Con "Cats", Londres sigue siendo la catedral mundial de los musicales

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 12 de septiembre de 1993)
 
 
          Recordemos la exclamación y la reflexión de aquel poeta francés: ”¡Londres, Londres, maravilla. Enorme flor que se abre de noche!”. Y en esa flor hay pétalos muy importantes: los teatros.
 
          Como apunta Lynne Truss, columnista especializada en el periódico The Guardian, a comienzos de los años 80, el teatro en Londres atravesaba una situación más que preocupante. Los medios de comunicación empezaron a utilizar el término “apagado” en el sentido teatral más exacto. La pregunta era general: ¿Por qué tantos de nuestros teatros están “apagados”? Los espectáculos duraban poco en cartel y el rumor llegó a alcanzar incluso a la imparable “La Ratonera” (The Mousetrap), de Agatha Christie, estrenada en 1952 y de momento récord mundial de permanencia en cartel. O sea, cuarenta y un años en el St. Martins, que se dice pronto.
 
          Sigue recordándonos la famosa columnista londinense que en 1985 la situación mejoró y la Sociedad de empresarios teatrales del West End registró el mejor año de su historia y al siguiente los resultados fueron igualmente magníficos pese a la ausencia de turistas americanos, supuestamente la mejor clientela de los teatros de la ciudad, debido a las amenazas libias y al desastre de Chernóbil.
 
           Algunos aseguran que la citada recuperación ha tenido un precio muy alto: hacer de Londres la capital mundial de los musicales. En lugar de arriesgarse apostando por lo nuevo y ofreciendo oportunidades a los autores jóvenes, los empresarios únicamente invierten en musicales espectaculares con lleno asegurado meses antes de su estreno. Valga por ejemplo, “Jesucristo Superstar”, que sólo en Londres hizo en su día siete millones de libras y se ha representado en treinta y siete países. De esta forma, tal y como dicen los puristas, mientras que el teatro va viento en popa, económicamente hablando, con respecto a la calidad, el nivel medio de las producciones deja mucho que desear.
 
          Si ahora “Jesucristo Superstar” ha desaparecido de las carteleras londinenses, aún permanece “Cats”, que sigue contribuyendo a que esta capital siga siendo la catedral de los musicales. “Cats” se estrenó en el New London Theatre, en la primavera de hace ahora doce años. Y como el Johnny Walker, sigue tan campante… Y aún tiene usted que sacar con bastantes días de antelación su ticket si no quiere perdérsela. Excepto, en España, “Cats” se ha estrenado prácticamente en los más importantes teatros del mundo, desde los de Estados Unidos hasta París, pasando por Moscú, Tokio, Melbourne, Oslo, Berlín Oriental, etcétera. Con cierto énfasis dicen los británicos que el tema cumbre de “Cats”, su canción “Memory”, se ha oído tantas veces en todos los confines de la tierra que si estas interpretaciones se pudiesen empalmar una tras otra, tardaríamos cinco años en escucharlas… De ella, de “Memory”, se han hecho más de cien versiones.
 
          En “Cats” gravita el genio musical de Andrew Lloyd Webber, el autor del citado “Jesucristo Superstar” y, también, de “El fantasma de la ópera”, que sigue acumulando éxitos en el Her Majesty´s londinense.
 
          Andrew Lloyd Webber se decidió a llevar a la escena “Cats” porque cuando casi era un niño había leído un libro que le había fascinado, “Old Possum´s Book of Practical Cats”, del poeta norteamericano Thomas Stearns Elliot, premio Nobel de Literatura en 1948. Este libro contenía versos que, según Lloyd Webber, “poseían una extraordinaria musicalidad, así como unos ritmos muy personales”.
 
           Allí, en New London Theatre, el escenario –donde está estampado un amplio collage– se confunde con el patio de butacas. Y cuando se apagan las luces y el público enmudece, surgen, aquí y allá, de casi todos los rincones del ventilado recinto, que no es muy grande, centenares de ojitos de gatos que, a veces, parecían transportarnos a algunas privilegiadas autopistas británicas, donde precisamente esos “cat-eyes” nos orientan, nunca deslumbran, en noche sin luna. Y cuando poco a poco venía la claridad iban saliendo de aquella especie de lazareto “adornado” de ruedas, llantas, cloacas y paraguas-lomos, rabos y garras; gatas y gatos. Felinos de todo tipo: aristócratas, elegantes, bravucones, presumidos, orgullosos, errantes, vagabundos, mendigos, de mal vivir… Y cuando hablan, cantan y bailan -¡Dios mío, como cantan y bailan!– pues, entre bromas y veras, satirizan a sus dueños y a la sociedad británica con la que algunos de ellos vive. Reflejan a una Inglaterra ahora perdida, “que nunca va a poder ser la misma”
 
          Excelentes maquillajes, vestuarios con mucha imaginación, increíble fidelidad en un sonido que, la mayoría de las veces, uno intuye la col del “play-back”. En el epílogo de la primera parte se canta por primera vez “Memory”, una pieza sentimental y sugerente, bella y delicada, que siempre ha quedado dulcemente grabada en los tímpanos más exigentes.
 
          Antes, nuestros vecinos, los felinos, han estado dialogando y cantando ante nosotros, en todos los niveles del coqueto recinto, desde las butacas hasta el mismísimo “gallinero”. Después, en el intermedio, paradójicamente, sigue la función, donde los pausados mamíferos miran a los espectadores con un semblante muy especial y donde sus gateos y movimientos causan una unánime hilaridad. Algunos, los más relevantes del cartel, atienden a la demanda juvenil del autógrafo. Al final, tras toda una exhibición de alta coreografía y luminotecnia en aquel escenario con aspecto de circo, los ¡bravos! son obligados. Y de aquella treintena de gatos-as con un movimiento de baile distinto, aparece, uno a uno, sobre el amplio collage, para recoger el elogio verbal y la trepidante acción del aplauso.
 
          A la salida, y en todos los rostros, una sonrisa. Y en los oídos, una canción inolvidable: “Memory”.
 
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