Los mercados antiguos (y II) (Retales de la Historia - 3)

 por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 24 de abril de 2011).

 

           Tenemos noticia de que, como en tantos otros lugares, en el antiguo Santa Cruz existió un lugar conocido como Plaza o Plazuela de las Verduras, que venía a ser la primera recova de que dispuso el Lugar y Puerto. Los valles próximos -Tahodio, Valleseco, El Bufadero-, o los núcleos rurales -Los Campos, San Andrés, Igueste-, en unión de las numerosas huertas interiores, al principio primordialmente localizadas en lo que hoy es el barrio de El Toscal, surtían de los productos del campo a una población en constante crecimiento generado a impulsos del movimiento mercantil. Esta plazuela estaba situada al aire libre, junto al tambor suroeste del castillo de San Cristóbal, lugar que podemos hacer coincidir con el área hoy comprendida entre la esquina del edificio Olympo y el espacio frontero al de Correos.

          Allí llegaban las campesinas con sus cestas cargadas de frutas y verduras a la cabeza para ofrecerlas a los vecinos, junto con aves de corral o piezas de caza menor como conejos y perdices y, lo que constituía todo un lujo para el que pudiera adquirirlo, sacos o cestos de carbón vegetal, trabajosamente elaborado por los carboneros de las cumbres de Anaga, y transportados a lomos de bestias, cuando no a hombros de sus propios fabricantes, por tortuosas veredas. Durante mucho tiempo así se surtió el pueblo, pues la venta callejera de puerta en puerta siempre estuvo controlada por los alguaciles. Muy cerca, al lado mismo, estaba la Plaza de la Pila con su fuente central, punto de reunión de comadres, arrieros y vecinos, con la correspondiente algarabía.

          Cuando en 1813 por fin el Ayuntamiento dispuso de las primeras Casas Consistoriales en la cabecera de la plaza de la Pila, cuyo pavimento se arregló y enlosó, los ediles acordaron trasladar la Pila para evitar los alborotos que a su vera se producían y se llevó, precisamente, junto al lugar en que se establecía el mercado. Desde muchos años antes ya existía la idea de construir un mercado cubierto, proyecto que presentaron en 1775 los comisionados Bernardo de la Hanty, José Víctor Domínguez y Nicolás González Sopranis, pero que entonces no llegó a realizarse. Ahora, siendo alcalde Matías del Castillo, se decidió hacerlo en la misma zona, más bien entre la mencionada plaza de las Verduras y la Carnicería, esta última frontera a la plaza de la Iglesia y dando espalda a la muralla del mar.

          El lugar era céntrico y bien ventilado por las brisas marinas, pero no se tuvo en cuenta que por allí mismo transcurría, en su tramo final, el barranquillo del Aceite o de Cagaceite, cubierto por una bóveda en arco realizada con materiales no demasiado fiables. El año siguiente, siendo alcalde José María de Villa, se aprobó el plan de obras con 40.000 reales de presupuesto, se compraron unas casillas contiguas para ampliar el solar y se pidió permiso a Fortificaciones por lindar el lugar con la muralla de la marina.

          Las piedras de cantería necesarias para el portalón fueron cedidas gratuitamente por el prior del convento de Santo Domingo, pero la obra duplicó el presupuesto y alcanzó cerca de 87.000 reales. Por fin Santa Cruz contaba con una recova digna, que fue abierta al público el 17 de abril de 1815. El ayuntamiento quedó endeudado hasta las cejas, pero el nuevo establecimiento merecía las mejores galas y se encargó, para presidir su fachada, sobre la puerta del quarto de los Sres. Regidores de la Recova, un emblema y escudo de armas de la villa, que fue realizado por el escultor Fernando Estévez, que cobró 600 reales por el trabajo. ¿Qué habrá sido de esta obra del insigne escultor, autor de la imagen de la Virgen de la Candelaria, de la Concepción y de tantas otras?

          Pronto comenzaron los problemas. Como las crecidas de las mareas rebasaran lo normal, las olas rompían la muralla y anegaban la recova, llegando hasta las calles inmediatas, lo que ocurría con cierta frecuencia. En alguna ocasión la reparación se hizo sólo con piedras y tierra y llegó a peligrar el mismo edificio, pues los daños por el mar eran imprevisibles. Algo similar ocurría cuando el barranquillo, sobre cuya bóveda estaba construido parte del edificio, se desbordaba con las avenidas motivadas por las lluvias y socavaba los cimientos y paredes. Cuando se obstruía había que pedir al comandante general presidiarios para su limpieza y, algunos cuartos con el suelo de callaos los habían minado los ratones y no había dinero para enlosarlos. Todo eran problemas.

          En 1838 se pensó trasladar la recova al exconvento de Santo Domingo, a lo que la Caja de Amortización se opuso, hasta que en 1850 el gobernador civil autorizó enajenar el viejo edificio para dedicar su producto a la construcción de un nuevo mercado en el solar que había ocupado el antiguo convento. Pero esa es otra historia.

          Inaugurado el nuevo mercado en 1851, la primera recova de Santa Cruz, en estado casi ruinoso, fue vendida a una firma consignataria del puerto, que dedicó la vieja construcción a almacén de carbón. Y así terminó el que había sido flamante establecimiento de abastos.