Alonso Fernández de Lugo: consideraciones en torno a un enterramiento. ¿Dónde reposan los restos del Adelantado?

 
Por Daniel García Pulido (Publicado en el libro Una década de investigación genealógica (2012 – 2022). Sociedad de Genealogía y Heráldica de Canarias (SEGEHECA). 2023).
 
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Don Alonso Fernández de Lugo, primer Adelantado  (Dibujo y grabado de Salcedo)
 
 
Introducción
 
          «De todos modos, unos huesos que pueden ser los suyos se recogieron en un cenotafio en la catedral de La Laguna, extraídos de la tierra que correspondió a la capilla mayor de la destruida iglesia de San Miguel de las Victorias del convento de San Francisco, de la ciudad» (Elías Serra Ràfols, «Héroes y pueblos», 1967) (Nota 1). Con estas palabras del maestro de historiadores y referente de los estudios sobre la conquista y el repoblamiento de Tenerife, expresadas hace aproximadamente medio siglo, se vienen resumiendo hasta la fecha las curiosas circunstancias derivadas de la inhumación de los restos mortales del Adelantado desde su primer emplazamiento, en el antiguo convento franciscano, hasta su ubicación actual, en un mausoleo en la Catedral de La Laguna. 
 
          La escasez de estudios sobre la figura de Alonso Fernández de Lugo y su legado, motivada en buena parte por haber sido estigmatizado como un personaje histórico «maldito», nos ha privado de adentrarnos en infinidad de aspectos de un enorme interés para la comprensión de tan apasionante época de nuestro pasado, en los albores de la sociedad canaria y del cruce de culturas que la fundamentan. Uno de los aspectos que ha quedado en ese limbo del conocimiento, alimentado precisamente por ese anatema mencionado, es la sombra de duda que pueda caber, a la luz de ciertos documentos, sobre la identidad de los restos mortales que reposan en la Catedral lagunera, circunstancia esta que queremos convertir en objeto central de las siguientes páginas, enumerando y analizando los diferentes retazos de información de que se dispone sobre este tema en aras a contribuir a una eventual dilucidación al respecto. Tratemos, por tanto, de abordar los diferentes elementos y etapas que conforman este proceso histórico que se inicia con la muerte del Adelantado en 1525 y llega hasta nuestros días.
 
 
Fallecimiento y entierro del Adelantado (1525)
 
          El Adelantado Alonso Fernández de Lugo falleció en La Laguna el 20 de mayo de 1525 siendo enterrado en el convento franciscano de San Miguel de las Victorias (2). Se cumplía así con las propias disposiciones testamentarias otorgadas por el difunto en el entonces humilde puerto de Santa Cruz ante el escribano público Juan Márquez el 13 de marzo anterior, apenas unos meses antes de fallecer, aunque revisando el documento original aparecen ya las primeras referencias de interés para nuestro objetivo: 
 
          Ítem mando mi cuerpo a la tierra, de cuya naturaleza Dios lo crió y que sea enterrado en la capilla mayor del monasterio de San Miguel de las Victorias de la orden de San Francisco de esta ciudad, siendo acabada a tiempo; donde no, mando que, entre tanto, esté depositado mi cuerpo donde hoy está el altar mayor, en lugar conveniente, y luego que la dicha capilla fuese acabada, sea trasladado mi cuerpo en el lugar de la dicha capilla que yo quisiere o mandare, o donde mis albaceas testamentarios ejecutores de esta mi postrimera voluntad ordenaren y mandaren… (3).
 
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Firma del Adelantado
 
         
          Como puede comprobarse, el deseo último del Adelantado era reposar en la capilla mayor del convento franciscano de La Laguna, al amparo de su venerada imagen del Santo Cristo, capilla mayor de la que era fundador y patrono. No obstante, siendo plenamente consciente de las dificultades existentes para la terminación efectiva de las obras, que iban a demorarse, instaba a sus descendientes a que, una vez finalizada dicha capilla, se trasladasen sus restos mortales a la misma. En este sentido contamos no solo con la información de varios autores posteriores que corroboran que su primera inhumación se realizó «en el cuerpo de la iglesia porque la capilla mayor no estaba acabada» (4) sino particularmente con el valioso testimonio documental que nos brindan los testamentos de Inés de Herrera Ayala (1535), desposada con Pedro Fernández de Lugo –hijo de nuestro personaje-, que solicita ser enterrada en la tumba de su suegro (5), o del conquistador Alonso de Alcaraz (1534), quien estipula en las cláusulas de sus últimas disposiciones querer ser inhumado «a los pies del Adelantado» (6).
 
          Alonso Fernández de Lugo había construido inicialmente, en fecha tan temprana como 1506, la ermita de San Miguel Arcángel en la plaza mayor o del Adelantado, frente a su propia morada, con el fin de destinarla a panteón de entierro familiar, pero cambió de parecer al advertir la grandeza e importancia que iban adquiriendo con el paso de los años las obras del convento franciscano de La Laguna –cuyo recinto principal debió de terminarse entre 1514 y 1515- (7), y particularmente, con la venturosa traída y custodia en el mismo de la imagen del Santo Cristo en 1520. Al convertirse en patrono de la capilla mayor de este emergente cenobio dejaba claro que habían cambiado sus apetencias en relación al descanso eterno de sus restos y los de sus familiares (8)
 
 
Finalización de obras de la capilla mayor
 
          El siguiente paso en nuestro proceso de conocimiento de las circunstancias vinculadas a la inhumación del Adelantado debe centrarse en la culminación de la mencionada fábrica de la capilla mayor, que se prolongaría durante todo el siglo XVI. Algunos autores fundamentan esta lentitud constructiva en las dificultades financieras de los hijos y nietos del primer Adelantado. A través del cronista Juan Núñez de la Peña obtendremos varias referencias que avalan la parsimonia de este proceso constructivo al hablar sobre los milagros acaecidos «cuando la capilla mayor del Santo Cristo de La Laguna se estaba fabricando [el] año de 1590». En su narrativa nos precisa con claridad las escenas del momento, con el trasiego de las carretas con cal desde Santa Cruz de Tenerife, la presencia de poleas y cordajes para subir los cantos y materiales a «las paredes de la capilla del Santo Cristo, las cuales iban ya muy altas» (1594) o la construcción de los arcos de piedra, capiteles y el armazón de la techumbre, contexto este en el que tuvieron lugar desgraciados accidentes descritos por Núñez de la Peña y que han sido nuestra «excusa» para tener conocimiento de esta realidad edificativa (9). Una nueva prueba de tan lento avance la encontramos con la definitiva construcción del altar mayor de dicha capilla, costeado por el tesorero de la Santa Cruzada Juan de Fresneda, quien en 1594 afirmaba que «lo está haciendo y edificando tan suntuoso y costoso como para tal iglesia y capilla mayor se requiere», con un coste superior al centenar de ducados (10).
 
          Para hacernos una idea acertada de la singular apariencia del templo de San Francisco en aquel entonces, única en su estilo al parecer en el Archipiélago, debemos acudir a investigadores como Buenaventura Bonnet Reverón o Pedro Tarquis Rodríguez. Precisamente de la obra de este último centrada en la historia del convento de San Miguel de las Victorias entresacamos que «la construcción de San Miguel de las Victorias no tenía la forma de cruz latina sino que las tres capillas de la cabecera estaban en la misma línea», comparando la iglesia lagunera con aquellos «viejos templos de Italia con tres y más capillas a ambos lados y en la misma línea de la mayor» (caso de las iglesias de la Santa Cruz o de Santa María la Novella, ambas en Florencia). Se trataba, por tanto, de un templo «de una sola nave, pero en ese trecho, cañón de iglesia como llaman los frailes, desde las antiguas capillas fabricadas desde el sancta sanctorum (capilla mayor) que formaban la corona de capillas del templo, hasta llegar a la puerta del claustro del lado del evangelio (...), había varios retablos» (11). En la referida cabecera se ubicaba precisamente la capilla mayor, «que más tarde fue ampliada suntuosamente mediante limosnas de los devotos y bienhechores». Por el lado de la Epístola (en dirección hacia la ciudad) podían distinguirse otras dos capillas: la del Señor de la Columna -fundada por el regidor Pedro de Lugo en 1510 y finalizada por el matrimonio de su hija, Isabel de Lugo, y el licenciado Cristóbal de Valcárcel hacia 1526- (12); y la del Espíritu Santo, promovida por Rafael Fonte entre 1513 y 1518 «junto al arco de la capilla mayor» (13). Por su parte, al costado del Evangelio, el cuerpo de la iglesia disponía de una cuarta capilla, bajo la advocación de Nuestra Señora de Candelaria, ubicada «en el cuerpo de la iglesia, junto al arco mayor» –financiada por disposición testamentaria de Alonso de las Hijas en 1523- (14). Para mayor detalle sabemos que la capilla mayor del convento franciscano tenía establecida la división entre el presbiterio y el altar mayor a través de unos pequeños escalones «adornados con vistosos azulejos», costeados por Juan de Fresneda en 1599 (15)
 
          En este punto no nos resistimos a invocar el lamento expresado por Dacio Victoriano Darias y Padrón sobre la destrucción de las ruinas, en la década de los 1940, de «las tres capillas de la cabecera del antiguo templo que daban a la calle de la Rúa» (16), posiblemente en las obras de construcción del entonces futuro cuartel. Solo ser conscientes de que hemos podido tener acceso a este patrimonio tan interesante hasta hace apenas unas décadas nos emociona. Hacemos votos para que aparezca con el tiempo alguna foto de aquel espacio o que pueda realizarse algún trabajo de prospección en el subsuelo de los solares y jardines existentes.
 
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Convento de San Francisco. Dibujo por Antonio Pereira Pacheco (ca. 1800)
 
 
Primer traslado de restos del Adelantado en el seno de la propia iglesia de San Francisco
 
          Con la finalización de las obras de construcción de la capilla mayor del convento de San Francisco en torno a 1600 se efectuaría, a la luz de varios testimonios obtenidos, el traslado de los restos de Alonso Fernández de Lugo a ese nuevo espacio, tal y como había establecido en su testamento de marzo de 1525. La prueba más notoria de esta realidad aparece en una cláusula del testamento de Francisca de Lugo, esposa de Lope Hernández de la Guerra y Ayala (1576-1619), otorgado ante el licenciado Agustín de Calatayud y abierto el 14 de mayo de 1609. En ella leemos:
 
          Ítem mando que cuando Dios sea servido de llevarme de esta presente vida, mi cuerpo sea sepultado en el convento del seráfico padre San Francisco, de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, en la sepultura de mi abuelo don Alonso de Lugo, que está en la capilla mayor de dicho convento, a donde está una losa de piedra, la cual embiste con el primer escalón de las escaleras que suben por ellas a decir misa al altar mayor del dicho convento (17).
 
          A pesar de estas premisas, el historiador Pedro Tarquis, ateniéndose a un documento de concordato fijado entre el representante de la casa del príncipe de Ásculi en Tenerife, Celedonio de Aguado y Nájera -con la respectiva escritura de poder extendida por dicho príncipe-, y la comunidad del convento de San Francisco, afirma que dicha traslación se demoraría hasta mediados del siglo XVII (18). La razón esgrimida aparece en ese mencionado concordato: el Adelantado había consignado en sus disposiciones testamentarias que en las emblemáticas fechas de San Miguel, de su fallecimiento y del día de finados, «para siempre jamás», se le dijese una vigilia y misa cantada, así como una serie de memorias en honor al arcángel San Miguel, aunque no había fijado con exactitud las cantidades destinadas a tal fin. Ante esa difusa situación los frailes franciscanos presentaron queja ante el obispo del momento, Francisco Sánchez de Villanueva y Vega (1581-1658), quien acabaría dictando la resolución siguiente: «Y porque el Señor Adelantado no nombró bienes, ni señaló limosna, declaró que esta será de diez ducados por las tres vigilias y misas, que se señalan en su testamento, las cuales deben abonar sus herederos» (19). Con esta sentencia se transaba el pleito entre la casa de Lugo y el cenobio, y su aceptación por parte del apoderado Aguado Nájera –que conllevaba la hipoteca de dos tributos pertenecientes a dichos herederos del Adelantado, «uno de diez fanegas de trigo y 96 reales, y otro de 500 reales en lo que se paga a los Príncipes [de Ásculi] en el término de Tacoronte» (20)-, no había obstáculo para ese traslado desde el cuerpo de la iglesia a la capilla mayor. 
 
          En resumidas cuentas, no habría problema para nuestras pesquisas (el lugar de entierro de Fernández de Lugo) si esa traslación se realizó en torno a 1600 o 1650. La problemática subyace ahondando en las cláusulas de este concordato, donde hallamos un detalle interesante que añade más incertidumbre, aún si cabe, a todo el proceso de traslado de los restos del primer Adelantado:
 
          Es muy justo que se haga la dicha traslación, para que esta se consiga con todo el honor que se debe, en consideración que no puede haber otro lugar más decente para esta obra que el de una urna o nicho en la pared al lado del evangelio, sobre el presbiterio inmediato al retablo del altar mayor, que esto tengo de hacer a costa de la hacienda del Príncipe, mi señor. En esta urna se han de poner los huesos, quedando aneja al dicho nicho para que sirva el lugar de sepultura para que si algún descendiente del dicho señor Adelantado o su excelencia el Príncipe, mi señor, quisiera enterrarse allí lo pueda hacer; quedando, como queda, exceptuado el derecho en la sepultura en el presbiterio. Y estando presente a este acto el licenciado don Bernardo Lercaro Justiniano, regidor de esta isla de Tenerife, quien tiene sepultura en la dicha capilla mayor, a la cual y uso de ella no se ha de hacer perjuicio, como ni a las demás sepulturas que están en esta capilla, por cuanto para la fábrica de la dicha capilla mayor ayudaron con sus limosnas, así los antecesores del licenciado Lercaro como de los demás que tiene sepulturas en el cuerpo de la capilla mayor (21)
 
          La lectura de este extracto nos induce a pensar, no sin sorpresa, que dicho apoderado de la casa de Lugo pensaba realizar la traslación de los restos de Fernández de Lugo no a una tumba de la capilla mayor sino a «una urna o nicho en la pared del evangelio, sobre el presbiterio inmediato al retablo mayor», auténtico «sancta sanctorum» de aquella zona del templo. No sabemos si ese traslado específico llegó a efectuarse pero lo cierto es que no nos ha llegado ningún testimonio ni testigo positivo en ese sentido. Antes al contrario, la inmensa mayoría de los registros históricos que hemos consultado desde mediados del siglo XVII se refieren siempre a que el Adelantado «está su cuerpo sepultado en el convento de San Miguel de las Victorias, de la orden de San Francisco, en medio de la capilla mayor, en donde está una losa» (22). La verdad es que cuesta creer que la realidad y circunstancias de un enterramiento de esa relevancia escapase a los asiduos vecinos que acudían a la iglesia franciscana en cumplimiento de sus deberes religiosos. A pesar de todo, y tal y como podremos comprobar más adelante, el expediente de inhumación de los restos de Fernández de Lugo se basará en la existencia de esta losa sepulcral si bien puede comprenderse que ya solo la duda de la teórica existencia de esa urna o nicho en los muros del templo confiere un primer atisbo de inseguridad a todo el proceso.
 
 
Incendio del convento e iglesia de San Francisco
 
          La madrugada de la jornada del 28 de julio de 1810, con el infausto incendio del convento e iglesia de San Francisco, iban a desdibujarse enteramente las coordenadas históricas de este espacio religioso. Las llamas dieron inicio, según las crónicas, en el campanario, desde donde se pasaron al coro y a la rica techumbre de las naves y artesonados de las capillas. Finalmente se prendería fuego todo el conjunto, salvándose únicamente la casa de la Esclavitud, la parte septentrional del cenobio y la arcada de entrada al recinto, además de la inmensa suerte de poderse salvar la valiosa talla del Santísimo Cristo (23). La techumbre y armazón de la capilla mayor se desplomó literalmente sobre el pavimento y paredes, tal y como ocurrió con el resto de las otras capillas del templo, quedando todo el conjunto convertido en un ruinoso conglomerado de restos a la intemperie, en una desoladora amalgama de muros desvencijados y negruzcos, maderas y rocas calcinadas y un mar de cenizas, barro y fragmentos de millares de tejas. 
 
          Pasados unos años se dio comienzo a una lenta restauración de los inmuebles menos afectados, reconvirtiendo en santuario del Cristo aquella crujía del antiguo convento que se había salvado de las llamas, pero obviamente el paisaje edificativo resultante ya no era el mismo sino un tímido eco del esplendor de antaño. La llegada del proceso de desamortización de bienes eclesiásticos, con sus dos paréntesis cronológicos de 1836 y 1855, supuso un nuevo paso en la configuración histórica de aquel espacio y fue precisamente en el primero de estos intersticios, bajo la égida del ministro Juan Álvarez de Mendizábal, cuando se procedió a la venta de «dos huertas» de los franciscanos, que recayeron en subasta en el diputado provincial Juan Manuel Foronda González (1797-1878) (24). El terreno que comprendía este espacio desamortizado se correspondía exactamente con el solar del claustro y las dependencias del convento en ruinas, incluidos los restos de lo que había sido la magnífica iglesia de San Francisco. 
 
          En este punto es interesante constatar que en el expediente elaborado para la exhumación de los restos de entre las ruinas (que estudiaremos más adelante) contamos con la declaración de Andrés Fajardo, subteniente graduado de milicias provinciales, quien dijo «que antes de haberse hecho cargo el que declara de la huerta de que se trata le consta que don Juan Anglés sacó algunas esquinas de los cimientos de las columnas del cuerpo de lo que fue iglesia pero no de la capilla mayor» (25). Este testimonio, de 9 de julio de 1861, nos reafirma que esas ruinas del antiguo convento franciscano pudieron servir esporádicamente como cantera, circunstancia colateral de interés para conocer la realidad de aquel entorno físico.
 
 
Búsqueda del sepulcro
 
           Tras el consabido incendio de 1810 se perdió la noticia e interés por la tumba del primer Adelantado y tenemos que esperar hasta 1844 para encontrar el eslabón que nos ayuda a continuar el relato histórico. El entonces director de la biblioteca municipal de Santa Cruz de Tenerife, Francisco María de León y Suárez de la Guardia (1799-1871), como directivo de la recién establecida Comisión de Monumentos Artísticos y Arqueológicos de Canarias, propondría la iniciativa de búsqueda de los restos mortales del Adelantado entre las ruinas del antiguo templo de San Miguel de las Victorias. Tenemos noticia de una memoria presentada al respecto, siguiendo las pautas emanadas del decreto de creación de dicha Comisión de 19 de junio, pero nos ha sido imposible localizar hasta la fecha este trascendental documento (26). A pesar de ello la secuencia de los hechos acaecidos posteriormente, como veremos nos confirma que la pretensión de León y Suárez de la Guardia no pasó más allá de un buen cúmulo de intenciones, cayendo en saco roto con el transcurso del tiempo y de los acontecimientos.
 
          La secuencia cronológica del proceso vinculado a la búsqueda y exhumación de los restos del Adelantado se reactivaría unos años más tarde, concretamente en octubre de 1858. El auditor de guerra Mariano Nougués Secall (1801-1872), con el consentimiento del capitán general Narciso de Ametller Cabrera, llamó la atención en la prensa local sobre la triste situación del sepulcro y restos del Adelantado, y dicha queja, revestida tal vez de romántica solicitud y de llamada a la sensibilidad lagunera, supone la definitiva piedra de toque en el proceso de búsqueda en las ruinas de la iglesia, descrita según sus propias palabras «en una huerta plantada de nopales que pertenecía al suprimido convento francisco de la ciudad de La Laguna y que hoy es propiedad de un particular» (27)
 
          A partir de este momento, y como figura clave de este proceso que venimos estudiando, el protagonismo lo va a tomar el entonces concejal José María de Olivera y Acosta (1806-1863), en cuyo diario personal encontramos el hilo del relato histórico. Según su testimonio, 
 
          [17 de octubre de 1858] Habiendo observado la indiferencia, hablando en oro, el salvaje silencio de mis paisanos, a la estudiada insinuación, tal vez de acuerdo con el capitán general, del auditor de guerra Sr. Nougués, inserta en «El Guanche», respecto a las cenizas del Adelantado Mayor don Alonso Fernández de Lugo, sobre lo cual únicamente don Martín A. Bello me indicó hace dos días que diera una contestación para insertarse en el mismo periódico, más que por su invitación, por honra de mi pueblo, que no puedo mirar, como casi todos sus hijos, con tan vergonzoso abandono, no he podido menos que ejercitar mi humilde pluma y he entregado un artículo a la redacción de «El Guanche» [...]. Esos días se armó cierto revuelo con la dejadez  y olvido de los restos de tan histórico personaje y por ejemplo don Valentín Martínez dirige en la tertulia de la botica de Buitrago, La Laguna, el que algunas personas se decidan a buscar y exhumar sus restos (28)
 
          No puede precisarse con exactitud, debido a la disparidad tan enorme de referencias, la secuencia cronológica de los acontecimientos (29) aunque todo apunta a que fue entre los meses de enero y febrero de 1860 cuando se dio comienzo a la búsqueda «in situ», un tanto anárquica y caprichosa, por parte de ese selecto grupo de vecinos de La Laguna. José de Olivera escribe en su diario: «Se ha estado hace dos días revolviendo la huerta que fue iglesia de San Francisco, con el auxilio de las noticias que Pepe el Campanero (José Cabrera) ha suministrado, el cual se acuerda de haber visto la losa que cubría el sepulcro que se trata de explorar, sin haber conseguido el objeto» (30). Al primer grupo explorador se fueron uniendo, según Olivera, el juez de primera instancia, el fiscal, algunos catedráticos del Instituto, canónigos, diputados provinciales, incluso el comandante del cercano presidio, hasta que se dio con los huesos buscados (31).  
 
          La secuencia parece lógica hasta el momento y no revestiría ningún tipo de complicación u obstáculo de no ser por la sorprendente confesión del propio Olivera, esbozada en la soledad de su diario personal, quién sabe si para descanso de su conciencia o por el deseo de un futuro resarcimiento de sus faltas. Leamos al concejal lagunero:
 
          Esta tarde me dio gana de ir a curiosear y cuando entré en la huerta, solo se había encontrado el esqueleto de un clérigo, que fue enterrado en el presbítero. Procedióse a abrir otros sepulcros paralelos a aquel y, aunque se encontraban varios restos mortales, todo era confusión y casi ya nadie hacía caso de la empresa, destapando y tapando sepulcros, hasta que me tentó el diablo, por engañar nuestra propia credulidad y llevar adelante un proyecto y, como inspirado, empecé a asegurar a los circunstantes que los huesos del Adelantado eran los del último sepulcro que se había explorado, para lo cual daba mis razones, más o menos plausibles. Muchas personas comenzaron a creerlo y a secundar mis opiniones y yo, envalentonado, dije: «Vamos a recoger estos huesos en una canasta, porque estos son los huesos del Adelantado» y ya no fue preciso más. Lo que sucede en toda revolución, en que el pueblo se halla dispuesto para todo si hay una voz enérgica que diga: esto se hace, por allí van las turbas entusiasmadas. Todos asintieron, no hubo uno que contradijese la proposición y se empezó a trabajar en favor de ella. Yo interiormente hacía mil reflexiones de lo que es el público, pero a medida que se iba adelantando el trabajo, empezaban muchos a dar razones en favor de la certeza del hecho, en términos que yo mismos me fui convenciendo de que aquellos realmente eran las reliquias del Adelantado y como ya el asunto iba formal, uno dijo: «Es necesario sentar un acta de estos hechos»; y aun me intimaron al efecto que tomase apunte de ellos y de los testigos presenciales, porque el secretario del Ayuntamiento no se hallaba presente (32).
 
          La situación de desconcierto y desaliento que se vivía en aquel proceso de búsqueda de los restos motivó esa desesperada acción de Olivera, quien no duda en reconocer –en secreto, eso sí- que la efectuó para no perder aquella oportunidad de reivindicación de los restos mortales del Adelantado y, por ende, de la propia figura del conquistador. «Llena la cesta de los huesos del Adelantado, yo mismo la tomé por un asa y don Martín Bello por la otra y con el alcalde, el secretario Baños, que acababa de entrar en la huerta y con otras personas, la llevamos a la sacristía de la actual capilla de San Francisco y la dejamos bajo llave...» (33). No obstante, José de Olivera, no contento con la realización de este irregular comportamiento, fue mucho más allá llegando al punto de falsificar la documentación resultante.
 
          En la exhumación de los restos del Adelantado se han presentado en la palestra tres adalides: el padre Argibay, don José María de las Casas y don Alejo de Ara que no solamente han sembrado en el público el germen de la desconfianza respecto a la identidad de los restos, sino que porfían en que se han de seguir las excavaciones para ver si se descubre otro esqueleto de «mejor derecho». Según las razones que personalmente me han dado los dos últimos, que a la verdad las considero poderosas, pues que se fundan en el texto de Núñez de la Peña y aún de Viera, los cuales afirman que el Adelantado fue últimamente sepultado en medio del presbiterio y junto al altar mayor, he reformado el acta de la exhumación, calladita mi boca, sustituyendo en ella las siguientes líneas: «se encontró, como en el centro del presbiterio, un sepulcro, que aunque no conserva losa alguna, apareció en él fragmentos de losa negruzca jaspeada, como de pizarra». Con este motivo se la enseñé reformada a don Valentín Martínez y fue completamente aprobada por él mi resolución (34).
 
 
Expediente de exhumación
 
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Portada del Expediente de exhumación
 
                   El panorama constituido hasta este instante por aquel grupo de entusiastas «recolectores» iba a generar muchísima polémica y debate en las sociedades lagunera y santacrucera de la época, conscientes de la falta de transparencia y poca seriedad de los métodos utilizados para hallar aquellos restos humanos pertenecientes al Adelantado. El gobernador civil Joaquín Ravenet Marentes, brigadier de infantería, sería la persona que iba a poner fin a ese caos inicial dando comienzo al que podríamos tildar como «proceso de normalización» de los hechos consumados. En su comunicación de 22 de junio de 1860 puntualizaba que, si bien aprobaba la exhumación efectuada, ello lo hacía «sin perjuicio de advertir a esa corporación [Ayuntamiento de La Laguna] que para casos análogos cumpla con impetrar la venia de este Gobierno Civil según lo establece la regla 1ª. de la Real Orden de 19 de marzo de 1848». En dicha reglamentación aludida se establecía como norma «sine qua non» ante cualquier solicitud de excavación para buscar restos humanos pertenecientes a algún personaje histórico que debería abrirse el correspondiente expediente informativo con todos los informes, permisos y declaraciones testificales pertinentes. Así podemos leer en el propio preámbulo del documento en cuestión: 
 
          Esas pruebas indubitadas que demuestran ser los restos hallados los del conquistador no se encuentran, a juicio de los que suscriben en el expediente, en el que debieran hallarse consignadas. Por efecto sin duda del entusiasmo que se apoderó instantáneamente de los ánimos cuando se encontraron los venerados restos que con tanta ansia se buscaban no dio lugar a la reflexión y dejó de hacerse antes y al tiempo de la exhumación y ni aun se observó lo dispuesto en la orden de 19 de marzo de 1848 y así convendría llenar ahora ese vacío, ya por fortuna hay medios para hacerlo. Por lo tanto, en concepto de los que informan, pudiera traerse al expediente certificación de los documentos públicos o privados que traten del enterramiento del expresado Adelantado, lugar de su sepultura y una información de testigos ancianos e intachables, que habiendo conocido aquel templo antes de incendiarse, puedan designar con fijeza el lugar en que existía el sepulcro, su epitafio y cuanto conduzca al esclarecimiento de los hechos. 
 
          Conveniente sería también el reconocimiento del área de la capilla por personas peritas que, en conformidad con lo que arrojan de sí los documentos y lo dicho de los testigos, señalaran el lugar del sepulcro y que las personas que vieron y examinaron el terreno antes de darse principio a las excavaciones que constan del expediente se practicaron, declaren si este tenía señales de haber sido removido. Los facultativos competentes deben reconocer los restos hallados y dar testimonio del estado en que se encuentren, el sexo a que debieron corresponder y tiempo aproximado que juzguen haber desde que fueron sepultados, con cuantas circunstancias y aclaraciones puedan conducir a identificarlos y demostrar pertenecieron a aquel personaje (35).
 
          Como podemos advertir, la fecha del hallazgo y exhumación de los restos del Adelantado tuvo lugar en febrero de 1860, concretamente el día 17 de dicho mes, y la elaboración del expediente se extendió entre junio de 1860 y junio de 1861 (36). El paréntesis inicial de casi cuatro meses entre ambos procesos, diferencia que no se menciona en ningún momento en el expediente, parece añadir mayor incertidumbre al procedimiento llevado a cabo para consignar las actividades reseñadas, acaso con la intención de que, leyendo el documento en cuestión, el lector interesado pensara que todo ocurría en el momento presente de la propia redacción del expediente. 
 
 
Acta de exhumación
 
          Incluimos a continuación el texto íntegro del acta oficial de exhumación de los restos humanos del Adelantado, elemento clave y primordial dentro del proceso de normalización mencionado. 
 
          En la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, capital de la diócesis de Tenerife, a dieciocho de junio de mil ochocientos sesenta, siendo las seis y media de la tarde, hora en que se hallaba el señor alcalde constitucional de la misma, don Tomás Martel y Colombo, en la huerta que fue iglesia de Nuestro Padre San Francisco, incendiada en el año de 1810, con el objeto de averiguar el sitio del sepulcro donde fue depositado el cuerpo del ilustre caudillo de los conquistadores de esta isla y la de La Palma, don Alonso Fernández de Lugo, Adelantado mayor de estas Islas Canarias, a cuyo efecto se había estado trabajando desde el día anterior, previa la autorización verbal del señor gobernador eclesiástico y el beneplácito del dueño de la expresada huerta, don Juan Manuel de Foronda, y hallándose presente varias personas, que lo fueron los señores doctor don Valentín Martínez, canónigo doctoral de esta Santa Iglesia, licenciado don Silvestre Machado, canónigo magistral y catedrático del Instituto Público de Segunda Enseñanza, don Miguel Carabantes, canónigo, don Francisco Fariña, presbítero, los subdiáconos don José Mora y don Joaquín Amaral, don Fernando del Hoyo y Peraza, marqués de la villa de San Andrés y vizconde del Buen Paso, doctor don Francisco Rodríguez de la Sierra, catedrático del antedicho Instituto, don Martín Antonio Bello, bibliotecario del mismo establecimiento, licenciado don José María de las Casas, don Manuel Carballo, regidor síndico, don Ramón de Castro, regidor, don Juan Hernández López, celador de policía, don Francisco Calixto Domínguez, don José Feo y Benítez de Lugo, don Braulio Pagés, don Francisco Penedo, don Gabriel Izquierdo, don Francisco Domínguez Borges, don Abelardo Figueredo, vecinos todos de esta población, y don José García Chaix, del comercio de la inmediata ciudad, capital de la provincia, con otras varias personas del pueblo que sería largo enumerar. Después de varias excavaciones que se habían practicado, y cuando ya parecía que se iban defraudando las esperanzas de encontrar los preciosos restos mortales que eran el objeto de la ansiedad de los circunstantes, habiéndose calculado bien la situación donde debía hallarse en su tiempo el presbiterio del templo y comprobándose esto con el descubrimiento de los cimientos de las columnas posteriores donde estribaban los arcos torales y no tan solamente fiados en la tradición oral e histórica, que afirma haberse enterrado el cuerpo del Adelantado en el repetido presbiterio, sino también apoyados en las disposiciones testamentarias del expresado señor, cuyo documento se halla custodiado en el oficio del escribano público don Juan Navarrete, y con el auxilio de dos personas ancianas que se llevaron al efecto y lo fueron José Cabrera y Dionisio Borges, los cuales como testigos oculares declararon haber visto la losa de mármol que cubría el sepulcro del Adelantado, cuya losa tenía una orla negruzca jaspeada como de pizarra y que se hallaba en el presbiterio. Se procedió a desembarazar aquel punto arrancando los nopales que lo cubrían y se hacen las excavaciones necesarias y con efecto se dio con un sepulcro del cual se extrajo una capa de cal demasiado compacta por el transcurso del tiempo, algunos fragmentos de tablas y por último apareció un esqueleto, que por la posición que guardaba, pues se hallaba la cabeza de tope con el lado que ocupa el altar mayor y algunos vestigios de galones y cuello clerical, se reconoció ser el esqueleto de un sacerdote. Guardando la misma línea, y paralelo al primero, se reconoció otro sepulcro y concurrieron las mismas circunstancias, hasta que, al fin, continuando con el mismo sistema de explotación, se encontró como en el centro del presbiterio un sepulcro que, aunque ya no conservaba losa alguna, afortunadamente se encontró en él un fragmento de losa negruzca jaspeada y el esqueleto de un seglar, que lo comprobaba la circunstancia de estar colocado en un sentido inverso de los demás y en un estado de mayor calcinación, prueba clara, comparativamente a los anteriores, de su mayor antigüedad, por lo que no dejó duda a los circunstantes, según los precedentes, de que aquellos eran los restos mortales que con tanto empeño buscaban los habitantes de esta población para depositarlos en paraje más digno a la memoria y méritos relevantes de la persona a quien correspondieron. Acto continuo se empezaron a exhumar con el mayor cuidado y en este estado entraron en la repetida huerta los señores don Luis Alba, juez de Primera Instancia del partido de esta ciudad, doctor don José Febles, catedrático del Instituto de Segunda Enseñanza, licenciado don Celestino Rodríguez, promotor fiscal de este Juzgado, don Arquipo Cullen, don Luis Febles, don Eusebio Salcedo, doctor don José Martín Méndez, canónigo, don Domingo de Castro y Chirino, diputado provincial por este partido, y don Domingo Final, de esta vecindad, y de la inmediata ciudad de Santa Cruz don Emilio Salazar y Chirino, comandante del Presidio Correccional y el artista don N. Robaina (37). Entraron por último varias otras personas visible que no fue posible anotar, incluso el secretario del ilustre Ayuntamiento, que por causas poderosas no había podido asistir a este acto, de todo lo cual yo, el infrascrito vicesecretario de dicha municipalidad, por mandado del supradicho señor alcalde, certifico (38)
 
 
Referencias físicas
 
          A la hora de certificar dentro del expediente de exhumación realizado la elección de aquel enclave podemos distinguir hasta tres grupos de testimonios: 
 
          -En un primer momento, el día 21 de noviembre de 1860, fueron llamados a tomar declaración en el Ayuntamiento de La Laguna sendos maestros de mampostería, Cristóbal Melián y José González, «para que, examinando el área de la iglesia incendiada de San Francisco de esta ciudad, fijen con exactitud el punto donde existió el presbiterio de dicho templo», como preludio para aclarar a continuación «si el sepulcro de donde se extrajeron los restos mortales (...) se halla en el centro del expresado presbiterio». Esa misma jornada ambos técnicos visitaron las ruinas del templo y, tras las oportunas observaciones, reconocieron por los cimientos que aún existen que el sepulcro de donde se exhumaron los restos mortales que tienen entendido se hallan depositados en la sacristía de la nueva iglesia de San Francisco se halla justamente en el centro del presbiterio de la que fue incendiada (...), más cerca a su parecer del altar mayor que allí debió de existir (39).
 
          -En un segundo grupo, en enero de 1861, se tomó declaración a dos personas mayores (José Cabrera y Dionisio Borges) que conocieron en su juventud y temprana madurez aquel templo de San Francisco antes del incendio de julio de 1810. Por un lado, el primero, José Cabrera (nacido en 1776 y a quien Olivera se refería como Pepe el campanero), nos aporta uno de los testimonios más valiosos de todo el expediente de exhumación, con detalles de enorme valor histórico. Según sus palabras, 
 
          en su mocedad se acuerda haber visto delante del altar mayor de la iglesia de San Francisco de esta ciudad, que fue incendiada en el año de 1810, la losa que cubría el sepulcro del Adelantado mayor D. Alonso Fernández de Lugo, de la cual se le quitaron las argollas que tenía en las cuatro puntas a causa de que los religiosos que decían misa en dicho altar tropezaban en ellas con frecuencia, cuya losa era de mármol con una orla negruzca como de pizarra (..). Y que hallándose presente el que declara, a mediados del año próximo pasado, el día que se extrajeron los huesos de un cadáver de la huerta que fue iglesia en otro tiempo, quedó en la persuasión o convicción de que efectivamente se extrajeron del sepulcro que lleva relacionado (40).
 
          Por su parte, Dionisio Borges, nacido en 1782 y que contaba por tanto con 28 años en el momento de aquel infausto acontecimiento, en su declaración afirmaba que
 
          el sepulcro de donde se extrajeron los huesos de un cadáver a mediados del año próximo pasado, el mismo que en repetidas veces vio en su niñez y que era el del Adelantado D. Alonso Fernández de Lugo, situado delante del altar mayor de la iglesia de San Francisco (...), pues por el conocimiento que tenía de aquel templo, está cierto que el que ahora se ha removido se halla exactamente en el centro de lo que fue su capilla mayor (41).
 
          -Por último, ya en los primeros días de julio y terminando la redacción del expediente, se citó a declarar al subteniente Andrés Fajardo y a Domingo Gil, para que hablasen sobre las circunstancias referidas a la utilización de las tierras o huertas que habían sido el solar de la antigua iglesia de San Miguel de las Victorias. El militar confirmó lo que parecía evidente, «que posteriormente aunque dicha huerta fue sorribada para plantarla de tuneras, lo fue muy superficialmente a causa tal vez del inconveniente de los huesos de los difuntos que se habían enterrado allí en otro tiempo», mientras que Domingo Gil, que vivía en la pequeña vivienda situada en la propia huerta franciscana y era quien había plantado los nopales que cubrían aquel terreno en la actualidad, declaró que
 
          antes de verificarse esto, dicha huerta había permanecido toscal y que para ejecutar el referido plantío apenas se removió la tierra muy por encima por no dar con los huesos humanos de los cadáveres que allí habían sido enterrados y mucho menos en la que fue capilla mayor, cuya grada de división del cuerpo de la iglesia permanece parte de ella todavía (42).
 
          No debemos olvidar que José de Olivera había falseado el acta de exhumación por lo que el propósito buscado con los testimonios directos de quienes conocieron el templo o de los expertos que analizaron las ruinas existentes entonces nos está hablando de aquel fundamento «teórico» que debió haber avalado la búsqueda de los restos del Adelantado. La clave de toda la identificación se centraba en la presencia de aquella lápida de mármol con borde negruzco, circunstancia que fue añadida como sabemos por el desaprensivo concejal para otorgarle el necesario marco de credibilidad a los restos humanos extraídos del subsuelo (43)
 
 
Referencias óseas
 
          Otro de los preceptos establecidos para la validación del expediente de exhumación descansaba en el reconocimiento médico de los restos humanos del Adelantado por parte de médicos facultativos y para este objeto se contactó con el médico cirujano titular José Bethencourt (44) y el licenciado en Medicina y Cirugía Darío Cullen Sánchez, previa autorización del gobernador eclesiástico de la Diócesis, con los cuales se concertó cita para el 15 de junio de 1861 en la sacristía de la iglesia de San Francisco. En tan singular acto estuvieron presentes asimismo el entonces alcalde de La Laguna, Francisco José Rodríguez de la Sierra; el cura rector de la Catedral de La Laguna, Rafael Gutiérrez González; el presbítero José María Argibay, secretario del gobernador eclesiástico, y el secretario de la corporación lagunera, Esteban Baños. Dejemos lugar al propio texto, de un interés indudable: 
 
          Reconocidos los sellos colocados en el arca, donde se hallan los citados restos mortales y siendo los mismos que se pusieron en 19 de junio de 1860, se abrió dicha arca, cuya llave presentó el referido don José María Argibay. Hallándose presente el doctor don José Bethencourt, médico cirujano titular, y el licenciado en Medicina y Cirugía don Darío Cullen, hicieron un escrupuloso reconocimiento de los mencionados restos, y bajo el correspondiente juramento dijeron: que pueden asegurar que los huesos que acaban de examinar pertenecen a un solo esqueleto, pero que se halla incompleto por falta de algunos. Que también pueden asegurar que pertenece a un esqueleto de hombre, atendiendo a la configuración de la bóveda del cráneo u óvalo superior de la cabeza, a la extención bastante considerable de las superficies articulares de las tuberosidades de los fémures y tibias, como igualmente a la longitud y espesor de dichos huesos, a la extensión de la apófisis e impresiones para la inserción de los órganos musculares y fibras, a la configuración de las clavículas, etc. etc., Que no existe posibilidad de establecer de un modo preciso el tiempo que hace [que] fue enterrado un cadáver pero sí pueden asegurar que aquel a que pertenecen los huesos del esqueleto humano que se han examinado hace muchísimos años que fue inhumado o sepultado pues no existe la sustancia orgánica que constituye parte de los huesos y solo se observa la inorgánica o calcárea, hallándose privados del periostio y cartílago particulares y tan frágiles y secos que se fracturan al menor esfuerzo y particularmente los huesos largos. Que es cuanto pueden decir sobre el particular. Y vueltos a colocar los indicados restos en la citada arca y puestos los sellos, rubricados por los señores alcalde, párroco, secretario eclesiástico y el que suscribe, y tomando la llave el mismo Argibay, quedaron depositados dentro de un armario de la sacristía. 
 
          El análisis facultativo de los huesos exhumados certificó únicamente, como hemos podido comprobar en la lectura del acta anterior, que se trataba de un varón adulto y que dicho enterramiento había sido efectuado «hace muchísimos años», sin posibilidad de precisar fechas o siglos. En este particular nos parece curioso que no se haya podido detallar, o al menos aproximarse, a la edad que debía tener el individuo inhumado porque se hubiese contado con una prueba positiva más hacia la ansiada identificación con el Adelantado. Ya Serra Ràfols apuntaba: «Desconocemos la edad que alcanzaba don Alonso el día de su fallecimiento, en 20 de mayo de 1525, en sus casas de La Laguna, pero como consta actuando militarmente y ya casado desde antes de 1480, hemos de suponerle más de 70 años, edad bien avanzada para la media de aquellos tiempos» (45).
 
          A lo largo de todo este proceso tan cuestionado en sus métodos y conclusiones hubo las lógicas disensiones, que no siempre se expresaron por escrito para que constasen y de las cuales solo disponemos de una muy interesante recopilada por Rodríguez Moure en su guía de La Laguna. Ya de inicio llama particularmente la atención la crudeza con que nos relata el religioso lagunero que «en los días en que se descubrieron los restos en el solar de la iglesia de los franciscanos un presumido anticuario quiso introducir la duda sobre la legitimidad de los restos exhumados», que parece no perdonar a este personaje que cuestionase aquellas actividades. Este «anticuario» (46), haciendo uso de una referencia histórica aportada por Viera y Clavijo en su magna obra, afirmaba que aquellos restos humanos podrían ser los del capitán general Miguel González de Otazo, con entierro certificado en el presbiterio de la iglesia de San Miguel de las Victorias el 18 de agosto de 1705. Moure descalifica esta aportación aduciendo «la falta de solidez de esta ridícula opinión pues en el presbiterio de un templo, por corto que sea, bien puede caber más de una sepultura» (47), pero es evidente que esta sombra cobra un valor distinto, mucho más sugerente, siendo conscientes de lo controvertido y corrupto del proceso.
 
 
Depósito en la sacristía del santuario del Cristo
 
          Retomando el hilo cronológico y siguiendo las pautas fijadas por el protocolo legal establecido, que a fin de cuentas era el que otorgaba un carácter incuestionable a las actuaciones efectuadas, leemos en el expediente de exhumación que «incontinenti, reunidos los huesos de que se lleva hecho mención (...), dispuso el mismo señor alcalde se depositasen en la sacristía de la capilla del inmediato extinguido convento de San Francisco»
 
          Efectivamente, Martín Antonio Bello y nuestro controvertido concejal José de Olivera (48), depositaron los restos del Adelantado «en uno de los armarios o guardarropas sito en la antedicha sacristía», con la intención de construir una caja de caoba o pinsapo para dicha custodia, si bien no en la fecha expresada en el expediente sino el 17 de febrero anterior. Resulta evidente que en este proceso de normalización de la exhumación se tomaron paradójicamente algunas licencias al objeto de una resolución adecuada a derecho. Este lapso de tiempo de unos cuatro meses entre ambos acontecimientos es sorteado en el expediente sin citar la fecha de entrega de la llave del armario al alcalde de La Laguna Tomás Martel Colombo (en presencia de los canónigos Valentín Martínez y Miguel de los Santos Carabantes, del concejal Ramón de Castro Ayala, del bibliotecario Martín Antonio Bello y del presbítero Francisco Fariña, entre otros) respecto al día en que se trae dicha arca con el fin de guardar en ella los huesos expresados, que se hace constar expresamente como el 19 de junio de 1860. El documento reza así: 
 
          En la ciudad de La Laguna a 19 de junio de 1860, siendo las dos y media de la tarde, se constituyeron en la sacristía de la capilla de San Francisco de esta ciudad, el señor alcalde constitucional de la misma, don Tomás Martel y Colombo, y el señor gobernador de esta diócesis de Tenerife, don Pascual Cozar, con el presbítero don José María Argibay, secretario del Gobierno Eclesiástico, y por ante mí, el infrascrito secretario de esta ilustre Ayuntamiento, y hallándose presentes don Diego Hernández López, don Francisco Hernández López, don Martín Antonio Bello, don José María de las Casas, don Telesforo Saavedra y don Félix Hernández, se abrió por el señor alcalde el armario donde se hallaban depositados los huesos del Adelantado mayor don Alonso Fernández de Lugo, y se colocaron en una arca hecha al efecto, la cual fue sellada con tres sellos, recogiendo la llave el precitado secretario del Gobierno Eclesiástico de esta diócesis de Tenerife, don José María Argibay, quedando dicha arca reservada en uno de los armarios de la misma sacristía, cuya acta finalizada firman ambas autoridades eclesiástica y civil y sus respectivos secretarios (49)
 
 
Procesión y traslado definitivo de los restos
 
          La reactivación de todo este proceso llegaría con la determinante intervención del capitán general Valeriano Weyler y Nicolau (1838-1930), quien contemplaría en alguna de sus visitas al Santuario del Cristo de La Laguna los restos humanos del Adelantado en dicho arcón de la sacristía. Con fecha 13 de agosto de 1880 esgrime la pluma para dirigirse al alcalde de La Laguna en estos términos: 
 
          Teniendo entendido que los restos del conquistador de las islas de Tenerife y La Palma  [..], están enterrados en una simple y modesta caja de pinsapo y depositados en la sacristía de la iglesia de San Francisco de La Laguna, desde que fueron hallados en 1860 en la huerta donde existió el convento del mismo santo, que se quemó en 1811 según creo, sin que por causas que no conozco se terminase el expediente que según el Ayuntamiento de aquella ciudad en el referido año de 1860 para trasladarlos a la Iglesia Catedral, depositándolos allí con la pompa que entonces se deseaba, me ha parecido oportuno indicarlo a V.S. por si creyese conveniente excitar el patriotismo de aquella corporación y de los descendientes de tan ilustre caudillo para llevar a efecto el indicado propósito, si como yo considerasen lo poco honroso que es para España y para esta Isla el que los extranjeros que la visitan se enteren de la forma en que se conservan dichos restos. En el caso de no verificarse así, desearía se sirva V.S. manifestármelo para procurar por mi parte que tenga lugar lo que dejo indicado (50).
 
          Estaba en lo cierto el capitán general Weyler: no se supo nunca cuáles fueron las causas de no haberse trasladado en procesión fúnebre los restos de Fernández de Lugo ese mismo año 1860 desde San Francisco a la Catedral. Es más, se llegó a pensar incluso en «colocar un monumento público en honor del conquistador en la plaza que lleva su nombre», llegándose a contactar en octubre de dicho año con el marqués de Villaseca, Juan Bautista Cabrera Bernuy (1830-1871), descendiente directo y poseedor del Adelantamiento de las islas en aquel entonces, «a fin de realizar el proyecto y que este costeaba el monumento y todo lo necesario para que la traslación se verificase con la debida pompa y lucimiento» (51).
 
 
La Junta Organizadora de la traslación de los restos del Adelantado
 
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Membrete de la Junta Organizadora de la traslación de restos
 
         
          Siguiendo los inspiradores propósitos dictados por el capitán general Weyler se creó una Junta Organizadora en La Laguna para que se encargara de todos aquellos aspectos derivados del traslado de los restos de Alonso Fernández de Lugo desde la sacristía del Santuario del Cristo hasta la Catedral (procesión fúnebre, misas, decoración de las calles, concursos, festejos...). Constitutida oficialmente en diciembre de 1880, comenzaría su andadura el 28 de abril de 1881, estando compuesta por los siguientes miembros:
 
- Por el Ayuntamiento de La Laguna, Quintín Benito Benito y Ramón de Castro-Ayala y Benítez de Lugo.
 
- En representación del capitán general, el comandante militar de La Laguna, José Arcaya de la Torre.
 
- Por el cuerpo militar de La Laguna, el capitán Carlos Nóbrega González y el teniente ayudante José Bento y Castro. 
 
- En representación del señor obispo, el secretario del gobierno eclesiástico Natalio González Álvarez.
 
- Por el Cabildo Catedral de La Laguna, el arcediano Enrique Medina Santana y el canónigo Vicente R. Pelegrina y López.
 
- Por el Juzgado de Primera Instancia del partido de La Laguna, el juez Domingo Garcés de los Tayos.
 
- Por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, José Felipe de la Rosa Marrero y Mateo Alonso del Castillo Pérez.
 
- Por el Instituto Provincial de Canarias, el catedrático Mariano Reymundo Arroyo (sustituido ocasionalmente por el también catedrático Eugenio Sainte Marie).
 
- Por la Escuela Normal Superior de La Laguna, los profesores Francisco María Pinto de la Rosa y Francisco Salcedo y Baños.
 
          A algunas de las reuniones acuden asimismo el coronel Elicio Cambreleng y Bérriz, el arquitecto Manuel de Oráa y Arcocha, Manuel Carballo y José Benito.
 
 
El mausoleo del Adelantado
 
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          No cabe duda que, hoy en día, el icono patrimonial de todo este proceso histórico que estamos estudiando es el mausoleo en mármol blanco que se custodia en el interior de la Catedral de La Laguna, diseñado por el arquitecto Manuel de Oráa y Arcocha y esculpido por el artista Angelo Cherubini (52). La Junta Organizadora, plenamente consciente de la importancia de este elemento en la efemérides a celebrar, se centró en su construcción desde sus primeras sesiones. Así, el 1 de mayo de 1881 leemos: 
 
          El señor presidente [de la Junta] dio cuenta de que, en cumplimiento del encargo que se le hizo en la sesión anterior, en unión del infrascrito secretario, se acercaron al señor arquitecto don Manuel Oráa y le manifestaron los deseos de la Junta, quien con el patriotismo que le distingue aceptó con gusto la formación del oportuno proyecto del mausoleo que ha de consagrar a la memoria del ilustre conquistador y, habiéndolo verificado, presenta a la Junta el oportuno diseño por si se digna aceptarlo. En su vista se acordó aprobarlo dándose al señor Oraá las más expresivas gracias.
 
          A renglón seguido se estableció el pliego de condiciones facultativas y económicas conducentes a la realización efectiva del mausoleo, extendiendo el correspondiente contrato profesional al marmolista neoclásico Cherubini por la cantidad total de 10.500 reales vellón (53). La obra, de 2,30 metros de altura, sigue los patrones estéticos del Renacimiento «a base de un alto pedestal en el que se ha grabado el nombre de don Alonso Fernández de Lugo y, al final, a manera de remate, la escultura del escudo rodeado de una decoración alegórica» (54). Ahondando en los entresijos de su conformación surgen detalles e informaciones de indudable interés, siendo acaso el principal de ellos que se trata de una obra incompleta. Revisando la documentación del proyecto, los historiadores Darias Príncipe y Purriños Corbella constataron que no llegó a cristalizar la idea original al quedarse sin construir el entorno de la representación a base de «una ornamentación más plana en mármol de peor calidad» (55). Para remediar este hándicap se optó, con el paso de los años (en 1888), por encargar al pintor Gumersindo Robayna que decorase «el mausoleo con alguna pintura en la pared en que se haya colocado», lo que llevó a efecto a través de «una preciosa y bien estudiada hornacina fúnebre, que formando con él un todo armonioso ha venido a realzar notablemente su mérito y a completar dignamente tan estimada obra de arte» (56)
 
         Como puede observarse, la realización del mausoleo vino aparejada de muchos condicionantes, siendo uno de ellos la ubicación elegida dentro del espacio catedralicio de La Laguna. En una de las actas de la Junta Organizadora se apuntaba 
 
           que el sitio más a propósito para la colocación del mausoleo donde han de descansar definitivamente los restos del Adelantado don Alonso Fernández de Lugo es la capilla de Nuestra Señora del Carmen, en la Santa Iglesia Catedral, en la pared del lado de la Epístola y sitio que hoy ocupa un cuadro de la imagen de nuestro patrono el glorioso San Cristóbal, que en su virtud espera que el Ilustrísimo Cabildo no tiene inconveniente en ello proceda la oportuna autorización para y cuanto antes pueda darse principio a las obras necesarias de mampostería que han de hacerse para la colocación del expresado mausoleo.
 
          No disponemos de las razones esgrimidas en aquel entonces para la elección de la capilla de Nuestra Señora del Carmen para la colocación en ella del mausoleo del Adelantado, considerado por algunos estudiosos como un enclave de inferior categoría en relación a la calidad del personaje, pero es que incluso los plazos de ejecución fueron problemáticos ya que, a pesar de tener como fecha máxima el 25 de julio de dicho año 1881, solo sería rematado el conjunto a finales del mes de octubre siguiente, lo que nos confirma que, en el momento del depósito de los restos mortales del Adelantado en su seno, el mausoleo aún no estaba finalizado. 
 
          A título de anécdota debemos referir que la elección del texto que figurase en la inscripción no debió resultar fácil para los miembros de la Junta Organizadora porque si bien en un principio se había acordado que fuese «Tenerife y La Palma a su conquistador D. Alonso Fernandez de Lugo, fundador de La Laguna», en junio se comisionaría a Francisco María Pinto y a Mariano Reymundo para que propusiesen «de nuevo la inscripción que ha de colocarse en el mausoleo», seguramente la que hoy luce el mausoleo. 
 
 
Entidades colaboradoras y suscripción 
 
          La traslación de los restos mortales de Fernández de Lugo supuso, en aquel año 1881, una oportunidad especial para todas las entidades e instituciones de las Islas, particularmente de Tenerife, de patentizar su compromiso con los intereses históricos isleños y nacionales, siendo al mismo tiempo una especie de «termómetro» para nosotros de la situación económico-social de cada una de ellas. En el proceso de obtención de ayudas materiales y apoyos para el traslado, festejos y función solemne aparecen los siguientes organismos: 
 
- Ayuntamiento de La Laguna --- Alcaldía de Santa Cruz de Tenerife --- Cabildo Catedral de La Laguna --- Instituto Provincial de Canarias --- Cuerpo consular de Santa Cruz de Tenerife --- Academia Médico-Quirúrgica de Canarias --- Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife --- Gabinete Instructivo de La Orotava --- Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife --- Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife --- Colegio de Abogados de La Laguna --- Colegio de Abogados de La Palma --- Escuela de Náutica --- Congregación de San Juan Bautista de La Laguna --- Hermandad del Santísimo de la Catedral de La Laguna --- Sociedad Católica de Obreros de La Laguna --- Hermandad del Santísimo de la iglesia de N.S. de la Concepción (La Laguna) --- Sociedad Humanitaria --- Casino de Tenerife (57) --- Casino de La Laguna --- Casino «El Porvenir» (La Laguna) --- Sociedad Instructiva --- Seminario --- Escuela Normal --- Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife --- Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Palma --- Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de Tenerife --- Círculo de Amistad --- Liga de Mayores de Contribuyentes, de La Orotava --- Periódicos de Santa Cruz de Tenerife (entre ellos, El Memorándum).
 
          En el expediente sobre el traslado de los restos del Adelantado hay escasa información relativa a los presupuestos y gastos establecidos para la ocasión. Tan solo revisando las diferentes comunicaciones y partes intercambiados entre la Junta Organizadora, el Gobierno Civil y las respectivas entidades hemos podido entresacar las siguientes cantidades remitidas al efecto: 
 
- Diputación Provincial de Canarias, 750 pesetas (58) --- Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, 450 pesetas --- Círculo de Amistad, 100 pesetas --- Casino de Tenerife, 80 pesetas --- Sociedad Económica de Santa Cruz de Tenerife, 75 pesetas --- Instituto Provincial de Canarias, 50 pesetas.
 
 
Programa de actos
 
          La Junta Organizadora de la traslación de los restos mortales del Adelantado preparó una densa agenda de actividades culturales, festivas y protocolarias para las diferentes jornadas del 31 de julio, 1 y 2 de agosto de 1881 (59), agenda que extractamos a continuación en sus líneas primordiales. 
 
- 31 de julio
 
     .  9.00 horas. Salida desde las salas consistoriales hacia el Santuario del Cristo de los representantes del Ayuntamiento de La Laguna, clero, comisiones oficiales «y demás personas invitadas». Una vez allí, los restos mortales del Adelantado «serán instalados con toda solemnidad en capilla ardiente y con los honores de capitán general de ejército que muere con mando en plaza».
 
     . 13.00 horas. Distribución de premios a los alumnos de primera enseñanza en certámenes efectuados en los colegios sobre la figura de Fernández de Lugo y la conquista
     . 15.00 horas. Luchada en el local habilitado en la Alhóndiga, con ejecución de varias piezas por la sección filarmónica de la sociedad «La Bienhechora». 
 
     . 20.00 horas. Paseo en la plaza del Adelantado, «tocando dos bandas de música militares».
 
- 1 de agosto
 
     . 9.00 Procesión fúnebre de los restos de Fernández de Lugo desde el Santuario del Cristo a la Catedral de La Laguna, donde tras la ceremonia religiosa, se depositarían en el consabido mausoleo. «Los batallones de La Laguna, [La] Orotava, Provisional y Artillería harán los debidos honores». Para la solemne misa que se debía realizar tras procesión la Junta Organizadora había solicitado a la Corporación lagunera la cesión de «un cáliz traído a esta isla por el primer Adelantado» (que guardaba como reliquia histórica dicho Ayuntamiento), a fin de que «se celebrase el Santo Sacrificio de la misa en aquella alhaja» (60).
 
     . 20.00 horas. Certamen literario en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, «amenizando el acto la Sociedad Filarmónica». Los ganadores de este concurso –cuya convocatoria fue realizada el 1 de mayo anterior- fueron Antonio Zerolo Herrera y Antonio Tabares Bartlett (61).
 
- 2 de agosto
 
     . 9.00 horas. Diana por las músicas militares y la banda de «La Bienhechora» en las principales calles de la ciudad. 
 
     . 12.00 horas. Paseo con música y «reparto de limosnas a los pobres»
 
     . 16.30 horas. Carrera de sortijas en la plaza de San Francisco. 
 
     . 20.00 horas. Sesión en la Sociedad Instructiva de La Laguna, «tocando la Sociedad Filarmónica»
 
     . 21.00 horas. «Las músicas militares recorrerán las calles», concentrándose finalmente en la plaza del Adelantado.
 
          Posiblemente en otras poblaciones de Tenerife y La Palma pudieron haberse llevado a efecto actos o funciones conmemorativas hacia la figura del Adelantado en la cercanía de estas fechas (verano de 1881) y prueba de ello encontramos el cambio de nombre del antiguo callejón del Judío, en Santa Cruz de Tenerife, por el de calle del Adelantado (62).
 
 
Procesión fúnebre 
 
          Desde el primer momento en que se pensó en rescatar los restos mortales del Adelantado de su primitiva tumba en la arruinada iglesia de San Francisco, en 1858, se pensó ya en trasladarlos de manera procesional a la Catedral de La Laguna, siempre con todo el ceremonial y protocolo debidos. Cuando en agosto de 1880 el capitán general Valeriano Weyler reactivó este proyecto no dudó en otorgarle un protagonismo preferente a dicho paseo fúnebre, dictando incluso algunas disposiciones y pautas para el mismo. Entre ellas destacamos el hecho de que se «designe una persona que de acuerdo con un ayudante de plaza que S.E. nombrará señalen de una manera precisa el orden en que deben marchar las sociedades, comisiones y corporaciones que han de concurrir a la solemne función cívico-religiosa y procesión fúnebre» (finalmente los responsables de la procesión fueron el comandante militar de La Laguna, José Arcaya, y el secretario de la corporación lagunera), así como «la conveniencia de que anticipadamente se señale de una manera precisa el orden en que deben marchar las sociedades, comisiones y corporaciones que forman la comitiva con objeto de evitar las detenciones y entorpecimientos que la experiencia me ha enseñado ocurren siempre en tales casos».
 
          En la addenda que acompaña este artículo figura una crónica contemporánea que narra la magnificiencia y curiosidades de aquella inolvidable procesión por lo que nos reservamos tratar sobre el particular en estas líneas. Únicamente, acaso como un testimonio veraz del compromiso de Weyler con estos preparativos y procesión, queremos incluir en este apartado la advertencia dada por este al Ayuntamiento de La Laguna: 
 
          Viniendo con tal objeto desde La Orotava el Batallón de este nombre, que como usted sabe se halla en situación de provincia y por lo tanto sin goce alguno de haber, no me es posible detenerlo ahí sino el tiempo puramente indispensable y por lo tanto, llegada la hora en que deben salir los restos del Adelantado de la capilla del Santísimo Cristo, sentiría verme en la necesidad de tener que ponerme en marcha con ellos esté o no organizado el acompañamiento o retirarme con las tropas como ya me he visto en la necesidad de hacerlo en un caso análogo (63).
 
 
Último traslado de los resos del Adelantado
 
           Con motivo de las obras de reconstrucción de la Catedral de La Laguna bajo los designios del ingeniero militar José Rodrigo-Vallabriga (finalizadas en 1913) todavía los despojos mortales de Alonso Fernández de Lugo iban a padecer un último y definitivo traslado. Tal y como nos reconoce Rodríguez Moure, «de esta última mansión [capilla de N.S. del Carmen] aún fueron removidos con motivo de la total reconstrucción de la Santa Iglesia Catedral, en la que se han colocado nuevamente con el mismo mausoleo y en el honorífico lugar que por justicia le correspondía, concurriendo a los actos de remosión las autoridades, para justificación de la autenticidad de las preciadas cenizas" (64).
 
          El lugar elegido para la ubicación del mausoleo, que aún conserva en la actualidad, fue el intersticio resultante en la pared tras la primera columna del deambulatorio o girola de la Catedral. 
 
 
Aparición de la lápida conmemorativa
 
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Lápida conmemorativa          
 
 
          Aunque parezca increíble, aún iba a suceder un nuevo acontecimiento vinculado al proceso de exhumación de los restos del Adelantado. A comienzos de septiembre de 1942, el poeta Manuel Verdugo, en uno de sus cotidianos paseos por los alrededores de La Laguna, se encuentra accidentalmente con una lápida conmemorativa en medio de la finca de Diego Amador, en el antiguo solar del convento de San Francisco (65). La inscripción de la misma rezaba: «Iglesia de San Miguel de las Victorias. Aquí estuvo enterrado D. Alonso Fernández de Lugo 335 años, 1r. Adelantado de Tenerife, etc., hasta el 17 de febrero de 1860, que se extrajeron sus restos».
 
          Este fortuito hallazgo, que acaba depositado en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife merced a la mediación de Buenaventura Bonnet Reverón y Tomás Tabares de Nava, reavivó el conocimiento sobre las circunstancias del fallecimiento y entierro del Adelantado en la antigua iglesia de San Francisco (66). Se trataba de una lápida colocada en aquel lugar por el Ayuntamiento de La Laguna para marcar para la posteridad el sitio exacto de la exhumación de los restos de Alonso Fernández de Lugo, si bien parece que en 1942 no se hallaba exactamente en su ubicación original si nos atenemos a la descripción del poeta Verdugo: «El paraje donde se encuentra dicha lápida, en medio de una huerta, junto a un lavadero, cubierta de tierra y en una posición donde es fácil hacerse pedazos por cualquier descuido o accidente...». Lo que realmente llama nuestra atención es por qué figura el 17 de febrero de 1860 como fecha de esa exhumación en lugar de julio de 1860, circunstancia esta, por otra parte, que no hace más que certificar nuestras dudas sobre todas aquellas actuaciones. Con todo, parece evidente que la colocación de esta lápida en este punto del solar del antiguo templo franciscano quería añadir un matiz de solemnidad, acaso incluso de transparencia, en aras a la ansiada seguridad y certeza de la identidad de los restos humanos exhumados.  
 
 
Conclusioón
 
          Este estudio no podría finalizar sin expresar que todo este proceso histórico de la exhumación y traslado de los restos humanos del Adelantado, con todos sus requiebros, detalles e incertidumbres asociadas, se nos antoja aún distante y lejano a su bien deseado esclarecimiento. Acudir a la tecnología genética disponible en la actualidad, fruto del espectacular avance de la Ciencia en comparación con los mejores métodos empleados en los lejanos tiempos del siglo XIX documentados en estas modestas notas, brindaría luz definitiva y pondría punto final a una de las incógnitas mas controvertidas de nuestro patrimonio histórico.
 
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NOTAS
 
1 - Serra Ràfols, Elías (1967), «Héroes y pueblos», Revista de Historia Canaria. La Laguna: Universidad. XXXI(153/156), p. 3. Para esta introducción podríamos haber tomado las palabras e idéntico pensamiento tanto del sacerdote José Rodríguez Moure, que dijo «[como] los restos de Lugo llevan una existencia tan discutida y accidentada como fue su vida, veome precisado a seguir su historia y la crítica sobre sus áridos huesos ya que fueron parte tan integrante de su personalidad» (Rodríguez Moure, José (1941), Los Adelantados de Canarias. La Laguna: RSEAPT. p. 27); o los argumentos esgrimidos por Alejandro Cioranescu, «Trasladados sus restos a la Catedral (...) no sin la protesta de muchas personas que por lo visto no se dejaron convencer de la autenticidad y de la correcta identificación de la sepultura» (Cioranescu, Alejandro (1965), La Laguna, guía histórica y monumental. La Laguna: [s.e.], p. 84)
2 - Para conocer los datos biográficos básicos del Adelantado véase Serra Ráfols, Elías (1972), Alonso de Lugo, primer colonizador español, Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife; Serra Ràfols, E. / De la Rosa Olivera, L. (1949/1970), Acuerdos del Cabildo de Tenerife, vols. I al IV, La Laguna: Instituto de Estudios Canarios; Serra Ràfols, E. / De la Rosa Olivera, L. (1949), El Adelantado D. Alonso de Lugo y su residencia por Lope de Sosa, La Laguna: Instituto de Estudios Canarios; Rumeu de Armas, Antonio (1952), Alonso de Lugo en la corte de los Reyes Católicos, Madrid: CSIC; o últimamente, Fernández Pla, Plásido (2018): Alonso Fernández de Lugo. Tenerife: [s.e.].  
3 - Bonnet Reverón, Buenaventura (1952), El Santísimo Cristo de La Laguna y su culto. La Laguna: Esclavitud del Ssmo. Cristo de La Laguna. pp. 87-88. Cebrián Latasa consigna una lectura distinta en la frase «siendo acabada al tiempo donde mando. Que en entretanto esté depositado...», si bien no cambia en exceso el sentido de la transcripción (Cebrián Latasa, José Antonio (2003), Ensayo de un diccionario biográfico de conquistadores de Canarias. Islas Canarias: Viceconsejería de Cultura y Deportes. p. 222).
 4 - aisequilla Palacio del Hoyo, Miguel de (1792), Noticias de las fundaciones de las dos iglesias parroquiales de Nuestra Señora de la Concepción y de los Remedios de la ciudad de La Laguna..., Ms. en RSEAPT, f. 16v. Viera y Clavijo apunta que el Adelantado «reservó para sí la obra, bien que, habiendo muerto antes de verla fenecida, fue sepultado en el cuerpo de la nave» (Viera y Clavijo, José de (2016 [1783]), Historia de Canarias. [Edición del catedrático Manuel de Paz Sánchez] Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea. vol. IV, p. 371). Quirós, Luis de (2005 [1612]), Milagros del Santísimo Cristo de La Laguna. Tenerife: Cabildo Insular, Área de Cultura (2ª ed.). p. 155, pone «Entre tanto se enterró en el cuerpo de la iglesia, junto a la capilla mayor».
5 - «Está sepultada en el sepulcro del Adelantado, su suegro, en el convento de San Miguel de las Victorias de La Laguna» (Viera y Clavijo, 2016 [1776]: III, 47 nota 1). Rodríguez Moure precisa que el testamento se otorgó el 9 de agosto de 1535 ante Melchor de Contreras, aportando una transcripción incompleta del documento original: «Donde está enterrado mi ... fa... es la sepul... el dicho Adelantado, mi señor» (Rodríguez Moure, 1941: 29 nota 13). 
6 - Testamento ante el escribano Bernardino Justiniani (Viana, Antonio de (1604 [1971]), Conquista de Tenerife en verso suelto y octava rima. [Edición de Alejandro Cioranescu]. Santa Cruz de Tenerife; Aula de Cultura de Tenerife. vol. II, p. 206. Rodríguez Moure nos aporta otra información de interés, obtenida del testamento de Hernando Esteban Guerra, por el cual «se sabe que el Adelantado fue enterrado definitivamente en la sepultura junto a la de su amigo el maestre de campo Lope Hernández de la Guerra» (Rodríguez Moure, 1941: 27-30).
7 - Bonnet Reverón, 1952: 73. Sabemos que en torno a 1540 la comunidad franciscana levantaría un muro que separaba el futuro presbiterio respecto de la capilla mayor de la iglesia –en obras-, reconvirtiendo así ese citado presbiterio en la ubicación provisional del altar mayor, lo que continuaría hasta la finalización de las mismas (Tarquis Rodríguez, Pedro (2008), El Cristo de La Laguna y su santuario. [Edición de Carlos Rodríguez Morales] La Laguna: Esclavitud del Ssmo. Cristo de La Laguna. p. 76).
8 - El Adelantado contrató en Granada al maestro de cantería Pedro Fernández para que dirigiese las obras de la capilla mayor del convento de San Francisco y hay constancia de que llegó a Tenerife el 22 de mayo de 1520 para encargarse del proyecto. (Rumeu de Armas, Antonio (1950), Piraterías y ataques navales a las Islas Canarias. Madrid: CSIC. vol. II, 1ª parte, p. 304).
9 - Núñez de la Peña, Juan (2022 [1669]), Libro de las antigüedades y conquista de las islas de Canaria, Ms. Madrid, Biblioteca Nacional. [Edición en prensa. La Orotava: LeCanarien, a cargo de Daniel García Pulido]. ff. 354r-369v.
10 - Juan de Fresneda obtuvo «lugar y sitio en la dicha capilla mayor, a la mano derecha del evangelio, todo lo que hay de ancho de la pared a la escalera del dicho altar mayor hasta la pared de la dicha capilla» para hacer ara en honor a San Lorenzo y se le señaló «al pie del dicho altar» la sepultura principal, «al pie de la peana del propio altar, con el arrimo y asiento a la pared» (Tarquis Rodríguez, 2008: 33-34).
11 - Tarquis Rodríguez, 2008: 23, 94. Sobre este templo escribió Núñez de la Peña: «El cañón de la iglesia es alegre, con sus capillas; la mayor es de las buenas de la provincia» (Núñez de la Peña, Juan (1676): Conquista y antigüedades de las islas de la Gran Canaria. Sevilla: imp. Florián Aniston. p. 321).
12 - Esta capilla «fue conocida por el vulgo con el nombre de capilla de Gallinato, a causa de haberse enterrado en ella a un miembro de la familia de este apellido» (Bonnet Reverón, 1985: 77-78).
13 - En 1581 se fijaba claramente que esta tercera capilla «está como entramos por la puerta principal a la mano derecha, linde con la capilla mayor y con la capilla que dicen de los Lugo» (Bonnet Reverón, 1985: 78-79).
14 - Las obras de esta capilla las iniciaría, en 1526, su hija María (Bonnet Reverón, 1985: 79).
15 - Bonnet Reverón, 1952: 101; Tarquis Rodríguez, 2008: 33.
16 - Tarquis Rodríguez, 2008: 18.
17 - Rodríguez Moure, 1941: 27-30; Bonnet Reverón, 1952: 101. Sobre Francisca de Lugo, hija de Juan de Alba y de Inés de Lugo y Herrera –vecinos de Guatemala- (Fernández de Bethencourt, Francisco (1952), Nobiliario de Canarias [Edición por Juan Régulo Pérez]. La Laguna: Imp. Gutenberg. Tomo I, p. 683), no hemos podido confirmar el vínculo familiar con el Adelantado, si bien optamos por entender ese apelativo de «abuelo» como bisabuelo o segundo abuelo. 
18 - Tarquis Rodríguez, 2008: 37.
19 - El Adelantado fijó la financiación de las obras de la capilla pero sin concretar en detalle las partidas respectivas dedicadas a ese fin -«Otrosí, mando que de mis bienes, frutos, rentas y alojeros de ellos, ante todas las cosas, se acabe de hacer la capilla que yo tengo mandado, que es de San Miguel de las Victorias…»- y de ello se quejaba Luis de Quirós expresando que «las largas limosnas y mandas que al dicho convento dejó en su testamento [el Adelantado] sus herederos no las han cumplido, de que les será hecho gran cargo en el Tribunal de Dios…» (Quirós, Luis de (2005 [1612]): 155; Bonnet Reverón, 1952: 88-89).
20 - Tarquis Rodríguez, 2008: 30-31, en el capítulo titulado «El concordato con el príncipe de Ásculi». En este punto existe una versión alternativa, esbozada por Rodríguez Moure (1941: 27-30), que parece indicar que «gracias a que por dejar incumplido el testamento de su nieto Alonso Luis (...) no comenzaron nuevo éxodo desde 1556, como en él se disponía, así que pudieron reposar en el centro de la capilla mayor de San Miguel de las Victorias cosa de 300 años mas o menos».
21 - Tarquis Rodríguez, 2008: 30-31.
22 - Núñez de la Peña, Juan (1669 [2022]). Aparte de en este borrador indicado, Núñez de la Peña, en su Conquista y antigüedades de las islas de Canaria (Sevilla, 1676), cambia la frase pero reafirmando que «en el medio de la capilla mayor de esta iglesia (San Francisco) está enterrado el primer adelantado y conquistador don Alonso Fernández de Lugo».
23 - Bonnet Reverón, 1952: 123.
24 - Ojeda Quintana, Juan José (1977), La desamortización en Canarias, 1836 y 1855. Madrid: Confederación Española de Cajas de Ahorros. p. 53. La superficie ocupada por sendas huertas era de 2 fanegas, 6 celemines y 25 brazas, que obtuvo por la importante cantidad de 210.005 reales. 
25 - «Expediente instruido para la inhumación de los restos del Adelantado mayor de estas Islas don Alonso Fernández de Lugo, cuyo cadáver se hallaba sepultado en la extinguida iglesia del convento de San Francisco de esta ciudad y continuó en el de la traslación de dichos restos a la Santa Iglesia Catedral, en el mausoleo construido al efecto, y referente a los festejos que tuvieron lugar con tal motivo, en esta ciudad, en los días 31 de julio y 1 y 2 de agosto de 1881». Archivo municipal de La Laguna (en adelante, AMLL). Sign.: E-XVIII(2), 30, sec. 2ª.
26 - Cioranescu, Alejandro (1965), La Laguna: guía histórica y monumental. La Laguna: [s.n.]. p. 84.
27 - El Guanche. 26 de marzo de 1861. p.1. Nougués incluye dicho texto en su libro Cartas histórico-filosófico-administrativas sobre las Islas Canarias (editado en la Imprenta y Librería Madrileña de Salvador Vidal, Santa Cruz de Tenerife, en 1858).
28 - Olivera, José de (1969), Mi álbum (1858-1862). [Edición por Leopoldo de la Rosa Olivera] La Laguna: Instituto de Estudios Canarios. pp. 104-105. Las personas que encabezaron este «movimiento» fueron, a decir del propio Olivera, el presbítero franciscano José María Argibay, el abogado palmero y genealogista José María de las Casas López, y Alejo González de Ara Martín Cabrera -«curiosísimo bibliófilo», según el Nobiliario de Canarias-. El breve texto de José de Olivera en respuesta sobre «las cenizas de D. Alonso Fernández de Lugo» vio la luz en el rotativo El Guanche, en Santa Cruz de Tenerife, el 5 de noviembre de 1858.
19 - Si bien, por un lado, en el artículo, sin firma, de El Guanche de 26 de marzo de 1861 (p. 1), leemos: «En una huerta plantada de nopales que pertenecía al suprimido convento francisco de la ciudad de La Laguna (...) reposaban hasta hace unos meses las olvidadas cenizas», y lo que era aún más claro, que «En el año pasado de 1859 el Ayuntamiento de la vecina ciudad en unión de algunas personas amantes de su patria exhumó los restos del conquistador», luego contamos con la fecha que aparecerá en la lápida conmemorativa que se ubicará en su momento en el lugar de la exhumación (17 de febrero de 1860).
30 - Olivera, 1969: 243. Olivera coloca este proceso de búsqueda en junio de 1860. 
31 - No puede ser casualidad que Olivera mencione la llegada de todos estos personajes a la huerta franciscana y que luego la identidad de cada uno de ellos se incluya en el expediente de exhumación. Es un testimonio fehaciente de que nuestro concejal lagunero tuvo parte decisiva en la redacción de aquel documento «oficial».
32 - Olivera, José de, 1969: 243-244. Olivera coloca este hallazgo el 18 de junio de 1860.
33 - Olivera, José de, 1969: 244.
34 - Olivera, José de, 1969: 249.
35 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f.
36 - En la lápida que se colocaría en el lugar de donde se extrajeron los restos, de la que trataremos más adelante, figura grabada la fecha exacta de esa exhumación.
37 - Se trata, sin duda, del pintor Gumersindo Robayna Lazo (1829-1898).
38 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f.
39 - En otro lugar del expediente se especifica claramente que la ubicación del presbiterio del templo se comprobó «con el descubrimiento de los cimientos de las columnas posteriores donde estriban los arcos torales» y por la presencia de enterramientos de individuos religiosos en aquel sector. 
40 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f.
41 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f.
42 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f.
43 - En la redacción del expediente de exhumación se llegó incluso más lejos al recoger que hubo personas que «leyeron el epitafio esculpido en la losa que cubría el sepulcro [lo que] demuestra era el del Adelantado aquel de que se extrajeron los indicados restos».
44 - Creemos que debe tratarse del médico lanzaroteño José Cayetano de Bethencourt-Ayala y Guerra (1800-1875). 
45 - Serra Ràfols, 1972: 31.
46 - Pensamos que se podría estar refiriendo al bibliófilo Alejo González de Ara, ya mencionado anteriormente.
47 - Rodríguez Moure, 1941: 30
48 - Olivera adelantaba ya que él y Bello habían sido quienes llevaron en una cesta esos huesos a la sacristía cercana (Olivera 1969: 244). 
49 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f.
50 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f.
51 - El Guanche. Santa Cruz de Tenerife, 26 de marzo de 1861. p. 1. Expediente de exhumación, donde se consigna que las gestiones las inició Pascual Zappino y Caillet, administrador del Adelantamiento en las islas. 
52 - Darias Príncipe, A./Purriños Corbella, T. (1997), Arte, religión y sociedad en Canarias: la Catedral de La Laguna. La Laguna: Ayuntamiento. p. 174. El estudio escultórico de Angelo Cherubini, donde se debió cincelar el mausoleo del Adelantado, radicaba en el nº 16 de la calle Santo Domingo, en Santa Cruz de Tenerife.
53 - Darias Príncipe / Purriños Corbella, 1997: 174.
54 - Fuentes Pérez, Gerardo (1990), Canarias: el Clacisimo en la escultura. Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife. pp. 452-453, 457-458. Fuentes Pérez no duda en afirmar que este mausoleo sea «quizás la obra cumbre trabajada en mármol por Cherubini», solo superado artísticamente por el sepulcro que esculpió para José Ana Jiménez en el cementerio de Santa Cruz de La Palma. 
55 - Darias Príncipe / Purriños Corbella, 1997: 174, quienes afirmaban que esta ausencia del entorno dejaba el mausoleo exiguo y desangelado. Para su estudio utilizaron preferentemente un interesante documento inédito, custodiado en el archivo familiar Buergo Oráa, titulado Condiciones que han de seguir para la construcción y colocación de un mausoleo para depositar los restos del conquistador y Adelantado D. Alonso Fernández de Lugo en la Catedral de La Laguna...
56 - Darias Príncipe / Purriños Corbella, 1997: 174, citando acuerdos del Cabildo Catedral de La Laguna.
57 - La contribución del Casino de Tenerife al traslado de los restos del Adelantado ya la adelantaba Valeriano Weyler en su obra sobre dicha sociedad santacrucera. (Weyler López-Puga, Valeriano (1964), La pequeña historia de un gran Casino. Santa Cruz de Tenerife, p. 41).
58 - Cantidad confirmada en la prensa a través de El Memorándum, de 5 de julio de 1881, p. 3: «Sesiones de la Comisión Provincial. Mayo 27. Se acordó librar de imprevistos 750 pesetas para atender en parte a la traslación de los restos del Adelantado...». En un apartado de dicho acuerdo se hacía constar «que si el donativo se considera corto es por efecto de las difíciles circunstancias económicas de la provincia». 
59 - El programa de actos, que llegó a imprimirse como suelto, se detalló, entre otros, en los rotativos El Propagandista (de La Laguna) y El Memorándum (de Santa Cruz de Tenerife) el 25 de julio de 1881. A modo de curiosidad podemos apuntar que en las actas de la Junta Organizadora (abril de 1881) aparece el «proyecto de propuesta de festejos» centrado en la jornada del jueves 28 de julio, si bien figura sobreescrito justo encima de esta data la del lunes 1 de agosto.
60 - Expediente.
61 - Bases de la convocatoria publicadas en El Memorándum, el 1 de junio de 1881 pp. 2-3. Este certamen fue germen de algunas desavenencias entre los ganadores, como puede advertirse en la carta remitida a El Memorándum de 20 de septiembre de 1881 por José Tabares Bartlett. 
62 - Cola Benítez, Luis, «Del callejón del Judío (I)», La Opinión de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 15 de febrero de 2015. p. 28. Véase El Memorándum, de 10 de julio de 1881. «Varios vecinos de esta ciudad han acudido al Ayuntamiento pidiéndole (...) se cambie el nombre de callejón del Judío por el de calle del Adelantado, con motivo del ensanche que va a darse a aquella vía de comunicación». La razón latente era no quedar a la zaga frente a La Laguna en homenajear al Adelantado, «en cuyo puerto fondearon las naves del conquistador, en cuyo suelo plantó la Cruz, que dio nombre a este pueblo, y los conquistadores alzaron las tiendas de su campo real».
63 - «Expediente instruido... ». AMLL. s.f. Es tremendamente curioso que en las actas del Cabildo Eclesiástico de La Laguna de aquellas mismas fechas, en concreto el 6 de agosto de 1881, cinco días después tan solo de la ceremonia dedicada al Adelantado, se tratara en dicho organismo en dirigir un mensaje de crítica al Secretario de Estado «contra los atropellos que se cometieron en la traslación de los restos sagrados del inmortal Pío IX».
64 - Rodríguez Moure, 1941: 30; Cioranescu 1965: 83-84.
65 - Bonnet Reverón, Buenaventura, «La lápida del Adelantado don Alonso Fernández de Lugo», La Tarde. Santa Cruz de Tenerife, 1 de octubre de 1942. p. 1. La transcripción original de la inscripción es: «Igles[i]a de S[a]n Mig[ue]l de las Vic[toria]s. / Aquí estuvo enterrado / Dn. Alonso Fer[nánde]z de Lugo 335 a[ño]s / 1r. Adelantado de Tene[rife] &.  / hasta el 17 de feb[rer]o de 1860 / que se estrajeron [sic] sus rest[os]».
66 - Carta de Antonio Verdugo a la RSEAPT. La Laguna, 18 de agosto de 1942. Archivo de la RSEAPT. Inédita.
 
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Bibliografía
 
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