Cuando nuestros hijos se suicidan...

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 9 de mayo de 1984).
 
 
          Hace unos días, una niña de la vecindad se acercó a mí y extendiéndome un folio, me dijo; “esto lo escribió un compañero de mi clase. Lo dejó olvidado dentro de su pupitre. Cuando lo leí sentí mucho miedo. El es muy inteligente pero capaz de hacer todo lo que dice ahí. ¿Qué podemos hacer?”
 
          Me inquietó la incertidumbre y cuando leí aquellas vivencias, el miedo de una niña de apenas quince años se convertía ahora, en nuestras carnes, en un puro escalofrío.
 
          Hace poco, en la prensa local, pudimos leer lo siguiente: …un joven de diecinueve años fue encontrado muerto en su casa, colgado por el cuello con un cinturón de judo…
 
          ¿Qué le está ocurriendo a nuestros hijos? ¿Por qué estos suicidios cuando se aproxima, por ejemplo, los exámenes de fin de curso? ¿Por qué nos pagan con estas infinitas crueldades? ¿Por qué destrozan nuestras vidas? ¿Nos merecemos este drama que marcará para siempre nuestras existencias? Las preguntas van para todos; para nosotros, los padres; para nuestros hijos. Y, de forma especial para este muchacho que un día, amargado y triste, se puso a escribir y tituló así su artículo: Un día gris, un condenado día gris. Un artículo de escalofrío que fue el que llegó a mis manos y dice lo siguiente:
 
                    “¿Alguna vez os han entrado ganas de expresar en una hoja de papel algo que os  desgarra por dentro? ¿Alguna vez habéis sentido que queréis contarle vuestro llanto a alguien? Yo sí. Pero lo únicos amigos que han podido oírme han sido mis folios y mi maquina de escribir; ellos han escuchado en silencio mis palabras y me han respondido con el pausado y rítmico taca-tac de las teclas sobre el papel. ¿Sabéis?; hoy no he ido a clase de alemán, tomé mis libros para hacer creer a mi madre que iba allí; una vez en la calle me he puesto mis guantes con los dedos recortados y mis muñequeras, como símbolo de seguridad, de algo donde refugiarme y que me recordase que hay otras cosas en el mundo fuera de la tristeza. He pasado toda la tarde sentado en un banco del parque, hipnotizado por las oscilantes hojas de los árboles; no me habría ido nada mal como música de fondo la canción El hombre de los dos mundos de Ultravox. Sí, hoy paré el tiempo para mí solo. Anduve por toda la larga y cotidiana Rambla, buscando alguien que me brindase una sonrisa; alguien conocido, mis colegas de siempre, Nike, Vicente, Diego, Chico y todos los demás. Pero no os creáis, no; no es como en las películas en las que siempre aparecen los amigos de los protagonistas cuando éste los necesita. Además todos tendrían sus propios problemas, para amargarlos aún más; a todos les habían suspendido alguna. Mi madre me reprendió por lo del suspenso en matemáticas; mi padre hizo lo propio, prohibiéndome además las diversiones. Cuento con mil y una disculpas por este hecho, pero no, para ellos es que no he estudiado, pese a haberme pasado noches enteras sobre los apuntes conteniendo el sueño; pese a haber traído cuatro sobresalientes. Para ellos un examen en el que te has despistado y ni siquiera pudiste acabar en condiciones, es que no has estudiado. He pasado incluso diez minutos contemplando la profundidad de un puente, nefastamente atraído por el momentáneo júbilo que me brinda su altura como la puerta para terminar con todo de una vez… Qué idea más estúpida, ¿verdad? Es preferible largarse de casa, el fin es menos peliculero. Pero luego, al volver a mi barrio (más por costumbre que por voluntad), he visto a unos pequeños dándole patadas a un balón, he oído sus risas y sus voces y me he dado cuenta de que por muy puñetera que sea, la vida va a seguir.
 
                    Solo ha sido un día gris para mí, al igual que mañana lo será para otro. Sí, el telón cae y se levanta con nuevos actores y nueva obra, para mí y para muchos no hay un público para aplaudir. Ni un amigo a quien agarrarme para no caer por última vez”.
 
          No sigas, jovencito, contemplando la profundidad del puente. Es preferible que contemples el interés de tus padres. Intenta comprender sus desvelos y no veas en éstos egoísmos personales para alardear de hijo aventajado.Perdona sus posibles despistes y respeta sus lógicas limitaciones. No te muestres intransigente y cruel. Tu prosa es inteligente y reflexiva. Por eso estamos perfectamente seguros que en el futuro convertirás esos días grises en amaneceres cuajados de luces y de esperanzas. Un saludo, muchacho, de un amigo y de un padre.
 
 
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