La huella de un Maestro. In Memoriam. Don Sebastián Matías Delgado Campos

 
Por Fátima Hernández Martín (Publicado en el Diario de Avisos el 21 de abril de 2024)
 
 
           Hay personas que dejan una inmensa huella en nuestras vidas, es el caso de D. Sebastián Matías Delgado Campos, el eminente arquitecto tinerfeño que marchó un día de abril, calorosamente atípico, de forma silenciosa, tranquila, casi sin molestar… como él gustaba vivir. Su andar sosegado, su mirada pausada y respetuosa y su voz tenue y adecuada, aunque vehemente y valiente cuando defendía aquello en lo que creía, custodios de plétora de información de años de saberes y deberes, han sido fiel reflejo de una forma de ser que brilló y destacó de manera notable, dejando una estela de buen hacer y un ejemplo para futuras generaciones.
 
          Nacido el 20 de enero de 1942 en Santa Cruz de Tenerife, su amplio currículo como arquitecto se halla jalonado de numerosas actividades. Por ejemplo, docencia en Rehabilitación Arquitectónica para Posgraduados de la Escuela Universitaria de Arquitectura Técnica de La Laguna, en los cursos para Extranjeros de la misma Universidad o en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz. También coordinador-Director de contenidos sobre Arquitectura Tradicional Canaria, con destacadas intervenciones en una veintena de jornadas y conferencias, así como presentador de numerosos ponentes, libros y exposiciones de arte. 
 
          En su quehacer profesional realizó trabajos relacionados con la arquitectura histórica y la rehabilitación de edificios antiguos, destacando recientemente la del Palacio Episcopal de La Laguna, prácticamente destruido por el devastador incendio, de triste recuerdo para todos. Miembro de la Tertulia Amigos del 25 de julio, también lo fue de Número del Instituto de Estudios Canarios, Socio de Mérito de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, Académico de Número de la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel (en cuya Junta de Gobierno desempeñó funciones de Tesorero y Secretario General) y Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla.
 
          Pregonero de la Semana Santa en varias localidades tinerfeñas, incluyendo Santa Cruz y La Laguna, y Mantenedor en Fiestas de Arte en varias ocasiones, su espiritualidad siempre estuvo vinculada a una forma de vivir, pensar y actuar, a una oratoria interesante, a lecturas reposadas, al arte de recitar poemas por los que sentía veneración y, sobre todo, al disfrute de la música (su amada música, del que era excelso erudito) que formaba parte intrínseca de sus hábitos cotidianos. 
 
          Por eso, en estos momentos de intenso desasosiego, ante una noticia tan inesperada, unidos al dolor de su familia y repasando su extenso bagaje profesional, todavía viene a mi memoria con nostalgia, cuando me habló entusiasmado (hace muy pocas semanas) de presentar el libro Cinco matrimonios Carta, el día 3 de abril, en el Palacio de Carta de Santa Cruz de Tenerife, obra que me impresionó sobremanera al recibirla, leí con avidez y que él había prologado con tantos detalles, tantos… pero en especial con profundo conocimiento que, en cierta manera, provocaba hasta tristeza tener que acabarlo. 
 
         La noticia de su partida nos llega con el recuerdo de sus recientes y otros, tal vez, inacabados proyectos, aquellos que a buen seguro estaban presentes en su mente, pues él como buen hacedor de propuestas, las gestaba al amparo de lógicos razonamientos, impregnados del inmenso amor por su tierra, del Tenerife de ahora y de antaño, del que conocía detalles, personajes, edificios, calles, anécdotas, datos, fechas, crónicas y curiosidades, es decir, el devenir de ciudades y pueblos que solía caminar, callejear, otear, analizar, relatar, criticar o propugnar, no sólo durante doctas intervenciones en actos institucionales en los que participaba…también en amenas charlas con conocidos, amigos o tertulianos, en la algarabía de un paseo chicharrero, a mediodía, bajo un sol de justicia, o en torno a una mesa, saboreando algunos aperitivos en una terraza del Viejo Santa Cruz, al abrigo de la sombra, refrescados por la suave brisa de apacibles horas vespertinas.
 
          Considerado un caballero a la usanza, de una clase intelectual de otrora, peculiar, con un halo especial de instruido y educado, su paso por la vida cultural y académica isleña, deja una impronta difícil de olvidar.
 
          Por eso, ahora, agradeciéndole su amistad y el respeto y cariño que siempre me mostró, descanse en paz, Sebastián, un señor que ornó con humildad su profundo saber y exquisita personalidad… aquí, en su ciudad, aquí, en su tan querido -para él- enclave atlántico.
 
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