José Luis García Pérez y "El zoo de cristal" de Tennessee Williams

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 13 de febrero de 1993)
 
 
 
         Y la gente acudió, podíamos decir en masa, a la cita que, con su habitual desvelo y cariño, nos había preparado José Luis García Pérez, ”todoterreno cultural” que lo mismo lidera un vicerrectorado, que escribe un libro, que presenta con un sello muy especial la producción literaria de sus colegas, que nos da una conferencia y, encima , interpreta a Tennessee Williams, un tremendo dramaturgo acaparador de Pulitzer, de reflejos cinematográficos y de conflictos.
 
          Su idea, la idea de José Luis, gestada muchos años atrás en las habitaciones del Colegio Mayor San Agustín, se basaba en recitar conjuntamente los textos de numerosas obras teatrales, Y ahora, en el primer intento, aquella idea fructificó en el Campus de Guajara, donde una oleada de aplausos, con alguna que otra incontenible exclamación, vinieron a compensar la voluntad, el tesón, y, sobre todo, la valía de un cuarteto escénico que siempre mantuvo a los asistentes muy pendientes y atentos a lo que se desarrollaba entre penumbras, velas y focos.
 
          Tennessee Williams, con su “El zoo de cristal”, fue un buen inicio para el pretendido encuentro de todos los estamentos de nuestra Universidad –profesores, alumnos y personal de administración y servicios– alrededor de la mesa teatral, como bien nos apuntó Alberto Omar Walls en la formidable reseña que plasmó en el díptico del programa, donde, entre evidentemente esperanzado y nostálgico, también nos transmitía que era una magnífica idea la de aprovechar la energía de una afición y poner en práctica el uso de un medio de comunicación y aprendizaje que ha quedado injustamente anclado en el olvido, porque esta sociedad, cada vez más consumista de los nuevo y tecnificado, ha perdido quizá el “placer” por las cosas sencillas, artesanales e imperfectas.
 
           Y entre aquellas austeras penumbras, vels y focos, aquel drama familiar en el que una madre exigente llega a atosigar de tal manera a sus hijos, que termina inevitablemente por truncarles sus propios futuros, como así nos lo sintetizó Ana Betancor.
 
          (Para el que suscribe, “El zoo de cristal” tiene gratísimos recuerdos. Remembranzas colegiales donde, apretujados en un atiborrado Teatro Guimerá, tuvimos la dicha de contemplar, auténticamente extasiados, el verbo y el empaque de aquella eximia, inolvidable actriz, que “llenaba enteramente” el escenario. Su papel de madre, dictatorial en intransigente, jamás se ha borrado de nuestra mente. Ni la de su resignado hijo. Ella era Pepita Serrador, que encandiló de tal manera al pueblo tinerfeño que éste tuvo que dedicarle una calle; y él era Chicho, su hijo de ficción y de realidad).
 
          Hace unos días, también el que suscribe, vibró. Vibró en el Campus de Guajara, con idéntica madre, con la impulsiva Amanda, ahora leída por Carmen Nieves Reyes, que se entusiasmó, que se recreó con su personaje, al que le dio la fuerza, la garra la convicción y el énfasis que requería. Fue “la noche” de Carmen Nieves. Y aquellos generosos y fuertes aplausos también iban dirigidos a Ana Tejera Expósito, que le dio al papel de Laura la mansedumbre que exigía; y para Abraham Trujillo, que hilvanó su cometido con un estupendo desenfado y espontaneidad. Y, claro está, aquella explosión de júbilo colectivo también iba directamente hacia el infatigable José Luis que, entre otras cosas, narró con notable dicción y sensibilidad aquella relación de sucesos de la vida real. Medidos y oportunos los efectos especiales de Ulises Matos y Maruchy Hernández; persuasivo y delicado el violín de Julia Díaz Taular. Impecable, en fin, la dirección de Ernesto Rodríguez Abad. A todos, de nuevo, nuestra más sincera enhorabuena.
 
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