Relatos de Santa Cruz, siglos XVIII y XIX (XI). Viaje pintoresco a la isla de Tenerife.

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 14 de enero de 2024)
 
 
RELATOS  DE  SANTA  CRUZ,  SIGLOS  XVIII  Y  XIX  (XI)
 
Viaje pintoresco a la isla de Tenerife 
 
Por Jacques Gérard Milbert*
 
 
 
          "El día 2 de noviembre de año 1800, cuando el sol lanzaba sus primeros rayos sobre las faldas de las montañas de la Isla de Tenerife, variando el tono negruzco de sus colores, Le Géographe doblaba los tres Roques de Anaga, pasaba por delante del fuerte de San Andrés, y llegábamos a Santa Cruz, que presentaba una vista muy hermosa, con las montañas elevándose en anfiteatros hasta el Pico. Esta ciudad es el centro de las operaciones comerciales de las siete Islas, pues su puerto es el mejor y el más frecuentado. 
 
          Anclamos sobre las diez de la mañana, a veintidós brazas (37 m), en un fondo de arena compuesta de restos negruzcos de antigua lava. Desde el fondeadero dibujé la ciudad con los molinos de viento que se encuentran en la parte Sur los cuales se utilizan para moler el trigo.
 
          M. Broussonnet, cónsul de Francia, me presentó a sabios distinguidos y otras personalidades tinerfeñas que nos dieron una acogida bastante agradable.
 
          Recorrí los alrededores de la ciudad, paseé por la Alameda, entré en la iglesia parroquial en la que sus ornamentos eran vasos de oro incrustados de pedrerías y su altar mayor estaba revestido de láminas de plata cincelada y doce lámparas del mismo metal, suspendidas en la bóveda. El clero, que es muy numeroso, luce magnificas vestiduras en las celebraciones eucarísticas.
 
          Las calles de Santa Cruz son bastantes anchas, aunque no todas están pavimentadas, a pesar de que en este país no faltan materiales para hacerlo. Esto da como resultado un polvo muy incómodo, sobre todo cuando lo calienta un sol ardiente. Las aceras están construidas con pequeñas piedras redondas (callados de playa), del grosor de un huevo y sostenidas por un ancho bordillo de gruesas piedras cuadradas.
 
Mujer tinerfeña y Fuente de La Pila dibujo de Gerard Milbert
 
Mujer tinerfeñua y fuente de la Pila.  Dibujo de J. G. Milbert
 
         
          La plaza que se ve al entrar en la ciudad está adornada con una hermosa fuente esculpida con mucho gusto. Consiste en una ancha pila de lava negra, sostenida por un pedestal adornado con el escudo de España. Después de formar una doble cascada, las aguas caen en una gran cuba, adornada con ricas palmetas. 
 
          Cerca de esta fuente hay un gran obelisco de mármol blanco, coronado con una imagen que representa a la Virgen que tiene al niño Jesús en sus brazos. Las cuatro figuras, también de mármol blanco, que están situadas en los cuatro ángulos, simbolizan unos reyes guanches coronados con laurel; cada una de estas figuras, en lugar de un cetro tiene el fémur de su antepasado más virtuoso. La altura total del obelisco es de unos treinta pies (9 m)
 
Monumento a la Virgen de Candelaria dibujo de Gerard Milbert
 
Monumento a la Virgen de Candelaria. Dibujo de J. G. Milbert
 
         
          El monumento, ejecutado en Génova, representa un acontecimiento milagroso pues, hace 400 años, unos pastores comunicaron a los reyes de Güimar de la presencia de una mujer en la playa de Candelaria, cuyos rasgos radiantes anunciaban una divinidad. Una vez llegados al lugar indicado, uno de los reyes, para comprobar si era una mujer o una diosa, tomó un cuchillo y se dispuso a cortarles los dedos, cuál sería su sorpresa y dolor al comprobar que se había mutilado su propia mano. Otro, habiendo cogido una piedra para lanzarla contra ella, perdió de repente el uso del brazo.
 
           Las casas son de un aspecto bastante agradable pues el clima caluroso obliga a construir amplias habitaciones, con lo que se consigue un ambiente fresco. Sus habitantes tienen la costumbre de blanquearlas y es imposible mirarlas con fijeza cuando reflejan directamente los rayos del sol, ya que el resplandor de su blancura deslumbra y cansa mucho la vista. 
 
          La entrada a las viviendas se hace por un gran espacio (zaguán) comprendido entre la puerta de la calle y la del portal. Este lugar siempre tiene mal olor porque, como es indecente orinar en las calles, los transeúntes a quienes apremia esta necesidad entran sin permiso y lo hacen en un pequeño sumidero que se encuentra detrás de la puerta. 
 
          Toda la planta baja está rodeada por una galería dividida por columnas que sostienen a otra galería superior, y los aposentos están cerrados por unas celosías que los protegen del intenso calor del día y mantienen un saludable frescor. Aquí se encuentran grandes cuartos y depósitos y, en el centro, hay uno o dos patios muy amplios y un aljibe para recoger las aguas de lluvia, que luego se utiliza para los distintos usos domésticos. 
 
          En uno de los extremos del patio hay un pequeño mueble de madera labrada, encuadrado por cuatro hermosas columnas con una cubierta de bordes festonados, enrejado con una celosía para permitir que el aire circule libremente por el interior, que alberga una pileta de piedra porosa (destiladera) para filtrar el agua cuyo fondo está encajado en un soporte de madera con un agujero. Este mueble sirve de adorno, pero también tiene una finalidad práctica, pues como en sus bordes crecen plantas propias de lugares húmedos (culantrillos). El agua, una vez filtrada, va cayendo gota a gota en otra vasija mayor y tiene un agradable frescor y una limpidez sorprendente. 
 
          El interior de las habitaciones es de una excesiva sencillez. Las paredes están pintadas y no tapizadas, y el mobiliario es poco refinado. Hay algunos grabados, espejos muy pequeños y cuadros bastante malos que representan santos o milagros. El mueble más elegante de todos los que adornan el salón es el sofá, que suele usar la señora de la casa. En una sala suplementaria se encuentra una pequeña capilla, normalmente decorada con flores naturales.
 
          Las casas que están situadas cerca del mar ofrecen un aspecto distinto. Todas tienen las ventanas protegidas con postigos, de manera que como estas aberturas son las únicas que satisfacen la curiosidad de las mujeres, éstas se ven privadas del placer de ver y, especialmente, del placer de ser vistas. 
 
          Los armadores y gente de la mar suelen tener en las azoteas un mirador o belvedere, desde donde tienen una amplia vista con el fin de ser los primeros en comercializar las mercancías que llegan al muelle.  Estos miradores que se alzan por encima de todos los demás edificios, junto con los campanarios de las iglesias, contribuyen a darle a la ciudad un aspecto agradable, pues rompen la monotonía de línea horizontal de las demás construcciones cuyos tejados son planos, de tipo italiano, cubiertos de tejas rojas acanaladas.
 
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Gerard Milbert
       
 
            *Jacques Gérard Milbert (París, Francia, 1766-1840), profesor de dibujo de la Escuela de Minas de París, estuvo en Santa Cruz de Tenerife, del 2 al 13 de noviembre de 1800, formando parte de la campaña científica del capitán Nicolás Baudín, como pintor de historia natural y encargado de realizar los grabados destinados al posterior informe del viaje. 
 
          Durante su permanencia en Tenerife, primera escala del viaje, visitó las ciudades de Santa Cruz y La Laguna, de las que realizó descripciones y dibujos, dedicándole los dos primeros capítulos de su obra, en el tercero hace un breve estudio sobre la Historia Natural de las Islas Canarias.  
 
  
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