Los caleidoscópicos sonetos de Juan Carlos Monteverde (Monty)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 22 de junio de 1992)
 
 
          El soneto es como un verso hecho con teclado de computadora, donde hay que hilvanar mostrando probado magisterio, el endecasílabo entre las columnas de los cuartetos y los tercetos. Estos sonetos, de pura artesanía, conjuntados con tranquilidad de laboratorio y tubo de ensayo, me siguen siendo familiares, los conozco, me suenan, los comprendo sin grandes esfuerzos. Juan Carlos Monteverde García es como aquellos entrañables profesores, imbuidos en sotanas escolapias, a los que primero oí  recitar sonetos amante de la métrica y de la rima, como se refleja en su último libro Altibajos.
 
          Hay que elogiar y resaltar la sensibilidad y el respeto que siente Juan Carlos por sus vínculo más íntimos cuando, por ejemplo, dice el padre: “Allí donde tu estés, casi te siento/¿compartes tu conmigo el pensamiento…?” O a su madre: “Contemplo que está viva su figura/su aliento está presente por la casa/Su faz rejuvenece, nos rebasa”. O a su esposa: “Quisiera ser andén en calma espera/sendero en tu andadura apetecida/ y lecho en tu invernada más postrera”. O a su hijo: “Prosigue en tu andadura valerosa/tus hombros y tu espalda portentosa/sabrán llevar con honra tu equipaje”.
 
          Se detiene y versifica a la sombra de la Plaza de San Marcos; al basalto de Afur; al litoral de Candelaria; a las carretas de San Benito; a las furias desatadas de Garachico; a la agreste Villa de Adeje, a los oasis de nuestras Ramblas, al bucólico “Camino Largo” lagunero… Y también canta a la Navidad; y llora a su perro: “Que en un lugar de un monte, a golpes de azadón en la espesura/te enterré… y el recuerdo me perdura”.
 
          Y ante el vesánico eslogan de “lo importante es llegar”, Juan Carlos introduce en sus endecasílabos a la máquina letal: “Monstruo de metal, brillante y rugiente/de la Era Moderna invento esencial/azote mortal de humano viviente/símbolo fatuo de status social”.
 
          Y en determinadas etapas nocturnas, se interroga el poeta: “insomne sobre el lecho, le pregunto/a las sombras que invaden mis recuerdos/si es válido vivir entre los cuerdos/hastiado de tu entorno y tu conjunto”.
 
          Y cuando aflora el ánimo y el aliento, alborozado, exclama: “Si naces y te enfrentas con templanza/al reto cotidiano de la vida/no habrá dura secuela en la caída/si te alzas contemplando la esperanza”.
 
          Juan Carlos Monteverde ausculta en sus sonetos a la envidia, la hipocresía, al rencor. Le canta al timple y se acongoja con las viudas del mar. Se acuerda, entre sonetos y poemas, de sus grandes amigos, los poetas. ¡Cuánta generosidad en este libro! Antes de un capítulo sobre elucubraciones gastronómicas, hay hasta un galardonado soneto al gofio: “Su mezcla racional se lleva a cabo/conforme lo demande el paladar/y unido a otros productos, es manjar/que da fuerza y vigor sin menoscabo”. Y hay también, un sentido homenaje a la “octava isla”, a Venezuela.
 
          ¿Qué no hay en este libro-caleidoscópico de Juan Carlos Monteverde, Monty, el de los atinados variscazos de El Día? Este simple lector no sólo se ha entretenido y meditado ante estas ciento sesenta páginas de Altibajos sino que, inopinadamente, y en una especie de túnel del tiempo, volvió a las aulas de las entrañables ¿y ya desaparecidas para siempre? Escuelas Pías santacrucera, donde aquellos profesores de sotana nos descubrieron la pegadiza y sonora rima del soneto, cuya métrica se nos antojaba –y se nos antoja– de paciencia oriental. Ahora, ese tándem de métrica y rima, en las privilegiadas voces de Teresa Afonso y Miguel Melián, oídas en el acogedor Círculo de Amistad XII de Enero, marco de la presentación de gala de Altibajos, siguieron evocándonos entrañables sonidos y vivencias, igual que Símbolos de Canarias, cuadernillo con que también nos ha deleitado el autor, al que presentó con peculiar cadencia y verbo, otro poeta, Graciliano Martín Fumero.
 
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