Las flores se pudren y las lágrimas se secan
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 9 de noviembre de 1991)
Pinceladas de La Gomera
Allá arriba, como escondida, la iglesia de Santiago Apóstol, de Playa Santiago (La Gomera), que mira desde una privilegiada atalaya a combas marinas, a descomunales araucarias y a generosas plataneras, el sacerdote, joven y canario, va desgranando una homilía muy diferente a la que, con cierta frecuencia, estamos acostumbrados a oír, de forma muy especial por boca de clérigos con más de cincuenta calendarios bajo sus sotanas.
En estas recientes fechas de ostentosos ramos en tumbas, sepulcros y nichos, el orador, con un verbo fluido, ameno y, sobre todo, con esa difícil convicción de la que estamos tan desamparados en muchas de nuestras iglesias, nos fue introduciendo en esta imparable parafernalia que se ha creado en torno a la muerte, alrededor de todos esos familiares que pasaron a mejor vida. Nos reflejó con la valentía y la claridad que muchas veces se oculta con unos vocablos inescrutables que, por encima de todo, en estos días de finados, de lamparillas de aceite y de tradición, lo único que había que tener en cuenta era que las flores se pudrían y que las lágrimas se secaban. Y lo que perduraba y fortalecía era la oración por los que nos dejaron…
Allá arriba, en la recoleta y luminosa iglesia de Playa Santiago, sedienta de asfalto y cegada de polvo, donde precisamente yacen los restos mortales del inolvidable Álvaro Rodríguez López, que convirtió Tecina en un vergel, un sacerdote jovial e isleño, con valentía y tesón, con una amenidad digna de encomio, “al que entendían todos sus parroquianos”, nos vino a decir en pocas palabras, que menos flores, menos lágrimas y mas oración; o sea, menos botafumeiros en las tumbas y más amor y comprensión con los que aún no hayan visitado ni sepulcros ni nichos, que eso es los importante: alegrarles en vida y recordarles en la muerte sin tanta apoteosis floral
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