Mariscos, bosques y brujas

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 8 de octubre de 1987)
 
 
Vivencias gallegas
 
 Capilla, palomar y ciprés, pazo es
 
Galicia de los ríos y el mar.
 
          Ríos transparentes, sinuosos, orlando provincias, surcando valles; ríos humildes, resignados y casi anónimos. Rías y mar donde se recoge, sin discusión alguna, el mejor marisco del mundo; “tal vez sólo una fresa entre los labios”. Moluscos y crustáceos. He aquí, según los más exigentes gastrónomos, una clasificación por calidades: langosta, lubrigante, centolla hembra, camarones, percebes de mar batida, ostras, veneras o vieiras, nécoras, cigalas. Buey de Francia, centolla macho, pateiros, gambas, percebes corrientes, zamburiñas, almejas, mejillones de Lorbé, cigalas de alta mar, pulpo, calamares, choquitos. Chopos, mejillones corrientes, berberechos, minchas, navajas. Hay que respirar hondo. E ir regando todo con los Ribeiro –¡carallo de vino! -, Albariño, Rosal. Y hay quien incluso se enfrenta luego con la típica queimada, con sus llamas misteriosas y azules.
 
Galicia de los helechos y los maizales, de los pinos oscuros y los eucaliptos de plata; de las manzanas gigantes; de los castaños con frutos espinosos como erizos.
 
          Pino y eucaliptus son autóctonos. Un monje los importó. Hoy terminan en muebles, en plataformas de cultivos marinos, en bateas, que dan catorce mil puestos de trabajo. También el eucaliptus cura catarros y alivia bronquios con sus olorosos humos. Hay cincuenta especies de pino pero la tradición y la leyenda la tiene el castaño. No falta el roble y el abedul, que coadyuva al prado. Hay claros, hay calvas por los incendios devastadores, que casi siempre son intencionados y que comienzan por esa maleza que produce el pino y, sobre todo, el eucaliptus, que gesta acidez al suelo. Y pista de aterrizaje para esos hidroaviones-bomberos. El maíz, principal alimento del gallego. ¡Pan de Borona! ¡Qué rebanadas! Ahora surge, en pilastras de cemento, el tropical kiwi, que necesita lluvia y humedad.
 
Galicia campesina, febril, marinera, pescadora y emigrante.
 
          Emporio del minifundio donde aún pervive la carreta tirada por vacas ante la imposibilidad de introducir vehículos mecanizados en las cortas parcelas. Pesca de bajura, obreros de la noche y vendedores matinales en la lonja. Pescadores, sí, que emigraron; y volvieron para reconstruir pueblos abocados a la desaparición total, reflejando sus desahogos económicos en modernos chalets de jardines y flores, donde la hortensia ocupa el principal protagonismo.
 
Galicia de nieblas, el orbayo, la humedad y las lluvias.
 
          Pero también tórrida en verano, con temperaturas de récord, que aparecen como para desorientar al campesino, que luego se extasía con el calabobo, la fina posmilla, la tormenta, el relámpago, el trueno, el rayo…
 
Galicia levítica y universitaria.
 
          ¿Qué región, como ésta, puede presentar 5.880 parroquias? ¿Qué región, como ésta, puede decir que tiene 300 curas casados aunque puede llegar al millar? Catedral y Universidad, principales pilares de Santiago, donde se va a buscar un buen diagnóstico médico, a ganar indulgencias plenarias, a adquirir conocimientos de Derecho Romano o canónigo o penal. Pero ahora Santiago, como analiza Costa Clavell, “se ha convertido como por arte de birlibirloque en una ciudad moderna, muy moderna, tal vez demasiado moderna”. Y unos de los aspectos positivos que mejor revelan su modernidad henchida de futuro es la abundancia de librerías al día que desde los últimos años han ido instalándose en Santiago. Ya no es el marco ideal –imagen de cartón piedra- para el desarrollo de las frívolas anécdotas vividas por el convencional protagonista de la Casa de La Troya, aunque todavía deambulan por calles y tabernas estudiantes que no han pasado del primer curso y llevan en la ciudad una porrada de años. en Santiago -donde ahora empieza a preocupar su contaminación atmosférica y sonora- se va a instalar un centro comercial cinco veces más extenso que “La Vaguada” de Madrid, que incluso los ciudadanos consideran desorbitado. Y muchas urbanizaciones, que ha intentado impregnar en sus fachadas el estilo de las “galerías” coruñesas, ofrecen como reclamo la “televisión por satélite”.
 
          En efecto, surtidisímas librerías y paraísos en tiendas de souvenirs donde la variedad es única y los precios al alcance de todos los bolsillos, desde aquel hórreo de doscientas pesetas hasta aquel otro sofisticado en plata de ley de varios miles, pasando por la alpaca y la madera de la cruz de Santiago, la Catedral, el pote, el botafumeiro, la calabaza, la concha del peregrino. 
 
Galicia femenina de mujeres robustas y fuertes,...
 
          ... inclinadas sobre el surco, portadoras agiles de la sella, guiadoras de carretas que chirrían sobre el eje único; y una vaca grande, dorada y lenta como la Seguridad Social.
 
          Perdura, con ciertos matices, la tradición celta: el hombre, a la lucha; la mujer, al campo y a la familia. Y al atardecer no es difícil observar al varón sentado en la carreta y a la hembra dirigiendo ésta. No es machismo, que la gallega, con su temperamento y fortaleza, jamás lo permitiría. Es, eso, tradición.
 
Galicia femenina, de mujeres soñadoras,...
 
          ... de meigas y poetisas, de Vírgenes con nombres suaves y dulces: La Pastoriza, La Peregrina, La señora de los Ojos Grandes. Dicen que la iglesia de La Peregrina fue diseñada por un sargento, al que nadie le podrá discutir su acierto ya que la hizo redonda.
 
          Sueños, brujería y poesía en esos tupidos bosques, en esos pazos, sinónimos de palacio, que con el devenir del tiempo se convirtieron en ayuntamiento y ahora en parador de turismo y en hoteles de cinco estrellas; o en simples eslabones que adornan las cadenas de visitas. Todavía se oye aquello de capilla, palomar y ciprés, pazo es. Si no tenía capilla, que intuía espíritu religioso; palomar u hórreo, que denotaba abundancia, y ciprés, símbolo de riqueza, no era pazo ni era nada.
 
Galicia verde y rubia, celta y románica.
 
          Ahora te saluda un hombre de Canarias: que comprende, más que nunca, la pregonada morriña de tus emigrantes y de aquellos otros hijos que un día te dejaron y se establecieron en otras tierras.
 
 
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