Relatos de Santa Cruz, siglos XVIII y XIX (XX). Relato de George Grahan

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 17 de marzo de 2024)
 
 
RELATOS  DE  SANTA  CRUZ,  SIGLOS XVIII Y XIX  (XX)
 
Tenerife, lugar idóneo para recobrar la salud pulmonar.
 
Por George Grahan Toler*
 
Puerto de Santa Cruz 1875
 
 
Puerto de Santa Cruz de Tenerife (1875)
 
 
          "Al llegar al puerto de Santa Cruz de Tenerife los viajeros teníamos que permanecer en el barco, fondeado en la bahía, hasta que fuéramos interrogados por el oficial de salud, quién subía a bordo para hacernos algunas preguntas mientras nos rellenaba la patente de sanidad, sin la cual no nos permitían desembarcar.
 
          Para facilitar este papeleo, los agentes de los hoteles ingleses, que también habían subido a bordo, hacían de intérpretes de las autoridades sanitarias, luego recogían el equipaje de sus clientes y los llevaban en botes hasta el desembarcadero y, desde allí, al hotel.
 
          Los que viajábamos por nuestra cuenta teníamos que coger alguno de los botes que se habían acercado al vapor, pagando una peseta por el traslado hasta el embarcadero; sin embargo, si subían más de 5 personas sólo se pagaban 75 céntimos. Los niños menores de 12 años pagaban la mitad. Si el desembarco se realizaba por la noche, el traslado costaba 1,25 ptas. Por el acarreo de cada baúl o maleta nos cobraban 50 céntimos (media peseta). 
 
          Al llegar al desembarcadero nos encontramos con una multitud de chiquillos peleándose por ser los primeros en recogernos las maletas y llevárnosla hasta el hotel. En este puerto sentí el inmenso alivio que suponía la ausencia del control de aduanas.
 
         Los viajeros que veníamos enfermos y los que iban a subir al Pico del Teide nos quedamos a dormir en Santa Cruz de Tenerife, donde había tres inmuebles: el Hotel Inglés, en la calle Comenge nº 11 (San Francisco), propiedad del Sr. Camacho; la Fonda Francesa, en la plaza de La Constitución (La Candelaria), la preferida por su buena comida y su menor precio; y la Fonda Española, en la plaza de la Constitución.
 
          El traslado hasta el Valle de La Orotava lo hicimos en Ómnibus, un coche de 12 asientos, tirado por cuatro mulas o caballos. Tenía la estación principal en la trasera de la plaza de las verduras o recova vieja, junto al Teatro. La gente de aquí lo llama “coche de hora”, aunque sólo había dos salidas diarias.  
 
          El interior del coche estaba reservado a las señoras, mientras que los hombres viajábamos en la tabla del pescante –asiento delantero junto al cochero- apoyando los pies en la vara guardia –férreo listón en el que se sujetaban los tirantes de las bestias-. En casos extremos, el techo del coche también servía de acomodo para el regazo de los viajeros.
 
          El viaje era pintoresco y no exento de riesgo. Se tardaba unas seis horas en realizarlo pues paraba en todas las casas de postas existentes, para que los viajeros y el cochero pudieran reponer fuerzas, mientras los criados cambiaban las bestias de tiro.
 
          La primera parada obligatoria se hacía en La Cuesta y la segunda en el Fielato de La Laguna, donde al viajero se le daba la oportunidad de comer algo y visitar la ciudad. La tercera parada era en Tacoronte y la cuarta y última tenía lugar en la Fonda de Doña María, en La Matanza, donde degustamos una excelente comida, regada por un magnifico vino de esta zona de la Isla. 
 
          Aquí, los que por razones de escala de su barco tenían que regresar a Santa Cruz, lo hacían con la satisfacción de haber visto el Teide en toda su extensión, mientras que los que habíamos venido a gozar del benéfico clima para sanarnos continuábamos hasta la estación del Ramal, donde cogíamos la diligencia hasta el Puerto de la Orotava (Puerto de La Cruz).
 
          Recientemente, la empresa Camacho ha puesto unos carruajes para cuatro personas, con todas las comodidades, para los viajeros más exigentes y acaudalados.) 
 
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George Grahan Tholer
*George Grahan Toler (Londres, 1850 – Puerto de la Cruz, Tenerife, 1929)
 
          Hijo único de una familia acomodada inglesa, llegó a Tenerife a la edad de 39 años para restablecerse de su enfermedad pulmonar. Lo hizo influenciado por la lectura de la Guía para Forasteros de Alfred Samler Brown, que mencionaba los lugares apropiados para sanar estos males.  
 
          El estado natural en el que vivió, primero en Madre del Agua (Granadilla) y luego en la Cañada de la Grieta (Teide), hizo que recobrara pronto la salud. 
 
          En agradecimiento, construiría el refugio de Altavista, a 3.270 metros de altitud, donándolo al Ayuntamiento de La Orotava, el 30 de mayo de 1926.
 
Refugio de Altavista
 
Refugio de Altavista
 
 
          Mejorado de sus problemas respiratorios, y en compañía de un arriero, en cuya mula cargaba su máquina fotográfica, recorrió toda la Isla dedicándose a captar la naturaleza y el paisaje insular, aún desconocido turísticamente, realizando 94 positivos en papel y 36 negativos en placas de cristal, los cuales enviaría a Londres para que su agente, Chas D.Doar, hiciese las primeras tarjetas postales con vistas de Tenerife, las cuales serían una  original promoción turística. Su cámara también inmortalizó la llegada de Alfonso XIII al muelle de Santa Cruz en 1906.
 
          Posteriormente residiría en el Hotel Hespérides de La Orotava, donde conoció a la joven aristócrata María del Carmen Monteverde y Lugo, siendo muy curioso el enlace matrimonial de un protestante de 42 años con una joven católica de 17 años, por lo que tuvo que hacer una declaración jurada ante notario renegando de su anterior confesión y bautizándose en la parroquia matriz de Ntra. Sra. de La Concepción de La Orotava.
 
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