Punta Umbría, la hermosa piscina de Huelva

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en Jornada Deportiva el 13 de mayo de 1987).
 
 
          Dejemos caminar a las manecillas del reloj de nuestra turística Península Ibérica: Costa de las Rías Altas, Costa Verde, Costa Brava, Costa Dorada, Costa del Azahar, Costa Blanca, Costa del Sol, Costa de la Luz…
 
          La Costa de la Luz, situada al sur de España, se extiende desde la desembocadura de ese río que juega al escondite llamado Guadiana –que forma frontera con Portugal- a la Punta de Tarifa, en pleno estrecho de Gibraltar.
Toda la Costa de la Luz está bañada por las aguas del océano Atlántico. La costa –vertiente atlántica de Andalucía- está embebida por un sol constante y cálido bajo un cielo azul profundo. En su horizonte resaltan vivamente las tonalidades cambiantes de una arena inmensa que, a veces, y como dicen los folletos turísticos “parece de trigo; otras, de oro, y otras de acero”.
 
          Las playas se suceden doradas y sosegadas. Los pueblos, con sus callejas entre altos paredones enjalbegados, son como grandes motas blancas a caballo, entre el mar y la tierra. Encierran tras sus rejas, y en el susurro de las fuentes de las plazas, nostalgias de un pasado árabe. Se asegura que “son estos pueblos blancos de Cádiz y Huelva los más bellos y puros ejemplares de una tradicional arquitectura popular que se conserva íntegramente”
 
          Las costas de Huelva, salpicadas de abundantes y frondosos pinos, está animada por una intensa actividad marinera. Hacia el interior, en los dilatados horizontes de las llanuras marismeñas se dibujan estáticos eucaliptus. Entre las marismas –“sólo traen mosquitos”, dicen los onubenses- y el mar surge como un inesperado paraíso el Parque Nacional de Doñana, de hermoso equilibrio ecológico, cuya fauna permanece inalterable desde hace miles de años, a pesar de recientes matanzas de patos por la irrupción vanidosa del hombre…
 
          Como atinadamente apunta García Gómez “en el popular y jugoso poema de Manuel Machado, cada una de las ocho capitales andaluzas tiene un certero y apasionado adjetivo”, un adjetivo que, por haber sido buscado y rebuscado sin prisas, ofrece las intimas esencias de las provincias que componen el riquísimo mosaico andaluz, y el más extenso y definido de la geografía de España. Así, Jaén es “plateado”, y Almería, “dorada”, y Sevilla, sustantivo y adjetivo a la vez, porque, de tan hermosa para el poeta, parece como si se adornase con todos los adjetivos del inefable mundo poético con “la sola música de sus tres claras silabas famosas y turísticas”. Y así, también, Huelva, testimoniada en el conocido poema como “la orilla de las tres carabelas”.
 
          Hay quien dice que Andalucía tiene diez provincias: las ocho conocidas más la emigración y el núcleo ubicado en Cataluña. Pormenorizando hay quien dice que a Huelva se le reconoce por tres cosas: Colón, el cargadero de mineral y el Polo Industrial. Nosotros añadiríamos, y por Punta Umbría. 
 
          Punta Umbría es como un enorme barco de arena anclado para siempre sobre sus propios cimientos. Uno de sus vértices tiene perfil de delfín y es muy posible que por esto uno de sus pequeños símbolos lugareños sea el de este parlanchín cetáceo de hocico prolongado. Si usted, viajero, visita Andalucía y, por supuesto, quiere recordar vivencias colombinas y extasiarse con la ecología de Doñana, no olvide, de paso, darse una vueltecita por Punta Umbría.
 
          Lo primordial de Punta Umbría es, primero, su tranquilidad; luego, su arena tibia y dorada; más tarde, su mar, limpia, abierta, sin horizonte. Y, por encima de todo, su historia, breve, reciente y curiosa que, hasta cierto punto y guardando ciertas distancias, tiene sus concomitancias con los alobres de nuestro Puerto de la Cruz. De la mano de Antonio Olaya vamos a conocer esta historia.
 
          Hacia el año 1881, el celebre alemán Sundheim avisó a la Río Tinto Company –la mina de España, esta “sinfonía bárbara de la técnica moderna”- de la existencia de una magnifica playa cerca de Huelva y junto al pequeño poblado de pescadores de Punta Umbría. Sundheim, que mantenía relaciones comerciales con ingleses que explotaban las famosas minas, había levantado ya una vivienda para él, teniendo un vapor de ruedas por lo que se le denominaba “barco tambor”, para traer a veranear aquí sus amistades desde Huelva. Y sugirió a la Compañía que la playa sería un lugar de convalecencia muy interesante para aquellos miembros no españoles de la plantilla y sus familiares que estuvieran recobrándose de alguna enfermedad. Pensó que sería un lugar particularmente bueno para aquellos que sufrieran de malaria y supondría un cambio agradable teniendo en cuenta el aire sulfuroso de las Minas de Río Tinto.
 
          Después de haber recorrido otras playas vírgenes del litoral, razonaba a los ingleses que Punta Umbría era el lugar ideal para un sanatorio, dado que los inviernos eran cortos y templados y los veranos muy suavizados por la brisa del mar; la no existencia de vientos que como el levante o el terral azotan el resto de las playas del litoral atlántico andaluz; durante las tardes, la brisa del mar, que con regularidad se levanta, refresca el ambiente, incluso en los días de máximo rigor climático. El levante hace acto de presencia muy rara vez y débilmente. La playa es de fondo plano, descendiendo muy lentamente y pudiendo adentrarse un bañista cien metros en baja mar, sin que llegue a cubrirle el agua. Las arenas son limpias y doradas, con ausencia total de fondos y piedras. Todo ello unido a una incomparable ría y a una inmensa masa forestal, además del encanto de un poblado primitivo dedicado a las faenas de la pesca.
 
          Ante tal hallazgo, la Río Tinto Company Limited obtuvo autorización oficial para la ocupación de los terrenos de una superficie aproximada de quince hectáreas con la finalidad de construir un sanatorio.
 
          Los ingleses edificaron doce casas de madera y pusieron un vaporcito denominado Melita para sus desplazamientos a Huelva, un remolcador holandés Fortuna para el transporte de equipaje y la lancha de vela Inés para paseos de recreo por la ría.
 
          El camino principal de acceso era de madera y después de losas de hormigón con las iniciales R. T. C., que conectaban con el muelle de la ría donde atracaban las embarcaciones que traían el suministro diario procedente de Huelva. Los edificios estaban amueblados y equipados y aunque al principio se usaban como sanatorios, Punta Umbría representaba para directivos y técnicos ingleses el lugar de vacaciones junto al mar. Se organizaban turnos en el verano y las relaciones comunitarias de la colonia británica se regía por normas pintorescas. 
 
          En fin, lo que el financiero Sundheim puso en antecedentes a la Compañía de las excelencias de la ría, el pinar y la playa, que forman esta Península, y lo que comenzó siendo sanatorio con reglas pintorescas y costumbres inglesas, se ha convertido en el correr de los años en un importante centro turístico, de modélica construcción horizontal –¡ojalá no se verticalice ni colmenice nunca! - cuajado de hermosos chalets y primorosos jardines, donde aun la arena dorada rivaliza con el asfalto y donde los sevillanos buscan solaz y esparcimiento, sin apenas incursiones de turistas extranjeros, que parecen respetar la tranquilidad y la descontaminación de esta joven Punta Umbría, que a nosotros se nos antojó como las más hermosa piscina que posee esa escondida Huelva, “la orilla de las tres carabelas”, que sigue luciendo sus marismas y que si exporta pirita ahora también lo hace con sus fresas, sabrosas, carnosas y únicas, que no se recolectan, precisamente, cerca de los ríos Odiel y Tinto, donde antes se aprendía a nadar, pero donde hoy “nadie se atreve a meter una sola mano” por aquello de los vertidos que son productos y sedimentos de nuestros progresos industriales. Todavía le queda a Huelva sus jamones, los mejores del mundo; su virgen del Rocío “en volandas por el aire, romero en tu romería” … Y también le queda el aire de Morguer, plácido y vivo, donde palpitan los poemas de Juan Ramón y, sobre todo, la tierra húmeda y blanda de Platero, el borriquillo de su tierna y mimada campaña…
 
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