Brighton, el mayor núcleo veraniego del sur de Inglaterra

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 3 de noviembre de 1991)
 
 
          Ya se sabe que el clima de Inglaterra es uno de los más caprichosos del mundo. Imposible de prever, al contemplar por la mañana el estado del cielo, que tiempo hará durante el día. Al sol de las once sucede el nublado del mediodía. De ahí el paraguas siempre colgado al brazo del londinense. Decía André Maurois “que tal vez la causa de la incertidumbre inglesa había sido el espectáculo y los efectos de este clima tan variable, pues no existe en el mundo pueblo más voluble, más fantástico que éste”, añadiendo que los resultados de las elecciones son, en Inglaterra, tan imprevisibles como las tempestades. Mientras el viento del Oeste infunde en los ingleses optimismo y salud, el viento del Este ejerce sobre ellos una acción deprimente.
 
          A sólo una hora de viaje del centro de Londres está Brighton, que como dicen los reclamos turísticos “es el mayor núcleo veraniego del sur de Inglaterra”. Brighton era un pequeño pueblo costero y agrícola antes de 1750, cuando los visitantes descubrieron su pintoresco atractivo, y la moda de usar su agua de mar como una cura restauradora para la vida del siglo XVIII, aseguró el futuro de la población que comenzó a prosperar. La gente estaba tan interesada en los personajes de la realeza entonces como ahora, de manera que cuando el Príncipe Jorge, que más tarde pasó a ser Príncipe Regente y después Rey Jorge IV, decidió construir su palacio marítimo en Brighton, la popularidad de la ciudad aumentó rápidamente. A este palacio se ha conocido posteriormente como el Royal Pavilion.
 
          Es precisamente el Royal Pavilion lo que más llama la atención de Brighton al mostrarnos exteriormente aquellas fantasiosas cúpulas abulbadas y pináculos de estilo hindú, que contrasta enormemente con todo el entorno donde aún puede apreciarse la influencia del estilo regencia en gran parte de la hermosa arquitectura de Brighton, que siempre sigue atesorando sus muchos y extensos “crescents” (calles en semicírculo) y plazas, erigidas en su tiempo “para satisfacer el exuberante estilo de vida del príncipe y de la sociedad brillante y cultivada que él reunió a su alrededor”.
 
           Si nos “choca” aquella visión oriental que nos traslada a los palacios de la India, ésta se atenúa en el interior de dicho recinto, a pesar de que en algunas parcelas predomina un marcado estilo chinesco, reflejado primordialmente en sus lujosos muebles que apenas podemos admirar por el extremo recelo que muestran sus guardianes ya que durante todo el santo día parecen que tienen el disco rayad pues no hacen sino decir al visitante: “¡Por favor, no se detengan,; dejen paso a los otros grupos!”.
 
          Que allí hubo esplendor y comidas pantagruélicas se comprueba al observar el salón de banquetes y su cocina. Muchos aseguran que el Rey le dio “carta blanca” al arquitecto John Nash y a éste le entró “la venada” y la locura, reflejando su delirio de grandeza en aquellas cúpulas acebolladas y en aquellos pináculos que parecen herir y pinchar al firmamento. A nosotros, particularmente, la fachada del Pavilion se nos asemeja a una tarta oriental, a una descomunal tarta de boda hindú.
 
         A los londinenses les sigue gustando disfrutar del fin de semana en lugares de la costa algo pasados de moda. Las playas preferidas están un poco de capa caída y descuidadas pese a los esfuerzos por mejorarlas. Un vivo ejemplo lo tenemos en el mismo Brighton, al que los propios británicos han etiquetado como “seedy place”, algo así como un sitio donde floreció en una época pero donde ahora sólo hay semillas…
 
          Ahora sin un rey amante de la brisa marina, sin aquellos cortesanos proclives al baño embutidos en liosos ropajes y sin caballerizas ni cenas palaciegas donde las carnes se nos antojan como en las comilonas de Nerón, pues Brighton es el típico “English Resort”, es decir, una simple playa, fría, muy fría, con su sempiterno malecón (Pier) lleno de entretenimientos infantiles, su pescado y patatas fritas, que siempre son engullidas con la ausencia de tenedores y cuchillos.
 
          Y como Brighton está en Inglaterra y ésta, como ya hemos apuntado, tiene un clima variable, pues no es de extrañar que a pesar de que estemos alcanzando el mes de agosto, pues en este centro veraniego, tras recibirnos con un tibio sol, nos ha despedido con todo un festival de lluvia precedida de los clásicos truenos y relámpagos. Y a pesar del mal tiempo, se pueden ver a los turistas en shorts y paraguas. Y otros más precavidos llevan el chubasquero (pantalón y chaqueta plástica) que a las primeras gotas lucen con cierto y no disimulado orgullo.
 
          ¿Cómo describirles el aspecto de aquella inmensa playa de callaos color hueso? Pues ni un alma. Las que habían han cogido sus toallas, sus sombrillas, sus bolsas y sus esterillas y han corrido hacia el interior de la ciudad en busca de un techo menos amenazador. Los numerosos grupos estudiantiles y el gremio de la tercera edad, que son los núcleos más frecuentes por estos lugares, se han refugiado, respectivamente, en los Mc Donald´s y en aquellos otros establecimientos donde la hamburguesa y el “cup-of-tea” son los pedidos más solicitados.
 
           Así como Napoleón, camino de su exilio, descubrió la Riviera inglesa por las inmediaciones de Devon, Jorge IV popularizó y ennobleció a Brighton, “ahora sin flores, solo con semillas”, donde el turismo acudo a no bañarse en sus playas sino para “chocar” con aquella tarta hindú que responde por Royal Pavilion.
 
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