Relatos de Santa Cruz (XVIII). Relato de René Vernau

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 3 de marzo de 2024)
 
 
RELATOS  DE  SANTA  CRUZ.  SIGLOS XVIII  Y  XIX  (XVIII)
 
De la obra Cinco años de estancia en las Islas Canarias
 
Por René Vernau*
 
Santa Cruz en 1889
 
 
Santa Cruz en 1889
 
 
          "El muelle de Santa Cruz, comenzado hace varios siglos, no tiene más de 300 metros de largo y abriga bastante mal la rada, pues ningún navío puede atracar. Se trabaja en su prolongación, pero de vez en cuando un golpe de mar viene a destrozar lo que se había construido con mucho esfuerzo. Cuando los trabajos sean impulsados con más actividad y se llegue a terminar, este puerto podrá ser de gran utilidad para las comunicaciones con el mundo por el abrigo que dará a las embarcaciones.
 
          Los navíos que lanzan el ancla al norte del puerto, donde encuentran un fondeadero muy profundo, siempre están expuestos a perder sus anclas debido a que el fondo está lleno de rocas. Este accidente ocurre con bastante frecuencia y Sabino Berthelot, nuestro lamentado cónsul  que tanto tiempo vivió en Tenerife, me decía que él se contentaría con el capital que representan las anclas y las cadenas que yacen en el fondo de la rada de Santa Cruz.
La ciudad, capital de la provincia de Canarias, está rodeada de montañas estériles, con vegetación por el lado Oeste. Cerca del muelle se ve una pequeña plaza ajardinada con poca apariencia. La plaza de la Constitución está completamente enlozada y los únicos adornos que tiene son una columna que soporta a la Virgen de Candelaria, guardada por cuatro reyes guanches, y una cruz en el otro extremo. Es verdad que existe un encantador paseo al centro de la ciudad, la plaza del Príncipe, que es el lugar donde por la tarde se reúne toda la aristocracia de la ciudad y donde se puede entrever, en una media oscuridad, las jóvenes señoritas que durante el día no exponen jamás su pálida tez a los ardores del sol. 
 
          Los edificios de Santa Cruz comprenden dos iglesias bastantes feas y la residencia del capitán general, gobernador militar de la provincia. También se encuentran dos hospitales, uno civil y otro militar, cuarteles y una casa sucia, sin adornos, a la que se le da el nombre de teatro, donde se dan representaciones de vez en cuando. La municipalidad está instalada en el viejo convento de San Francisco, detrás de la iglesia de este nombre. Se diría que las autoridades civiles intentan esconderse detrás de las religiosas pues el clero ocupa aquí el primer rango, como en todas las islas.
 
          Las principales casas de la ciudad están agrupadas alrededor de la plaza de la Constitución, cerca del muelle, y en la calle del Castillo. En la misma plaza se encuentran dos hoteles españoles con sus patios llenos de palmeras, plataneras, buganvillas y mil plantas más. A primera vista, estas fondas tienen un aspecto bastante bonito, pero no hay que fiarse de las apariencias. Las habitaciones están llenas de mosquitos y pulgas que parecen ensañarse con los recién llegados. Durante la noche corren por todas las paredes nubes de esas horribles cucarachas que fueron importadas de América y que aquí el clima les ha sentado tan bien que han multiplicado su tamaño. 
 
          Lo que terminó por hacerme coger tirria a las fondas españolas de Tenerife fue la comida. Durante todo el año se está condenado a comer huevos fritos, pescado y carne, dura como una suela. Por la noche, el menú no es más variado y no falta el eterno puchero. Este cocido es una verdadera macedonia, compuesta de carne, garbanzos, coles, papas, batatas, habichuelas, calabaza, bubangos, etc. Esta lista, que puede parecer fantástica, no está completa, pues hay que haber comido este potaje, adicionado con mucho arroz, para hacerse una idea. Quizá las cosas hayan cambiado después de mi estancia en esta ciudad. Se han abierto nuevos hoteles y puede ser que la competencia haya sacado de su torpeza a los antiguos fondistas.
 
          Santa Cruz es un verdadero horno. Durante el día todas las calles están desiertas. En el barrio que se encuentra al sur del barranco que atraviesa la ciudad, las mujeres no se encierran, sino que se les ve tumbada a la sombra, buscándose mutuamente los piojos, mientras que sus hijos, completamente desnudos, chapotean en el agua.
 
          La población pobre no brilla por su limpieza. Se encuentran mujeres vestidas con enaguas andrajosas y una camisa que deja ver unos pechos que tenían la necesidad de ser lavados fuertemente con lejía. Los hombres, especialmente los mozos de cuerda, llevan con frecuencia por toda vestimenta unos calzones y un sombrero de grandes bordes. La clase acomodada se viste a la europea e incluso las mujeres reemplazan la mantilla por un sombrero, que les va muy bien.
 
          Al norte de Santa Cruz las montañas llegan hasta el mar; sin embargo, más allá de Paso Alto, se puede bordear el mar pasando por una playa de gruesos guijarros y, con marea baja, se llega hasta el Bufadero, una especie de sifón por donde el agua del mar salta bramando, penetrando con fuerza en una gran cueva volcánica."
 
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René Verneau
 
(*) René Verneau (Francia,1852- 1938)
 
          Profesor del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, del Instituto de Paleontología Humana de París y conservador del Museo de Etnografía de París.
 
          Llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, en 1876, enviado por la Escuela de Antropología de París para investigar las semejanzas entre el hombre de Cromañón, encontrado en Francia, y la raza guanche de Tenerife. Este estudio serviría para esclarecer los orígenes de las diferentes razas europeas, estableciendo el primer sistema tipológico de la población prehispánica canaria (guanche, semitas y beréberes), y llegar a la conclusión de que la raza de Cromañón era el elemento predominante entre los guanches de Tenerife. 
 
          Durante los cinco años que duró su estancia, expoliaría nuestras necrópolis, reuniendo bastantes materiales que se llevaría al Museo de Historia Natural de París.
 
          Regresó varias veces al Archipiélago para clasificar, ordenar y estudiar los materiales que contenía el Museo Canario de Las Palmas.
 
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