Francisco Menéndez Rodríguez, Premio "Andrés Pérez Faraudo"

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 7 de febrero de 1990)
 
 
Remembranzas del “I día del Titulado Mercantil” de 1989.
 
 
“Mi vicio siempre ha sido la puntualidad; he sido más administrativo que comerciante; y las premisas fundamentales para desarrollar cualquier vocación deben ser la seriedad y la constancia”
 
Recientemente, la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Titulados Mercantiles de Santa Cruz de Tenerife, que preside José Antonio Yanes Estrada, acordó, por unanimidad, conceder, en su segunda edición, el Premio “Andrés Pérez Faraudo” a don Francisco Menéndez Rodríguez, “por su continuado esfuerzo y actividad en el mundo empresarial, no ya sólo como fundador y director de las que le son propias, sino por su indesmayable y relevante colaboración en la creación de otras muchas que le acreditan, a pesar de su innata y reconocida modestia, como uno de los más eficaces y ejemplares empresarios de nuestra isla”.   Santa Cruz de Tenerife. 
 
          Surgió este premio con el afán de rememorar la figura de don Andrés Pérez Faraudo, fallecido en 1978, ilustre catedrático de la Escuela de Comercio, ahora Escuela Universitaria de Estudios Empresariales. Creado en el seno del Colegio de Titulados Mercantiles, de esta capital, este premio se convoca con carácter anual “al objeto de estimular la labor creadora y reconocer la obra que haya realizado persona o entidad en una continuada y relevante actividad a favor del mundo docente, comercial, industrial y financiero y su correlativa normativa pedagógica, mercantil, fiscal, contable y administrativa”.
 
          El premio –que consta de un pergamino con un texto acreditativo, obra del artista y profesor Juan Galarza Cabrera– se le entregará al galardonado dentro de los actos que el próximo día 9 de febrero se llevarán a cabo con motivo del “Día del Titulado Mercantil. 81º Aniversario”.
 
          Don Francisco Menéndez Rodríguez, de padre asturiano y madre grancanaria, nació en Las Palmas en 1903, pero enfatiza, “soy un “renegado” porque a los pocos días de tal alumbramiento mis padres vinieron a residir definitivamente en Tenerife”. Si niñez transcurrió en los aledaños de la Plaza del Patriotismo, donde sus progenitores poseían “una casa grande, con una hermosa huerta”, que daba a la calle de Santa Rosalía, donde por aquel entonces se ubicaba el Colegio de las Asuncionistas. Sus veraneos los disfrutaba en La Laguna, donde empezó a estudiar el bachillerato, que terminó en el instituto de Santa Cruz. Su primera profesora fue doña Carmen Larrondo, madre del afamado abogado López de Vergara, que impartía sus clases en su propio domicilio.
 
          En la  Escuela Profesional de Comercio  santacrucera –instalada en aquella época en la plaza alta del actual ayuntamiento– inició don Francisco su otra etapa estudiantil. Y gozó la “época dorada” de aquel profesorado de excepción formado, entre otros, por Hernández Amador, González de Aledo, Sebastián de Castro, José María Segovia, Hodgson Balestrino, Andrés Pérez Faraudo… “Y también tuve a un entrañable compañero, que respondía y responde por Arístides Ferrer”.
 
          Don Francisco Menéndez, vitalista, de fácil sonrisa e inquebrantable memoria, confiesa hasta con cierta alegría en sus ojos “que gracias a Dios me suspendieron las oposiciones que hice al Banco de España y a las de ingeniero agrónomo, que era la profesión de mi padre”. Así, por ejemplo, empezó a conocer, entre otros, a Felipe Ravina Veguilla y a Maximiliano Díaz Navarro, que marcarían profundas e indelebles huellas en su persona. Ravina ya estaba considerado un experto e importante exportador e importador de frutos; y con Maximiliano Díaz estuvo nuestro personaje “muy unido en todos los sentidos porque fue uno de mis mejores maestros en mis primeros escarceos empresariales”. Como pinceladas anecdóticas tendríamos que señalar que el primer empleo que desempeñó el señor Menéndez fue en la Seguridad Social, que por aquel entonces dependía de la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad, “con un sueldo anual de mil doscientas cincuenta pesetas, del que aún conservo la credencial firmada por Francisco La Roche Aguilar y Francisco Herraíz Malo”. Don Francisco es el cuentacorrentista más antiguo que tiene la Caja de Ahorros –hoy CajaCanarias–, “pero el mérito no es mío sino de mi padre, que me abrió una cuenta cuando yo apenas gateaba…”  Otro personaje que también marcó una huella en la trayectoria del señor Menéndez fue el letrado Rafael Alvarez Dorta, “un compañero excepcional, un gran señor, un conversador muy ameno”.
 
          Tras aquellas etapas de aprendizaje y conocimientos, don Francisco se independizó y se inició en la rama de la exportación e importación. “Expedía más tomates que plátanos; y recibía carbón, paja, azufre, productos alimenticios, abonos, papas de simillas y de consumo, velas, etcétera”. Empezó a fundar y dirigir varias empresas e industrias. Le ayudó muchísimo su esposa, recientemente fallecida. A don Francisco se le humedece la mirada y se le entrecortan las palabras cuando tiene que mencionar a la mujer que le dio cinco hijos y dos hijas: “fue una incomparable compañera, que incentivó la paz y la caridad humana entre todos nosotros. Muchos amigos siempre me decían que yo tenía mucho mérito, pero que mi mujer me superaba…”.
 
           Como empleado, como empresario, como cabeza de prolija familia, don Francisco siempre ha tenido lo que él llama “su vicio”: la puntualidad. “Por eso aguanté poco tiempo como consejero del Cabildo Insular, ya que nos reuníamos dos horas más tarde de los que se había anunciado oficialmente”.
 
           Allá arriba, en el Charcón, entre La Cuesta y La Laguna, hemos gozado con la charla del señor Menéndez Rodríguez, este premio “Andrés Pérez Faraudo” que nunca olvidará el impacto que le produjo la visión de los fiordos noruego y que aún muestra su fibra sensible oyendo la melodía de una preciosa cajita de música que adquirió en Suiza y que guarda como oro en paño, mientras los leños se consumen en una chimenea de peculiar marco, cuyas brasas parecen dar una tonalidad especial a aquellos cuadros de Mariano de Cossío, de Martín González, de Bonnín…
 
           “Si he tenido suerte en esta vida ha sido, primordialmente, por la buena gente que siempre me ha rodeado. Hasta la fecha, todo lo que he realizado lo he hecho con muchísima ilusión. He llevado una vida tranquila y sosegada. Confieso que he sido más administrativo que comerciante y que si me preguntaran por las premisas fundamentales para desarrollar la vocación que uno lleva dentro yo diría que, por encima de todo, hay que tener seriedad y constancia. ¿Diferencias entre la actividad comercial de antes y la de ahora? Yo creo que estamos en otro mundo, en otra galaxia. Ahora todo es a base de máquinas sofisticadas y extrañas. Yo sólo conozco la máquina de escribir…”
 
          Don Francisco, de innata y reconocida modestia, estima que él no ha hecho los méritos suficientes para alcanzar el galardón con que ahora ha sido distinguido por el COTIME tinerfeño: “Ahora son mis hijos los que llevan los negocios. Yo sólo soy una figura decorativa. Más que a mí, el premio se lo tenían que haber dado a mi médico, que me ha mantenido vivo”.
                
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