"El bellísimo museo tinerfeño de Kew Garden"que descubrió, en Londres, el catedrático José Luis García Pérez

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 7 de marzo de 1989)
 
 
          Hace ya muchos años, en la prensa local se publicó un artículo que nos llamó la atención. El autor, que había “descubierto” un bellísimo museo tinerfeño en la localidad londinense de Kew, intentaba destacar –y lo lograba– ese puesto que la isla tenía en aquel rincón británico, fruto de uno de esos tantos viajeros que a lo largo de los siglos nos habían visitado, siempre arrastrando con ellos su libro de notas, su pincel o su cámara fotográfica. Aquel rincón estaba –y está– ubicado en el interior del famosísimo Royal Botanic Gardens en la localidad de Kew (Londres). El autor de aquel artículo era el profesor, hoy catedrático, José Luis García Pérez, que a través de aquellas columnas nos invitaba a conocer la interesante trayectoria de Marianne North (1830-1890), que perteneció a ese grupo de mujeres victorianas que habían elegido Canarias como lugar de trabajo e investigación; y que escribió y pintó sobre nuestras islas allá por 1875.
 
          Y allá, en Kew Gardens, están colgadas casi una treintena de cuadros dedicados a la flora y al paisaje del Archipiélago Canario; allí, en Kew Gardens, casi pueden olerse nuestros aloes, nuestros cactus sempervivum, nuestros pinos canarios, nuestros dragos, plataneras, palmeras, bouganvillas; allí estaban, también, los cultivos de la cochinilla…
 
          Decía Marianne North, que era “una ecóloga tremenda” que la belleza del paisaje se estaba estropeando por culpa del negocio de la cochinilla. “Se le rompe a uno el corazón al ver como el hombre, el civilizador, estropea tesoros naturales en unos pocos años, donde los salvajes y los animales no habían hecho ningún daño durante siglos…”
 
          Por aquel entonces, el profesor García Pérez había publicado, como Memoria de Licenciatura, un tomo, Elisabeth Murray, un nombre del siglo XIX, editado por el Aula de Cultura del Cabildo Insular de Tenerife, magnífica biografía de esta súbdita del Reino Unido que en 1850 se acercó a Tenerife acompañando a su marido Mr. Murray, que por aquel entonces había sido nombrado cónsul británico en la islas, con residencia en Santa Cruz de Tenerife. A raíz de esta publicación, García Pérez observó que en Canarias existía un vacío en cuanto al conocimiento de la labor realizada por los viajeros ingleses del Ochocientos. Y se propuso –y lo logró– rescatar del olvido tantos y tantos nombres que con sus obras habían contribuido a que las islas fueran estudiadas más allá de sus estrechos límites, proporcionándoles un reflejo hacia el exterior.
 
          En poco menos de dos meses, José Luis García Pérez, persona valiosa y afortunada, ha visto publicados sus dos últimos libros; Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife, de Elisabeth Murray, y Viajeros ingleses en las Islas Canarias, obra que el autor presentó en su día como tesis doctoral en la Universidad de La Laguna.
 
          Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife, cuya edición estuvo a cargo de Pedro Duque García S.A. –ojalá sigan surgiendo estas escasas pero encomiables iniciativas empresariales– es una obra con introducción, notas y traducción del doctor García Pérez, que acertó en la forma de presentar los dieciséis capítulos que contiene ésta, aportándonos profusión de guías, que facilitan al lector una mejor localización en temas específicos y concretos.
 
          Pocas veces podrán realizarse presentaciones tan amenas, profundas y convincentes como las que tuvimos la oportunidad de gozar, primero, en la de Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife, donde Gómez Soliño, decano de la Facultad de Filología de la Universidad de La Laguna, nos brindó una velada llena de matices y citas, avivando nuestro interés hacia aquel libro aún con tinta fresca de imprenta. Gómez Soliño, entusiasmado con la obra, nos presentó con una fluida prosa lo que había constituido la irrupción de aquella particularísima señora que con sus escritos, dijo, “incrementó aún más la sorda rivalidad entre Tenerife y Las Palmas”.
 
          Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife ha sido para nosotros el clásico “libro de mesa de noche”, ese que podemos escrutar aprovechando la placidez de la noche, aunque algunas páginas sobresalten ante la prosa de esta “inglesita” que nos ridiculizó y satirizó, que enardeció razones; que vio impugnados sus escritos por “desbarros, frivolidades y sandeces; por un nublado de injurias y denuestos…”
 
          ¿Cómo no va a sobresaltarnos la autora cuando entre otras cosas dice, en el capítulo dedicado a Santa Cruz –que a pesar de todo es muy recomendable– “que no hay nada en Santa Cruz que llame la atención al visitante”?
 
          ¡Cómo trata a nuestros mendigos de aquel Santa Cruz de 10.000 habitantes esta “británica acerva, ácida”, pero también, con un inigualable estilo del que hace gala al describir la belleza del paisaje, que captó con la sensibilidad y la minuciosidad pintora! Si, cómo trata a nuestros mendigos…!
 
          “Desgraciadamente Santa Cruz está llena de una buena parte de esa plaga de clamorosos mendigos escuálidos, repulsivos y ociosos, que existen en las grandes capitales. Buscan sacar provecho de sus enfermedades reales o fingidas. Se ganan su vida sacándole partido a todo tipo de defecto físico, porque sepan ustedes que la mendicidad es una profesión popular y reconocida en las Islas Canarias, y parece que se practica con tanta comodidad y descaro, como una vez se practicó en la propia Irlanda…”
 
          No se pierda, futuro lector, lo que le ocurrió, por ejemplo, a esta extranjera cuando fue de vacaciones a La Matanza de Acentejo. Y acentúe mucho la atención cuando se ocupa de su glorioso y manco paisano Horacio Nelson.
 
          Estimamos que la traducción del doctor García Pérez le ha otorgado al texto el justo y difícil significado que en su día plasmó Elisabeth Murray, esta británica de la pasada centuria.
 
          Insuperable, igualmente, resultó la presentación que de Viajeros ingleses en las Islas Canarias realizó Carmen Fraga González, catedrática de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna, sobre esta obra que obtuvo el Premio de Investigación “Agustín de Bethencourt” convocado por CajaCanarias, entidad que editó –en lujoso volumen– dicho trabajo y cuyo director general, Álvaro Arvelo Hernández, destacó en dicho acto la importancia del citado certamen dedicado al fenómeno científico de las Islas, “evitándome así el olvido de trabajos que merecen preferente atención”.
 
          Carmen Fraga resaltó la erudición, la ilusión, la objetividad y la profundidad de la obra magna de García Pérez. Nos anticipó, en cuidada y amena sinopsis, la capacidad receptora de todos aquellos viajeros que iban buscando el desahogo del convencionalismo victoriano, su capacidad crítica, y su crudeza y osadía. “África debería enviar misioneros a Inglaterra…”. La presentadora adornó su intervención con la curiosa historia del viajero ciego y enfatizó que lo de Horacio Nelson había sido un hito político. Sólo eso.
 
          José Luis García Pérez, actual director de la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales, aparte de su probada y permeable sensibilidad, siempre festoneada con una exquisita e inmarchitable sencillez es, también, y como ya hemos apuntado, una persona valiosa y afortunada. Valiosa por la habilidad de la que ha hecho gala al captar atenciones, al traducir, al resucitar estos reflejos, estas bellas páginas dedicadas a estas tierras, que constituyeron y constituyen –a pesar de Elisabeth Murray “que una golondrina no hace verano”– un inestimable testimonio de lo que fue la vida cotidiana en el archipiélago en esa época.
 
          Y José Luis García también es afortunado porque su Memoria de Licenciatura se hizo acreedora a un tomo; y porque su Tesis Doctoral optó y obtuvo, con general beneplácito, el preciado y difícil “Premio Agustín de Bethencourt”, cotas que, en parte, venían a compensar -¿verdad Cristina, Oliver, Daniel y Kevin?– aquellas innumerables horas robadas al calor del hogar…
 
 
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