La batalla del puente del Cabo (Retales de la Historia - 17)

 Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 31 de julio de 2011).

 

          El antiguo e histórico puente sobre el barranco de Santos, que formó parte durante dos siglos y medio del inicio del camino hacia el interior de la isla, se encuentra hoy en un lamentable estado de ruina, que se prolonga en el tiempo sin que se aporten soluciones, lo que debería avergonzar a los responsables de nuestro patrimonio. El problema estriba en el evidente disparate que se ha cometido al elevar el lecho del barranco y estrechar el cauce en la zona de su desembocadura, lo que a no dudar propiciará nuevos desbordamientos en futuras avenidas que volverán a afectar a su entorno, incluyendo a la joya patrimonial que es nuestra iglesia matriz. Y, por las apariencias e inexplicablemente, todo seguirá impune.

          Pero el viejo y modesto puente, el primero que permitió el paso sobre el principal curso de aguas de la población, posee una densa historia y fue factor primordial en el desarrollo urbano de los barrios que conectaba, cuya trayectoria y desenvolvimiento no podría entenderse sin su temprana presencia. Varias veces he tratado en diversos medios del importante papel que a través de los años le ha correspondido jugar en la historia ciudadana. Esta ´batalla´ continúa abierta, desafortunadamente con incierto final.

          El puente ha sido protagonista, incluso, de la planificación urbana de la zona, y así lo entendieron con certera visión los técnicos de la época, quienes al plantearse la construcción del nuevo, entonces, Hospital de los Desamparados, tuvieron en cuenta situar su fachada noble y acceso principal a eje con el histórico puente. De esta manera se valoraba todo el conjunto –barrio de la iglesia, puente, hospital–, conformando una misma unidad urbanística. No cabe duda de que con cualquier modificación que se introduzca sin un serio y detenido estudio, se puede ocasionar la degradación del conjunto.

          Pero también el puente de El Cabo ha tenido protagonismo en otras historias y anécdotas ciudadanas, cercanas en su momento al sentir popular. Por ejemplo, así ocurrió en 1868, cuando el 5 de octubre llegó el vapor mercante ´Cádiz´, portador de la noticia de aires revolucionarios de ´La Gloriosa´ y del derrocamiento de los Borbones. Resulta asombroso como cambia la opinión del pueblo de una época a otra, adquiriendo en algunos momentos actitudes totalmente opuestas, según las circunstancias. El pueblo, el mismo pueblo que en 1808 se echó a las calles de Santa Cruz para proclamar como su rey a Fernando VII –lo que le valió a la entonces Villa la concesión del título de Fiel–, se lanzó a las mismas calles a festejar el derrocamiento de su hija Isabel II. Nos lo cuenta Villalba Hervás, a quien debemos los detalles de los hechos: Al rayar el alba, numerosos grupos recorrían las calles. Las campanas echadas al vuelo anunciaron al pueblo la aurora de su libertad. Por todas partes se vitoreaba.

          Era capitán general desde el mes de julio el mariscal de campo Vicente Talledo y Díez, del arma de Ingenieros, que había participado en la primera guerra carlista, en la que fue condecorado por dirigir la colocación de varios puentes y pontones durante las operaciones. Inmediatamente trató de proclamar el estado de guerra en la plaza, dictando órdenes a los oficiales bajo su mando, y enfrentándose con la Junta de Gobierno que, por aclamación popular, se había instalado en el Ayuntamiento auspiciada por Bernabé Rodríguez Pastrana, José Suárez Guerra y otros republicanos tinerfeños. Por si fuera poco, intentó ponerse al frente de la Junta, siguiendo la pauta de su antecesor en 1854, el general Jaime Ortega, pretensión que no le fue admitida por los reunidos. Sin demora envió al cuartel de San Carlos al mayor de plaza para transmitir sus órdenes al batallón provisional, órdenes que no fueron obedecidas por los oficiales al mando de la tropa.

          En vista de lo ocurrido, no cejando en su empeño, Talledo decidió ir en persona a San Carlos para tomar las medidas disciplinarias oportunas y hacer cumplir la declaración de estado de guerra en la capital, pero no pudo lograr su propósito al resultar arrollado por la muchedumbre en el puente de El Cabo, viéndose obligado a retirarse. Quién se lo iba a decir a todo un experto en puentes. El día 15 del mismo mes de octubre fue cesado en el mando y trasladado a otro destino en la Península.

          A los poco días el buen humor chicharrero se refería a este incruento incidente como ´Batalla del puente de El Cabo´, como remedo a la batalla del puente de Alcolea, que había dado lugar a la revolución.