Una deuda histórica con los Héroes del 25 de Julio

 

Luis Cola Benítez   (Publicado en El Día el 11 de marzo de 1992)

            Santa Cruz de Tenerife, entonces capital de Canarias, recibió y ostenta con legitimo orgullo los títulos de «Muy noble, leal, invicta y muy benéfica». También, en el común sentir de visitantes de todas las latitudes, se la considera como ciudad abierta, cosmopolita, hospitalaria y liberal. Nadie es capaz de negarle ni uno solo de estos calificativos, que emanan de la hidalguía natural de un pueblo que ha dejado siempre bien alto el pabellón de sus convicciones más profundas con un «saber estar» en toda circunstancia, por muy adversa que ésta haya sido.

          Así lo ha acreditado sobradamente y ante todos a lo largo de una limpia trayectoria, en la que si algunos ras¬gos pueden destacarse son su generosidad y liberalismo, no siempre comprendidos ni valorados debidamente, incluso dentro de la propia Isla. De esta forma de ser, consustancial con su idiosincrasia, es claro ejemplo el hecho de haber otorgado el nombre de una de sus principales vías urbanas a su mayor enemigo histórico, el contralmirante Horacio Nelson -lo que no deja de sorprender a muchos de nuestros visitantes foráneos-, como reconocimiento de las altas cualidades que adornaban al insigne marino. Santa Cruz supo así hacer suyo el viejo dicho de que lo cortés no quita lo valiente.

          Pero la ciudad oficial y política esta tardando, lamentable y vergonzosamente, en dar forma material y perdurable al indudable agradecimiento y a la admiración que los ciudadanos sienten hacia los que, con su valor y su sangre, nos ofrecieron el verdadero motivo para que hoy exista la calle de Horacio Nelson. Es curioso, pero se ha reconocido antes el mérito del contrario que el de cuantos nos defendieron y fueron artífices de su derrota, alcanzando la más importante victoria de Canarias sobre un enemigo extranjero. Es verdad que también existe una calle dedicada al, general Gutiérrez, jefe máximo de aquella acción, pero no es menos cierto que la indiscutible gloria que le corresponde la comparte con militares, milicias provinciales y paisanos, que lucharon hasta el heroísmo. También es verdad que a éstos, hasta ahora, sólo buenas palabras se les ha dedicado.

          Como plantea con acierto el Dr. Guimerá Ravina en el prólogo a mi pequeño libro Reflexiones sobre este tema, los tinerfeños siempre hemos sido presas de una especial fascinación hacia la famosa gesta; y él, que también lo está, me considera atrapado en las finas redes de esa fascinación. Pero son muchos, muchísimos más, los que, con mayor o menor fuerza o más o menos conscientemente, denotan el mismo sentimiento. Esto no es una afirmación gratuita, pues se ha evidenciado de forma clara por las reacciones y comentarios que han suscitado, tanto las citadas Reflexiones, como la carta abierta dirigida a nuestro alcalde y publicada en EL DIA de 16 de enero pasado. Y una de esas personas, de reconocido prestigio, lo ha hecho público hace bien poco: se trata del gran tinerfeño, alcalde de nuestra ciudad desde 1960 a 1965, don Joaquín Amigó de Lara.

          En este mismo periódico, el 18 del pasado febrero, don Joaquín, con concisión y claridad, como corresponde a su acreditada capacidad técnica, ha lanzado una sugerencia que a muchos ha cautivado por su originalidad, espectacularidad y bajo costo económico que representaría. De ella se hace eco el «Comentario de EL DIA» de fecha 22 del mismo mes. La idea de la construcción de un pequeño faro o fuente de luz, situado sobre el pedestal natural de la montaña de La Altura de Paso Alto -de 235 metros de altitud-, que proyecte al espacio dos rayos luminosos en forma de simbólica «V», resulta francamente sugestiva y sería el comple¬mento idóneo al conjunto escultórico monumental  que se erigiera en las proximidades de la actual Alameda de la Marina, o del comienzo de la Avenida de Anaga, lugares que fueron el principal escenario de los hechos que se pretenden perpetuar.

          Es sabido que el CIT dispone de un proyecto particular para realizar en aquel lugar -montaña de La Altura- un mirador sobre la ciudad y su puerto, en el que el faro tendría su emplazamiento ideal. Por otra parte, me consta el interés del alcalde, don José Emilio García Gómez, por hacer realidad el monumento conmemorativo, así como que el concejal de Urbanismo, don Manuel Parejo Alfonso, considera la oportunidad de la inmediata remodelación de la Plaza de España y su entorno para incorporar allí el citado monumento. También me atrevo a afirmar, y creo no equivocarme, que el estamento militar -que tan admirable obra realiza en Almeida con el Museo Regional Militar- prestaría gustoso su decisiva colaboración y ayuda a la idea de ambas realizaciones. Y, por supuesto, al tratarse de perpetuar un hecho tan relevante en la historia de Tenerife y de toda Canarias, también resulta obligada la participación del Cabildo Insular y del Gobierno Autónomo.

          Con la conjunción de todos los esfuerzos, se lograría saldar la deuda de gratitud y homenaje que aún está pendiente, a pesar de tantos buenos propósitos y de tantas mejores palabras vertidas sobre el tema durante doscientos años. Y no cabe duda de que la fecha ideal y oportunísima para hacerlo sería el V Centenario de Santa Cruz, que se celebrará en 1994. Al mismo tiempo, la ciudad se enriquecería con una obra digna y perdurable en honor de sus mejores héroes, elocuente testimonio de agradecimiento hacia quienes supieron defendemos con bravura y ser magnánimos con el enemigo en la victoria.