿Cómo pudo ocurrir todo esto y en tan corto espacio de tiempo?¿Qué es lo que dinamiza de repente a una sociedad, despierta sus energías y la lanza a la vida?” Grandes preguntas que necesitan una gran respuesta. Y la contestación la encontramos en la España Invertebrada del filósofo Ortega y Gasset y en la España Inteligible de su discípulo Julián Marías: “En la existencia de un proyecto sugestivo de vida en común”.

          Es indudable que en aquellos cruciales momentos y en la sociedad chicharrera tuvieron que existir unos grandes hombres (dentro de poco citaremos a algunos de ellos). Es innegable también que el pueblo necesita de dirigentes capaces y dignos que sepan encauzar las energías y timonear la nave (municipal, provincial o estatal) hacia el puerto soñado. Pero ese puerto debe soñarlo también el pueblo; la gente debe sentir ilusión por alcanzar una meta, debe sentir ese sugestivo proyecto de vida en común. Y los ciudadanos, como nos dice Ortega, deben darse cuenta de que “no conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos”.

          Y así debió ser. Y a riesgo de reiterativo, debo buscar el detonante, el pistoletazo de salida, en el 25 de Julio de 1797. Cuando dos días después se reúnan las fuerzas vivas del Lugar en la Iglesia del Pilar, se palpa leyendo las crónicas que algo ha cambiado, que en el seno de la sociedad santacrucera late un impulso nuevo, que un sentimiento de unión, de fuerza, soterrado, o quizás dormido hasta el momento, ha despertado con el ruido de los cañonazos y el olor de la pólvora. Y el júbilo por la victoria no sólo se exterioriza en las tres noches de luminarias, sino que los chicharreros consideran que ya ha llegado el momento de sentirse adultos, de aspirar a algo más. Agradecidos proclaman compatrono a Santiago, sí, pero conscientes y resueltos a seguir aquel impulso vital, reclaman del Rey escudo de armas y el privilegio del Villazgo. Su vocación de capitalidad, de liderazgo, ha surgido en el horizonte de su historia.

          Y el Lugar, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Tenerife se convierte, casi de la noche a la mañana, por el efecto de los combates, en la Muy Noble, Leal e Invicta Villa, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Hubo un hombre decisivo sí: Gutiérrez, pero secundado por muchos otros, civiles y militares junto a él y por la mayoría del pueblo tras ellos.

          Y observen un detalle. La isla fue consciente en aquellos días de julio de que la llave de su libertad era Santa Cruz. Y empezando por la aportación humana a la defensa de los 5 Regimientos de Milicias de Abona, Güimar, La Laguna, La Orotava y Garachico y la impresionante colaboración logística del Cabildo lagunero, todos los esfuerzos se encaminaron a salvar Santa Cruz, porque salvándose el humilde Lugar y Puerto, manteniendo incólume la defensa aquella Plaza Fuerte, la única de Canarias, se salvaban todos también. Y no es menos consciente el resto del Archipiélago, pues a nuestro Cabildo y a nuestro General llega la gratitud de las otras islas. Ese liderazgo en lo militar, esa importancia indiscutible de Santa Cruz en la defensa de Canarias va a reforzar la naciente vocación de liderazgo político sobre los demás territorios insulares.

          He hablado hace un momento de un sentimiento soterrado o dormido en la conciencia colectiva de los santacruceros de 1797, porque es que la semilla se había plantado hacia ya algún tiempo.

          De todos es sabido que cuando don Luis de la Cueva en 1598 es nombrado primer Capitán General de las Islas de Canarias, recibe de manos del propio Felipe II unas Instrucciones a las que debía ceñirse en el desempeño de su cargo, en el que su principal cometido será “la defensa y seguridad de las Islas, por ser de la importancia que son”. Y el Rey le ordena también que fije su residencia principal en la isla de Gran Canaria. Hablamos, repito, de 1598. Tan sólo un año después, Van der Doe asaltaría Las Palmas. El Rey Prudente sabía bien lo que se hacía.

          Pero el tiempo va pasando, y si con él pasamos las hojas de Canarias y el Atlántico, la monumental obra de don Antonio Rumeu de Armas, vamos constatando con el ilustre historiador que Santa Cruz de Tenerife va ganando, a la vez, importancia urbana, comercial, económica, etc. y que ya desde la mitad del XVII se ha convertido en la única Plaza Fuerte del Archipiélago, es decir, como he dicho antes, en la llave cuya consecución dejaba expedita la conquista de las Canarias.

          En 1650, otro Capitán General, don Alonso Dávila, decide fijar su residencia en Tenerife, concretamente en La Laguna. Y en 1723 el primer Comandante General (con la llegada de la dinastía borbónica, además de otras denominaciones militares, desaparece también la tradicional de Capitán General), don Lorenzo Fernández de Villavicencio, Marqués de Vallehermoso, deja la ciudad de los Adelantados para vivir en Santa Cruz, escogiendo para su alojamiento el propio castillo de San Cristóbal, o Principal.

          No nos dice el señor Rumeu la causa del primer traslado, el de Dávila, más en el segundo, el de Fernández de Villavicencio,  deja caer,algo peyorativamente, que se pudo deber al “cebo de su atractivo comercio”. Pero yo quiero romper una lanza -espíritu de cuerpo, podrían decir ustedes-  a favor de ambos Jefes. Los militares, sea cualquiera la época en que nos tocó vivir, siempre hemos tenido muy dentro, muy presente, lo de la cercanía a las Unidades, a los que están más en peligro; vamos, en palabras hermosas de las Reales Ordenanzas de Carlos III, recogidas en las de Juan Carlos I, aquello de “buscar los puestos de mayor riesgo y fatiga”. Y en la Historia militar española y mundial tenemos ejemplos a montones. Por citar dos con relación a Santa Cruz, el caso del santacrucero O’Donnell, quien siendo Presidente del Consejo de Ministros, como también era Teniente General, no dudó en ponerse al frente del Ejército que era enviado a la guerra contra Marruecos de 1860 (guerra en la que el General Prim cogería una bandera y se metería entre las filas enemigas, tras arengar a los Voluntarios Catalanes, a los que arrastró con su ejemplo). O el caso de Gutiérrez quien, cuando se supone que el ataque inglés es inminente, acude al puesto más peligroso, la Batería del muelle.

          Pues bien, ¿por qué no buscar también en el aspecto militar la causa de los traslados?   Porque fíjense en las casualidades. El mismo año en que Dávila se muda a Tenerife, se inicia la guerra contra Inglaterra, y Cromwell ha declarado que el principal objetivo es atacar los convoyes españoles, cortar el cordón umbilical que unía a la España de Europa con la España de América; un cordón umbilical que tenía un punto de entronque en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. A lo mejor por eso cambió de isla Dávila, y si fue así tuvo razón, porque en aquella guerra Blake atacaría nuestro puerto y nuestro pueblo.

          Pero ya hemos dicho, Rumeu lo de la importancia del comercio y yo lo de la única Plaza fuerte en la época del Marqués de Vallehermoso, que cuando aún está relativamente reciente el ataque de Jennings, ha decidido bajar al Lugar e instalarse, fíjense, en el propio castillo principal, en su propio Puesto de Mando. Otros Capitanes o Comandantes Generales vivirán en él, o muy cerca, como Gutiérrez, Cagigal, Carlos O’Donnell y varios más, justito enfrente, al lado de poniente de la Plaza de Candelaria. Es decir, según mi teoría, cerca del riesgo.

          Pero sea cual fuese la causa de estos traslados, lo cierto es que, desde 1723, la presencia del Capitán General, que no lo olvidemos reúne en su persona los poderes militar, político, hacendístico y judicial (como Presidente de la Real Audiencia, aunque ésta, dirigida por un Regente, siga ubicándose en Las Palmas) va ser un factor añadido, importantísimo y casi decisivo, eso sí, para que los santacruceros consideren en su fuero interno que, de hecho, su Lugar y Puerto es la capital del Archipiélago.

          Ese sentimiento-vocación de capitalidad encuentra la vía de escape con la alegría de la victoria de 1797. Y lo de Santa Cruz va a ser ya imparable.

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          El 7 de diciembre de 1803 se constituye el primer Ayuntamiento de la Villa, se reúne la primera Corporación Municipal, presidida por el primer alcalde, don José María de Villa. Y no voy a ser yo, sino don José Desiré Dugour quien les va a decir lo siguiente:

                    “No pudieron haber salido de la urna nombres más populares ni de reputación más íntegra…

                    Empezaron pues a funcionar estos buenos patriotas con el celo que a todos caracterizaba, marcando a los que les siguieron la senda que debían ensanchar de continuo en pro de la cosa pública; y quizás debe atribuírseles la honra de haber sabido preparar con sus acertadas medidas los altos destinos a que estaba llamada una población llena de movimiento y vida…

                    Santa Cruz puede alabarse de haber tenido por largos años hombres eminentemente patriotas, que supieron realzarla entre las poblaciones del archipiélago canario hasta conseguir ponerla al frente de la Provincia.”

          Y yo añado, hombres como don José Guezala, quien en 1811, ante un desastre agrícola por malas cosechas e invasión de langostas, con la hambruna apareciendo en el horizonte, compró en Cádiz, de su bolsillo, 2.000 fanegas de trigo que embarcó para Tenerife; y como el precio del flete era muy elevado, don Enrique Casalón puso 5.000 reales para que el vital cereal llegase lo más barato posible a manos de los santacruceros y los tinerfeños. ¡No me digan que eso no es vivir juntos un proyecto sugestivo de futuro!

          Pero hay que alcanzarlo. Voy a intentar, a partir de estos momentos, no hurgar en las rivalidades que desde 1808 se empezaron a producir entre La Laguna, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife. En primer lugar porque estoy seguro de que la mayoría, si no todos ustedes, tiene ya formada opinión de lo que sucedió a partir de la constitución, aquel mismo 1808, de la Junta Suprema de Canarias y su paralelo, pero antagónico, Cabildo Permanente de Las Palmas; con los primeros enfrentamientos por la división geográfica nacional en los que se llamaron “partidos electorales” en las Cortes de Cádiz; ni con los más duros enfrentamientos en las Cortes Extraordinarias de 1821 en la lucha por conseguir la capitalidad del Archipiélago. Y como es lógico, al rebasar la fecha de 1822 no entraré en otros conflictos, (Universidad, Obispado, etc. etc.) que culminarán en el reinado de Alfonso XIII, siendo Presidente del Gobierno el General Primo de Rivera, con la división del Archipiélago en dos provincias: Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas.

          Y no lo hago porque yo no he venido aquí esta noche a remover el poso de ese depósito pestilente que lleva etiquetada la leyenda de “Pleito Insular”, ya que creo que ese permanente estado de tensión y de fricción no es bueno ni para las partes ni para el todo, y que la gran perjudicada es ese todo: Canarias. Me han invitado, y he venido, a hablar de la unidad de un pueblo, de una villa, de una ciudad, de una capital  y de su fe en el futuro.

          Cuando las Cortes de Cádiz se reúnen, en plena guerra de la Independencia, con la misma rapidez de las balas se extienden por España las ideas liberales. Se habla de elecciones, de voluntades populares que hay que encauzar y representar. Van a nacer unos nuevos órganos: Las Jefaturas Políticas y las Diputaciones Provinciales, sede del poder político civil, que se separa así del militar. Y se van a crear unas circunscripciones electorales, “partidos electorales” se las llama. En nuestra región ambos proyectos dan lugar a fricciones.

          Las Palmas y La Laguna optan a ser la sede de la Diputación Provincial; en el Congreso gaditano parece ganar terreno la opción de Las Palmas, pero un diputado por Galicia, religioso gomero, Ruiz de Padrón, Abad de Valdehorras, y otros diputados tinerfeños (Llarena y Key) logran que se dilate la cuestión, pues se decide remitir a la Regencia la propuesta de que sea Las Palmas la sede de aquella institución nueva y prometedora, con el añadido de que se pida opinión a todos los Ayuntamientos canarios acerca de la proposición… con lo que el tema amenaza alargarse en demasía. La Autoridad Militar del Archipiélago, el General La Buria, es consciente de que no hay que perder el tiempo (que amenaza aún prolongarse más, pues todavía no ha llegado a Canarias el primer Jefe Político, como se denominó a lo que luego llamaríamos Gobernador Civil, y, como es lógico, deberá conocer los argumentos de las ciudades candidatas antes de tomar una decisión). El Comandante General, todavía poder político, reúne el 5 de diciembre de 1812 una Junta Preparatoria de la organización de la futura Diputación, y decide que se instale en Santa Cruz. Comunica al Congreso su resolución basada en el entusiasmo popular y en su intención de no diferir por más tiempo el dotar a la Provincia de una de las principales prerrogativas constitucionales, la Diputación. Obvio es decir que, al admitir en Cádiz el Congreso la decisión de La Buria y anularse la remisión de la propuesta a la Regencia, La Laguna y Las Palmas no se sintieron especialmente felices.

          La citada Junta Preparatoria acelera sus trabajos y debate un informe presentado por don José Martinón y don Juan Bautista Antequera, apoyados en los superiores conocimientos topográficos y estadísticos de don Francisco Escobar. El informe se aprueba por unanimidad, dividiéndose Canarias en 13 circunscripciones o partidos electorales, de los que 4 corresponden a Tenerife, 3 a Gran Canaria, 2 a La Palma y 1 a cada una de las demás islas. Otra vez Gran Canaria se siente minusvalorada y pide que se le adjudiquen 4 partidos allí, o se elimine uno de aquí, y que la elección de Diputados a Cortes se efectúe en Las Palmas. Ambas propuestas son rechazadas por la Diputación Provincial, ya presidida por el Jefe Político, don Ángel José de Soberón, llegado a Tenerife apenas iniciado 1813.

          En lo que respecta a Tenerife, los 4 partidos se sitúan en Santa Cruz, La Laguna, La Orotava e Icod. Los santacruceros alcanzaban otro escalón, ser cabecera de circunscripción electoral, lo que dejaba la puerta abierta a futuras aspiraciones, como veremos dentro de un momento.

          Pero un hecho, al parecer sin trascendencia, pues la Diputación ya había tomado su decisión, va a enturbiar el tema. Un diputado por Canarias, el señor Lugo y Molina, envía a la Regencia, muy poco antes del regreso a España de Fernando VII,  una modificación (que algunos denominarían “Plan Lugo”) a lo dispuesto: Santa Cruz pasaría a depender electoralmente de La Laguna y sería sustituida por Granadilla, mientras que  sucedía lo propio a Icod con respecto a Garachico.

          Y en 1814 Fernando VII regresó del exilio y apenas sentado en el trono de las Españas, derribó por tierra todo lo iniciado en el camino de la democratización del país. Soberón entregó al Comandante General el mando civil y se embarcó para la Península. Y el nuevo Ayuntamiento, constituido como consecuencia de la entrada en vigor de la Constitución de 1812, ahora derogada, dejó sus asientos a los mismos señores que lo componían en 1808.

          Mas de todos es conocido que apenas seis años después, en 1820, ante la presión de los liberales, el Rey volvió a cambiar de opinión, pronunció su famoso y falaz “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional” y se inició una corta etapa democrática conocida como el Trienio Liberal. Se retomaron los asuntos interrumpidos hacía seis años, entre ellos la designación de los partidos electorales en base a los cuales se elegirían los Diputados a Cortes.

          Las Cortes Extraordinarias creadas en 1821 recomiendan a la Comisión creada que se mantengan las propuestas de las Diputaciones elevadas hacía ocho años. Pero el Gobierno tiene en su poder el Plan Lugo y se inclina por esta solución, que es apoyada por la Comisión. Pese a los esfuerzos, otra vez, de Ruiz de Padrón, el resultado es que en un Real Decreto de marzo de 1821 aparecen como cabeceras de partidos electorales en esta isla La Laguna, Granadilla, La Orotava y Garachico.

          Apenas conocida la noticia en Santa Cruz se reúne el Ayuntamiento, presidido por el alcalde don Matías del Castillo. Se acuerda recurrir el Real Decreto ante el Congreso, y solicitar del Jefe Político la suspensión de la aplicación del mismo hasta que el Congreso decida. Y aquí nos aparece la gran figura de don José Murphy y Meade.

          Bueno, no es que aparezca en la historia de Santa Cruz, sino que quiero decir que aparece en mis palabras, pues Murphy ya había sido miembro del Real Consulado de Canarias en 1801; en los años 1808 y 1809 Vocal de la Junta Suprema de Canarias, que lo envió como representante ante la de Sevilla y la Central, empezando ya a destacar como hábil negociador. Fue diputado provincial en 1813 y 1820, y en la época que nos ocupa, 1821, era Síndico Personero en el Ayuntamiento de Santa Cruz.

          Pero el Ayuntamiento es pobre, paupérrimo. Y al comunicar al pueblo que “siendo indispensable enviar cerca del Gobierno Supremo una persona… que defienda los intereses de Santa Cruz”abre una suscripción pública entre el vecindario para sufragar los gastos de viaje y estancia de Murphy, que va a ser el elegido para intentar modificar, ni más ni menos, que un Real Decreto. Y, por aquello del proyecto sugestivo en común, la gente de la calle, los comerciantes y los pescadores cubren la previsión de gastos. Y un humilde armador presta su barco, gratis, si tiene que moverse entre las islas; y un no menos modesto escribiente, pendolista, se ofrece, sin cobrar un real, como escribano para los trabajos relacionados con la reclamación.

          En un día Murphy prepara la documentación, la “representación” se decía antes, que es aprobada sin modificar una letra por el Ayuntamiento; y llega a Madrid a mediados de julio. Las Cortes están cerradas, pero don José se las ingenia para el 8 de agosto hacer llegar al Rey y al Gobierno el recurso santacrucero. Recurso que se basa fundamentalmente en no considerar válida la nueva designación de partidos electorales puesto que las Cortes, al inicio del Trienio Liberal, habían recomendado que esos partidos fuesen los mismos que ya se habían aprobado por las respectivas Diputaciones en 1812.

          El Gobierno considera lógica la propuesta y, sin esperar la reapertura de las Cortes, modifica su anterior decisión. Serán cabezas de partido electoral Santa Cruz, La Laguna, La Orotava e Icod. Murphy, en un lacónico estilo militar, comunica al Alcalde de Santa Cruz lo siguiente:

                    “Felicito a VI. y me felicito a mí mismo por la consecución de un objeto que es preludio de las mejores consecuencias para esa Muy Noble, Leal, e Invicta Villa”.

          Queda absolutamente claro: Murphy recogiendo el deseo del pueblo y sus autoridades, va a luchar por conseguir la capitalidad de Canarias para Santa Cruz.

          En apoyo de lo que digo recojo un párrafo del capítulo titulado “¿No hay hombres o no hay masa?” de La España Invertebrada de Ortega y Gasset:

                    “Un hombre no es nunca eficaz por sus cualidades individuales, sino por la energía social que la masa ha depositado en él. Sus talentos personales son sólo el motivo, la ocasión o el pretexto para que se condense en él esa dinámica social.”

          Creo sinceramente que en Murphy se condensó, en aquellos momentos lo que Ortega definía como dinámica o energía social, la ilusión de los santacruceros, de la masa popular, por ser más; es decir, su vocación de capitalidad.

          Pero las cosas no iban a ser fáciles, ni mucho menos. Si alguien no conoce los entresijos de lo que se luchó por ese objetivo, les recomiendo dos libros: Murphy. Vida, Obra, Exilio y Muerte, de don Marcos Guimerá Peraza, y la Historia de Santa Cruz de Tenerife de don José Desiré Dugour.

          Piensen en la posición de Murphy. Él no tenía voto en las Cortes; y allí había dos diputados canarios, los señores Echeverría y Cabeza, gomeros ambos, que se inclinaban respectivamente en cuanto a las preferencias por la capitalidad, por La Laguna y Las Palmas. Él era sólo un comisionado del Ayuntamiento de Santa Cruz que deseaba hacer una exposición ante el Pleno de las Cortes.

      Se reanudaron las sesiones parlamentarias el 28 de septiembre de 1821, y tan sólo 3 días más tarde (ignoro que “palillos” tocaría o qué influencias movería), Murphy hacía en el Parlamento español la que don Marcos considera su más famosa e importante exposición, la relativa a la justicia de que la capitalidad de Canarias recaiga en Santa Cruz.

          El señor Guimerá Peraza, en el libro citado, la resume y entresaca sus párrafos más significativos. El señor Dugour la reproduce por entero en el suyo. Por ello, porque está a disposición de quien se interese si no la conoce, y por razones de tiempo, sólo voy a hacer un pequeño extracto de la exposición de Murphy.

          Empieza diciendo que desde hace “un siglo cabal” (recuerden que el Comandante General Marqués de Vallehermoso bajó a Santa Cruz en 1723 y estamos en 1822) fijaron allí su residencia aquellas autoridades cuya presencia simbolizaba la capitalidad del pueblo en el que moraban.

          Y recuerda que, emanadas del Régimen constitucional, se han establecido allí otras instituciones (Jefatura Política y Diputación Provincial) como una cosa natural, sencilla y corriente. Además, muchas generaciones han visto con naturalidad este orden de cosas, y que siempre han sido, son y no pueden menos de ser capitales aquellos pueblos donde existen las autoridades que residen en Santa Cruz. Y las enumera: Jefe Superior Político; Diputación Provincial; Capitán General; Intendente; Juzgado de Alzadas; Junta Superior de Sanidad; y Administración de Correos.

          Por contra, prosigue, Las Palmas sólo cuenta con la Audiencia Territorial y una Catedral. Y La Laguna tan sólo con una nueva Catedral de dos años de vida. Y con sorna añade que ni las Audiencias ni las Catedrales están siempre en las capitales de provincia.

          Y por si fuera poco lo expuesto remarca que Santa Cruz es el principal puerto marítimo, el pueblo de mayor importancia comercial, que la villa está centrada en la provincia, que sus relaciones con todas las islas son contantes y estrechas, que es una bella población, la única de Canarias que puede ofrecer verdaderas comodidades a forasteros y extranjeros, y la de mayor vecindario (aunque admite que a lo mejor Las Palmas tiene más habitantes).

          Quiero resaltar que la Comisión encargada de discutir el tema de la capitalidad de Canarias se presentó el primer día de las reuniones con diputados de otras regiones, el 5 de octubre, para escuchar sus pareceres, pero con el proyecto de decreto en el que figuraba el nombre de La Laguna como capital del Archipiélago, documento básico para iniciar las deliberaciones.

          No voy a reseñar las numerosísimas intervenciones, sólo destacar por ejemplo, que el segundo día, el 6 de octubre se reconsidera la decisión y se manda que todos los componentes de la reunión tengan en su poder la exposición de Murphy. La consecuencia directa es que cuando empieza el debate a fondo, con muchas y acaloradas intervenciones, el tercer día, el 8 de octubre, la Comisión no aprueba la designación de La Laguna. En deportivas y humorísticas palabras de don Marcos Guimerá, “se había ganado el primer round”.

          El día 18 se vuelve a reunir la Comisión con los diputados, y casi tras una veintena de intervenciones, réplicas y contrarréplicas, termina el segundo asalto. Parece que es ahora Las Palmas la que se adelanta algo, pero es solamente una impresión superficial. En el seno de la Comisión, sus pesos pesados, especialmente el señor Clemencín se están inclinando por Santa Cruz. Está influyendo mucho la cuestión de las autoridades que ya residen en la Villa.

          El tercer asalto, el día 19, es más anodino. El diputado por Canarias señor Cabezas, defensor de la candidatura de Las Palmas, empieza a dar muestras de desilusión. Ya que hablamos en términos boxísticos, parece tener ganas de tirar la toalla. Y el cuarto, el mismo 19, se inicia con la presentación por parte de la Comisión del dictamen cuasi definitivo: la capital será Santa Cruz.

          El diputado por Canarias, señor Echeverría, se levanta inmediatamente y pronuncia unas palabras que dejan bien claro el papel jugado por Murphy. Dijo que “En las sesiones de la Comisión ninguno (de los diputados canarios) accedió a que se estableciese el gobierno en Santa Cruz, y sólo a un comisionado es a quien se ha dado todo el asenso, cuando debemos tener presente que en los diputados de la Nación, elegidos por sus provincias, debe haber más confianza que en otro alguno.”

          Tras algunas otras intervenciones a favor y en contra del dictamen, don José Eusebio Gallegos, diputado por Maracaibo y que vivía desde hacía 4 años en Canarias, pronunció unas hermosas palabras reconociendo que la capitalidad debía recaer en Santa Cruz. Y en lenguaje oficial, “declarando el punto suficientemente discutido, se aprobó el dictamen de la Comisión”.

          En el Libro Verde del Ayuntamiento, y en los libros de los señores Guimerá y  Dugour está la carta de Murphy, también escueta y lacónica, informando al alcalde de la resolución. Y tal día como hoy, hace 188 años aparecía un Real Decreto en el que se aprobaba la división provincial de España y en el que se podía leer:

                      "Canarias (islas), su capital Santa Cruz de Tenerife."

          Para León y Castillo esto suponía que Santa Cruz alcanzaba un rango que ningún otro pueblo de las Islas había tenido. Y para poner la guinda al pastel, otra disposición de igual rango y de la misma fecha dividía el territorio nacional en 31 distritos militares, designando a Santa Cruz como capital del Distrito número 13, con jurisdicción su Comandante General sobre todo el Archipiélago.

        ¿Y Murphy? También lo saben. Por firmar siendo Diputado a Cortes un documento en el que se dudaba de la salud mental del monarca, tuvo que desterrarse para evitar males mayores. Se fue a Méjico, y gracias a los trabajos del profesor don Manuel Hernández González y de mis contertulios Daniel García Pulido y Juan Tous Meliá, hemos sabido de sus penurias allá y de su muerte, en la mayor pobreza, en Guanajuato. La Tertulia planeó poner en marcha un proyecto en el que se marcaba el objetivo de traer sus restos a casa. Pero, desgraciadamente, parece ser que con motivos de modificaciones en el cementerio de aquella ciudad mejicana, esos restos fueron depositados en una fosa común, por lo que la idea se hace inviable. Santa Cruz se honró, hace muy pocos años, levantándole una estatua, en la que se le representa triste y cabizbajo, camino del exilio. Es un gran monumento que habría que completar con un pequeño detalle: una placa que explicase a locales y foráneos el porqué del homenaje. Esa placa podría rezar así:

          “Procurador síndico de este Ayuntamiento, obtuvo para su pueblo natal, la entonces Villa, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago de Tenerife,

el título de Capital de la Provincia de Canarias.

          La Corporación Municipal en señal de agradecimiento a este hijo esclarecido.” *

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          Hemos visto muy de pasada, porque el tiempo es corto aunque la historia sea apasionante, la trayectoria de una población costera que se convirtió en Lugar, Puerto y Plaza Fuerte; y luego en Villa; más tarde en cabeza de distrito electoral y después en capital de la provincia. Aún le faltaba ser Ciudad, lo que llegaría en 1869, en otra muestra de esa permanente búsqueda del “plus ultra”, del más allá, en aplicación de su vocación de liderazgo, que vivió la ciudad en menos de tres cuartas partes de un siglo, desde que a Nelson se le ocurrió la malhadada idea de asomarse a nuestra rada. Y luego, también Benéfica, por su unión y su solidaridad ante la desgracia.

          Luego ya lo saben, ocurrieron muchas cosas. Más pleitos, división en dos provincias y con el Estatuto de Autonomía el compartir la capitalidad de la Comunidad Autónoma de Canarias con Las Palmas. Y hoy…

          Hoy tenemos que tener cuidado. El británico Elliot que cité al principio, en el mismo libro, al hablar de la decadencia española se hace otra importante, y terrible pregunta: "¿Cómo pudo esa misma sociedad perder su ímpetu y su dinamismo creador, a veces en un período de tiempo tan corto como el que se necesitó para adquirirlo?" Y la respuesta la volvemos a encontrar en Ortega y Marías. “Porque perdió la ilusión en un sugestivo proyecto de vida en común”

          Señor Alcalde, señores y señoras concejales. Ustedes tienen hoy la responsabilidad del gobierno de esta ciudad. Hagan lo que puedan para que nunca perdamos, ustedes y los ciudadanos, el orgullo por lo que fuimos ni la ilusión por lo que podemos ser.

         Cuando hace pocos meses, al celebrar los 150 años de la concesión del título de Ciudad nos distinguieron ustedes a la Tertulia en un acto público en la Plaza de la Candelaria, en nombre de mis contertulios escribí unas palabras de agradecimiento y reflexión que leo ahora:

                    “La Tertulia es consciente de que si se anula la vigencia de la cultura y de la historia, que deben estar en la base de un verdadero proyecto político, la supervivencia de la sociedad que debe regirse por ese proyecto corre un gravísimo peligro y sólo un milagro podría salvarla. ¿Cómo va  a ser posible que esa sociedad, ese pueblo, esa ciudad o esa nación se puedan mantener vivos si los que tienen la obligación de preservar su legado, es decir, su herencia histórica y cultural, no se sienten identificados con él, y por lo tanto ni lo recuerdan, ni lo enseñan a las nuevas generaciones, ni lo impulsan hacia el futuro? ¿O es que alguien puede ser tan ingenuo como para pensar que el amor y la lealtad hacia la patria chica y hacia la Patria grande, la admiración y el agradecimiento por lo recibido, y el esfuerzo y el orgullo de contribuir a una obra común se pueden mantener por sí mismos, sin que haya alguien que cuide, engrandezca y transmita esos valores?”

          Señor Alcalde, señoras y señores concejales: Les ruego me permitan que con el corazón les diga que creo firmemente que ése es su trabajo, su sagrado trabajo. Una dura labor apoyada en esos dos pilares fundamentales del proyecto político: la Historia y la Cultura. Un sublime esfuerzo conducente a que Santa Cruz tenga y se involucre en un proyecto sugestivo de futuro.

          Y, ojalá, dentro de 12 años, que tampoco es nada, al celebrar el bicentenario de la designación de Santa Cruz como Capital de Canarias, alguien desde este mismo atril y en este mismo salón pueda proclamar con orgullo que gracias al esfuerzo, a la ilusión de sus Ayuntamientos y de sus ciudadanos, y a la realización de un proyecto común sugestivo, sí, Santa Cruz es “de iure” co-capital de Canarias, pero “de facto” es no sólo la Capital, sino un modelo para muchas otras ciudades del mundo.

          Mi gran deseo es que eso se cumpla y, al igual que alguien definió a Madrid como el rompeolas de las Españas, nosotros tenemos que conseguir que Santa Cruz de Santiago de Tenerife sea la playa en la que confluya y remanse lo mejor de todo lo que produce el alma de los canarios.

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* Semanas después, el Ayuntamiento colocaría la placa solicitada en el monumento a don José Murphy.