Viva el rey Fernando VII o Cuidado con tus deseos

 
Por Alastair F. Robertson  (Traducido del inglés por Emilio Abad y publicado en el Diario de Avisos el 3 de marzo de 2024).
 
 
 
          1808 fue un año trascendental para España. En medio de las guerras napoleónicas, el rey Carlos IV y su hijo y heredero Fernando estaban enfrentados por la sucesión al trono español; ambos viajaron a Bayona, en Francia, para solicitar el apoyo del emperador Napoleón.(1) Napoleón, por supuesto, se aprovechó de la situación para sus propios intereses. Quería atacar por tierra a Portugal, el aliado más antiguo de Gran Bretaña, y con esa intención ya habían entrado en España tropas francesas;  colocó en el trono a su hermano José, ante la oposición del pueblo español que se rebeló en favor de Fernando.
 
fusilamientos
 
Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808, por Goya
 
         
          El levantamiento fue sofocado con gran dureza, como quedó reflejado en cuadros y bocetos de Francisco de Goya, aunque la gente no perdió el sentido del humor, y el rey José recibió el apodo de “Pepe Botella”, por su afición al alcohol (2).
 
          Gran Bretaña vio entonces la oportunidad de atacar a Napoleón apoyando la resistencia española, y así comenzó la Guerra Peninsular. Pero ¿qué pasaba en Canarias mientras tanto?
 
          El 18 de agosto de 1808, el periódico inglés Saunders's News-Letter informaba a sus lectores que:
 
          " Cartas de Tenerife del 5 de julio recogen que desde la abdicación de Carlos y Fernando, el pueblo de las Islas Canarias se encontraba muy inquieto y mostraba una gran indignación por la conducta de Bonaparte, oponiéndose a cualquier tentativa de subordinación a Francia.
 
          Tan pronto como se conoció la actuación de los patriotas en la metrópoli, la población de las Siete Islas se declaró a favor de Fernando VII: hombres, mujeres y niños, incluso los frailes y las monjas, portaban una escarapela con los colores nacionales. Se preveía celebrar una Junta en la ciudad de Laguna, capital de Tenerife, a la que cada ciudad y distrito de todas las islas enviarían diputados, y en la que se elegiría un determinado número de personas de la mayor influencia y consideración a escala local para constituir una Junta Nacional en la que, se daba por seguro, únicamente se incluirían hombres en los que se confiase totalmente por su firmeza e integridad.
 
          Pese a la inquietud en las gentes, existía el mayor orden y tranquilidad. No se produjeron disturbios; no hubo insultos o agresiones, ni siquiera a los pocos residentes franceses. Los funcionarios de la administración anterior no fueron renovados en sus cargos. El general Cagigal, que ha sido gobernador durante mucho tiempo, y bajo cuyo mando las islas han prosperado, especialmente en asuntos comerciales, continúa como comandante en jefe"
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          Sin embargo, se sospechó que el general Cagigal apoyaba a los franceses. El 21 de septiembre, Aberdeen Press and Journal anunciaba que: 
 
          "Las últimas cartas de Tenerife han proporcionado pruebas adicionales de la actividad y el alcance del sistema de corrupción de Bonaparte. Como consecuencia de fuertes sospechas, que se dice están bien fundadas, el comandante en jefe de las fuerzas militares de Canarias, el marqués de Casa Cagigal, ha sido detenido acusado de traición y puesto en prisión bajo fuertes medidas de seguridad. Para sucederle se ha nombrado al coronel O’Donnell."
 
          El general Cagigal fue juzgado por un consejo de guerra acusado de que, siendo partidario de los franceses, había enviado informes falsos al gobierno provisional constituido en España (controlado por los franceses) asegurando que el pueblo no reconocería a Fernando VII. Fue declarado culpable.
 
          En diciembre llegó a Inglaterra una carta de Tenerife fechada el 19 de octubre que contaba la historia completa:
 
          "Cuando se recibieron en Tenerife noticias de lo que estaba sucediendo en España, el Teniente de Rey O’Donnell, con una lealtad que le honra, tomó inmediatamente medidas encaminadas a que, cualquiera que fuera el giro que eventualmente tomaran los asuntos en la Madre Patria, las Islas Canarias deberían, en todo caso, hacer valer sus derechos y declararse por su legítimo soberano Fernando VII. Esta decidida y varonil postura le granjeó no sólo la confianza de la guarnición de Santa Cruz, sino de todo el pueblo de la isla, y especialmente de ese digno e ilustre personaje patriótico que es el Marqués de Villanueva del Prado.
 
          Poco después llegó a Gran Canaria un barco que parecía proceder de España, pero que en realidad era uno de los navíos de asesoramiento enviados por José Bonaparte, desde Bayona para las diversas colonias españolas, ordenando y dando instrucciones  a todos los gobernadores, magistrados, etc. para que se le reconociese y proclamase como rey.  Estas órdenes, sin embargo, no encontraron más respuesta que el desprecio y la burla.
 
          En tales circunstancias se estableció una Junta Suprema, cuyo Presidente era el Marqués de Villanueva del Prado. Muy poco después, el Gobernador General, Marqués de Casa Cagigal fue detenido, y permanece preso, bajo la fuerte sospecha de ser del partido de José Bonaparte y de mantener correspondencia con sus ministros.
 
          El Teniente de Rey fue entonces designado comandante en jefe, aunque sólo tenía 36 años; Esta medida, así como todas las demás tomadas por la Junta Suprema de las Islas, han sido confirmadas posteriormente por la Junta Suprema de Sevilla; El rango de autoridad de la Junta de Canarias es tan alto que incluso el Obispo está subordinado a ella. También se le reconoce voto en las Cortes."
 
          Por cierto, más tarde se declararía inocente al marqués de Casa Cagigal, que fue puesto en libertad. 
 
          En 1812, las Cortes reformistas de Cádiz, el otro gobierno español, redactaron una Constitución ilustrada y liberal, lo que suponía una importante novedad en la política española del momento (3), pero tras la caída de Napoleón en 1814, Fernando, al que se apodaba "El Deseado", regresó a España entre los gritos de “¡Abajo las Cortes! ¡Viva nuestro rey absoluto!”(4) de un pueblo que prefería su tiranía a una democracia que no entendía. La nueva Constitución no tuvo ninguna posibilidad, Fernando la abolió inmediatamente y encarceló a los principales liberales; restableció la Inquisición y aplastó cualquier intento de reforma junto con la libertad de expresión.
 
          También fue proclamado rey en Tenerife, donde, en Santa Cruz, hubo “procesión tras procesión, y gran regocijo”. Asimismo aquí se restableció la Inquisición y se quemron ejemplares de la nueva Constitución.
 
fernando vii
 
El rey Fernando VII por Goya
 
         
          Hacia finales de noviembre de 1808 llegaron a Inglaterra noticias procedentes de las Islas Canarias, según las cuales:
 
           “… parece que las actuaciones del Gobierno local se aplican con el mismo espíritu de rigor y opresión que las adoptadas recientemente por el Gobierno de la Nación.
 
          Un médico y un oficial del Ejército, que acababan de llegar a Tenerife procedentes de Cádiz, fueron inmediatamente encarcelados por haberse atrevido a dar a conocer el descontento que reinaba en España. El primero fue sentenciado a cinco años de destierro a una isla desierta, y el segundo a ser privado de su rango y a servir cinco años como soldado raso en la guarnición de Santa Cruz.
 
          Su Excelencia Don Pedro Rodríguez de la Buria es Capitán General en Tenerife, y el encargado de la administración gubernativa. Fue quien gobernó despóticamente durante el período de la Regencia y de las Cortes, y con el mismo celo se ocupa ahora de poner en ejecución todas las medidas del Gobierno del rey Fernando VII.”
 
          Era el propio pueblo quien había elegido una opción de la que luego se arrepentiría amargamente. Se puede sacar de ello una lección: Ten cuidado con tus deseos.
 
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Referencias
 
          General - Archivo de periódicos británicos en la red
 
         1. España. La raíz y la flor; John A. Cuervo; Prensa de la Universidad de California; 1985, p.244
 
          2. Ibídem. p.244
 
          3. España. Una Historia; Raymond Carr; Prensa de la Universidad de Oxford; 2000, p.197
 
          4. Cuervo, ibídem. p.245
 
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