De la playa y La Caleta al muelle de obra (Retales de la Historia - 13)

Por Luis Cola Benítez   (Publicado en La Opinión el 3 de julio de 2011)

                                                                                             

             Santa Cruz fue durante muchos años la puerta de la Isla. Todo indica que el primer desembarco, el que dio lugar a la fundación del lugar, se realizó por el amplio espacio costero comprendido entre el llamado Puerto de Caballos, en las inmediaciones del castillo de San Juan, y la pedregosa y aplacerada desembocadura del barranco de Santos, pero al ser este lugar más abierto pronto se cambió a otro de mayor abrigo, que en algunos documentos se le conoce como "La Caletilla". Este desembarcadero, una rada de pequeñas dimensiones que se había formado por la acumulación de materiales arrastrados hasta la rompiente de las olas por el barranquillo de Cagaceite, muy poca seguridad ofrecía para las operaciones de acercamiento, carga o descarga de las barcas.

          En el primer plano conocido de la población, levantado por el ingeniero cremonés Leonardo Torriani en 1588, se representan en aquel lugar varias barcas varadas en tierra, un winch para ayudar a las operaciones –en el habla canaria, güinche– y lo que parece un espigón o rampa de varada que se adentra en tierra desde la línea de costa. Aunque con mínima y precaria infraestructura, queda fuera de toda duda que este fue el primer puerto de Santa Cruz.

          Pero el sitio resultaba demasiado reducido para el tráfico que demandaba una comunidad que era deficitaria de casi todo, y ese todo tenía forzosamente que llegar por mar, por lo que muy pronto, o simultáneamente, comenzó a utilizarse el inmediato entrante que formaba la costa entre el barranquillo y la laja de piedra de San Cristóbal, sobre la que ya se levantaba el castillo. Este lugar, La Caleta, fue el principal desembarcadero durante muchos años y es evidente la constante preocupación del Cabildo por mantenerlo en condiciones, como cuando dispone, en 1508, que la tercera parte de las penas por desembarcar pasajeros sin permiso sea para aderezar el puerto, cuantía que en 1510 se eleva a las dos terceras partes. En 1517 el mismo Cabildo, al referirse al puerto de Santa Cruz, lo cita como puerto real de esta isla.

          En 1546, cuando Blas Díaz construyó en aquel lugar una nave de 250 toneladas, todavía la Caleta servía como varadero. A partir de entonces fue conocida como Caleta de Blas Díaz. Pero al poco tiempo el Cabildo comenzó a ejecutar mejoras, escaleras de piedra, embarcaderos de maderas, etcétera, tratando de facilitar las operaciones imprescindibles para un buen servicio, y a los pocos años ya había invertido más de dos mil ducados. Pero todo fue en vano. La Caleta quedaba abrigada de los vientos dominantes por la "laja" de San Cristóbal, pero cuando llegaba el temido tiempo Sur era imposible aplacar el empuje del oleaje. Así ocurrió en 1585, el mismo año en que la Real Aduana se estableció en Santa Cruz, en que se arruinó toda la obra realizada hasta el momento. Hasta 1604 no se hizo un nuevo proyecto de muelle en el mismo lugar, que contemplaba un espigón con escalera por los dos lados, para poder abrigarse de los vientos de ambos cuadrantes, según de donde soplaran, pero no pasó de proyecto. El embarcadero siguió igual, con frecuente pérdida de barcas y mercancías, con continuas reparaciones y recomposiciones, que no podían pasar de lo más imprescindible por la falta de recursos. El Cabildo pedía ayudas a la Corona que nunca llegaban.

          Fue en 1729 cuando, por primera vez, el ingeniero militar Miguel Benito de Herrán sugirió aprovechar la laja de piedra que se adentraba en el mar junto al castillo de San Cristóbal, para que sirviera de base y cimiento para el espigón de un muelle que tuviera un mínimo de solidez. Pasa el tiempo y esta idea la recogerán los proyectos de otros ingenieros, La Rivière, primero, y luego, Lapierre y Manuel Hernández, hasta que en 1749 el comandante general Juan de Urbina, ante la falta de respuesta de la Corte a la solicitud de gravámenes que se pedían para afrontar las obras, convocó a los principales comerciantes y personas más acaudaladas para plantear definitivamente su ejecución a base de contribuciones personales voluntarias. Lapierre dirigió los trabajos hasta su terminación, en 1757.

 

          El nuevo muelle, primero que se construyó en Canarias, constituyó toda una novedad y permitía y facilitaba la carga y descarga desde las barcas que conducían mercancías y pasajeros a tierra. Con el tiempo llegó a ser lugar de cita y paseo ciudadano, junto con la cercana Alameda de Branciforte. Este muelle, con algunas modificaciones, fue el que existía cuando Nelson intentó conquistar la isla. En su explanada tuvieron lugar duros enfrentamientos con las fuerzas invasoras, en sus sillares persisten las huellas de impactos artilleros y desde la batería emplazada en su extremo se rechazó el refuerzo de tropas de asalto enviado en la madrugada del día 25.

Hoy, a punto de desaparecer sus restos por las obras de la Vía Litoral, el Gobierno de Canarias y la empresa a cuyo cargo están los trabajos, han accedido a preservar sus históricas piedras, trasladándolas de lugar y dejando testimonio de su anterior ubicación para que su memoria perdure.