Emilio Abad y la Gesta del 25 de Julio

Autor: Antonio Salgado Pérez   (Publicado en El Día el 31 de julio de 2009).

 

           Nos resultó una conferencia llena de ternura y sensibilidad, enriquecida por las múltiples citas que sobre “La Gesta del 25 de Julio” se han escrito, leído y oído. Emilio Abad Ripoll, General de Brigada de Artillería, bordó, con un epílogo inolvidable, y en el salón de plenos del Ayuntamiento de Santa Cruz, la participación que tuvo la ciudadanía tinerfeña en La Gesta, donde destacó la figura de la mujer como parte fundamental en el desarrollo de la batalla que se libró en el mes de julio de 1797.
 
          Abad Ripoll, de voz vibrante y nítida, y con un énfasis muy especial en su locución brindó a la numerosa concurrencia que acudió al mencionado recinto, páginas inéditas y entrañables para los que, por supuesto, y por nuestras limitaciones en el tema, desconocíamos. Por ello también nuestra gratitud al Organismo Autónomo de Fiestas y Actividades Recreativas del Ayuntamiento capitalino que dirige Maribel Oñate, “alma mater” del ciclo de conferencias sobre tema tan sugerente como inagotable.
 
          El conferenciante, que fue presentado con tanta brevedad como brillantez por Sebastián Matías Delgado, apoyado por medios audiovisuales, que siempre se agradecen, “sacó petróleo de donde nadie lo había olido”. Y expuso, por ejemplo, la inconmensurable generosidad que en esas delicadas fechas aportó el Cabildo de Tenerife con aquellas tropas que, en vez de fusiles, prefirieron sus aperos de labranza para frenar al invasor.
 
          Las palabras y los conceptos que vertió Emilio Abad no deberían quedar en el olvido y sí repetirlos en otros foros -centros docentes, Universidad, etc.-, para que los jóvenes analicen el valor del que hace más de doscientos años hicieron gala aquellos “amateurs de la guerra” para propinarle una severa corrección a las huestes del afamado Horacio Nelson, aquel ínclito enemigo que, por ironías de la historia, tiene una calle -amplia y luminosa- a su nombre en nuestra capital, mientras que su “verdugo”, el General Gutiérrez, tiene un busto microcéfalo que mira a su calle, tan céntrica como mezquina.
 
          Al general Abad se le quebró la voz no sólo al mencionar a las llamadas “aguadoras”, que aprovisionaron a los soldados durante la batalla, sino al recordar, especialmente, a la campesina, “aquella moza agreste de San Andrés” que se percató de la llegada de los buques ingleses y corriendo y corriendo entre piedras, tierra y polvo, dio la voz de alarma. Aquel valiente gesto de patriotismo y solidaridad pronto será perpetuado en una estatua.
 
          Como ultílogo y siempre para remembranza de este simple escuchante, queremos dejar constancia del alto significado que el conferenciante otorgó a aquellas mujeres que siempre estuvieron al lado de sus esposos, de aquellos singulares personajes que el 25 de julio de  1797, con aperos de labranza y algún fusil, dejaron invicta a la Isla. 
 
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