Federico Campos Díaz

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 22 de septiembre de 1984)
 
 
          Bebió en la fuente de su hermano Luis, una inteligencia natural al que Dios, prematuramente, quiso llevarse a su lado. Aquel inesperado adiós traería luego, en el perenne recuerdo, unas inevitables lágrimas de desconsuelo, de desazón y de amargura. En este crisol de añoranzas perfiló y adornó aún más su espíritu emprendedor, su fibra comercial, su afán de constante lucha en busca de horizontes de prosperidad, de perfeccionamiento y de paz. Así abrió, con su tenacidad y su suerte, un panorama de logros y de aciertos. 
 
          Pero don Federico –así siempre se le conoció- fue, por encima de todo, un personaje bondadoso, que extendió la mano de la ayuda y del socorro; todo ello cubierto con un manto de exquisita modestia y de gran sencillez.
 
          Allá, en las postrimerías de la década de los años treinta, llegó a Icod con su amplia sonrisa, con su espíritu lleno de alegría y con un hatillo de ilusiones. Este importante núcleo de la zona norte pronto se familiarizó con aquel diminuto automóvil de color azabache, incipiente matrícula y ruedas como de bicicleta. Dentro de aquel artilugio, don Federico Campos Díaz, que entre la prosa de su autor favorito, Vicente Blasco Ibáñez, y sus vivencias folclóricas por los pueblos aledaños, ya estaba poniendo los pilares, estaba fomentando lo que luego se convertiría en norte y guía de su faceta empresarial: el ramo del calzado.
 
          Cuando lo llamaron de directivas deportivas, concretamente futbolísticas, siempre encontraron en él a la persona con entusiasmo y entrega, con ilusiones y cariño, aplaudiendo y tutelando a aquella Unión Deportiva Icodense en el familiar rectángulo del campo de El Molino. Más tarde, cuando sus diástoles y sístoles comenzaron a jugarle malas pasadas, tornó el trepidante gol por la tranquilidad de la caña y de la carnada, que iba a convertirse en el hobby de su senectud, sólo de calendario, nunca de espíritu, porque siempre alardeó la vivacidad y de energía que contagiaba a los que tuvieron ocasión y dicha de compartir su sosegada compañía en el hogar y en la empresa, como esposo ejemplar y como productor modélico.
 
 
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