Las pintoras hermanas Tiraut, del pétalo a la ribera

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 6 de mayo de 1989)
 
 
          Al entrar se huele a hortensia y a rosas, y también a yodo y a salitre. Al alborear, allá, en la calle, la penuria del tráfico y decibelios, no contamina estos pétalos ni estas riberas.
 
          Aquí dentro, en la galería de arte Vesán, perfectamente iluminada, funcional y con butacones que invitan al descanso, que predisponen a la sosegada contemplación, se nos ofrece a nuestro alrededor, un ambiente fuertemente ecologista y humano. Las artistas, también hermanadas por el arte, cuelgan ahora sus vivificantes lienzos en estas paredes que nos ofrecen una gama de relajante colorido, de suave y penetrante luz.
 
          Siempre nos hemos familiarizado más con lo natural que con lo abstracto. En la pintura preferimos la realidad a la interrogante. Con los oleos de Beatriz y de Pilar, con estos cantos a la Naturaleza, parece, incluso, que hasta respiramos mejor. Los cuadros de las Tinaut son diurnos, mañaneros, luminosos, soleados, vivos, optimistas. Son cuadros que jamás gestaran la proclividad de fruncir ceños porque son, en realidad, sencillos como el pan.
 
          Pilar y Beatriz cumplen al pie de la letra lo de aquel proverbio: “donde quiera que fuerais haced como las abejas: recoged las cosas buenas”. Y ahí, en sus cuadros, están las falúas, pero no en movimiento, sino en reposo; como las barcas de pesca, como las lanchas. Ahí están, libres, casi sin el sometimiento del metálico noray. Esas embarcaciones se han quedado estáticas ante una luz franca, sincera, directa, que les descubre todos sus resquicios, Embarcaciones posadas en una quietud casi virginal, donde el mar, la mar, produce variopintas sorpresas.
 
           Oigamos al poeta. Oigamos los versos que nos declamó Sebastián Sosa en la propia exposición:
 
Hay un mar siempre presente
con juegos cristalinos
invadiéndolo todo, hasta en el campo
y en los ojos de magos y de niños.
 
          Ahí, en esos lienzos que rezuman sensibilidad, apego y cariño al ser humano, nos saluda, por ejemplo, el candor de una preciosa Colombina, objeto del amor de Arlequín y Pierrot, nombres tan enraizados con el Carnaval, fiesta que también está presente en esta exposición.
 
          Ahí, en esos óleos, el mago y, sobre todo, esas maguitas que parecen invitarnos con la proverbial hospitalidad de nuestros campesinos. “Pase, descanse, cristiano, y mándese un vasito vino” o “tómese un buchito café”, exclamaciones que puede ser preludio o epílogo de una mesa con gofio amasado, queso de cabra, “viejas” y papas arrugadas.
 
          Ahí, en los cómodos butacones de Vesán, hemos vuelto a comprobar que las hermanas Tianut prefieren la luz a las tinieblas y la sonrisa al lamento. Lo hermoso está a nuestro alrededor. Está, insistimos, en esa pasión por el personaje humano. Lo hermoso está en ese mar, en esas bahías, en esas dársenas. Volvamos a los versos de Chano Sosa:
 
El mar está en el aire
invadiéndolo todo
con olas y sin olas
con niños y con barcos
con rosas a la aurora,
y en las miradas solas
de los bellos retratos.
 
          En este mundo nuestro, que ha cambiado la delicadeza por la zancadilla, en que la prisa y los agobios nos hacen parecer groseros aún sin querer, en que la avaricia del tiempo y las enajenaciones de los quehaceres mercantilizados hielan la amistad y cortan la palabra amable y afectuosa, las hermanas Tinaut, como las abejas, siguen recogiendo las cosas buenas de esta vida en sus óleos, en sus lienzos, en sus cuadros.
 
 
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